17 octubre 2006

nueva eshpaña, 4

En la medida en que nada menos estético que la precariedad, ha de verse la zona hotelera que reluce Cancún como un logro estético, y la humilde, por felizmente exigua, experiencia de estos días cuenta la imposibilidad de hacer bajar de ese piso elevado de la opinión a oriundo alguno, por más que uno lo intente. Es prosperidad la sopa de cristal y hormigón, de escaparate y de neones, y la explicación que trate de combatir la visión que observa de faisán del paraíso las plumas de la gallina de huevos semejantes es una que ha de pasar antes por el imposible, por violento, de separar en la explicación lo pintoresco y la pobreza. Uno trata de ser orientado hacia lugares que frecuenten los mexicanos y no los turistas, y por mucho que las indicaciones tachen de groseros los escenarios que frecuentan éstos últimos, el taxista le conduce a uno al lugar en que concurren los mexicanos en masa por aquí: un novísimo centro comercial del que quizá sólo ellos distinguen la nacionalidad de los cristales que lo tapizan. Se parecen el sueño del turismo y el sopor del nativo que vuelve dormido en autobús a las seis, después de trabajar todo el día sirviendo mesas. Y si son parecidos es porque ambos, para defender su paraíso acristalado, dirían venir de lo que ha de ser el infierno. Otra cosa es que incluso en el concepto de infierno convivan semejantes, abismales diferencias, y que sean tan obscenas que, traídas de aquí y allá y expuestas en fila, darían para una hilera de escaparates que llegara al horizonte.

16 octubre 2006

nueva eshpaña, 3. nubes, 6.

¿Diez? años atrás, desde el mismo punto de las ruinas mayas de Chichen Itza en que ahora lo hago yo, unos amigos observaban la sima a la que eran arrojados los cuerpos decapitados de quienes ganaban un extraño juego. El perímetro de la sima tiene unos cien metros. Y de la misma forma en que los juegos en que uno tiene tanto que perder como de ganar lo son menos preocupados si se te impone jugarlos, es fácil desechar, arrojar lejos una idea inerte si la puntería está garantizada. ¿Diez? años después de aquel día, por propia voluntad mis amigos no viven ni trabajan donde solían, y sí en una casilla –hermosa, pero casilla- desde la que juegan un juego nuevo que –y ellos saben que no exagero- no pocas veces amenaza con hacerles perder la cabeza. El mismo día en que uno se sube a un avión para visitar estas ruinas, llega un mensaje en que se anuncia que mis amigos han ganado, que la sima deja de estar ahí, delante de sus ojos. Cada 19.000 días edificaban los mayas un templo mayor sobre el anterior. Se cubren las ideas con otras nuevas y, con suerte, quienes nos quieren hacen lo mismo con los lugares por los que pasamos, con nuestros juegos, quizá con nuestra misma suerte.

nueva eshpaña, 2

Quizá sea distinto viajar a un país después de haber conocido a alguien nacido allí que, siquiera involuntariamente, le presta en esa ventriloquia su voz, sus deseos, sus propias construcciones. Y si bien, al igual que sus habitantes son ellos antes que su país, tampoco, necesariamente, han de responder los países de quienes hablan en su nombre, uno recorre estos días México D.F. con la añoranza que se tiene de los mapas con que uno aprende el mundo y que le faltan cuando lo pisa con los pies. No hay en ello menos asombro por lo que uno ve o cree ver, pero si Borges imaginó un mapa a escala real, a uno le gustaría poder viajar las calles estos días con su mirada desde el mapa aprendido al que uno enfrenta fuera, y viceversa. Medir así cuánto de uno hay en el otro, cuánto de extravío en un rostro, cuánto de brújula en estas avenidas anchas tomadas por el sol.

09 octubre 2006

nueva eshpaña,1

El Museo Antropológico de México D.F. Una o una docena de copistas estudiantiles por sala. Transcriben las explicaciones contenidas en los paneles. A veces son familias enteras que lo hacen, un boligrafo por padre, madre e hijos. A ojos de un europeo, la escena es asombrosa, asi que por un instante la cabeza olmeca se ve al otro lado de la vitrina, observando un diorama no menos extinto que sus rasgos: el de una familia que se congrega para leer, y -fósil entre fósiles- para escribir.

05 octubre 2006

La termita elegante

Una de las formas de ver la obra de Gordon Matta-Clark es la del esfuerzo por separar lo inservible de lo que es sólo inservivible. La muestra, estos días en el mncars, abre con planos, fotografías, videos y registros de propiedad de los trozos urbanos que adquirió a principios de los 70: espacios vagamente útiles, teñidos de una funcionalidad cuando menos bajo sospecha, como una franja de unos quince centímetros de ancho que discurre junto a la fachada de una casa, o un pasillo entre dos edificios de apenas un metro de ancho y unos veinte de largo. Dos ideas comunican el resultado de su intervención sobre ellos –ninguna- con el gruyere en que, casi en paralelo, devendrá su transformación en agujereador o seccionador estricto de casas, edificios y naves. El primero de los pasillos que unen ambas etapas es sólo una relación juguetona entre el tamaño de los lugares que capturaron su atención al principio –más propicios para la intervención de un insecto- y su condición de termita al ensanchar el escenario de su atención. El segundo de los usos en común hilvana la condición de los primeros espacios inservivibles –su uso fugaz, por decir algo generoso- y los espacios inmediatamente posteriores –en los que lo fugaz es la intervención de Matta-Clark, dado que apenas ha terminado de actuar sobre el espacio, las excavadoras lo derruyen. En su esfuerzo, formas servibles con independencia de que alguien pase o no por delante o bajo su piel a fotografiarlas, o a poco que uno termine de visitarlas por dentro antes de que un plan urbanístico lo derruya por fuera. Tiene mucho de esto la visión que los totalitarismos del siglo XX hicieron de millones de seres juzgados inservibles y tratados, en consecuencia, como objetos apilables, emparedables, hechos yeso, en tanto que cosa vida inservivible. Bertolt Brecht retrató la forma en que la mera voluntad de un hombre podía socavar el cuerpo social de una nación bajo la forma de una idea bella, de un hueco mejor para la existencia que incluía adueñarse de las vidas como quien lo hace de las cosas. Como la obra de Matta Clark cuarenta años después –y con todas sus diferencias abismales en el tamaño y consecuencias de esa defensa- ambas cuentan la necesidad de atemperar la idea de lo inservible, la calle que empleara uno para soñarse topo es la misma de la que, como animales, fueron expulsados los hombres que narró el otro. Las construcciones casi en ruinas/ parecen todavía proyectos sin acabar,/grandiosos; sus bellas medidas/ pueden ya imaginarse/ pero aún necesitan de nuestra comprensión. –escribió Brecht en 1932.

Con perdón por lo posible absurdo, para c.

04 octubre 2006

flores de este mundo

Ignora por un instante el olor de la flor
que lleva, desde marzo,
ahorrando la planta para octubre,
y siembra los ojos en la parte
más alejada de la flor, ahí está el precio,
lo que pagan sus ramas cenicientas,
cinco minutos antes de las doce,
por verla subir a la carroza.

03 octubre 2006

Pendiente de correcciones

Se busca: cuento en el que una mujer pasea con un diente ajeno en el monedero, y cómo éste –el diente- termina por asumir que las monedas que comparten esa boca de tintineos es una de cisnes de formas redondeadas a las que debe aspirar a parecerse. En el cuento el diente padecerá trastornos del sueño y problemas de autoestima, además de una cierta anemia. En algún momento el narrador abandonará su omnisciencia y adoptará la voz de una lentilla que alimenta similares pesquisas al viajar en la cartera del dueño del diente dado en adopción. Inicialmente es una saga, en ella uno y otra se van desprendiendo de trozos de su cuerpo que envían al otro por correo. Cuando los fragmentos alcanzan un tamaño considerable, el cartero los deja en el portal. Si una pareja desea entrar a besarse, con suerte hay una mano dentro que les abre. Sólo es raro hasta que lees a Beckett.

28 septiembre 2006

Hacerse necesario

Riegas una planta durante años
y tu olor es para ella el de la nube
que sólo llueve debajo de sus ramas.
Llueve los martes y a cambio
se lleva las hojas que le gustan.
Cómo explicarle el invierno,
allende las ventanas.
La torva puntería,
el despilfarro,
la impuntualidad,
cómo hay nubes que necesitan la mentira.

26 septiembre 2006

solo 100 marcos

En el frente de Briansk (1941): “El interrogatorio de un traidor en un pequeño prado, un día de otoño tranquilo y claro, con un sol suave y agradable. Lleva barba crecida y viste un abrigo raído marrón rojizo y una gran gorra de campesino. Desertó hace varios días y fue capturado la noche pasada en la primera línea, cuando trataba de pasar a nuestra retaguardia vistiendo esa ropa campesina que parece sacada del vestuario de una ópera. Loa alemanes lo habían comprado por 100 marcos. Volvía para localizar cuarteles generales y aeródromos. ‘Pero si sólo fueron 100 marcos´, dice arrastrando las palabras. Piensa que la modestia de esa suma podría hacer que lo perdonaran. –De los apuntes de Vasili Grossman, editados por Antony Beevor en Crítica como Un escritor en guerra.

24 septiembre 2006

Carril cuerdo ya!

Esta mañana la policía bloqueaba cruces y semáforos para que las bicicletas pudieran circular por la calle arturo soria sin el habitual riesgo de ser arrolladas por coches y autobuses. Buena parte de los supervivientes eran hoy niños a los que el fastidio de los automovilistas presos en sus coches les debía sonar mil veces más llevadero que la olla de insultos y desplantes en que consiste, diariamente y a todas horas, el tráfico de coches contra coches. Las putas bicis, su necesidad de protección severa en esta ciudad, o lo que es lo mismo, el que obligue a enjaular a quienes viajaban en coche esta mañana por la zona, no expresa que uno y otro medio de transporte sean incompatibles, sólo que uno de los dos es tan fragil que no puede permitirse, sin separación, el habitual nivel de agresividad y maleducación que rige entre quienes conducen coches. Un estudio reciente demuestra que la bicicleta es, junto a la moto, el medio más rápido para desplazarse por el centro de la ciudad, y cualquiera que se asomara a los rostros de quienes se bajaban de la bicicleta esta mañana tras el recorrido entendería que la ventaja de hacer deporte no es llegar antes a los sitios, sino sentir que lo haces mejor, que la distancia le sienta bien a tu cuerpo. No es poco en una ciudad en la que los horarios laborales, entre otras tensiones, es en sí un atropello constante a lo razonable. Nadie pensaría en una bicicleta para viajar a Palencia. No es menor despropósito, ni un ápice menos, pensar en el coche a toda costa para desplazarse 4 o 10 kilómetros urbanos. No es grave pues, por lo demás, en esta ciudad apenas se fuma, se luce obesidad o se escucha a según qué idiota a través de la radio. Y lo mejor de todo, ninguna otra forma de bajar el barril de petróleo a 30 dólares requiere tan poca intervención de bush.

23 septiembre 2006

memoria al por menor

Alzheimer avanzado de un hombre al que, nada más oír de él, hallo en el ascensor. ¿Qué tal todo? –pregunta. Y qué es todo, y qué es bien, qué mal. Qué es lo que sé ante él.

22 septiembre 2006

Lorca eran todos, incluído Valle Inclán

El argumento de la obra Amor de Perplimplín –el honor del anciano casado con una joven impelida a ello sin quererle sino por su fortuna- adquiere el color de lo real al ser interpretado por una compañía japonesa, acaso el único país en que la noción de honor resiste a la fosilización que impera en el resto del mundo más allá de esa noción aberrante que, en tantos regímenes islámicos, pervierte la idea de lo honorable al lapidar con él los derechos femeninos. Transigir con la humillación de asumir, al tiempo, su impotencia –real- y el adulterio de manos de su amada Belisa modela la expresión del honor de Perlimplín -el alma es el patrimonio de los débiles –gime cuando su amada habla del deseo, de un hábito del cuerpo para él desconocido- y ese dolor –que en algo es también el de Othello- merece bien el expresionismo colorista y gritón, y al que el mimo aporta lo grotesco, con que anoche se pronunciaba en japonés. También ese teatro de gesto extremo, que parece linchar los diálogos en vez de pronunciarlos, construye –sin quererlo, cree uno- una versión si cabe más distante de la relación de amor mutilado que une a Perlimplín y Belisa en el hecho de que los actores rara vez se miren, y proyecten, en cambio, su soledad, su desamparo hacia el público.
Por cierto, de la forma de reparación poética que es, siquiera de forma azarosa, compensar la retirada del montaje acerca de Lorca que iba a poder verse en el teatro Español con esta versión de Perlimplín que incluye personajes tomados de la Valleinclaniana Ligazón. Y cómo, por cierto, está Lorca en el teatro de la Abadía destinado, por segundo año consecutivo, a ver sus obras cosidas a otras obras, sean suyas o, como en este año, ajenas. Son todos Lorca, al cabo. Y lo mejor, aún hay dos días para poder verlo: sábado y domingo en el Corral de Comedías de Alcalá.

