28 junio 2011

Democracia real, como las piedras



La democracia representativa y sus accionistas dobles –los que primero la sustentan al votarla y luego la lamentan en sus resultados- tiene más parlamentos de lo que se aprecia a simple vista. En Buenos Aires termina de descender un equipo de fútbol y sus seguidores, que vienen de pagar durante toda la temporada su asiento respectivo en el estadio y la nómina de sus sudorosos diputados, la emprenden a pedradas antes de que acabe el partido, intentan agredir a sus representantes, queman, rompen, arrancan la parte del estadio que se deja. Siguen haciéndolo en el parking, en las calles, contra partes del mundo –coches, escaparates, farolas, camiones- que forzosamente han de estar contra ellos pues, aunque inertes, no están a favor.
Si el deporte es aquí la ley –sus normas, sus objetivos comunes-, su aplicación tiene el formato de una guerra –el partido es siempre la batalla de tu partido contra otro, las camisetas que visten están hechas a partir de una bandera, y si quienes lo apoyan desde la grada son capaces de insultar, amedrentar o agredir a los votantes contrarios, todo lo que, en el césped, quede por debajo de esa línea es, como mínimo, rendición, deshonor. Los destrozos y los 43 heridos que siguen a la derrota son un acto de guerra, no muy distinto al que, en otras partes de la ciudad o del país, saca otros tantos miles de personas a la calle a celebrar la desgracia ajena. Con esa naturalidad de las batallas que es desear la desgracia del otro como primera bala propia.
Despojar al deporte de su primera propiedad –la aleatoriedad, la forma en que la teoría está supeditada al azar- es solo una de las derrotas aquí. Acostumbrados a que el apoyo incondicional conlleve dar el club a cambio, los dirigentes de los equipos de fútbol permiten o alientan la violencia verbal hacia el contrario, como si lo que uno vino a ver sea la batalla de Agincourt, y la conveniencia de ganarla, una necesidad que poco o nada cuesta ver como obligación, enardecidas las tropas que luchan y las que no. Que lo que sigues, lo que alientas hasta la violencia, sea de tu propiedad, es el triunfo que sucede incluso cuando no hay partido. No es lo que los jugadores pugnan en el campo, si hay un espectáculo que merezca la pena observar en un estadio es la transformación del público en causa y ejército simultáneo. Uno no entiende cómo los jugadores no dejan de jugar y les observan.

26 junio 2011

Banquo. Salida a bolsa.


Abandonados a su suerte los accionistas de su propia hipoteca mientras el padre de todo esto –la banca, y en concreto, la banca autonómica que financió el despeñarse inmobiliario y paisajístico- huye o cambia de nombre para poder presentarse de nuevo, con renovadas fuerzas, o pudor nuevo con que pedir auxilio -que es decir accionistas si el mercado consiente-, el parecido que Macbeth ofrece en estos casos: el de un soldado más, cómplice hermanado del criminal, que comparte y acepta los crímenes de aquel pues eso significa validar los suyos propios. Y que, encargado eliminar, reaparece como un espectro. La maldición que encarna en el reinado que anuncia para sí, es idéntica probablemente a la que contribuye a derrocar. Con ustedes, Banquo. Se le prometió la gloria y aquí viene.

24 junio 2011

Arcade Fire. Live, at your very street

http://www.thewildernessdowntown.com/

22 junio 2011

mientras agonizamos

Cuando algo es nuevo y radiante y difícil, deberá haber también en ello algo un poco mejor que el hecho de ser simplemente seguro, ya que las cosas seguras son esas que la gente lleva haciendo tanto tiempo que casi las han gastado por completo, y no hay nada en el hecho de hacerlas que permita a un hombre decir: esto no se ha hecho nunca y no se podrá volver a hacer. –De Mientras agonizo, de William Faulkner.

