29 enero 2007

buenos aires leído, 1

La enorme marioneta de una niña de siete metros, de la compañía francesa Royal de Luxe, interpretó ayer la primera parte de la obra callejera La pequeña gigante y el rinoceronte perdido, en el centro de Santiago de Chile, y convocó al menos a sesentamil personas. Narra la historia de un rinoceronte de metal que llegó desde Africa hasta las minas del norte chileno, donde huyó a la capital por el temor a las gigantescas máquinas que extraen cobre. La ciudad fue intervenida por los técnicos franceses que dejaron algunos autobuses y taxis volcados, además de un vagón de tren enterrado frente a la estación Mapocho, para sugerir los daños provocados por el animal en fuga. Estaba previsto que la más alta autoridad del país le pidiera apoyo para detener a la destructiva bestia, la presidenta Michelle Bachelet siguió el juego y le pidió que salvara la ciudad, tras lo cual la marioneta salió a perseguir al rinoceronte, que hasta ahora no ha sido visto. Siguieron a la marioneta durante calles, pese al calor reinante, pues el títere debía inspeccionar personalmente los daños. Al caer la noche, se fue a la plaza de armas –corazón de Santiago-, donde instaló su campamento. Allí tomó una ducha y, al día siguiente, retomó sus labores. El centro capitalino ha sido intervenido ya que hay cortes y desvíos de tránsito, además de embotellamientos. –en La Nación, 28.1.

24 enero 2007

Un muro de cal y arena

Pasó Oscar Wilde por la cárcel de Reading –atroz nombre-, y en ella escribió una suerte de testamento de lo injusto, en la que expone lo que le llevó a ella y cómo la persona a la que quisiera y en la que confiara se volvió en su contra. Es un texto doliente, como quizá sólo puede serlo lo que se escribe contra lo que se amó. Lo llamó De profundis. Parte de ese dolor, esa prisión y esa añoranza bucean, como si de una adaptación del libro se tratara, en la película de mismo nombre dirigida por Miguelanxo Prado que flota en la cartelera de milagro, como un poema en medio de un estadio. Hay siempre una película como un naufrago, que nadie se explica de dónde obtiene el agua, y la historia de esa casa en medio del océano comparte el yermo cocotero con las Noticias de una guerra, dirigida por Eterio Ortega –y producida por Elías Querejeta, como queda claro en el reverso de la hoja que imprimen los cines ideal, en la que los premios por él atesorados apenas dejan hueco a reflexión alguna acerca de la película- en la que uno pone de sus ojos la sal que en la película de Prado aparece dibujada. Angosta como una fosa, la película-documental de Ortega comprime en menos de dos horas los años que van desde el desencadenamiento de nuestra guerra civil hasta la derrota de la República. Y si nada parece peor que saber cómo acaba la historia antes de entrar en la sala, que los actores sean reales añade un dolor a su contemplación que no se va, pues, no por conocida, la historia de la amputación democrática y la gangrena de décadas asquea y arranca el corazón con la misma constancia con que las ideas se tornan cascotes antes o después. A través de poesía y trazos de mar en el primer caso, y de llanto real y derrota del blanco frente al negro en el segundo, ambas películas hablan de la vida durante y después de la muerte. Para quienes puedan, sugiero realizar ese viaje el mismo día. Salir de De profundis y llegar a las Noticias de una guerra. Y con la perdida y el dolor de ambas hacer feliz recuento de lo que se posee.

21 enero 2007

Editorial inMUNDO

DEBIDO AL EDITORIAL DEL PERIÓDICO EL MUNDO del pasado jueves 18 de enero de 2007, en el que se afirmaba que la situación de aislamiento en el Parlamento que está sufriendo el PP es "algo políticamente equivalente--y no exageramos un ápice-- a lo que practicaban los nazis cuando enclaustraban a los judios en sus guettos", LOS BLOGS ABAJO FIRMANTES DECLARAMOS:

1)Que el Gobierno y el resto de los grupos parlamentarios se nieguen a debatir una serie de propuestas parlamentarias no es comparable por la situación vivida en los guettos judios durante el periodo nazi, tanto por respeto a la memoria del holocausto judio--la comparación es, sencillamente, una banalización ofensiva para cualquier judio y cualquier persona conocedora de la gravedad del holocausto--como por respeto a unas mínimas licencias de objetividad y de rigor que debe mantener el periodismo.