20 septiembre 2006

qualsevol nit pot sortir el sol


Érase una vez una almendra que navegaba por un río, silencioso y frondoso, sin osos. Un día, la vela se convirtió en tronco y el ancla en raíz, cerca de la casa de mis amigos. Y allí, a la salida hacia la luz de una curva sin prisas, se fue cubriendo de hierbas, helechos y alguna zarza –exploradora de libertad.
Dicen que a las libélulas les gusta las almendras, debe ser que sí, y que las luciérnagas buscan su tibieza en invierno. No necesita puentes, aunque mi amigo se esmera en construirlos disimuladamente. El perro, de un salto aéreo, se planta en el centro, junto al árbol, y muy cerca, ya en tierra firme, una flor roja y alargada como un faro o vela encendida, señala el inicio de la isla, que un día fue almendra, cuyo nombre recuerda a bodelère, y que eligió quedarse a la vuelta de una curva sin lindes, a la entrada del bosque de sus amigos.
Yo no me atreví a pisarla, preferí simplemente ver que era real, sacarle esta foto, y sentir que la realidad muchas veces es del tamaño de los sueños … si uno se atreve a currársela.

19 septiembre 2006

espantapájaros

hago memoria
y sólo recuerdo
los dos últimos pájaros
que pasaron volando asustados

fue hace tanto tiempo que aún se les veía lejos

luego más lejos aún
poco a poco
puntos
solo

nubes, y 5

Se pisa San Borondón casi sin darte cuenta de que has arribado a una isla. Al punto de que una vez en ella uno sólo podría gritar ¡tierra! para referirse a lo que hay más allá de ella, en todas direcciones salvo, se diría, bajo los pies. De ser un país habría de tener a todos sus ciudadanos de embajadores en otra parte. Y esa pudiera ser la pista: permitir que los mentecatos que por doquier reclaman fundar estados, capitales, suburbios mitológicos o ranchos con himno y moneda propia lo hagan hasta que los terrenos que se arrebatan, y al hacerlo prohíben, unos a otros lo sean del tamaño de una isla en que no quepan, y salir entonces, tener que viajar y vivir por fuerza fuera de tu orgullo, de tus dominios. Y ver a las libélulas entrar y salir sin pasaporte.

nubes, 4

Trate de imaginarse esto: un puente que se estira como un insecto frágil sobre un río, en un paraje de Cantabria sin más focos a esas horas que la noche, y en mitad de ésta, visible desde el puente, una grúa en mitad de la oscuridad, como una mantis, que desplaza otro puente cercano a un tramo de vía férrea adherido. Una grúa a esas horas, en ese lugar, amparado por el martilleo de los operarios, como los grillos de una cadena de montaje o dios pillado in fraganti.

18 septiembre 2006

nubes, 3

Ninguna más fija en el cielo que la que se posa sobre nosotros en Bonaco, sobre Sara, y se oscurece lentamente, sopesando la negra, antigua idea de que sólo anegando el mundo se acercaría un poco más el cielo a lo que quiere.

nubes, 2

Una polilla anaranjada, de tipo exuberante –y qué ha de ser a ojos de la araña-, cae en lo que a uno se le antoja, por lo escaso, más que una telaraña la baba del farol en que flota. La araña se acerca con precaución a la turbina en que se ha transformado la polilla que mueve las alas como si la alimentación de la bombilla dependiera de ella, al poco queda exhausta y probablemente muerta. La araña pasará dos días sobre ella, después corta el hilo que mantenía a la polilla presa y apenas sus alas caen al suelo, la telaraña vuelve a ser invisible. Paradójicamente cuanto más tiempo pasa encendido el farol, más invisible la trampa.

17 septiembre 2006

cena para tres

En torno a una infancia, tres mujeres que son tres edades de la misma infancia, del mismo escenario cuando menos. En la fotografía -que pondría aquí si supiera cómo- aparece mi madre desde hace treintayocho años, también la que llame como tal durante mis primeros seis y luego está la mujer que habita ahora, sola, en el piso en que viví con una madre delante y una detrás, o al menos al lado. Cabe que a mi me gustara la inquilina que se bajó con nosotros a cenar hace tres días, y entonces cabría quizá la posibilidad de que acabara viviendo con ella en el piso en que lo hice antes, y en ese supuesto cabría el tener un hijo que durmiera en la habitación en que yo dormí o berreé. Las veces en que lo que parecería un imposible del azar es una opción más del menú.

13 septiembre 2006

Azul oscuro casi negro

Alguien te llama y pide que sugieras un regalo para un director novel amigo suyo, propones un libro en el que varios directores de cine relatan la gestación de su opera prima. Es uno de tapas negras, descatalogado como según qué sentimiento en según qué momento. Y acaba resultando que la película de aquel que vas a ver trata de las primeras veces que se ama fuera de las páginas ordenadas que uno cree escribir al vivir, cuando lo que se siente y desea lo es a pesar de lo que uno y el entorno opina de sí y de sus deseos. La película gira en torno a los que ganan eso y sin embargo la escena más hermosa le parece a uno aquella en que la revelación de lo ganado devasta a quienes pierden, a quienes son no cuando alguien escoge sí. En ella se superpone a dos parejas llorando respectivamente en brazos del otro y ambas bajo una canción que impide escuchar el llanto, como si la música que sobreviene hubiera de pesar más que el sonido del dolor, de lo que se pierde. A la salida de la película uno sintió llegado el momento de decir adiós a la mujer a la que llevaba queriendo un breve tiempo, no hubo abrazo ni llanto ni música que nos tapara porque, al contrario que en la película, a veces uno pierde también en la elección por la que renuncia, como si uno decidiera alejarse del negro para lograr el azul a sabiendas de que el azul no está. Del destino, el fatalismo, y la vida que es tanto el color del cristal con el que miras como el que sientes faltar dentro de los ojos.

Que tu hueso derecho no lo vea

Quizá parte de la atracción que ejerce sobre no poca gente cualquier excavación está en la posibilidad, ligada a lo poco o nada que nos sentimos influidos, acreedores o deudores de todo pasado que no sea inmediato, de que al desenterrar salga a la luz el dolor o la dicha que lo permearon hasta fundirse, por olvido, con la tierra en que quedaron. Asoman estos días las fosas comunes en que se convirtieron tantos durante la guerra civil y aunque sólo quienes buscan aún un trozo suyo se asoman a sus bordes, llegan voces que claman contra el mal de Pandora, como si perfectamente supieran qué hay enterrado y dónde, qué no debe asomar nunca, qué terrible dogma hubieron de enterrar a oscuras. La Ley de Memoria Histórica, apenas tramitada, es ya un osario, un resto de justicia y dignidad que no puede moverse, al que sólo se le permitiera la expresión que cabe concederle a un fémur. A veces parece que elijan esqueleto y dicen “ese es mi padre” –relata un investigador en El País 11.9. Y uno se pregunta cómo habiendo tantos que con tanta generosidad, con tan poca posibilidad de exhumar verdades mayores o mejores, aceptan ligarse a un montón de huesos abrazados, hay quien ve en esa mirada revanchismo, deseo torvo de justicia y memoria ya podrida, transformada por la tierra y el tiempo en esa tumba ajena y escondite para ladrones que es la historia. –del programa de mano (derecha).

08 septiembre 2006

Di que quieres a Black el payaso

Doblemente privilegio, se ha podido ver estos días en el Teatro Español de Madrid dos obras de Pablo Sorozabal, sirviendo la primera –Adiós a la bohemia- de prólogo sombrío y desesperanzado a la más festiva segunda –Black el payaso. Espléndidamente cantadas ambas, casi de seguido, por Javier Galán, ejerce la primera de cuadro costumbrista y desolado que explicara el origen perdido en los tiempos que abre el rumbo amargo de los cómicos que protagonizan la segunda. Y de hecho, prestando honores esta última al Pagliacci de Leoncavallo, se abre Adiós a la bohemia con un prólogo que recuerda inequívocamente al de la ópera de los payasos criminales. Realismo, cosa amarga –escribió Pío Baroja para la primera de las operetas, y ese es también el leit motiv de la segunda, en la que se anuncia la vacante de un trono que ni los payasos, por desprestigiada, quieren. Pero por encima de esas similitudes, lo es de una forma más honda la historia del payaso y su amor perdido, que tan similar en extravío, máscaras y equilibrismos gimen, sentados a una mesa, los enamorados en Adios a la bohemia. Vale más vivir en el sueño –repite el narrador en la primera. Di que quieres a Black el payaso –repite el payaso a punto de perder el amor de la mujer que busca en él al príncipe que nunca fue. Y con todo, nadie más feliz en la sala –de estarlo- que Hernán Gené, que, involucrado también en Black, suma de esta forma una joya más a aquel maravilloso De Horacios y Curiacios que dirigiera el año pasado en La Abadía.

06 septiembre 2006

dos

U2 en Boston, junio de 2001. Bono sube a una chica al escenario, ambos se tumban en medio de la pasarela circular. Rodado, como todos los suyos, por Hamish Hamilton, la grabación recoge un primer plano de la chica moviendo los labios al tiempo que Bono canta with or without you. De los dos, es él el que permanece enfocado todo el tiempo, y sin embargo cuánto más bello habría sido lo contrario, cuánto más oportuno.

30 agosto 2006

conciencias

Se cumplen cincuenta años de la muerte de Jackson Pollock y Bertolt Brecht. Si la conciencia se introduce en el cuadro procuro eliminarla. Es una carga extra e innecesaria –recuerda Fernando Castro Flórez en abcd que dijera Pollock. Y tan cerca, Brecht, que hizo de la conciencia la mayor carga que había de llevar sobre sus hombros el teatro y quienes asisten a él.

todo el pecado vendido

Un desdichado, enloquecido donde su comunidad viste “agraviado”, acaba de degollar a su hija por fumar, por salir con un joven no musulmán, por vestir cómo se viste en Italia y no en Irán. La comunidad musulmana a que pertenece el asesino lo acoge al principio y después lo entrega. Son demasiadas paternidades sobre la misma cabeza, y todas exigen la inexistencia de los otros: los hijos lo son de sus padres, de los dioses y del entorno en que viven. El primero de los padres niega los derechos que sobre su hijo tienen el último de ellos y al tiempo pone los del segundo por encima de los suyos propios; el último de los padres relativiza el peso del primero y expone la farsa del segundo. El segundo no sabe ni contesta, y es previsible que sea así puesto que justo eso requieren los primeros para, impostada, hablar con su voz. Más normal es pensar que si la paternidad está tan repartida también ha de estarlo lo que un hijo debe a cada uno de ellos y en esto cabe ver como saludable que sea el juicio sobre los derechos ganados de cada uno los que determinen la división, el trozo de respeto que se le debe a cada uno. Si nuestras cabezas no funcionan con semejante idea de lo merecido es porque en muchos sitios aún hay quien sugiere cortarla si la división no coincide con la que él tiene en la suya. Es un chantaje basado en deudas que se le cargan a uno aunque ni locos hubiéremos encargado la mercancía, y nadie más que las religiones tienen razones para perpetuar ese chantaje, pues aquello que ponen en la balanza sólo está en sus cabezas y cuando se ven desvaríos a la luz del día no hay necesidad ni de ver la balanza, ni tampoco las cabezas de quienes piensan de forma diferente. Como también sabe ese organismo de seccionar ideas que es la iglesia católica, todo acaba siendo el tener derecho a pensar libremente de dónde se siente uno venir, que es lo mismo que decidir a dónde, a qué pertenece uno. Que le corten la cabeza –dicen los reyes de este mundo. Cómo pretender que se vean las manos de asesino en el espejo si viven dentro de él, en su paternidad de las maravillas.