21 junio 2011

Pasillos con permiso


Tras quince años de libertad patrocinada, respectivamente, por pakistán y serbia, osama bin laden y ratko mladic caen con un intervalo de meses, aunque no tan a destiempo como para evitar que en pakistan sean detenidos los acusados de colaborar con el ejército estadounidense que lo ejecutó, o para impedir que en serbia miles de personas salgan a la calle por lo que consideran una traición a la patria. Como si la prueba de que se defienden intereses propios del vecindario fuera que se asesina a miles de inocentes, a kilómetros de sus parterres, el criminal de masas es una flor nacional a proteger, cuyo aroma de muerte es, adecuadamente combado el viento, uno que también transporta los mejores valores de la tierra en que naciera.
Hay una escena de Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) en que el justiciero llega finalmente a un hotel, donde antes del ascensor y de la puerta de la habitación a la que se dirige hay sendos guardaespaldas que le abren la puerta mientras aquel va instalando el silenciador a su pistola. La secuencia acaba en una bañera, a la que el pistolero se llega para descerrajar cuatro tiros al asesino que descansa, sabiéndose a salvo, en la bañera. Es el cine y no la justicia la que necesita esos disparos. Pero el logro es anterior, sucede en los pasillos, en la decisión que, inesperadamente, vuelve a favor del juez todos los cerrojos a sueldo permanente de locos y criminales con dinero o prestigio. En esa bañera esperan ya gadaffi, al asad y toda la dinastía saudí.

16 junio 2011

la cara oculta de la estadística


Quizá para compensar lo difícil que puso el dominio de sus bases en relación a las características de sus practicantes –la mano en contacto directo con el balón, la mayor distancia posible entre la mano y el cerebro-, el baloncesto también inventó con ello la visibilidad medible de cada uno de sus actos. Así, al exigir tanto a quien menos debería poder darlo, recompensa con… radiografías nítidas.
Los Mavericks de Dallas vienen de ganar la NBA gracias a un gigante de 2.13 cms. que se va a siete metros del aro para ganar los partidos. Y también, incluso con 38 años ya, gracias a uno de esos jugadores a los que la estadística adora –Jason Kidd- que cumplirá el año que viene su 17 temporada sin haber tenido nunca un tiro bonito o fiable, ni el aura de superclase que exhala Nash, ni siquiera el estatus claro de leyenda del pase de que gozaran Stockton o Magic… a pesar de ocupar el segundo puesto en esa lista histórica, entre uno y otro. Purgado estilísticamente del puesto que más clase atesora en la liga, Kidd ha hallado su gloria… refugiado en la estadística de aleros y pivots. Sus 103 triples dobles (10 puntos, y otros tantos rebotes y asistencias en un mismo partido) doblan casi los de Larry Bird, son cuatro veces más que los de Michael Jordan, Le Bron James habrá de triplicar los conseguidos hasta hoy para alcanzarle. Solo dos nombres le superan en esa lista: Magic Johnson –que sería hoy el primero, de no haberse retirado prematuramente- y Oscar Robertson, que de haberse computado la asistencia como se hace hoy (permitiendo un bote tras recibir el balón), duplicaría con creces cualquier cifra que hubiera dejado Magic.
La década de los sesenta parece anotada por un contable loco: solo en 1962, jugando en Philadelphia, Wilt Chamberlain promedió 50 puntos y casi 26 rebotes por partido. En 80 partidos. Ese mismo año, Bill Russell, 19 puntos y 23 rebotes de promedio en Boston. Pero el prodigio de prodigios estaba en otra parte, lejos del aro… y de los títulos. En Cincinnati Oscar Robertson promedió ese mismo año 30,8 puntos, 12,5 rebotes, 11,4 asistencias por partido. En 79 partidos. Michael Jordan hiló siete triples dobles consecutivos en 1992, probablemente como capricho. Hoy se ve como asombroso si alguien logra diez en una temporada.
Pero algo inconcebible ocurrió en Cincinnati durante los primeros cinco años de la década de los sesenta. Meses después de que la Unión Soviética lograra fotografiar la cara oculta de la luna, Robertson dio comienzo a una estadística que bien podría haber venido de la misma nave: durante su primer lustro en la liga, Robertson promedió 30,28 puntos, 10,38 rebotes y 10,62 asistencias por partido. En la práctica, un triple doble consecutivo durante 384 partidos. Es difícil explicar esto a quien no esté familiarizado con el nivel atlético de este deporte en Estados Unidos. O saber si el símil con un futbolista que marcara tres goles cada domingo durante cinco años es suficiente… o escaso. Las estadísticas no dicen toda la verdad –se oye. Y quizá sea cierto, quizá haya verdades imposibles de entender.