2)Que la frase reseñada viene a sumarse a una larga lista de despropósitos que vienen apareciendo en los editoriales del periódico EL MUNDO en los últimos meses, sin importar las limitaciones legales, morales y de credibilidad que debe respetar el periodismo, del signo ideológico que sea.

3)Que el editorial al que aludimos implica una comparación aberrante que podría tener consecuencias judiciales. Debido a que los Tribunales españoles se han declarado recientemente sobre las limitaciones de la libertad de expresión, sería conveniente y urgente que los jueces se pronunciaran sobre la legalidad de ciertas expresiones, que están llevando al periodismo hacia la manipulación ideológica más propagandística.

4)Que el periodismo, practique quien lo practique, tiene que tener unos códigos y unas tablas deontológicas. Debido a que en España los tribunales no están pronunciándose sobre hechos tan graves como los referidos, creemos que otras instituciones y colectivos, por pequeños que sean, deben pronunciarse y proclamar su rechazo al editorial mencionado.

5)Que ni las licencias de estilo ni los chichés periodísticos pueden permitirse jugar con lo que quieran, más aún cuando dichas palabras se dan dentro del marco de un editorial de un periódico, género sometido a unos principios de veracidad y objetividad.

Por todo ello, LOS BLOGS ABAJO FIRMANTES SUGERIMOS:

1)Que los anunciantes publicitarios del periódico EL MUNDO se pronuncien con respecto a la gravedad de las palabras utilizadas.

2)Que si dichos anunciantes no lo hacen, los tribunales, o cualquiera de los miembros que lo forman, debería pronunciarse al respecto.

3)Que si dichos hechos no suceden, que la ciudadanía se pronuncie ejerciendo activamente su rechazo a las palabras y a la actitud del editorial de EL MUNDO mediante, por ejemplo, las siguientes acciones:

--Que los blogs y las webs se nieguen a enlazar noticias, artículos y vínculos que remitan al periódico EL MUNDO.ES.

--Que los blogs y webs no comenten (hasta que no haya una rectificación por parte de EL MUNDO) noticias o comentarios procedentes del periódico EL MUNDO.

--Que los blogs y webs eliminen los vínculos de sus columnas que remitan al periódico EL MUNDO.

--Que los blogs y webs exijan mediante artículos, cartas o mediante la difusión de este comunicado, la rectificación del periódico.

--Que los blogs y webs difundan y firmen, si así lo consideran, este comunicado.

Y para que así conste, FIRMAMOS

17 enero 2007

TRÍPTICO

Era una casa inconcebible. Los goznes de las ventanas estaban colocados en sentido contrario al esperado. Girabas la maneta y al abrir la ventana se soltaba del quicio. Le comenté el caso al propietario y me dijo que las ventanas, cuando se quieren abrir...ya son una molestia.


Levanté la vista del libro y le dije que era como acusar a un perro atropellado de no haber cruzado por la zona señalizada. Ella respondió, sin mirarme y sin cuestionarse el comentario, un seco... pues que le jodan; y yo sentí el dolor del perro, y el disgusto de no haber podido evitar escuchar su respuesta estúpida antes de pisar el pedal.


Qué mediocre poder tiene el pensamiento... y cuánto más mediocre suele convertirse la acción que lo sigue... y qué mediocridad la de la respuesta. Y si Dios existiese…