29 agosto 2006

Nubes, 1

No hay nada ahí fuera cuando uno sale al balcón, nada es ni el negro de las cosas tapadas. Como si en vez de noche tuviéramos delante no el plató de lo iluminado sino su hurto, su traslado urgente a cualquiera sabe dónde. No hay hebra de luz a la que los ojos puedan soñar acostumbrarse si perseveran lo bastante, nada que le preste su visibilidad, ni nosotros. No existe la montaña de enfrente, tampoco el río que le corre al paisaje junto al dobladillo; no los espinos, las hayas, los castaños, los robles, las higueras; no las vacas, los pastos, los sembrados; no las casas como granos. Salimos al balcón a ser dios.

20 agosto 2006

lo esperable

Mi sobrino diego –tres años- pregunta, delante de la tumba de mi padre, si acaso éste no podría salir un rato a que lo vieran y regresar después a donde esté. Como quiera que a la vez se le dice que mi padre está en el cielo –y aunque no- uno se pregunta qué orden, qué estructura del mundo sobrevive en su cabeza a sentidos de la existencia tan incompatibles –que la desaparición y el dolor que él ha visto admita visitas, una especie de eternidad a media pensión. Pero sobre todo, asumiendo que, aunque niño, su mente ha de llenar de supuestos –como hacemos los adultos- los huecos de lo que ignora o no comprende, qué mundo es el que, permitiendo su pregunta, ha de informar a otras áreas de su mente que tal vez se construyen a partir de esa premisa –que el cielo esté arriba y abajo, que un hombre pueda pasar de vivir a la vista de todos a hacerlo bajo una piedra de la que nunca sale. Quizá no de forma muy diferente se hacen las mentes adultas y algo que no entendemos pero que, aún así, aceptamos y con lo que convivimos, afecta después a la forma en que informamos partes de la conciencia que vivirían más felices, más tranquilas si lo que condicionara su desarrollo, su crecimiento, su capacidad de inventar fuera una idea en armonía con las razones del mundo y las que uno porta dentro. Diego espera en vano, quizá como ensayo del futuro sentir cómo las razones que se nos imponen sin que las entendamos, más deprisa o más despacio se nos mueren dentro –y aquí está el prodigio- sin que por ello dejemos de creer, de esperar a que salgan algún día, para verles la cara.

Para c.

18 agosto 2006

muros, 4

En el edificio nº 8 de la calle Prinz-Albrecht-StraBe se instaló la oficina central de la policia secreta del estado (gestapo) y a partir de 1939 fue además la residencia de la recién fundada oficina central de seguridad del reich. El edificio colindante, es decir, el hotel Prinz Albrecht, sirvió como sede de la jefatura de las ss; el servicio de seguridad de la ss se instaló en el palacio Prinz Albrecht en la calle WilhelmstraBe nº 102. En este espacio muy estrecho se hallaba en realidad la verdadera sede del estado policial y ss de los nazis. En este lugar se planificaron el genocidio de los judíos europeos, la persecución sistemática y el asesinato de otros grupos de la población. Fue aquí donde se organizó la persecución de los opositores al sistema nazi, en Alemania y en los países europeos ocupados y fue aquí donde llegaban los informes de los grupos de intervención móviles de la policía de seguridad y del sd, sobre sus misiones homicidas en Polonia y la Unión Soviética. Aquí se hallaba también la prisión de la gestapo, a la que llegaban los prisioneros primeramente interrogados y en algunos casos torturados brutalmente en la oficina central de la gestapo. Los edificios fueron seriamente dañados en ataques aéreos durante la última etapa de la segunda guerra mundial. Después de la guerra, estos edificios fueron sucesivamente demolidos hasta el año 1956. La división de la ciudad hizo que este terreno acabara en la periferia de Berlín Occidental y a partir de 1961 al borde la muralla de Berlín. Su historia fue olvidada. –reza el folleto.
Apenas un pasillo roto que diera a varias habitaciones de proporciones idénticas es reconocible –y visitable- entre la tierra cubierta de vegetación que crece donde hace cincuenta años lo hiciera el dolor de tantos. El resto de la exposición –nombrada Topografía del terror- lo forman varios paneles con la biografía breve y torturada de los edificios y de decenas de sus víctimas. Creo recordar haber leído que las celdas fueron enterradas, y un cuadrado de unos cinco metros de lado sirve de lápida sembrada sobre los restos de las paredes, es una lámina de pequeños escombros rojos, grises, naranjas, y blancos sucios de aspecto tan anónimo y roto como el de quienes murieron en ellas. Mientras escribo tengo uno de esos trozos sobre la mesa, como si al llevarte un fragmento del dolor de otros les dejaras menos.

caronte y el recuerdo

Plutón tuvo una luna hasta ayer, ya no, y en su lugar surge un planeta de la misma masa y el mismo diámetro que aquella, incluso con su mismo nombre. Alemania tuvo un escritor que escribiera la cobardía y la ceguera voluntaria de quienes para poder ver en todo su esplendor la sangre afortunada que les corría dentro hubieron de negarse a ver la que pasaba fuera, empapando el mundo. Pero en tanto el valor de una idea, como el de una esfera inmensa, no reside tanto en lo que fuera durante su formación, sino en lo que dice, contribuye, añade o resta a su entorno, cabe esperar no oír a nadie clamar contra el nuevo planeta porque el nombre que damos a su presencia modifique lo que hasta ahora sabíamos de ella. Gunter Grass no es mejor ni peor escritor por haber militado en las ss, como tampoco han de ser menos dolientes, justas, necesarias las palabras con que llamara cómplices a millones de alemanes por el hecho de que él estuviera, al mismo tiempo, en ambos lados de la oración: en la denuncia y lo denunciado. Inflamarse de indignación por algo que a la vez le arde a uno dentro, oculto, a oscuras, sólo suena desgarrador, decepcionante si se juzga lo que tal discurso debió significar para él en el momento de exhibirlo. Pero eso no tiene nada que ver con la forma en que el mundo merece, necesita esa y mil denuncias más, siquiera vinieran siempre de manos con un pasado sucio. El propio Grass debía saber cuando publicó El tambor de hojalata que este es un mundo de alcances torpes y mezquinos, en el que el juicio acerca de las ideas –cualesfuera- ha de sobrevivir muchas veces a la mirada que lanzamos sobre quien las enuncia. Así el color de piel, la voz, el sexo, la vestimenta son tantas veces la idea que nos habla por mucho que a la vez traten de hacerlo los argumentos que de aquellas surge. Si el dicho bíblico hablara de piedras más fundadas, de ideas lanzadas con más precaución, con más razón en cada dedo, veríamos quizá en la denuncia un acto de justicia cuya validez cabe buscar en las ideas que porta, no en la mano que las lanza. La derrota de Grass no es, hoy, cincuenta años después, la de sus ideas –a salvo, felizmente-, pero pudo haberlo sido entonces. Ese es el riesgo: que ganaran aquellos a los que él denuncia, quienes –con nazismo o sin él, al jalear una cultura de crimen, saltarse un semáforo o admitirse con más derechos que un chino- ahorran juzgarse culpables en la idea de que todos los son, de que todos lo hacen, de que nadie es quién para acusar a otro. Mientras las ideas que él ayudó a mostrar, descarnadas, siguen despidiendo ese olor a la luz de los días, ni los supervivientes de su división le recuerdan.

17 agosto 2006

muros, 3

Todo civismo se basa en la visibilidad del otro, en la forma en que los derechos de uno le rodean aún cuando no los reclame a cada rato. Paseaba uno maravillado estos días de que los trenes, los coches, los tranvías, los peatones berlineses convivieran en quietud con el sinfín de bicicletas que, en marcha o aparcadas, recorta el espacio disponible de aceras y calzadas. Ni una ni otra poseen espacios rácanos y esa generosidad en el urbanismo ha de ayudar a que los derechos de unos y otros convivan sin apreturas, en la idea de que la abundancia contribuye a ser justo con el derecho del otro a que sus pasos lo sean de forma diferente a los de uno. Y quizá la costumbre de la visibilidad del otro a la hora de desplazarse influye en la forma en que se mueven las ideas que salen de nosotros una vez parados, en cómo son escuchadas, en cómo se las permite echar a andar aunque no sean las nuestras. Gobierna en Alemania una coalición de los dos grandes partidos políticos y uno sabe imposible esa idea en España, donde los coches y los peatones –entiéndase aquí derechas e izquierdas, alternables según el carril del poder, rápido o lento, por el que circulen- no sólo hacen lo imposible para que el otro se estrelle lo antes posible, sino que prohibirían la libre circulación de las ideas del otro si pudieran. Ya en Madrid, esperábamos en el aeropuerto la llegada de un taxi, apenas diez personas formaban la cola a esas horas de la noche y un tipo –maletín, aspecto de ejecutivo de alguna compañía- se fue directamente al principio de la cola. No la veía y siguió sin verla cuando, ya echado a un lado, se le recriminó por qué se colaba. Teniendo el atropello, quién necesita bicicletas.

16 agosto 2006

muros, 2

Una superficie de unos doscientos metros cuadrados en el centro de Berlín, sembrada de bloques de hormigón gris oscuro de planta cuadrada y sin inscripción alguna, de un metro de lado y altura creciente a medida que convergen hacia el interior, en perfectas hileras angostas que permiten ver el final de cada pasillo apenas iniciado. Un laberinto de entradas y salidas alineadas, nítidas, perfectas, que en la periferia del conjunto, en sus primeros bloques –alterada la longitud de uno de sus lados- semeja lápidas, cientos de ellas, que van creciendo en altura e igualando la dimensión de sus lados en su camino hacia el centro. Es un cementerio del que uno sale fácilmente vivo, y su simbolismo cambia a medida que se yergue: pasa de ilustrar a través de las tumbas imitadas el holocausto que honra, a representar una opresión –en su parte más alta los bloques miden tres metros de altura- que permite ver en todo momento la salida, las múltiples salidas disponibles en asequible línea recta. Pero algo se pierde entre tan generoso hilo de Ariadna, y lo que obedece seguramente a una medida de seguridad elemental en un sitio tan sombrío y estrecho, no deja, por ello, de privar a quien lo pasea de una sensación más acendrada de angustia y extravío que rememorar la muerte debe éticamente, en ciertas muertes, contar de la vida de quienes la sufrieron por la fuerza. Es, con todo, sobrecogedor en la lisura, en el anonimato de los bloques de una simetría de cosa, tan lejana de la irregular piel de las vidas humanas cuya ruina lamenta. No muy lejos, como parte del Museo Judío y diseñado por Daniel Libeskind, un segundo conjunto escultórico muy similar, compuesto por veinticinco pilares de dimensiones cercanas a las del primero, igualmente alineadas, si bien más altas y con ¿olivos? que crecen sobre ellos- proyecta hacia arriba la generosa interpretación del laberinto pero no tapia una sola de sus salidas. Como si encontradas, diera miedo ocultarlas de nuevo.

15 agosto 2006

muros, 1

Dejan a veces los triunfadores de las guerras figuras que representan, no la victoria o el sufrimiento que causó, sino más desdichadamente el rostro, siempre sombrío, de la dominación por la fuerza, más brutal, menos humana cuando más prolongada la guerra. Antes de ver confinada su imaginería al lado este de la ciudad, el ejército ruso -que entró en Berlín antes que nadie en 1945- dejó la estatua de un soldado ruso sobre un pedestal de unos ¿seis metros? de alto. Flanqueado por sendos cañones y tanques, cabe suponer parte del asedio a la ciudad, incluye una tumba, justo delante de la figura tan elevada como altiva. Sólo junto al pedestal, mirando a la estatua desde ahí, se aprecia cuán asequible, quizás irrenunciable, lo que va de la justicia a la venganza. Aun cuando reconocerlas claras sea a veces difícil, las guerras lo son, en términos generales, en defensa o en ataque propio, y así el gesto de la estatua no habla de atributos, ennoblecidos por la victoria nacida de la respuesta ante una agresión, como son el dolor, el sacrificio, la sangre que siempre exigen las ideas, la memoria por lo caído, por lo perdido y lo salvado. El gesto exhibe, en el pie avanzado, pero sobre todo en la mano izquierda que se adelanta como lo haría un dios cruel, todo el sojuzgamiento, toda la dominación supraterrenal que sobre un país devastado tiene ante sí quien lo derrota. En su rostro, tallado de un material cercano al de los tanques, hay el mismo totalitarismo, la misma opresión, la misma disposición sobre los vivos que las ruinas del mundo mostraban entonces como cementerio a cielo abierto para con los muertos. Dejó la propaganda rusa, como la china o la coreana, bustos de sus líderes como dioses bajados al mundo para ordenar las vidas, y a medida que esas imágenes se alejaban en el tiempo de las revoluciones que las engendraron, sus gestos, las posturas del cuerpo se volvieron más sociables, risueñas, redentoras por la vía de la alegría, ausente en la vida cotidiana de sus pueblos sojuzgados. En mitad de un parque de Berlín, en la avenida principal que atraviesa al mismo tiempo la ciudad y conduce al parlamento, no es el rostro de Stalin el que dicta el mundo desde lo alto de la estatua, sino el de un soldado anónimo, uno que quizá pretende que quien en ese gesto se adueña del destino del mundo no es un hombre sino una idea, y es justo lo contrario: hay carne en esa mano extendida ominosa, la carne fría de los hombres que ven en el derecho de las sociedades a vivir libres el de las estatuas a moverse.

brevedad del hombre holandés

Dada esa figura jurídica transfronteriza que considera el suelo en que se asienta la embajada de un país como parte de su geografía, un aeropuerto, con sus orígenes y destinos, múltiples y mezclados, sugiere la multipropiedad que no termina de ser más de unos que de otros porque nadie pasa en ellos el tiempo suficiente para sentir más pertenencia que la maleta y su idioma –y es una ironía previsible el que para tantos el idioma sea justo eso: una maleta en la que apenas cabe nada. Uno aterriza en Schipol, Ámsterdam, y es al tiempo y momentáneamente un hombre holandés, una niña de Méjico, una mujer de Madrid o Nueva York, y a la vez es la ausencia de todos ellos, la falta de suelo bajo los pies.

