06 junio 2011

sermón de la montaña


Nada como la estación de las alergias para hablar de vacunas. Salir a andar por la montaña es un antídoto contra la ciudad, que empieza por sentirte ínfimo, hecho de esa constatación inusual que es caminar por un paisaje que es mejor que tú a cada paso, al que la acción humana importa nada, nada lo que tienes, lo que lograste, nada lo que ocupa tus días enteros. No es menos viaje en el tiempo que en el espacio, ni menos escarpado, pues en este aprendizaje las lecciones están siempre codificadas –ves las flores, el estado de las piedras, su erosión, el entramado cambiante de los bosques, el agua que brota de fuentes invisibles, pero sus diccionarios se te escapan. Como casi todo lo que nos compone o explica, la geología, la botánica, la biología animal nos son tan familiares como la física cuántica. No por reconocer el porqué de cada piedra, cada flor o cada pájaro el viaje es necesariamente mejor. Pero, si tienes la suerte de caminarlo junto a alguien que lee el paisaje como tú el periódico, su visión, su paciencia, permite reiniciar el paseo a cada rato, lo vuelve más hondo, más delicado y valioso.
Construido sobre miles de historias clínicas que han brotado y evolucionado delante de sus ojos, Oliver Sacks ha escrito una decena de libros sobre neurología y ese estadio complejo que es… describirla como una excursión a lugares que conoces aunque no los entiendas. Y no es el menor de sus logros que el más inusual de sus libros sea uno… sobre helechos. Viniendo del conocimiento del cerebro, el paseo de una especialización por los terrenos de otra habla de esa inteligencia, tan asombrosamente inabarcable como ubicuamente despreciada, que existe en la naturaleza, en la observable y la que no. Tan eficaz en su propósito de equilibrio que, como ocurre a nuestros ojos, ni siquiera requiere ser comprendida para ser admirada. Es ese sendero de la belleza y la legibilidad del mundo el que uno camina, torpemente, desde hace casi veinte años junto a ese privilegio que son mis amigos Bernard y Valeria, cocineros, geógrafos, geólogos, botánicos. Y si el alcance de sus explicaciones es siempre pasajero –por específica, por compleja, por abarcar un asomarse a áreas incógnitas que el devenir diario borra-, queda esa reinvención del aprendizaje que es… observar a quien explica. También esa pasión del observador, que se detiene cada semana a fotografiar flores que ha visto mil veces o revelar procesos que lleva dos décadas narrando, es un paisaje al que es un placer llegar cada sábado.

6 comentarios:

Diego dijo...

Cada uno busca o encuentra en la montaña algo diferente. Unos, lecciones sobre lo cotidiano que, por ser eso, cotidiano, olvidan prestar atención. Otros, silencio, ensimismamiento, esfuerzo...

Lo bueno, es que, busques lo que busques, siempre encuentras algo. Aunque sea otra cosa.

uliseos dijo...

ayer encontramos gazpacho y cinta de lomo, así, como si nada :)

Diego dijo...

yo fuet...curioso, celebrar la conquista de la naturaleza taponando las arterias...mmm, me relamo...

uliseos dijo...

es... una apuesta por... el afluente :P

Anónimo dijo...

Gracias Juan Pablo. A mi también me gusta el gazpacho. Veinte años haciendo el mismo con tres ingredientes: pepino, tomate, sendía, igual que el granito: cuarzo, mica, feldspato. Da mucho de sí.
No hay placer de boca… que una oreja no quiera escuchar. Dicho de otra manera: el narrador no tiene razón de ser sin una mente abierta que le escuche.
Bernard

uliseos dijo...

peor lo tenéis vosotros, que en mitad del campo, tenéis que escucharme sí o sí.
yo al menos.. elijo hacerlo :)