el insulto reversible

Como en el aserto de Brecht acerca de aquello que les pasa a los demás, la visión de Borat, dirigida por Larry Charles, cambia –se vuelve ofendida- en el momento en que se dirige hacia el espectador. La historia es conocida: un falso reportero de Kazajistán recorre Estados Unidos y al asomar su mirada –abigarrada mezcla de estupidez, ingenuidad y absoluta falta de pudor- permite, que en la intimidad, cada uno de sus interlocutores escoja de entre las tres cualidades la más hondamente ligada a su ser privado, escuece que en muchos casos el lado que se muestra al mundo entero es la más directa cretinez. La primera ofensa es la principal en la película: va contra un país que se precia de bastarse a sí mismo en la contemplación de su cultura y los logros de ésta. Es pronto que la visión de la vergüenza ajena, ausente en quienes se muestran como patanes sin mucha defensa, cala y pasa al otro lado de la pantalla, y así, produce vergüenza ajena observar a hombres hechos y derechos declararse, con un guiño, racistas, homófobos, potenciales criminales. Y la patética secuencia en que tres jóvenes celebran su llegada al mundo adulto entre hurras a lo más idiota que el hombre pueda enarbolar escuece más en la oscuridad del cine que en el interior de la furgoneta en marcha en que sucede. Cierto que hay provocación en la forma de asomarse al otro, pero si no hallara respaldo e identificación plena en quienes la afrontan, la película versaría sobre los intentos de un bobo por hacerse seguir, y como sugiere el mito de Fausto, la historia es siempre la de quien compra las ideas de otro, más concretamente –si de buena parte de la historia trágica del siglo XX se habla- la de quienes, tras absolver con su apoyo las ideas más idiotas o genocidas, culpan al inductor, al vendedor de la idea, de sus efectos. Sólo desde esa pretensión de verse absueltos de ser idiotas o voluntariamente ignorantes, cabe que quienes se ven en la película se ofendan de que, como buen espejo, Borat –nombre del falso reportero- se limite a dar la oportunidad a aquellos que se asoman a él de mostrarse como imbéciles o como seres sensatos. Y en la película hay tanto de unos como de otros: por cada vaquero que colgaría a los homosexuales, por cada estudiante que valora a las mujeres y las sandías como el mismo objeto a sus órdenes, hay un grupo de hombres y mujeres que, en cenas o reuniones, prácticamente se niegan a hablarle o le abandonan a poco que éste asoma su discurso procaz, sexista o falto de la más mínima cortesía. La sensación de desagrado con que uno pasa buena parte de la película se debe –cree uno- tanto a ese catálogo de seres abyectos como a la aparentemente innecesaria muestra de escatología que sólo tiene al espectador de testigo. Esta es la segunda forma de la vergüenza que uno reconoce en la película: pues, inserta entre los ejemplos de adhesión o repulsa a las ideas de Borat, hay secuencias en que, sin más persona que el espectador a la que ofrecer la posibilidad de reír con él o salir huyendo, el personaje de Borat actúa para la cámara como si su papel necesitara, para ser creíble, de una continuidad entre toma y toma, algo así como si el actor que hace de tarzán fuese intercalado en la película en taparrabos y dando alaridos mientras, fuera del rodaje, cena con su familia o sale a pasear al perro. Expuesto a lo asqueroso de su conducta, el espectador no tiene la opción de salir de la habitación sin salir a la vez del cine, y en esa categoría a la que eres arrojado, en la que uno carece de las oportunidades de los que aparecen en ella radica, quizá, la sensación de abuso con que uno termina de verla. Como si fuese uno más de la lista de idiotas que comparten su visión grotesca y zafia del mundo. Es legítimo sentir eso como un agravio hacia la sensibilidad o la inteligencia, y es una lástima que al editar la película se considerara necesario para la credibilidad de la zafiedad del personaje el mostrarlo tan naturalmente palurdo y falto de pudor incluso cuando no hay contra quién ofrecerlo como el cebo-baratija de la conciencia que es, pues tal altera, y quizá distorsiona la cualidad del espejo, y no pocos pudieran salir del cine pensando que la película trata de la estupidez del reportero. Un desperdicio dados los ejemplos, en ambos sentidos -para mirarlo recto o darse la vuelta- que a él asoman.