13 agosto 2006

tierra-tierra

hezbolá, como cualquier organización terrorista –y se aprecia a escala cuando una lo logra-, agrediría con los medios de que dispone un estado si los tuviera a su alcance, pero en las consecuencias de esa diferencia, es lo cuantitativo y no lo cualitativo lo que separa el daño de uno y otro modelo de agresión: para ambos, al igual que ocurre con cualquier país, organización, facción, grupo o individuo abocado a un conflicto, la sociedad civil –estructuras e individuos- son el camino más directo -por más fácilmente dañable- para afectar a la opinión internacional y acelerar su involucración. No son distintos para israel los ciudadanos libaneses de lo que suponen los civiles israelíes para hezbolá. Cambia el alcance de los medios a su disposición, pero sólo eso: apenas el daño por minuto, no la voluntad de respetar nada que el otro bando no vulnere ya. Y es un juego pueril, por injugable, por imposibilidad de reconocer las casillas de salida, el de señalar quien empezó, quién hizo qué primero. Junto a los misiles explotan los símiles.

ludwig van verbena

Quizá porque a medida que uno se aleja del centro de una idea se hace a la vez más audible los ecos, el alcance de otras, a veces antagónicas, en la plaza mayor de Madrid se escuchaba hace dos noches la periferia de la novena sinfonía de Beethoven y al mismo tiempo el final de tentáculos de todo orden –conversaciones, palmas, otras músicas, gritos, risas. Conlleva la música clásica una condición frágil en el mundo actual, pues el silencio que exige para darse lo hace vulnerable, invisible por momentos, en el instante en que alguien decide no respetar esa norma. Damos por sentado que la democracia nunca va a ser perniciosa –escribe Fareed Zakaria en su El futuro de la libertad. El derecho natural a convivir en un espacio público la opinión propia con la de miles de personas allí congregadas que sostuvieran la contraria es uno que los totalitarismos del siglo pasado y las periferias sordas de un sistema que ni los gritos escucha han hecho del derecho a proferir lo que sea donde sea uno sacrosanto, pero uno cree ver una diferencia entre ese derecho natural –que nace de la igualdad consagrada por la ley- y un no muy avanzado derecho cultural que condicionara las propias apetencias, no al parecer de mayoría alguna, sino a la propia indefensión de lo atendido. Un adagio es una criatura débil que lo es más al aire libre, y la misma concentración de miles de personas, como si rezaran en silencio por su salud, habla de un hábitat delicado y de su ardua preservación, de cómo ciertas formas de cultura –la contemplación de un cuadro es otra- no soportan esa forma de modernidad instalada entre nosotros que huye de los aspectos de absoluto y hace compatible, cohablable, cogritable, cualquier forma de expresión. Violenta el derecho al silencio –este es, acaso, el más cultural de los derechos y al serlo, el que más se siente como una agresión desde el derecho natural- como si su logro fuera, por fuerza, una imposición, un atentado inadmisible a la voluntad individual y sus derechos. No se lee porque exige el mismo silencio y el mundo es de los ruidos. Como pasara en las buhardillas de los totalitarismos, algunas especies de la biosfera cultural –en la densidad y vastedad de sus conocimientos y sensibilidades, las más valiosas- sobreviven en espacios pequeños, paradójicamente como hace dos noches, allí donde sus voces no pueden ser escuchadas por quienes saben que todo lo que se necesita a veces para acallar una voz no es prohibir hablar sino sólo gritar al lado.

31 julio 2006

El salario y lo mínimo

La costumbre, la repetición más o menos exacta de las tareas que constituyen lo laboral tiene algo de epitafio en vida y, en según qué casos, no menos de desprestigio de la muerte. En lo primero, al grabar en la mirada el destino que nos espera cada día a la misma hora, con el mismo frío en los huesos, el mismo calor derritiendo los días o el mismo archivador viniendo a buscarnos desde la misma pared para hacernos de su misma materia. En lo segundo, al afrontar un riesgo de forma tan habitual que nuestras posibilidades de salir indemnes se nos antoje acumuladas a medida que se juega ese juego.
Workingman´s Death, de Michael Glawogger, ilustra estos días cinco ejemplos de esa costumbre de lo precario en la que la vida y sus contrarios fichan a la vez: cinco mineros ucranianos excavan la que, sin necesidad de mucha imaginación, semeja su propia tumba al horadar un túnel de cuarenta centímetros de alto apuntalado aquí y allá por lo que parecen termos de café. Matarifes nigerianos deguellan maquinalmente cientos de cabras y vacas que otros a continuación despellejan, fríen y lavan como si acarrear y convertir en cosas lo que un minuto antes estaba vivo fuera un mero podar el jardín de las delicias de El Bosco. Acarreadores de Azufre descienden la montaña Indonesa para extraer, entre sus vapores de infierno, 100 kilos de ese mineral que luego han de ascender montaña arriba mientras sortean expediciones turísticas que les ven penar con el dudoso exotismo de ir cargados como mulos a paso de marchista. Un barco petrolero enfila la costa y, como si fuera el avión y el edificio al tiempo, vara a toda máquina para que cientos de obreros metalúrgicos pakistaníes, no menos varados, lo desmembren a golpe de soplete. En unos altos hornos chinos, sus hormigas obreras anuncian la buena nueva del nacimiento del libre mercado, cuya vida prometida verán sus hijos o sus nietos.
El hierro que unos desguazan hace, un océano más allá, los cuchillos con que se desangra a los animales. Éstos son vendidos a cambio del carbón que alimenta en otro idioma los hornos gigantescos. El carbón que se exhuma fríe la carne en otro continente. Aquello que constituye la condena, el logro miserable y fugaz de quienes lo labran en una parte del mundo se revela, apenas, la combustión del infierno de quienes se afanan en otra parte. Es mejor que robar, mejor que estar muerto, mejor que pasar frío, mejor cobrar por ello una piedra que ninguna, mejor arruinar la propia espalda, los propios pulmones que hacer qué –se escucha en el documental. Una tercera costumbre, una tercera aceptación de lo fatal asoma: la de que penar es tan propio del hombre como nacer o esperar un tiempo mejor. Dios lo traerá –también se escucha. Es la repetición, la constancia de la precariedad una mecha, y basta enhebrar vidas suficientes para hacer de ellas bombas. Y si aún así la memoria es lo suficientemente benigna con uno para guardar los días con un halo mejor que lo infame de su destino diario, puede ocurrir que alguien venga de fuera a recordártelo: en la parte del documental que transcurre en Pakistán, un fotógrafo ambulante que recorre el almacén de trozos metálicos y humanos les pone un kalashnikov en las manos al fotografiarles. Después se le ve haciendo entrega de las imágenes, se las guardan, ellos, los que carecen de una vida digna, posando con un objeto en las manos que sirve para igualar el mundo, para acercar, por fin, a todos los hombres en lo mismo.

27 julio 2006

Puercos y el lenguaje como margarita

El mismo día en que el periódico recoge a Stephen Hawking advirtiendo la necesidad de seguir hablando para superar, por la mínima, ese 98% de herencia genética común que nos une a los primates, se hace público el contenido de una carta de 10 hojas escrita por el gran idiota iraní mahmud ahmadineyad a Angela Merkel en que se sugiere la colaboración de ambos países en la aniquilación de Israel. Para qué. Qué gana Irán proporcionando pruebas tan claras de su desvarío si probablemente basta el funcionamiento de una sola neurona para saber que Alemania es, de todos los países del mundo, el que con más horror acogerá la mera idea. Qué gana Irán hablando eso, qué clase de lenguaje, en apariencia común al nuestro, les aleja de aquel que pondera Hawking como instrumento de conocimiento, de entendimiento del otro. Un informe concluye que el 60% de los españoles no ha visto, oído o leído nada acerca del protocolo de Kioto. Otro, que el 28% de los adolescentes varones de madrid ignora que la homosexualidad no es una enfermedad, que el 32% ve correcto tratar despectivamente a un homosexual. Tantos pergeñando escritos cuando deberían estar leyendo, hasta que entendieran. Tantos primates -en su acepción clásica- rezando para no aprender nunca a escribir.

23 julio 2006

ruinas. 3

Exhiben los semáforos en Roma uno de sus discos –el rojo- de un tamaño mucho mayor que los otros dos, e incluso se antojan escasos los ángeles y santos desperdigados que necesita quien pasea sus calles, en las que la primera de sus ruinas se diría son los pasos de cebra, puente tambaleante que uno apenas atrevía cruzar estos días en compañía de varios, en la esperanza ligada tanto al tamaño del bulto como a las leyes de la probabilidad, y que tan similar imagina uno a la que ha de sentirse al caer junto a muchos al agua infestada de tiburones. Se vende –se perdona- como tipismos menores del carácter de una sociedad lo que es simple falta de respeto al otro, a las normas, al silencio, al derecho a no escuchar u observar la maleducación ajena. Uno sólo ha visto un muerto estos días, y de todos los milagros que por doquier honra Roma, ninguno es más creíble que el que cuenta, en solitario, al infeliz que vimos tapado por un manto plateado, en mitad de la calzada. Entonces sí, ninguna mirada lo esquivaba.

21 julio 2006

ruinas. 2

Bajo la Iglesia de la Inmaculada, en Vía Veneto, se anima la visita de la cripta de los capuchinos. La tétrica portada de National Geographic de este mes apenas amaga el espanto indecible que espera al que la recorra, y así la monja que caminaba ese raro purgatorio junto a nosotros lo hacía con un pañuelo tapando su boca, no sé si para evitar lo que entrara o lo que pudiera salir de ella. Arte funeral –reza el texto de las postales que se venden en la entrada. Esto es: cientos, quizá miles de esqueletos humanos –adultos y niños- rotos de forma que sus huesos sirven para una recreación de la decoración barroca que uno hallaría en una iglesia. Arabescos de todas las formas posibles serpentean los muros del pasillo que amaga la nave central a cuyo único extremo nacieran –murieran- las seis capillas, enrevesadas también de incontables cóxis, fémures, columnas vertebrales, metatarsos, cráneos o costillas, por cierto no sólo presuntos trozos voluntarios de los monjes capuchinos sino también los restos, ya rotos en vida, de los romanos pobres, enterrados donde ahora se levanta la iglesia.
El uso de la muerte, su promesa de adjetivos mejores, con que la iglesia se viene ganando la vida y la muerte de miles de millones de personas desde tiempo inmemorial es uno sobre cuya honestidad sólo cabe sospechar dada la falta de pruebas de post-vida, y si nadie ha vuelto de la tumba para contarlo, es ilustrativo el uso que de las pruebas de la muerte –los huesos- hacen sus prometedores. Yace Rafael al pie del muro circular interior que crece hasta convertirse en el inconcebible Pantheon, y allí ha de esperarse sin mucha prisa la resurrección, pero uno no imagina a uno solo de los desdichados de esta cripta descansando en paz, inquietos empleados al albur del dios pegamento para hacer de su muerte molduras de la tumba en esa dudosa reencarnación como yeso de un palacio simulado –las iglesias romanas son eso, palacios, conviene recordarlo.
Uno no ha estado en esos atroces cementerios al aire libre que son los centros de investigación, abiertos al público, que guardan, apilados a mayor gloria de la deshumanización en que murieron, los cráneos y otras partes del esqueleto humano pertenecientes a los millones de seres asesinados en masa en la Polonia ocupada por los nazis o la Camboya de Pol Pot, pero uno duda que el derecho a exhibir restos humanos con fines educativos sea el mismo que asiste, estupefacto, a su conversión en dioramas que los convierten en mero ornamento, donde lo que fueron personas son hoy, desmenuzadas al capricho de un decorador, imitación de guirnaldas y arabescos de escayola, apariencia de pintura, de formas coloridas, de muros engalanados, de belleza al servicio del poder. Cita a Homero Andrés Trapiello al escribir que incluso los asesinos tienen derecho a una mortaja de sombra y silencio.