14 junio 2011

cuadernos fieles y mutuos


Que la poesía tiene en la física un cuaderno fiel se ve en la idea de antimateria, en la impensable expulsión de energía de un agujero negro, en la fatiga de los materiales. Que una viga de acero pueda cansarse antes de combarse dice de la arquitectura de las cosas sólidas la misma mezcla de imposibilidad y logro que la poesía de Shakespeare en boca de sus asesinos o secuaces peores: que puedas dar un paso como piedra y el siguiente como verso, sin que las cualidades de ambas impidan volver al estado previo.
Con la antimateria es aún más asombroso: que alguien –o algo- hecho de tus mismas proporciones físicas exactas pueda existir en alguna parte del universo, solo que dotado de carga eléctrica inversa, y que las leyes que prevén su existencia prevean también que, de encontrarte con tu otra combinación, ambos seréis destruidos en ese instante es materia de una tragedia griega, no menos sofisticadamente circular que la que Sófocles imaginó para Edipo en sus tres tragedias conservadas.
Pero es en Bartebly, el escribiente imaginado por Melville en 1856, donde se aúnan ambas –la fatiga de los materiales humanos y, en la compañía de los otros copistas, Turkey y Nippers, la imagen de la copia tan similar y tan opuesta. La historia de un escribiente que renuncia a escribir, que prefiere no hacerlo es pura antimateria emanada de uno mismo, hecha a su vez de esa carga, hecha de ti pero distinta a ti que es, hacia atrás, la memoria, y hacia delante, el deseo. Cómo, dentro y fuera de las ecuaciones y los libros, tu copia perfecta y simultáneamente opuesta está ahí fuera, esperando para alcanzarte.

Para otra versión, no tan inversa: http://enmientropia.blogspot.com/2011/06/ello-yo-superyo-antiyo.html

13 junio 2011

diccionarios francos

pequeña aportación a un prólogo para la edición corregida del Diccionario Biográfico Español:

Junta general de una Real Academia de la historia: Contradiciendo la cédula real que, a su fundación en 1735, animaba a realizar un diccionario que ayudase a aclarar “la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia o por la malicia, conduciendo al conocimiento de muchas cosas que oscureció la antigüedad o tiene sepultado el descuido”, dícese de aquellos que, después de discernir sobre el rumbo anual de la institución a la que pertenecen, se encomiendan a esa figura tan biográfica e historiográfica como sea un dios, o al espíritu santo si la reunión es semanal. Rezo posible para antes de las sesiones de los viernes: “que el espíritu santo ilumine con su gracia nuestra inteligencia y nuestro corazón”. Entre sus miembros, habrá un arzobispo siempre que sea posible.

Composición de una Real Academia de la historia: habrá un censor, que vele por la correcta función de los discursos de ingreso, recepción y contestación, supervisándolos. Si hay que escribir la biografía de un asesino, se encargará al miembro de la Academia que, en lo posible, más próximo a aquel se halle, siendo el de presidente de una fundación que lleve su nombre, aval bastante. Si además es persona que haya desempeñado cargo alguno en un ministerio en los años del criminal, mejor.

Director de una Real Academia de la historia: Se buscará, de entre sus miembros, a aquel al que “no afecte nada” lo que, desde todos lados, se juzgue indignante. Uno que considere normal que las entradas sobre los hijos vivos de los reyes sean escritas por la propia casa real, o que un afín al opus dei firme la de su fundador. Se valorará su renuncia a pronunciar “franco” y “dictador” en la misma frase, incluso el mismo día.