16 enero 2007

Banderas de los hijos que vendrán

Si uno de los requisitos que parecen claros en la película respecto a un símbolo es la conveniencia de no pedirle demasiado, ha de verse como natural el que cada uno de los tres símbolos que recorren Banderas de nuestros padres, de Clint Eastwood, se apoye en el anterior como los soldados lo hacen en la bandera mientras la levantan, el país en la fotografía que los inmortaliza, y la política en quienes, a falta de caras reconocibles en la imagen, tanto pueden ser los que dicen serlo como cualquiera. Los tres mienten, o son mentidos, y se deterioran al tiempo que su construcción como símbolo se asienta: la bandera que se venera como símbolo no es la que fue plantada, ni los hombres quienes levantaron aquella; los hombres que son paseados de este a oeste oscilan entre representar el acto de levantar un país y el deseo de desmontar, de tumbar la bandera, y lo que representa, de donde estuviera anclada –algo que, si se observa la fotografía, es más que una metáfora posible; y la suma de ambas mentiras coincide en la imagen en cuestión para mentir el hecho de que en el momento de distribuirse por todo el mundo, la guerra del pacífico distaba mucho de estar ganada. De las tres versiones optimistas de la realidad, puede pensarse que ésta última es la que más tiene de marketing político al uso y poco más. Pero que ese sea un simbolismo acostumbrado no lo convierte sino en una mentira común, a la que la conveniencia no dota de más verdad. Al cabo, que los símbolos no pueden ir sino en una dirección y que mueren si se detienen se cuenta en la escena más cruenta de la película –la única en que la muerte no es producto de la ira sino del precio que otorga una guerra a las vidas que pasan por ella: un hombre cae al mar y las chanzas primeras de sus compañeros se hielan en los rostros al entender, en medio de las interminables hileras de buques, que ningún barco sacrificará su lugar en el engranaje para recoger al caído. No hay símbolo sin manipulación, no sólo porque la reducción exige que la información que se pierde no afecte al valor inmediato de lo que se exhibe, sino porque –paradójicamente- un símbolo se escoge para hacerlo depositario de toda la información posible: la que se escoge y la que se desecha. En ello radica el valor de un símbolo: en que, defendido adecuadamente, exige escaso discurso y sí mucha repetición. Quizá por ello los tres supervivientes del falso alzamiento de la bandera aparecen siempre repitiendo las mismas tres frases sencillas, quizá por ello la bandera falsa y la verdadera no pueden distinguirse, y quizá por ello la fotografía, al captar a los hombres de espaldas a la cámara, los convierte en cualquiera, o lo que es lo mismo: no necesariamente en alguien concreto. Levantar un símbolo ni siquiera requiere de héroes, en eso la película de Eastwood es también una disección formidable de la idea de símbolo, sus formatos y sus posibilidades, tan cercanas que caben en una imagen.
A no mucha distancia de donde vi la película se alza una iglesia imponente, y en ella, anexo a la sacristía mayor, una estancia en cuyo techo una pintura muestra una mujer sosteniendo un estandarte. A sus pies y en diferentes alturas, varios ángeles vigilan su victoria, espada en mano. Preguntado el guía, responderá que el triunfo no es contra alguien o algo, sino meramente el triunfo de la iglesia. Aún cuando se le señale que un triunfo rodeado de espadas lo es por algo –contra algo- añadirá que es sólo un símbolo. Sólo eso.

15 enero 2007

One, two, three

Anda desparramada por las emisoras de radio una versión reciente de una canción que uno prefiere con mucho en su versión primera, década y medio más antigua, quizá porque la letra y la canción resultante iban entonces hacia el mismo sitio. La canción es One, escrita por Bono e interpretada como si fuera el himno que quizá no sea pero catorce años de escucha le han convencido a uno de ello. Catorce años después y quince segundos menos , la versión que estos días canta el propio Bono junto a Mary J. Blige tiene el aliento que da grabar en vivo –y qué ha de ser grabar en muerto- y sin embargo uno diría que justo los segundos que le han sido sustraídos han de ser los que contuvieran el alma de la canción, quizá porque uno no imagina bailar un himno y esto suena a eso. En el tránsito de aquella primera versión a ésta trató en 2000 la suya Johnny Cash, que entonces tenía setenta y un años, y tal vez porque su tiempo se acababa la canción carece de cuarenta segundos que tuviera aquella, y sin embargo es la misma espléndida, honda canción. Hace unos años uno trató temerariamente de que una marca de coches alquilara One para anunciar un coche cuyos cinturones de seguridad ajustaban no sé qué resorte según la fisonomía de cada cual. Era un anuncio hecho de montañas, de llanuras, prados y valles en los que había letras escritas, no sé cómo. El anuncio no se rodó y uno casi se alegra hoy si el precio era añadir previsiblemente una versión peor de la canción. Casi por esos días publicaba Cash su hermosa versión de Personal Jesús, rara criatura inspirada en un libro de Priscilla Presley acerca de su marido, y que tuvo que pasar por Depeche Mode para enlazar un más natural vínculo entre Elvis Presley y Cash. Si al menos todo esto sonara también cuando uno enciende la radio, tal vez dolería menos.