20 julio 2006

bottom in wonderland

Llevábamos ya un rato en la reunión, ponderando las virtudes del proyecto, sus diferencias con otros de similar hechura, lo novedoso, la ruptura absoluta cuya presentación al público estábamos definiendo, cuando el cliente, sin cambiar demasiado la inflexión de voz, dijo que por supuesto todo es falso, que es más o menos igual que los demás proyectos de ese tipo al uso. Uno lleva muchos años trabajando en publicidad para esperar de ella una mejor cara que la que gesticula el mundo fuera de los anuncios, pero es triste la costumbre de la mentira, no en su ubicuidad –que uno no siente en su trabajo- sino en la normalidad con que se la acepta entre nosotros, entre las manifestaciones con que anunciamos un mundo mejor, uno más próspero, mejor engranado. Como si las molduras mintieran para evitarnos el trago de tener que mirar el espejo de continuo, es justo ésta la mentira que importa, ésta la que hace casi irrelevante sus neones: sólo la transmisión de la realidad mejora, se vuelve más mirable, pero no la realidad en sí, que es el mismo catálogo de depredación, impostura, sobrevaloración y disimulo que nos traemos desde siempre.
Michael Winterbottom dirigió wonderland –por una vez la inicial como minúscula es ajena-en 1999. Ese mundo de maravillas minúsculas es el de cómo la verdad exige no pocas veces que la vistamos de mentiras, aunque sea uno el emisor y a la vez el destinatario. Se miente uno como ensayo general, como si hubiéramos de probar a ser el primero de los clientes de nuestra propia mercancía. En la película las transacciones son intrafamiliares –el marido miente a su mujer, el hijo a su madre, el padre al hijo, la hija al padre, el hijo calla al alejarse, el marido calla por no oir, y casi todos a sí mismos. ¿Te puedo llamar? –pregunta una mujer al hombre del que insiste en pretender enamorarse a pesar de ver nítidamente cuán él sólo quería de ella sexo. El país de las maravillas, al que se llega una vez superados los espejos, allí donde el pudor es la primera de las baldosas amarillas, lo primero que se pisa. Como pisaba sus sueños aquel otro bottom, sin invierno delante pero con una noche peor de verano, detrás.

19 julio 2006

ruinas. 1

Llevaba unos minutos en una capilla en que se celebraba la misa en ese instante, admirando los frescos del techo y sin moverme un ápice, cuando un hombre que franqueaba la entrada se me acercó para susurrarme que la capilla no estaba abierta al turismo durante la misa. Dado que, como digo, mi actitud –ni menos serio, ni menos quieto que cualquiera- sólo se diferenciaba de la del resto en el objeto de mi atención, salí solicito. Y apenas la había abandonado, me di la vuelta y pasé justo delante del mismo hombre, me santigué y entré sin mirarle a los ojos, no sin dejar de percibir que él se hubiera dirigido a mí de haberle mirado. Debiera entonces haber vuelto la mirada al techo como la primera vez, pero preferí mirar hacia el altar, en la idea de que las normas absurdas de la iglesia –que escrutan y juzgan presencias e intuiciones con la misma ligereza y la misma falta de pruebas con que se niegan a juzgar lo que prefieren no ver delante de sus ojos- han de importar mucho menos que el amor propio y el respeto que merece un hombre al que pagan por desempeñar un trabajo. Salí al poco, le hubiera pedido disculpas, aunque al tiempo las escucharan los muros.

12 julio 2006

algunos estupefactos


en la fotografía que nos hace llegar nuestro colaborador de madrid se puede apreciar un detalle del grupo poco numeroso de ciudadanos estupefactos que ayer tarde mostraban su... digamos, disconformidad, indignación, impotencia, etc. con las actuaciones al margen del estado de derecho y del respeto a los derechos humanos tan en boga en la política internacional de la era postdemocrática, fieles exponentes de lo cual son esos dos estados en los que las decisiones políticas (?) se deciden en el despacho del mismo lobby, muy cerca del oval, tan famoso.

11 julio 2006

eroica

Mientras Haydn asiste junto a Beethoven al primero de los ensayos, otra doble presencia, que es, como la primera, encuentro de antiguos regímenes y de sentidos desprevenidos, se revela a la vez en Eroica, la espléndida producción de la BBC de 2003, dirigida por Simon Cellar Jones, acerca del significado de la tercera sinfonía de Beethoven y el auge de Napoleón y su emergente absolutismo, vistos desde un salón de la nobleza austriaca de 1804. Pero la incomprensión, la violencia emocional con que en la película se juzga la primera audición de la obra es una cuya cualidad, cuya inevitabilidad en la magnitud de lo desconocido uno cree compartir doscientos años después a poco que escuche a Hadyn. Y ni siquiera el hecho de haberla escuchado lo suficiente para sentirla familiar le priva a uno de sobrecogerse al mismo tiempo que lo hacen algunos de los actores. Obvio que justo ese es el trabajo de un intérprete, no lo es menos que una de las pruebas de la grandeza en cualquier manifestación artística es justo esa: sobreponerse a nuestra imposibilidad de escuchar, de ver, de sentir por vez primera lo que ya escuchamos o vimos hace tiempo. Tal si poseyera la cualidad de invertir las condiciones de lo emitido y lo percibido, donde la expresión de la genialidad fuera tan magnánima para con nosotros como para consentir que nuestros sentidos sean tan previsibles, tan repetitivos, tan dueños de lo que ya vieron. Como si la sinfonía pensara de nosotros: los tengo muy vistos, pero y.

06 julio 2006

Libre y no

Hay varios falsos destinos visibles a lo largo del metraje de El taxista full. Uno de ellos es la vulnerabilidad de su protagonista –un hombre que roba taxis de noche, cuando sus dueños no los emplean, y los emplea para trabajar. Su precariedad, su desubicación que roza la ingratitud hacia quienes tratan de ayudarle apunta la atención hacia una cierta conmiseración hacia el débil, hacia el desviado. Y no, es de una justicia por inventar que habla la película-documental de Jo Sol. Enfrentado a su ingreso, dictado por un juez, en un psiquiátrico, la ausencia de esa idea de justicia por hallar es desde el protagonista una furia tranquila, domada, que explica él mismo al referir aquella, su idea, como un hallazgo propio, no uno tomado de la sociedad: una idea mía –recalca el taxista sin taxi. Y si el valor de hallarla es, en su convencimiento, más valiosa que la certeza de que con ella vulnera el principio de propiedad privada, es porque en un mundo en el que un hombre no puede, la mayoría de las veces, sino tomar lo que la sociedad quiera darle, inventar una salida adquiere una acepción ética, y de hecho la definición de lo honesto tiembla en su pedestal de barro al oírle decir que en el momento de tenerla, la idea le pareció no deshonesta, una idea razonable.

Al mostrar lo injusto de castigar una forma de impunidad que deja de ser delictiva en el momento en que se imaginan sus practicantes obligados, la película es militante a favor de combatir una impunidad mayor: La acción del falso taxista perjudica a un ciudadano –dicen las leyes, y tal es cierto, pero sólo si el culpable es uno con cara y manos concretas. Si el acusado es la sociedad toda y la víctima un hombre apenas, entonces su cara y sus manos dejan de ser reconocibles, dejan de tener los rasgos visibles, dañinos, imputables que tuviera como causador y no como causado. Me sentía un poco héroe –dice. Y es un heroísmo que sus palabras -tantas veces de una simpleza que no pueden evitar agredir lo complejo de su situación como símbolo- no terminan de ocultar, refugiado en un insistido sólo querer no ir a la cárcel, sólo querer trabajar.

Ya entrados en las consecuencias del aislamiento, Jo Sol explota sin falso pudor ese doble sólo y solo –el hombre es un hombre abandonado por su mujer y su hijo, con el que no se habla, y del que se dice despreciado por su incapacidad para ganarse la vida. Añadido a las trincheras cavadas en torno al significado del vocablo “ley”, esta es una obra acerca de las definiciones como problema, empezando por esa idea de justicia que ni el falso taxista entiende ni la sociedad permite imaginar. Una y otra vez, el taxista peatón no entiende las razones de quienes le acusan, la clasificación de delito con que se juzga su sólo querer trabajar, los argumentos que privilegian el momento de forzar una puerta pero no contemplan lo que se hace tras ella. La sociedad hace bien su trabajo de desorientación, y así, éste tampoco entiende los argumentos de quienes, al sugerir describir su delito con formas menos simples que las que él enarbola, tratan de mostrarle bajo un cristal que le muestre a la luz de la sociedad como un símbolo. La idea tropieza también dentro dado que el hombre, sin decirlo, no se ve como un símbolo, sino como algo mucho más valioso: una persona. No le favorece su negativa a todo lo que no sea la exposición de esa idea razonable que es ganarse la vida haciendo productivo algo que no lo es, pero es que lo simbólico es una creación que halla su utilidad inmerso en lo social, y el taxista falso es, como tantos desposeídos, su propia sociedad.

Dicho ya que a sus ojos tal forma de ganarse la vida no observa robar, sino sólo hacer uso de un medio robado, el punto de vista del realizador también sugiere cómo ambas cosas no son lo mismo. Pueden serlo desde la ley, pero esa es justo la única de las salidas que muestra la película que no miente, una que dice: hay más leyes, otras leyes, unas que deberían proteger a quienes, mayoritariamente, no delinquen a pesar de que la sociedad les impele a ello. Y en ese encuentro de definiciones ilegibles y de perseverancia en una cierta idea de justicia más allá de la ley surge lo que pronuncia el más lúcido de sus defensores, válido aún conviviendo con ese caparazón inevitable: él aún cree en la sociedad, ese es el problema.

En tanto que confundida con la más pueril de frecuente, la idea de lo normal es una de las más necesitadas de una revisión urgente. Luchar es para el taxista de a pie la primera condición de una normalidad que en realidad no sólo no existe sino que penaliza esa creencia: la de que pudiera bastar necesitar algo y obtenerlo para validar sus métodos con ello. En esa definición de lo normal, una de las escenas más duras de la película ilustra, en la narración del falso taxista, cómo la autoridad de un padre, su valor, pudiera estar ligada a ojos de su hijo a algo tan ajeno como la imposibilidad de hallar trabajo. Pues ese es un callejón sin salida: lo que juzga tu hijo por un lado es lo mismo, exactamente lo mismo, que hace la sociedad por el otro: reducirte a lo que tienes, y juzgar sólo eso, no a quienes te impiden tener más.

Hurta espacio lo razonable, lo protestable a tanta recreación pueril de un mundo de trayectos, tarifas y pasajeros sólo en apariencia más propietarios de su suerte, y tan verídica es la supervivencia de El taxista full que ya sólo se puede ver en un cine si se acepta como necesario robarle horas al sueño, a cualquier sueño.

05 julio 2006

1000 años y una lima

Murió slobodan milosevic antes de que el juicio por crímenes contra la humanidad terminara de fijar su apellido en las enciclopedias. Acaba de morir kenneth Lay, fundador de enron y principal responsable de su quiebra que el próximo 11 de septiembre hubiera sido presumiblemente condenado a pasar el resto de su vida en la cárcel por fraude y conspiración. Y el que quienes perdieron el juicio en vida mueran antes de perderlo también delante de un jurado suena a fuga en último momento. Ojalá se mueran –se piensa muchas veces de quienes arruinan la vida de miles o millones de seres- pero es justo lo opuesto: ojalá duren tanto que se les caiga la vida a trozos, hasta que adquieran el aspecto de lo que crearon. ¿Se le morirán a dios los acusados antes de saber qué hacer con ellos?