La función que deshacer


Mientras la posibilidad de apropiarse gratis del trabajo de otros por el que antes se pagaba se adueñaba de internet, vampirizándolo, su otra gran virtud –el ojo permanentemente abierto sobre cualquier cosa que ocurre en el mundo- hacía por el teatro un inesperado prodigio: no solo ayudar a convertirla en la única industria cultural que incrementa su audiencia cada año, sino ver venir a los espectadores no desde la calle, sino desde… el propio escenario. La familiaridad con la que, en nuestro país, el conocimiento de la mezquindad política y empresarial va de la mano con la indiferencia demostrada al votar, repetidamente, a los mismos que la protagonizan, no es otra cosa que… costumbre de lo teatral. El hábito de vivir inmersos en una farsa que nos emplea de figurantes no puede ser ajeno a la costumbre de asistir después a mejores, más hondas recreaciones del mundo, que al menos tienen la delicadeza de hablar de nosotros sin… exigirnos además ponerles voz y rostro.
Se lee como virtud de una dramaturgia más próxima lo que es, en buena medida, desde el espectador, sensación de pertenencia, de ser algo no tan distinto de lo que Sanzol, Tolcachir o Del Arco –por mentar los que El País 11.6 identifica como señas de identidad del movimiento- hacen hablar a sus criaturas. Y si, como el primero dice, citado por Marcos Ordoñez, “hay un público que necesita conocerse y hay uno que no quiere conocerse”, tan reconocible es en las salas llenas como en la respuesta de ese público ante el espectador que, interrumpida la representación de un monólogo de Malraux para protestar contra la guerra de Irak, grita que “no ha venido al teatro para oír hablar de política”, o, en medio de Delicadas, hasta hace unos días en el Español, cuando el miliciano inserto en la guerra civil española exclama ¡Me cago en dios!, y ese mismo público asiste atónito al espectador que se levanta para gritar al texto “¡Cállate!”. Incluso sin necesidad de demostrar en público tu sensibilidad, asistir al teatro es contestar a lo que sucede fuera de él, sea a merced de Othello o como invitado al Jardín de los cerezos.
Si estos días muchos de los que visitan a los concentrados en las plazas españolas lo hacen como quien tiene la sensación de asistir a la representación de algo cuyo argumento nadie esperaba, con suerte tiene que ver también con la impresión de que, quien contempla la obra como espectador o actor inerte, bien pudiera hacerlo como autor, dada la fe necesaria. Fingimos ser espectadores que fingen vivir en el año once del siglo veintiuno mientras fingimos sufrir o gozar con hechos que suceden en otro idioma, en otro siglo, en otra sociedad. No es solo para ser entretenido por lo que uno paga su entrada, también para aprender a distinguirse en otros teatros menos necesarios, con suerte a sobrevivir a éstos, a soñar con cambiarlos.

08 junio 2011

al fondo hay sitio


Llamar a una sección “inteligencia” exige o bien ponerla al final del periódico, aspirando a la conclusión, o bien ponerla al principio, aspirando a la hipótesis. El suplemento del New York Times que publica El País opta cada jueves por lo primero, y así, Rachel Nugent escribe el pasado 26.5 sobre la ampliación de 9.000 a 10.000 millones que Naciones Unidas acaba de hacer público, que “la bomba demográfica no le quita el sueño”, pues “son las personas las que determinan si los recursos se usan sabiamente, si los niños nacen sanos o si la propagación de las enfermedades se reduce al mínimo”.
Es una teoría –la de la propagación infinita- basada en principios no menos extendidos: el derecho a la devastación; a la extinción de tantas especies como se nos antoje; que vivir sin enfermedades y sin guerras es cualificación bastante aunque el propio sistema económico en que vives sea justo eso: un virus en guerra contra todo asomo de equilibrio, sensatez y justicia; que el cambio climático y sus constantes evidencias son un producto más, que ha de poder devolverse a la tienda si el resultado no nos convence; que 10.000 millones de consumidores es una gran noticia en un planeta que se desangra para abastecer sin complejos a apenas la décima parte de esa cifra, la que vive en países prósperos.
Son principios que se entienden mejor con solo mirar ese mismo jueves en que son publicados… como la última noticia del suplemento del jueves anterior. Es decir, como conclusión y no hipótesis: allí, en el ejemplar del 19.5, se explica el prodigio de la Tilapia, un pez engordado sin gran control en piscifactorías de Honduras y que se consume en Estados Unidos a ritmo creciente… por esa cualidad concreta: un pez que… casi no sabe a pez. Y justo al lado, noticia de cómo el crecimiento incontrolado del consumo en China produce “cerdo adulterado con el medicamento clenbuterol; cerdo comercializado como ternera después de sumergirlo en bórax, un aditivo para detergentes; salsa de soja aderezada con arsénico; palomitas de maíz y setas tratadas con lejía fluorescente; brotes de soja rociados con antibiótico para animales y vino diluido con agua azucarada y productos químicos y huevos que son mejunjes artificiales de productos químicos, gelatina y parafina”.
Entre tanta receta de la adulteración, el artículo también tiene espacio para definir la naturalidad, el alcance real de la autonomía en el comportamiento de que escribe Rachel Nugent para exculpar a la población de lo que hacen… sus miembros, ese “son las personas las que determinan si los recursos se usan sabiamente, si los niños nacen sanos o si la propagación de las enfermedades se reduce al mínimo” que, en el texto de Sharon LaFraniere es “los productores trabajan en un entorno salvaje en el que los aditivos ilegales están por todas partes y salen rentables. Los fabricantes calculan que las posibilidades de sacar provecho de las prácticas poco seguras superan con creces las de ser descubiertos”. Que, como cualquiera que lea periódicos sabe, es norma en política, banca, industria energética, armamentística, alimenticia y en general, de la actividad humana sometida a ganancia posible.
Entre reducir o aumentar la población, Nugent escoge describirlo mejor como la elección entre “calidad frente a cantidad”, cómo todo lo que hemos de lograr es “hacer de eso la opción fácil”. Es increíble como la humanidad no entiende algo tan sencillo. O más increíble aún, cómo algunos sí.