13 enero 2007

Dos veces hundidos

Casi dos años después, desciende uno por segunda vez El Hundimiento, dirigida por fuera por Oliver Hirschbiegel y por Bruno Ganz por dentro. Más generosa la sombra de éste último, se deja ver con más nitidez la de Thomas Kretschmann, hoy el miembro de las SS Hermann Fegelein, ajusticiado por traidor en los últimos días de Berlín, y al que uno no puede evitar mirar con los ojos compasivos con que su uniforme y su cara salían de El Pianista, de Roman Polanski, tras perdonar, como el capitán Wilm Hosenfeld, la vida de aquel Wladyslaw Szpilman, bajo la piel de Adrian Brody. La mirada que, desde fuera de la película de Hirschbiegel, le juzga actor con méritos para mejor suerte no es muy distinta de la que desde dentro del celuloide le observa a ojos de Hitler como actor también, junto al resto de alemanes a los que toca morir y el resto son consideraciones del autor que sólo a él atañen. Distingue el Hitler-Ganz entre los actores –entendidos como los que actúan- y entre los que son justo aquello que sus actos hablan –aquí está él y su secretaria. Nuestros mejores hombres han muerto ya –dice cuando se le reprocha no pensar en la población civil berlinesa, y lo que está diciendo es que la prueba de honorabilidad, de fidelidad a sus mandatos es dejarse matar. Junto a la línea argumental que explica la película como el arco de su desvarío, está una segunda que narra tanto dolor como la historia de la decepción consciente, ganada a pulso en los buenos tiempos y devastada en los malos: la de un engaño, una mentira que circula de arriba abajo y al revés. Brama Hitler la traición permanente, la desobediencia de sus generales, y ese lamento no es muy distinto del que emana hacia él de parte de la jefatura nazi, del arquitecto hacia el promotor, de los oficiales médicos hacia los no médicos, y de la población civil alemana en todas direcciones si la película hubiera durado seis horas más. ¿Por qué iba a engañarnos? –pregunta una mujer. ¿Qué tiene qué perder? –le responden. Una vez tapados otros cráteres, el abismo de la responsabilidad ciudadana en los crímenes de guerra iniciados por sus dueños militares es uno en el que caben tantos cuerpos como cayeron en sus ciudades, y de ese hundimiento no se sale. Traudl Junge es la secretaria en cuyas memorias se basa parcialmente la película, es ella la que, ya anciana, la abre y cierra. Su última frase es en realidad la primera que se calla siempre, cuando más necesaria, cuando aún podría salvarlo todo: la juventud no es excusa. Tenía que haber sabido, tuve que haber sabido.

10 enero 2007

la confluencia

Escribe Joaquín Estefanía en El País 8.1 cómo “bajo el gobierno de Clinton su administración convirtió en oro lo que tocaba: invirtió la tendencia y los déficit devinieron en superavit (con subida de impuestos), el PIB creció por encima del 4% durante varios años seguidos, la productividad se elevó hasta límites desconocidos por la explosión de la revolución digital, bajaron la inflación y los tipos de interés y se obtuvo el pleno empleo. Para que el círculo virtuoso fuese perfecto sólo faltó una mejor distribución de la renta y la riqueza. Y lo que fuera oro, fue transmutado en plomo con bush: los superávit públicos volvieron a la senda del déficit, bajó los impuestos a los millonarios, el crecimiento ha sido vulgar y los tipos de interés han vuelto al alza. Sólo el empleo continua bajo”. A uno le agrada, entre lo árido de la terminología económica y sus lazos, un término como “vulgar”, inserto como una tapa en el prieto envase de la jerga. También que las políticas sean, a veces, nítidamente en todas las áreas lo que la inepcia de quien las comanda esparce en esa coherencia que uno pide a la idiotez para saberla visible, al menos eso. Parece así que las cifras cuentan lo mismo que las letras, que los libros de contabilidad y los periódicos llegan a idéntico balance, como dos jueces que llegaran a la misma conclusión por métodos distintos. Y casi cabría alegrarse de ese raro acuerdo que clarifica las cosas, si no fuera por cuán esa nariz consensuada explica, condena el rumbo del mundo como el de la miseria ubicua que emana de tan pocos miserables.