Pieza para ballet y guillotina

Como si en vano hubiera Francois Poulenc esquivado en 1953 el encargo de componer un ballet para ser estrenado en La Scala de Milán, la ópera resultante de ese regate –Diálogos de Carmelitas- serpenteó sus textos entre las manos primeras de Georges Bernanos, quien escribió un guión a partir de la novela de Gertrud Von le Fort Die Letze am Schafott. El baile no acaba ahí: Emmet Lavery había previamente adquirido los derechos de la historia y con ellos la obligación de ser citado como tal en toda representación, y si bien su nombre no aparece ni como figurante en el folleto que acompaña el montaje que se ha visto en Madrid hasta hace unos días, sí lo hace el de unos -inéditos en la versión de Wikipedia- Philippe Agostini y Raymond Bruckberger como coautores de un guión cinematográfico en que se basa el libreto. Rezuma fe la ópera de Poulenc y en ello pesa, al parecer, no sólo la que profesaba el compositor sino la sorprendente colaboración de Bruckberger, reverendo cuya aportación hubiera uno deseado ver en aquel ballet que no llegó a ser. Pero danzaba el alma a pies juntillas en la sobrecogedora escena final en que las doce Carmelitas son guillotinadas. Como si el ballet que Poulenc no quiso en el escenario se bailara desde las butacas, petrificadas de belleza.

02 julio 2006

de lo rentable

Para afrontar los gastos de la campaña, goring convocó a los grandes empresarios a un encuentro con hitler. Asistieron gustav krupp, cuatro directivos de la IG Farben: albert vogler, de la Vereinigte Deustche Stahlwerke, y otros industriales. hjalmar schacht recuerda: después de que hitler hiciera su discurso, el viejo krupp le contestó con el más unánime respaldo de aquellos industriales a los que representaba –era presidente de la Reichsverband-. Y agregó: el sacrificio pedido será mucho más fácil de soportar por la industria si tenemos en cuenta que la elección del 5 de marzo será seguramente la última de los próximos diez años, posiblemente de los próximos cien años. Seguidamente los asistentes aportaron tres millones de marcos.
-del libro Negocios son negocios, de Daniel Muchnik.

30 junio 2006

La linea que se cruza

Si te vas, me lo dices en cinco líneas. –oí ayer en la calle. Y uno pensó en ese momento que cada vez que él pronunciara o escribiera cinco líneas -ni una más, ni una menos- ella pensaría lo que no es.

28 junio 2006

La inercia, lo inerte

¿En qué medida la vida cultural tiene un compromiso con la realidad y en qué medida la realidad se compromete con la cultura? –pregunta hace seis años en un suplemento cultural Itziar de Francisco a José Luis Gómez. Esto responde: Deberíamos empezar a hablar de la inversión cultural en este país frente a la que se realiza en el extranjero. En Alemania, por ejemplo, la televisión emitió por la cadena estatal las 12 horas del último montaje de Fausto. Hablamos del país que al mismo tiempo fabrica los mejores coches. En comparación, la vida cultural española es muy inerte. Lo que se debe buscar es la rentabilidad social de la cultura que trae consigo un pueblo más despierto, pensante, con mejores ingenieros. Aquí vamos hacia atrás, no sólo en teatro.

A uno

De la selección de torpezas en que se dilapida el tiempo y las energías disponibles, a uno le parece siempre especialmente estéril la entregada al deporte que empieza a gastarse con una gratuidad incomprensible los días antes del evento y pulula por el aire los días siguientes. Uno no es quién para decir si los partidos de cualquier deporte duran mucho o poco, si quizá trece o catorce horas de partido bastarían. Pero está uno harto de que el tiempo que escasea para prestar atención a cosas importantes se derroche puerilmente no los noventa minutos semanales que dura un partido de fútbol –que poco daño ha de hacer-, sino los días interminables en que el mundo parece no tener más razón de ser que el oráculo previo y la ceremonia posterior a los dichosos noventa minutos. Las probabilidades de que la gente entregue su tiempo a pensares más provechosos son inciertas, pero cada vez que la selección o un club de fútbol español es eliminada de algún sitio, esas posibilidades existen, aunque sólo sea durante el tiempo breve en que uno intuye que el tamaño de la decepción que experimenta es demasiado grande para deberse a un partido perdido.

26 junio 2006

Herzog, la épica y las pieles del oso

En tanto que la épica nunca ha distinguido, a la hora de producirse, si la causa que la llama es o no pueril, o cuán pudiera vivir sólo en la cabeza de un individuo, ajena al entendimiento del resto, la narración de la odisea de Fitzcarraldo y la mostrada en Grizzly man no es muy diferente. Ambos retratos –ficción el primero, documental el segundo- dirigidos por Werner Herzog con veintitrés años de diferencia, asoman el desvarío de sendos hombres tan solos, esté con ellos quien esté, revestidos de una épica que apenas comparten quienes les aman –más sospechosa, por inferida, la que muestra Grizzly man. La mirada de Herzog es más compasiva en la realidad que en la ficción, y no porque con Klaus Kinski en la piel de Fitzcarraldo, el perfil del loco sea, de por sí, más difícil de ocultar que el que asoma, transparente, en la propia voz del protagonista de Grizzly man -Timothy Treadwell. Quizá porque la locura de un papel inventado merece menos conmiseración que la que retrate una personalidad real -y fallecida en el ejercicio de su locura- Herzog es prudente, casi se diría caballeroso, en la opinión que ha de merecerle a cualquiera la peripecia de Treadwell. En la confluencia de desvalidos, de locos a causa de una razón noble pero impracticable, Treadwell y Fitzcarraldo afrontan la indiferencia hasta que la transforman en una idea más manejable, aunque para ello tengan que renunciar a ver lo que el mundo –humano o no- hace de quienes ignoran sus leyes más elementales. Y así, donde Treadwell emplea el afecto como arma –os amo –dice una y otra vez a los animales, como quien echara mano de la cartuchera-, Fitzcarraldo apunta un gramófono como un cañón con el que disparara su amor por la ópera a los jíbaros que les acechan. En ambos casos, amansar la idea de la fiera antes que la fiera en sí.
Como si ofreciera las mismas posibilidades a los dos juglares de lo insensato, en ambas obras el testimonio que indica la locura se muestra al poco de empezar: en Fitzcarraldo, Kinski trepa hasta el campanario de una iglesia para gritar que mientras no haya un teatro de ópera –hablamos de un pueblo de Perú de mediados de siglo- la iglesia permanecerá cerrada. En el caso de Treadwell, el campanario es aquí sólo su altura, representada por un piloto que, sin tapujos, declara cómo toda la epopeya, todo el dramatismo y la justicia extraviada de aquel, es sólo estupidez, falta de sesos. Es dudoso que Herzog escogiera, a partir de ese instante –como digo temprano- mostrar sólo las imágenes, filmadas por el propio Treadwell, que corroboran una y otra vez la veracidad del diagnóstico del aviador. Más creíble es pensar que el que se afirmara en público como tonto sin remedio aparente lo haría cada vez que se asomara a ese plató que se inventó en Alaska, junto a todo oso que se pusiera a tiro de su amor. Este es, simple como suena, el trasfondo de la épica según Treadwell: compartir el único sitio y los únicos seres que aceptarían su amor sin hacer preguntas ni exigir nada. En último extremo, es Grizzly man una reflexión acerca de la función del afecto, de los límites de éste como idea autosuficiente, y de las exigencias hacia uno mismo y lo que se recibe a cambio con que ha de ser esparcido. Así, cuando Treadwell dice tener problemas para relacionarse con mujeres, lo que viene a decir es que -como su discurso muestra lógico- lo que ha de tener es serios problemas para hablar con alguien de cualquier cosa. La construcción del personaje Treadwell-amigo-defensor-salvador de los osos es una que se construye sobre los escombros de la persona Treadwell. Incapaz de entender, y convivir, el pelaje real del mundo , ve en la naturaleza el refugio de toda la bondad, de todo el bien del mundo. Es su discurso, envuelto en todo el amor que se quiera, el de un enajenado que, en su rechazo del mundo de los hombres, una y otra vez refugia su aislamiento en la proclama, orgullosa en tanto que robinsoniana, de ser un estudioso de los osos, pero es sólo afecto, no hay análisis ni reflexión, únicamente amor, uno que, obvio, no cabe fuera de esa arcadia: el yo te amo, luego tú, por lógica, has de amarme. Veía en los osos gente disfrazada de oso. –dice el piloto. Quizá al habitar un mundo en el que amar juega un papel tan sujeto a prioridades más prosaicas cuando no abyectas, nos es inevitable pensar que el amor lo disculpa, lo justifica todo, y ese es el primero de los chantajes con que se observa la peripecia de Treadwell –que es, en realidad, apenas la capacidad de querer más que el uso adecuado del amor como recurso- El segundo filtro que distorsiona nuestra mirada es aquí la soledad del protagonista –no entres en cámara –dirá a una de sus acompañantes- ha de dar la impresión de que estoy solo. O ese forense místico que asoma para hurgar en autopsias metafísicas, y al que uno imagina también más solo de lo aconsejable, o quizás malacostumbrado al contacto con ideas inertes. Y finalmente tenemos acaso el más irrenunciable de los tres sobornos: la indefensión de los animales, su vulnerabilidad, que es en la postura antes mencionada de Treadwell una aún más escorada hacia la beatitud: ese “no hay odio en la naturaleza, sólo amor, o ya me habrían comido”. Hacia dentro del propio protagonista, el problema, el abismo del error, tiene un aspecto algo diferente: uno que confunde la acepción de lo justo, lo que debe ser, con lo que es capaz de entender. Siente Treadwell y eso es suficiente a sus ojos para fundar la renuncia o la incapacidad de pensar. Este es un problema extendido que en su caso, añadida la soledad y el objeto de su afecto, no le permite ver siempre claro lo que siente o piensa.
Es este velo el que la mirada de Herzog amaga revelar al final, cuando dice que él sólo ve indiferencia donde Treadwell amor, armonía y un orden mejor. Cómo al observar a un oso, a sus ojos somos una opción más a la hora de buscar comida. Y que ese sea un sentimiento igual de primordial, igual de básico que el amor con que la mirada del guerrero amable –así se nombra Treadwell- recubrió su periplo en Alaska durante trece años muestra cómo la evolución premia no las herramientas más útiles sino sólo las mejor empleadas.

20 junio 2006

Los heroes

Indefensa, va y viene la memoria por las páginas del periódico, hoy. En la página de la izquierda, va en las primerizas palabras de contrición que el lehendakari ibarretxe pone a los pies de tanto exiliado, atemorizado o asesinado al “lamentar la soledad en la que en muchas ocasiones habéis tenido que sobrellevar el dolor por la pérdida de seres queridos, y os pedimos perdón por esa lejanía que, a veces, habéis sentido de los poderes públicos”. En la página de la derecha, la memoria viene lo suficiente para, en boca de un concejal de herri batasuna, negar su implicación en un crimen de eta –no fue así -dice- pero no se queda lo suficiente como para aportar una verdad mejor –no lo recuerdo, pero no fue así. La heroicidad o la cobardía son algo más que la decisión de pasar página o de quedarse en ella sin quedarse. Y así, va y viene la memoria atravesando de silencio cómplice a quienes sólo ahora vacían sus bolsillos y la exhiben, como diciendo: siempre la tuvimos, siempre la reconocimos cerca, siempre sentimos su peso con nosotros. Y sin embargo no hay heroísmo en exhumarla cuando se considera llegado el tiempo de llenar los bolsillos de materia más nueva, más aprovechable. Sólo como amenaza diaria, como presencia constante, inexpulsable, admite la memoria tratar de héroes a sus usuarios. De esa pasta están hechos quienes llevan años sufriendo la convivencia de su memoria atemorizada, silenciada, amenazada o asesinada con esa forma de memoria criminal que es la mirada indiferente de lehendakaris y concejales que sólo saben que la libertad no es así, pero tampoco recuerdan cómo es. Engendra la lucha por la memoria luchadores, aunque esa memoria sólo esté hecha, desde los asesinos o los cómplices, de olvido, de no querer recordar, o leer, lo que sólo con mucho esfuerzo puede no verse delante o dentro de los ojos. Junto a la ausencia de memoria de su cómplice el concejal de HB, estos días asoma durante su juicio el silencio de los asesinos que desmemorian la sangre pero recuerdan “alabar a todos los luchadores vascos”. Y en esa lucha, que es para prohibir la memoria, viva o muerta, de todo lo que no quieren, reside todo el heroísmo de los que ven en la tierra que pisan una razón para matar o callar muertes. Pues sólo un héroe –esto es, un medio humano a la manera pagana- podría entablar esa lucha y aspirar a ganarla en nombre de una piedra, un árbol, una oveja

17 junio 2006

hoy, antes, mañana

Hace cerca de dos millones de años, la vida era una gran aventura. Había que salir a buscar comida y existían grandes posibilidades de que uno mismo se convirtiera en almuerzo de las espantosas bestias que infestaban un mundo tan antiguo como peligroso. Un grupo de arcaicos antepasados con los que no podemos sino sentirnos acongojadamente identificados, pese a que eran más peludos, bajos, prognatos y definitivamente primitivos que nosotros, decidió salir de África y asentarse en un rincón perdido del Cáucaso para desarrollar allí su emocionante vida pleistocénica. –de un artículo acerca de las victorias involuntarias de la evolución, en EPS, 4.6.