07 junio 2011

Tormenta que se muerde la cola


Ni la frecuencia con que la naturaleza contiene simultáneamente dos fuerzas opuestas –el sol y la llovizna, la flor y el rayo, la abundancia y la escasez- es bastante para sentirnos cómodos con la idea de que, dentro de nosotros, rara vez albergamos una pulsión en una dirección sin sentir la sombra de la opuesta, las veces –mayoritarias- que hacemos algo sin quererlo hecho, pero también las que, optando por no hacerlo, preferiríamos llevar a cabo. Las leyes nos fuerzan y protegen, respectivamente, de la posibilidad opuesta. No hay moral en las leyes que gobiernan la naturaleza, y es porque la coexistencia de fuerzas se basa en algo que en nuestro caso no tiene aplicación posible: ya pueden las energías en juego anularse, arrasarlo todo con su acción ciega. Da igual: la vida, a largo plazo, acaba ganando. Del choque o la destrucción acaba naciendo al menos tanto como lo que se aniquiló. El diseño de la tierra, entre el magma y las lluvias generadas por esas mismas nubes que acabarían enfriando la corteza, debió ser digno de verse. Si dios hace fotos, ya debe tener esta.

si te llamas diego, también tienes la foto, sí:
http://enmientropia.blogspot.com/2011/06/thunder-road.html

06 junio 2011

sermón de la montaña


Nada como la estación de las alergias para hablar de vacunas. Salir a andar por la montaña es un antídoto contra la ciudad, que empieza por sentirte ínfimo, hecho de esa constatación inusual que es caminar por un paisaje que es mejor que tú a cada paso, al que la acción humana importa nada, nada lo que tienes, lo que lograste, nada lo que ocupa tus días enteros. No es menos viaje en el tiempo que en el espacio, ni menos escarpado, pues en este aprendizaje las lecciones están siempre codificadas –ves las flores, el estado de las piedras, su erosión, el entramado cambiante de los bosques, el agua que brota de fuentes invisibles, pero sus diccionarios se te escapan. Como casi todo lo que nos compone o explica, la geología, la botánica, la biología animal nos son tan familiares como la física cuántica. No por reconocer el porqué de cada piedra, cada flor o cada pájaro el viaje es necesariamente mejor. Pero, si tienes la suerte de caminarlo junto a alguien que lee el paisaje como tú el periódico, su visión, su paciencia, permite reiniciar el paseo a cada rato, lo vuelve más hondo, más delicado y valioso.
Construido sobre miles de historias clínicas que han brotado y evolucionado delante de sus ojos, Oliver Sacks ha escrito una decena de libros sobre neurología y ese estadio complejo que es… describirla como una excursión a lugares que conoces aunque no los entiendas. Y no es el menor de sus logros que el más inusual de sus libros sea uno… sobre helechos. Viniendo del conocimiento del cerebro, el paseo de una especialización por los terrenos de otra habla de esa inteligencia, tan asombrosamente inabarcable como ubicuamente despreciada, que existe en la naturaleza, en la observable y la que no. Tan eficaz en su propósito de equilibrio que, como ocurre a nuestros ojos, ni siquiera requiere ser comprendida para ser admirada. Es ese sendero de la belleza y la legibilidad del mundo el que uno camina, torpemente, desde hace casi veinte años junto a ese privilegio que son mis amigos Bernard y Valeria, cocineros, geógrafos, geólogos, botánicos. Y si el alcance de sus explicaciones es siempre pasajero –por específica, por compleja, por abarcar un asomarse a áreas incógnitas que el devenir diario borra-, queda esa reinvención del aprendizaje que es… observar a quien explica. También esa pasión del observador, que se detiene cada semana a fotografiar flores que ha visto mil veces o revelar procesos que lleva dos décadas narrando, es un paisaje al que es un placer llegar cada sábado.