09 enero 2007

Dónde debería estar willy

Uno yerra al identificar la obra por la que conoce a Michael Frayn, y que le sirve para sugerir esta espléndida “Democracia” que viera en Buenos Aires hace un mes, y en el errar, la referencia mejora al corregir y cambiar “Cruel y Tierno” –que nunca dejó de ser de Martín Crimp- por la maravillosa “Copenhague”, que se viera en Madrid hace tres años y en este mismo teatro bonaerense de San Martín durante cuatro temporadas seguidas. Aquí el átomo de la cuestión es el alma y sus fidelidades, forzadas y buscadas, pero es, en ambos casos, el mismo encuentro entre dos hombres a los que el tiempo llevará de un lado a otro de la confianza, el respeto mutuo, la colaboración política.
¿Se atreverá a más democracia? –elucubra la voz, desde la sombra: un narrador que da instrucciones al actor que representa a la alemania del este, y al tiempo describe las vicisitudes de la alemania del oeste, como alguien que pide y a la vez narra las consecuencias de lo que solicitó. Estamos en 1969 Y la horca que es el muro para berlín es entonces respecto al alcance de la democracia, en palabras de Willy Brandt –canciller recién elegido- una cuerda que es necesario tensar cuanto más afianzada. Era eso o nada –se escucha después referido a cómo se fundó el país a partir de ciudadanos que lo fueron del reich. Y ese reciclaje de materiales dudosos es el mismo que alimenta cada paso de la fragmentada coalición de socialistas y liberales que iniciaba la construcción esos días la democracia de una sola ciudad y un solo país al tiempo que trataba de evitar en el proceso que su gobierno se atomizara por las presiones internas y externas. La democracia cristiana es aquí la menos externas de ellas, una que al menos permanece en el escenario mientras la obra transcurre. La voz soviética de la rda inquiere, duda y finalmente obliga cosas desde fuera, y su títere es el que fuera mano derecha de Brandt. Esa traición en lo personal se fragua al mismo tiempo que avanza la decepción en lo político, y que acabará sumándose al escándalo que arrancara a Brandt de la cancillería en 1974. Nunca sabe uno con qué voz hablará hasta que abre la boca –dice Brandt. Al final de la obra ese es también el lamento de quien admita su traición. Y uno parecido el de la voz exterior del narrador, la voz de la rda que al final de la obra tendrá en sí, extinta con el advenimiento de la democracia la función de autor, las mismas dudas del actor. Acaso el drama sea ese, el paso de observar la función desde afuera a sufrir los errores con que colaboró a ello desde su alter ego, dentro.

08 enero 2007

Dorothy en la patagonia

Como si el frío del nazismo le hubiera hinchado el cuerpo, la Dorothy que asoma en los rasgos de judy garland tal y como aparece en Judgement on Nuremberg, dirigida por Stanley Kramer en 1961, es ella misma una baldosa amarillenta, pisada con saña dentro y fuera de las películas. Un poco más arriba, en el aire y los pasos que viajan a la altura de las cabezas, dos argumentos se turnan: primero el de sí el juicio a la complicidad del pueblo alemán no es muy distinto al que cabe someter a todos los que ven pasar el mal delante de los ojos sin atajarlo –para explicar esto, el guión esgrime, por ejemplo, razones de constituciones y juristas norteamericanos que no se alejan de algunas practicas nazis- y segundo, ya al final, uno más complejo que al aparecer adopta el aspecto de una serpiente que se mordiera la cola: el de elegir entre acatar la presión norteamericana, que ve más gobernable el país si se libera a los jueces juzgados, u optar por castigar su probada culpabilidad. El eje aquí es entender que los argumentos a favor de considerar el bien mayor –absolverles- es, de darse, justo el que la defensa esgrime a favor de los jueces nazis –su condicionado a ese bien mayor que era la obediencia a los ritos de la nación alemana. Entendidas las pruebas como la parte de ficción del mundo, y el pragmatismo que las interpreta como la realidad que opera con independencia del rumbo de las primeras, se mezclan también allende el dvd que uno recibe como regalo de reyes, y así un día antes de que el fiscal en la película –Richard Widmark- gane el caso, lo pierde en El País 6.1 el que fuera fiscal en los juicios de Nuremberg, Bernard Meltzer, que muere, quizá en el desdichado momento en que alguien entra en la sala y, como en las películas, le pide que se rinda en aras de ese bien común que es el olvido.