Ahora se vive una situación de violencia de baja intensidad, de muerte lenta. Ya no hay grandes titulares de pueblos que se queman y violaciones masivas. Pero la gente, confinada, tiene miedo de moverse, de volver a sus pueblos de origen. No pueden salir a cultivar, ni a por leña, ni a nada. Están prácticamente encerrados en sus pueblos. Eso es menos llamativo que lo que ocurría al principio del conflicto, pero igualmente dañino. –de un artículo acerca de la guerra en Sudán, África, en EPS, 4.6.

16 junio 2006

El evangelio según Sezuan

Bertolt Brecht escribió La buena persona de Sezuan en 1943. En ella, tres dioses –que finalmente juraran su veredicto canalla sobre una biblia- descienden a la tierra a fin de localizar una buena persona, una que cumpla los preceptos del altruismo en todos sus actos. La hallan en una prostituta de cuyos actos buenos abusarán desde ese momento casi todos los seres que la rodean de la misma forma que antes se sirvieran de sus actos menos buenos, pero al menos mejor pagados. No tiene su alma, expuesta desnuda a la suerte y la buena fe del mundo, mejor suerte o trato que antes su cuerpo, y es un hallazgo del montaje –estos días en el María Guerrero- que los dioses que la apartan de un camino y la arrojan a otro peor sean en la obra ora hablantes parcos, ora mimos, tal si privados del lenguaje y lo que éste hace con los hombres. La obra es un cristal que va girando sobre sí mismo, revelando facetas del mal en mitad de las caras del bien, y brillos del bien cuando los lados del mal. Es, pues, la narración del triunfo y el fracaso de ambos, personificados en la buena persona de Sezuan –un ser, ella misma, que ha de vestirse de otro mineral, uno más duro, para proteger su fragilidad de cristal bueno. Soy lo que ordenasteis –dice ella al final, vencida, ante los dioses- ser buena y a la vez vivir. Y es tal su desvarío, su zozobra entre el hacer un bien absoluto y ciego que sólo la reporta abusos, y un mal que aporta tanto como quita a quienes emplea, que en un momento de la obra, enfrentada a la única decisión –amar- en que no puede refugiarse en su otra y disfrazada personalidad, la buena persona suplicara no querer saber si el hombre que ama es bueno o si la ama, sólo querrá ir con él, con aquel a quien ama. Ninguna lección aparece más clara en la obra que, faltos los límites reconocibles del bien y el mal, la voluntad de poder equivocarse es de las pocas pruebas de que la libertad que uno posee puede ser ejercida. En esa suma de contabilidades falsas, las morales dobles son aquí triples o cuádruples sin esfuerzo. De un hombre se le dice recto como un cuchillo. El amor es, por demasiado caro, imposible. El dinero se guarda detrás de los espejos –aunque esta última sea una imagen que uno cree, por terrible, no buscada.
Sobre los adoquines yace de espaldas una viejecita. Me he caído de hambre –dice. Se trata desde luego de una tramposa y ese es su truco: dejarse caer en la calle para engañar a los conmovidos transeúntes. Pero yo pienso que una persona que en pleno día se echa en medio de la porquería de la calle para arañar cuatro perras, esas cuatro perras se las tiene bien ganadas. Ha hecho algo a cambio. Nadie se echa por gusto sobre los adoquines mojados y fríos. La anciana preferiría también escribir artículos de modas o bailar valses de Chopin. Pero no puede. Así que hace lo que puede. Se le ocurre algo y lo pone en practica. Se echa sobre la porquería y reclama la paga. -escribió Alfred Polgar en uno de sus relatos, más o menos en los mismos tiempos en que Brecht acusaba los suyos contra el mundo.
Y por cierto, apenas habían asomado, anoche, la mitad de las máscaras superpuestas en Sezuan cuando, no muy lejos, en el Teatro de la Abadía, a la misma hora mostraban por última vez las suyas los payasos que Hernán Gené se inventó para el espléndido y agriamente divertido montaje de Entre Horacios y Curiacios, también de Brecht. Asi que dos obras suyas coinciden en cartel en la misma ciudad. Raro privilegio, del que sólo Shakespeare disfruta por aquí de cuando en cuando. Quizá por eso, como en Hamlet, vuelto a morir el bufón Yorick, nos queda el silencio de Sezuan, aunque sea el de dioses bufones que sólo llorar hacen.

15 junio 2006

Causas, efectos, remates y cabeza

España deslumbra. España ha avasallado a Ucrania en su debut mundialista. Zapatero: “este es el mejor momento que tenemos ante el fenómeno del terrorismo”. –de arriba abajo, leído en elpais.es, ahora mismo.

14 junio 2006

ciencia fricción ?

Lo que sigue me lo he pillado en Interné. La localización es lo de menos.
Situaros: he decidido coger mi maquina del tiempo y contaros como van las cosas por el futuro:

Afortunadamente no se han cumplido las previsiones de tantos agoreros burbujistas y la vivienda en España ha seguido subiendo un 17% anual durante los últimos 50 años, de este modo nos hemos convertido en el país más rico del mundo, porque por ejemplo un ático en Torrelaguna cuesta más que el estado de California y el palacio imperial de Tokio juntos; claro que ya nadie vive en el Centro ni en ningún otro sitio de Madrid, porque esas casas son para invertir y no para vivir.
Yo por ejemplo aunque trabajo en Madrid me he comprado un piso de 40 metros la mar de apañao en una aldea del oeste de Cantabria, que con la autovía queda a un paso; para pagar la hipoteca nos hemos juntado con otras tres familias: un notario casado con una catedrática de universidad, un subinspector de hacienda casado con una abogada del estado y un magistrado del supremo (subcontratado a través de una ett)casado con una arquitecta.
De este modo destinamos cinco sueldos a la hipoteca y uno para vivir; estamos contentísimos con la compra porque aunque al principio nos está costando un poco, luego seguro que ni se nota, además desde que lo compramos hace un año ya ha subido un 17% y por si fuera poco la mujer del notario esta de buena que flipas.
Aunque profesionalmente no me va mal (soy director general adjunto de una multinacional, aunque también subcontratado a través de una ETT)la verdad es que la inflación que sufrimos al ser el país más rico del mundo hace que nos tengamos que apretar un poco el cinturón; de todos modos es cuestión de acostumbrarse, cuando tuvimos que empezar a comer chopped de lagartijas todos nos quejamos y ahora se le da vuelta y vuelta en la plancha y tan rico que queda.
De cualquier forma, aprovechando que han bajado la edad laboral a los 10 años, a ver si saco al rapaz del colegio y lo meto en la ETT, que un sueldo más seguro que ayuda para la hipoteca.
Este cuatrienio el gobierno está en manos de los constructores que, desde la restauración (hemos pasado de la imperfecta democracia liberal a la muy perfecta democracia ladrillil), se alternan pacíficamente en el poder, legislatura tras legislatura, con los promotores de APROIN. En principio es un sistema mucho más estable que la anterior democracia partidista, pues a las tensiones ideológicas y territoriales le ha sucedido la paz estable inmobiliaria. Al fin y al cabo ¿quien va a saber mejor que constructores y promotores qué es lo que le conviene al país, si el país son ellos? Aunque todo no es perfecto, pues últimamente las cosas entre promotores y constructores andan algo más tensas que de costumbre. Se vislumbra una futura alianza entre los APIs y la APVV (Asociación de Propietarios de Viviendas Vacías) que puede ponerle las cosas difíciles a los promotores y constructores. Espero que lleguen a un pacto y reine la paz.
Se han restaurado las cámaras de la propiedad con adscripción obligatoria de todos los ciudadanos. De hecho, para votar hay que presentar la documentación que acredite estar al día de pago en las cuotas de cámara.
Mi sueldo es de 2.000 tochos netos, el tocho es la moneda que sustituyó al euro cuando nos echaron de la UE a patadas (que fea y que mala es la envidia) y se cotiza a un céntimo de euro. En la caja fuerte del banco de España ya no se guardan lingotes sino ladrillos, que en este país han demostrado ser un valor mucho más seguro y rentable que el oro.
La policía inmobiliaria vela con dureza por que se cumpla la ley. Ayer mismo detuvieron a una pareja que vivía de alquiler (el alquiler es delito de lesa patria) y se hacían pasar por propietarios de la casa que habitaban. Se comenta que la policía inmobiliaria tiene ya casi localizados a los posibles propietarios-arrendadores. Como es lógico, la ley es mucho más dura con el arrendador (propietario rebelde) que con el inquilino (un pobre paria no propietario). En nuestra zona de Cantabria no se conocía semejante escándalo desde que fusilaron a los okupas. También están prohibidas las actividades económicas que no estén, directa o indirectamente, vinculadas a lo inmobiliario. Por ejemplo, la policía detuvo el otro día a un par de jóvenes que parecían respetables agentes de la propiedad inmobiliaria y que en la trastienda de su local tenían una plantación de arándanos.
La liga profesional de fútbol por fin se ha quitado la careta y Celta, Barça, Real Madrid, Athletic, Valencia, Sevilla, etc. han sido sustituidos por Vialmar, FCC, ACS, Sacyr, Vallehermoso, etc., que han montado una liga como dios manda, nada que ver con la paletada que había antes de identidades regionales y estilos futbolísticos diferenciados. La liga, ni que decirlo tengo, la gana un año un equipo de promotores y al año siguiente un equipo de constructores y así sucesivamente.
Se ha aprobado una normativa medioambiental muy dura que impide que los espacios estén sin entropizar: es obligatorio que estén ocupados por viviendas, industrias, comercio o infraestructuras del tipo que sea. Por ejemplo, en Madrid ya van por el XIV Cinturón, que pasa a unos 220 kilómetros del nudo Eisenhover. Casi hemos conseguido que no haya nada que no esté cubierto con cemento. Los jardines de los adosados se han cementado y todos los parques por decreto se han convertido en plazas duras. Las zonas no aptas para la urbanización, aunque no se construya en ellas, al menos, se cubren de cemento. Incluso se está debatiendo una ley que va a provocar el cierre de los museos de ciencias naturales y los jardines botánicos. Como el 90% del suelo esta ya urbanizado se está planteando empezar a construir ciudades en el fondo del mar (no se puede vivir en el fondo del mar, así que serian ciudades solamente para invertir). Y como ya no podemos hacer más AVEs en superficie (por ejemplo de Laredo a Madrid hay tres -como había polémica se han hecho todos los trazados propuestos y a tomar por culo), se están empezando a estudiar los AVEs submarinos que van a conectar las ciudades del fondo del mar. Hay gente muy maligna que dice que esas ciudades submarinas son un sinsentido, pero a mi me parece criticar por criticar, pues esas ciudades submarinas para invertir están hechas con todo detalle, incluso tienen sus polideportivos, colegios y hospitales. No se han equipado por dentro, pues nadie va usarlos, pero sus paredes de hormigón son preciosas.
Tras las guerras atómicas provocadas por los propietarios de VPO de Andalucía(que lideraron el movimiento abolicionista y consiguieron su objetivo de descalificar las viviendas protegidas; de hecho, ahora el periodo máximo de calificación de la Vivienda Protegida se han fijado en dos horas), la población ha quedado reducida a 5 millones de españoles y 50 millones de ecuatorianos trabajando de paletas; se han seguido construyendo 800.000 viviendas anuales (la construcción supone ya el 98% del PIB) y ahora tocamos a unas 20 viviendas por habitante (casi todas vacías porque como dije son viviendas para invertir, no para vivir).
Esto es lo que en el mundo se conoce y admira como "el milagro español" y es objeto de numerosos estudios y tesis doctorales en el campo de la psiquiatría. Cada año nos visitan miles de estudiosos de la mente humana de todo el mundo. No me extrañaría que muchos de esos científicos se quedasen, porque la verdad es que como en España no se vive en ningún sitio.
Y eso es todo lo que os puedo contar de lo que os espera; voy a ver si cazo unas lagartijas para cenar.
Y, si non e vero e ben trovato.

fosas asépticas

Se riegan las hierbas que crecen fuera de los muros de las villas lujosas cuyos lindes uno recorre, son hierbas que hacen más agradable las aceras que aprecian los coches, los gatos y raras mariposas. El riego es igual de automático que el mecanismo que, dentro de la cabeza de muchos, chorrea sin parar la idea de que sequía es cuando del grifo deja de salir agua y todo lo anterior y posterior a eso es sólo un problema que queda lejos, a una distancia de miles de baldosas de las aceras propias. Uno cree que la actitud individual ante un tema está indefectiblemente ligada al resto de posturas con que se observa el mundo, asi que uno ve con alivio su falta de tiempo para imaginar qué otros recursos, qué otras posibilidades se dilapidan diariamente con idéntica fluidez, dónde ha de estar ese desague al que nutren directamente todas las tuberías y los pasillos que en el mundo son, si los pies hechos de ese barro pudieron, alguna vez, ser otra cosa.