05 junio 2011

pausas en la edad de oro


Apenas tres décadas después de que la victoria de los Estados Unidos de Abraham Lincoln precipitara la abolición de la esclavitud al término de la guerra de secesión, y solo 41 años después de que la Ley de Kansas-Nebraska permitiera la esclavitud incluso allí donde la mayoría se oponía a ella, el profesor James Naismith llegó a… Kansas, siete años después de haber inventado el baloncesto, en 1891. Y con ello, el de un puesto de trabajo posible para quienes, durante siglos, vieron su gigantismo como una maldición que les condenara al papel de gladiador, atracción de circo o cargador de fardos, al que la raza negra podía sumar una esclavitud más visible.
Como si la conversión de los kilos en quilates fuera un experimento a cuidar, el primero de sus logros fue George Mikan, quien dominó en solitario el puesto durante una década, la de los cincuenta, abriendo la puerta por la que Wilt Chamberlain y Bill Russell ensancharían la idea de un deporte manejado por pequeños pero decidido por gigantes. El relevo, Kareem Abdul Jabbar, llegaría en 1969, su longevidad prodigiosa abarcaría dos décadas, y le emparenta con Bill Walton y Willis Reed en los setenta, y con Patrick Ewing y Hakeem Olajuwon en los ochenta, como estos afrontarían al mejor David Robinson en los noventa. Es a esa edad dorada de los grandes pivots a la que Shaquille O´ Neal se incorporó en 1993, y que termina con él y su retiro, anunciado hace unos días.
El de Michael Jordan en 1999 dejó la liga en manos de los hombres altos durante una década –en la que solo los Pistons… de Ben Wallace se entrometieron en el imperio alterno de Tim Duncan y el propio O´ Neal. Que su ocaso coincida durante el último trienío con el ascenso del escalón inferior –el ala pivot como centro del equipo- tiene en los Celtics de Garnett y los Lakers de Gasol un medio ejemplo perfecto (el otro medio respectivo es, por supuesto, Pierce y Bryant), y aún más claro en la final de este año, en la que Dallas y Miami juegan estos días una serie en la que ambos parecen tener más opciones… cuanto menos acaba el balón en manos de sus pivots respectivos. Que es decir cuánto más pasa por las del cuatro tirador que es Nowitzki y el tres con cuerpo de ala pivot que es Le Bron James.
Desde su fundación en 1946, la NBA ha vivido sobre los hombros de sus gigantes, e incluso cuando Magic Johnson y Larry Bird desplazaron el centro de gravedad hacia el exterior en la década de los ochenta, fue a la sombra respectiva de Robert Parish y Abdul-Jabbar. Pero sería Isiah Thomas el que abriría la puerta al gran modificador de la norma sagrada por la que sin un gran pivot no ganarías nunca –Michael Jordan se adueñó de una década a pesar de compartirla con la más densa generación de magníficos hombres altos que haya dado la liga… y una de la más inertes que, dentro de aquellos Bulls, haya tenido equipo alguno.
Quien busque a O´ Neal los próximos años lo encontrará… en Le Bron James, al menos mientras sus piernas y su peso le den para correr como un escolta. Pero entre imaginar a Karl Malone moviéndose a la velocidad de Kobe Bryant, e invertir en un pivot capaz de correr como Garnett… las probabilidades de obtener lo primero acaso se agoten en James, mientras que lo segundo tiene décadas de solvencia demostrada. Cuando la era de los ala pivot decline, acaso la de los pivots regrese para apropiarse de sus cualidades –altura, velocidad y tiro. Ya ha existido, se llamó Ralph Sampson.