07 enero 2007

Dorothy y la patagonia

Entre lo último que uno vio del año pasado está un río de miles de personas fingiendo de noche una carrera, enfundados todos en una camiseta muy amarilla, cortesía del patrocinador. A quién cuento yo el símil –pensaba uno mientras corría en medio del sendero de baldosas amarillas que atravesaba Madrid desplazando el propio sendero, serpenteándolo por la ciudad. Habiéndolo intentado un par de veces sin éxito, uno volvió a relatar la imagen de las baldosas veloces hace unos días, en la noche de reyes. Y esta vez las niñas –unos cinco y siete años- sí sabían.
Hoy hay una estrella amarilla en el suelo, pintada por la mayor de esas niñas, ayer estrella adherida a los cristales del portal como señal para Baltasar, hoy amarilleando la baldosa blanca. Con esa estrella en el bolsillo, lleva uno a cierta familia al teatro de la zarzuela a regalarles Los sobrinos del capitán Grant, que uno viera hace unas semanas. Ese día lo hicieron también dos niñas –unos cinco y siete años-, a ambos lados del delante, probablemente, dada su atención, también sobrinas del capitán Mozart. Hoy, en el trayecto al teatro, mi tía se saca un camino de olvidadas baldosas del bolsillo y cuenta que, en contra de lo que creí, uno ya estuvo en la zarzuela antes, hace treinta años. Más aún: que aquella zarzuela es la misma que uno creyó ver como primera, sólo que treinta años antes.
De los caminos que sólo los niños reconocen, de los que olvidan al crecer, mientras corren y corren.

04 enero 2007

Nuevo grito de guerra


¡Viva Peter Pan!

03 enero 2007

fullbright, fullback

Una simple añagaza informática que traslada los archivos de un servidor al programa de correo que hay en el ordenador, y súbitamente llegan mensajes de hace años como si fueran nuevos: cientos de ellos, como si jamás hubieran sido leídos. Hubiera uno de mi padre, uno sólo, entre ellos y echara a temblar más de lo que ya hago al ver llegar mensajes desde la ciudad en que hoy sé se me esperó, cinco años atrás. Si decidiera abrirlos por segunda vez, ¿qué leería hoy?. ¿Y a quién contesto tras hacerlo?. ¿Y si ella hace lo mismo? ¿existe aún esa ciudad? ¿ cómo se la traslada a un programa de ordenador?

01 enero 2007

Bajar de un tren, subir a otro

Despuntaba ya el día cuando desperté; el tren se hallaba inmóvil; yo estaba en el último vagón y, al notar que algunos se paseaban por entre los rieles, abrí la portezuela y salí, como si el tren fuera una caravana detenida a la vera del camino. No se veía ninguna estación ni señal por las cercanías. La verde campiña se extendía por doquier. Los algarrobos y un campo de trigo la dotaban de una gracia y un interés extraño; pero el aspecto de la tierra era suave y semejaba el de una campiña inglesa. No tenía una apariencia exactamente europea; sin embargo, era lo bastante parecida como para que resultara natural a mis ojos. Y fue en el cielo, y no sobre la tierra, donde me sorprendió notar cierta diferencia. Explíquese como se quiera, por mi parte yo no puedo hacerlo, pero el sol se eleva con un esplendor distinto en Europa y en América. Hay más resplandores áureos y escarlatas en las mañanas de nuestro viejo mundo; y más púrpura, pardo y anaranjado en las del nuevo. Quizá se deba a la costumbre, pero para mí la llegada del día es menos fresca y animadora en éste último; su gloria es más oscura y más se asemeja al crepúsculo que al amanecer. Parece apropiada para alguna época del atardecer del mundo, como si América se hallara en realidad, y no sencillamente en la imaginación, más alejada de la aurora y de las fuentes del día. Asi lo pensé entonces, al lado de la vía en Pensilvania, y así lo he creído una docena de veces en otros lugares del continente. Si es una ilusión, está muy arraigada y mi vista es su cómplice.

–De A través de las praderas, escrito por Robert Louis Stevenson en 1879.