11 junio 2006

Del tamaño de la rata

Daba la presencia de Juan Mayorga y Alberto San Juan, el día de la función a la que asistí, un raro sentido de vigilancia y complicidad que viniera a validar el dolor que Martín Crimp escribiera en su Cruel y Tierno que estos días se representa en Madrid. Como autor del texto y víctima de la pederastia, respectivamente, en su espléndida Hamelin, vista el año pasado- los primeros contemplaban la obra desde asientos de primera fila, que en esta ocasión eran, de hecho, parte del escenario pues los actores iban sentándose y levantándose de ellos a medida que la obra exigía sus presencias y sus ausencias, y si no fuera porque ambos entraran a la vez que uno al teatro, su papel habría añadido más tensión aún a la obra de Crimp, que de por sí anda sobrada de ello. Es el Cruel del título un compendio de pederastia, crimen y desprecio, que es Tierno también en la medida en que una de las víctimas del Crimen –una niña y el hijo que el criminal tiene con ella- describe su necesidad de éste, de su afecto, de su atención. En ambas obras –aquella Hamelin y ésta Cruel y Tierno- el papel del estado, que es el de la gestión, con no poco de autoprotección, de las víctimas y sus verdugos, teje con hilo de marionetista los actos de unos y otros. Es un estado que crea y ampara a ambos bandos, a los que antes o después habrá de denunciar y castigar como si a una semilla se le acusara de engendrar árboles. Una cierta burguesía acomodada y el telón del acero de los tanques –los militares- son, respectivamente, las creaciones del estado que en Hamelin y en Cruel y Tierno generan actos pederastas y cuya impunidad se ve, en ambos casos, favorecida por la actitud de las víctimas para las que el afecto recibido no es sino una salida al horror respectivo de la pobreza en un caso y la destrucción a bombazos de su poblado en el otro. Las culpas, las responsabilidades, como las salvaciones, se dividen así en partes simétricas: lo que engendra los monstruos engendra también el dolor previo a ellos y la justicia encargada de corregir su mezcla de causas y efectos, como también sus víctimas necesitan por igual que se las quiera y se las defienda de ese querer. En el montaje de Cruel y Tierno que puede verse ahora la víctima es una adolescente interpretada por una joven. Puro realismo. En Hamelin no era así, y la solución hallada lo es en la dirección inicialmente opuesta a la que la verosimilitud aconsejaría: Alberto San Juan interpretaba el papel de adolescente, y uno se estremece al recordar su versión del dolor extraviado, de aquel no entender cómo el hecho de que te quieran puede ser algo tan bueno y tan malo al tiempo. Y si a uno le parece espléndida la elección de encarnar en adulto una voz más cercana a la infancia que a otra cosa es porque esa ambigüedad del juicio acerca de los afectos que nos rodean, emanen de uno o vengan del exterior, es una de criterios y extravíos adultos, una de la que uno jamás se verá libre. Como si ello –el hombre-niño San Juan- reflejara la similar cuota de incertidumbre, de desmanejo del mundo, propia de cualquiera de nuestras edades. El estado aparece con los márgenes perfectamente definidos en la obra de Crimp, pero adquiere la forma difusa, conscientemente creadora y olvidadiza, de los padres de la víctima-San Juan en Hamelin, para los que el crimen es sólo una consecuencia no grave de un beneficio mayor. Cruel es en Crimp el flautista de Hamelin, Tierno la rata, también en Hamelin.

pieza para baritono y envejecimiento

Acaso el Falstaff que Verdi y Arrigo Boito crearan en 1893 un siglo más anciano que el Don Giovanni de Mozart y Lorenzo Da Ponte, fuera no el amo redivivo, olvidadas ya sus artes de seductor hasta no reconocerse como parodia de aquel apetito encarnado, cuanto el extraviado en tales lídes Leporello, criado de aquel, como un Sancho que, de tanto leer las proezas de su señor, se creyera éste, y vinieran los alegres molinos de Windsor a hacer su ego harina.

10 junio 2006

09 junio 2006

Mncars 1. Esperando a Gordon Matta-Clark.

Aunque la casa y la ventana –sobremanera El Guernica y Los fusilamientos del 2 de mayo- vivan aquí ambas, no deja de admirarse cómo estos días se tira la primera desde la segunda en la exposición que permite mirar a Picasso al lado de algunos de los cuadros que él miró para pintar los suyos. Si bien a uno le admira más, siente más logrado el objetivo de la muestra en la parte que alberga El museo del Prado, es en el Mncars donde el duelo –como paredes acribilladas de llanto- que enfrenta ambas obras sobrecoge el alma, pues siendo el dolor que subyace cada una de las dos obras distinta en tiempo y formas, a la vez es cruelmente similar y de un desgarramiento que no exige haber nacido en este país para sentirlo dentro, aferrado a uno, y casi parece una broma, un juego de funcionarios armados e indolentes, la pictóricamente espléndida Ejecución del emperador Maximiliano, pintada por Manet en 1869, y expuesta entre El Guernica y Los fusilamientos del 2 de mayo como se colgaría un cartel que indicara que tanto dolor es una broma, que matar no duele de este lado ni tensa los músculos de quienes la empuñan desde el otro. Anclado el primero por su fragilidad en las paredes del Mncars, las mismas paredes que acogen a Goya permiten, por demás, algo que el espacio habitualmente habilitado en El Prado para exposiciones temporales no hubiera permitido: un recorrido, medido en metros generosos, que media entre una y otra obra, y que, sin la marea de gente interpuesta, uno puede imaginar como el espacio de un duelo entre gigantismos, en el que el mayor de esos enormismos fuera precisamente el duelo que emana de ambas, duelo como enfrentamiento de violencias y duelo como dolor inmune al tiempo. Sendas barreras impiden acercarse a ambas obras y entre las razones ha de estar el vigilar cierta distancia respecto al dolor que guardan. Y es justo eso: lo que al guardar preservan del olvido, como sendas gorgonas a las que se hiciera harto difícil mantener la mirada, dispuestas de tal forma, frente a frente, que sólo un dolor semejante pueda aplacar, contener, al otro. Hay una luz en el centro de cada uno de los cuadros –una bombilla en El Guernica, un fanal en Los fusilamientos- y se hace indeciblemente hermoso imaginarse, a solas y a oscuras, en el pasillo que las une, sintiendo su resplandor, tenue o teñido de rojo. Cómo la luz que muestra el horror es la misma que se necesita para preservarlo, antes y después, de la oscuridad.

06 junio 2006

Versiones del día y la noche

Escuchaba hace unos días a un pianista extraer de sus dedos a Bach, a Satié, a Chopin, a Debussy. Y cómo ante el aprecio general, esbozaba tras el concierto una mueca que venía a decir que existe un Bach, un Satié, un Chopin, un Debussy que sólo él es capaz de escuchar. Hace unas horas, practicaba uno a solas un cierto baloncesto que dejó se serlo cuando una criatura de 2,03 centímetros, 23 años y que viene de jugar en segunda división se acercó a sugerir jugar a un deporte que, obvio, es en él uno y en mí otro. Ponderaba uno su situación –la suya- cuando respondió que estaba sin equipo, y cómo había de emplear los meses de verano para ganar en éste y aquel aspecto de su juego para optar a jugar en éste y no en aquel puesto. Las formas del fracaso ajeno que uno, a ciegas, siente en la boca saber a laurel hasta que pregunta. O cómo el progreso depende, muchas veces, de respuestas que uno no puede permitirse escuchar fuera

05 junio 2006

kimsooja y la sostenibilidad

Al principio, justo antes de entrar al Palacio de Cristal, gana ella, mi rival en el pleito que mantenemos por condenar o salvar al espectador-oveja: te dejo, que voy a entrar a ver un espectáculo. –dice una señora justo detrás de mí. Y al respecto, la instalación de la coreana Kimsooja es un cristal de aumento, si no de quienes la visitan, sí del lugar que la alberga. También en esto gana ella: se entra con la cabeza gacha y ya apenas se levanta. La instalación es una lámina, compuesta de espejos ensamblados, que cubre el suelo por completo, reflejando el armazón invertido del Palacio de Cristal. El efecto obtenido –del que, por esas cosas raras del arte contemporáneo, nada se dice en el texto que contiene el folleto- es una rara sensación de vértigo, que, de no poder levantar la cabeza y apreciar allí el edificio, en su sitio, acorde a Newton, sería inquietante, como lo es apreciar justo bajo los pies una vasta piscina hecha de forja y vidrio, donde el crujir que acecha en según qué planchas del suelo no es menos sospechoso que el hecho imposible de que nada caiga a ella, ni una brizna de árbol. Como si el equilibrio imposible que mantenemos sin caer sostuviera a la vez a todo lo que, alineado en línea recta con nosotros, avanza sobre un pie, cabe pensar que más aferrado a los propios trozos que a la invisible cuerda. Más o menos tímidos, varios hacíamos maniobras de funambulista al caminar sobre el punto más alto de la cúpula. Es hermoso el palacio de debajo, tanto o más que el erigido justo sobre la simetría exacta del final de sus columnas, y así, uno sale de caminar en el vacío sin haber logrado caer en la belleza, tan fácil que pareciera. Ella vuelve a ganar, como se ve. Y si, a la salida, parece tan opaco el suelo, tan ocultos los pozos del buen vértigo, es sólo porque el Parque del Retiro es un lugar de asombro y nadie en su sano juicio iría mirando al suelo.

Madrid-Berlin-Madrid

Protestaba ayer una manifestación la intervención prevista en el Parque de Berlín –una que prevé la tala masiva para hacer un aparcamiento y no sé qué polideportivo de pago- y era el shakesperiano bosque de Darfour que descendía López de Hoyos para plantarse junto a los plátanos y pinos al cuidado de la oruga Macbeth. Al poco desembocamos delante del portal de la casa en que viviera Gabriel Celaya. Sí a los poetas, no al hormigón –se gritaba entonces, tras la lectura de sendos poemas que cantaran, respectivos, la necesidad de la resistencia y la necesidad del árbol, concreto y de facciones amadas, que uno escoge para vivir. Ámparo es el nombre de su viuda. Algo que debió haber dado juego, dado el tema. Un día de sol no muy distinto pasó uno, hace ya años, en La Pedriza, entre sus pinares y con un libro de Gabriel Celaya en la mochila que no pude regalar a la mujer que no apareció ese día. Manifiéstate –debí insistir. Pero nada.

incierta fragua

Compraba ayer, en la feria del libro, tres obras del polaco Slawomir Mrozek, cuando advertí un hombre a mi izquierda que hacía lo mismo, más aún, que lo hacía un 60% más que yo, pues se llevaba cinco. Ese hombre era el gran Forges, y debí haberle pedido que me firmara mis tres libros. Aquello de Borges, entre otros, de que el libro lo escriben los lectores. Consiento el plagio si me lo dedicas –haberle dicho.

01 junio 2006

de un cuaderno

Yo, para todo viaje
-siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera-,
voy ligero de equipaje.
"En tren"
Página 0 del último libro de I. Gibson.