02 junio 2011

1991-2011


Lo que uno hizo esta mañana lo hacía ya en 1991. Llevar 20 años trabajando, haciendo lo mismo, es una rareza que empieza ya en el momento de acabar los estudios universitarios y acceder a un trabajo… que no pocas veces nada tiene que ver con lo que vienes de cursar. Si lo que haces es una actividad privilegiada, creativa y bien pagada, que además coincide con venir siendo aquello que estudiaste, y que ejerces sin nada que garantice esa continuidad, entonces… es un prodigio que, eso sí, no dispara menos preguntas hacia delante que asombro hacia atrás, primero en el hecho de que, una vez cumplidos los cuarenta, no muchos años siguen ejerciendo este trabajo; segundo, en que el día que se acabe –y llegará- uno más probablemente se pondrá a escribir o viajar antes que buscar un trabajo nuevo. Eso significa que acaso este que hago hoy sea el primer y último trabajo que desempeño. Mi padre solo tuvo uno, el de representante de muebles, que desempeñó durante casi cincuenta años. El mismo que yo probé durante unos meses. Suficiente para intuir que hubo un tiempo en que los muebles debían venderse solos… y mirando los anuncios con los que busqué trabajo, también para preguntarme cómo, tras pedirme que tirara uno de ellos por la ventana, no me pidieron que me arrojara detrás. Quizá he olvidado que sí lo hicieron.
Es famoso el cuento de Borges en el que la versión anciana de sí mismo se encuentra con su versión veinteañera, en un banco de ¿Bruselas?. Al dudar éste, aquel describe de forma imposible los libros que posee en su habitación de estudiante, el orden en que están, aventura lo que será, algunos de los precios que pagará por ello. Tras citarse para el siguiente día, el anciano declara no haber acudido, como quizá tampoco, pues, su pasado. Es sencillo pensar que, dada suficiente distancia entre uno y otro, el futuro que seremos tiene más información valiosa que la que pueda recordarnos el otro. Pero, sin la necesidad de confirmar un camino elegido –que en el caso del cuento es la de un joven que ya sueña con vivir de, dentro, de los libros-, acaso no sea menos valioso asumir que, transcurrido el tiempo suficiente desempeñando una misma actividad, digamos unos veinte años, sea el hombre mayor el que reciba con ilusión y oídos incrédulos la noticia del que fue, de cómo los años entregados a una idea pudieron ser otra cosa, acaso su contrario. De cómo la gente con la que uno se cruzó, conservó y perdió, pudo haber sido otra, otros los aprendizajes, las pérdidas; distintas las recompensas y los chantajes. Que nada de esto nos esperaba, que al sueño de alcanzar metas –que es siempre de atrás hacia delante-, sucede, de delante hacia atrás, el de haber hecho justo, casual, sospechosamente, lo que uno siempre quiso, aquello para lo que estaba mejor dotado.
Y sin embargo, aislado el trabajo de su remuneración, uno –que bendice su inmensa suerte cada día- extrañamente siente que lo que debió haber hecho los últimos veinte años es… enseñar baloncesto. Las fotocopias que, en 1991, por la mañana pedía para después pegar en cartones, formando anuncios, se hacían a escasos metros de donde, de tarde, en el mismo colegio, entrenaba a una decena de niños… a los que supongo nunca agradeceré bastante que, perdiendo partido tras partido, tan fácil explicaran la conveniencia de buscarme otra ocupación. Lo que vino después se guarda en otros sobres, no tan a salvo. Uno de ellos, que durante casi quince años ha almacenado mensajes impresos de gente que los enviaba por correo electrónico para anunciar su marcha de la agencia, acabó en la basura hace unos días. Los nombres se habían llevado con ellos el rostro, la voz, la costumbre de verlos por los pasillos o el despacho. Y de todos ellos, acaso la mía era, leída hoy, la voz que menos reconozco, la que menos me gusta o entiendo. Como si de las veinte velas, no todas fueran mías, la costumbre de no reconocerte es un molde más, probablemente uno de los pocos que seguirá ahí dentro de otros veinte.