28 junio 2011

Democracia real, como las piedras



La democracia representativa y sus accionistas dobles –los que primero la sustentan al votarla y luego la lamentan en sus resultados- tiene más parlamentos de lo que se aprecia a simple vista. En Buenos Aires termina de descender un equipo de fútbol y sus seguidores, que vienen de pagar durante toda la temporada su asiento respectivo en el estadio y la nómina de sus sudorosos diputados, la emprenden a pedradas antes de que acabe el partido, intentan agredir a sus representantes, queman, rompen, arrancan la parte del estadio que se deja. Siguen haciéndolo en el parking, en las calles, contra partes del mundo –coches, escaparates, farolas, camiones- que forzosamente han de estar contra ellos pues, aunque inertes, no están a favor.
Si el deporte es aquí la ley –sus normas, sus objetivos comunes-, su aplicación tiene el formato de una guerra –el partido es siempre la batalla de tu partido contra otro, las camisetas que visten están hechas a partir de una bandera, y si quienes lo apoyan desde la grada son capaces de insultar, amedrentar o agredir a los votantes contrarios, todo lo que, en el césped, quede por debajo de esa línea es, como mínimo, rendición, deshonor. Los destrozos y los 43 heridos que siguen a la derrota son un acto de guerra, no muy distinto al que, en otras partes de la ciudad o del país, saca otros tantos miles de personas a la calle a celebrar la desgracia ajena. Con esa naturalidad de las batallas que es desear la desgracia del otro como primera bala propia.
Despojar al deporte de su primera propiedad –la aleatoriedad, la forma en que la teoría está supeditada al azar- es solo una de las derrotas aquí. Acostumbrados a que el apoyo incondicional conlleve dar el club a cambio, los dirigentes de los equipos de fútbol permiten o alientan la violencia verbal hacia el contrario, como si lo que uno vino a ver sea la batalla de Agincourt, y la conveniencia de ganarla, una necesidad que poco o nada cuesta ver como obligación, enardecidas las tropas que luchan y las que no. Que lo que sigues, lo que alientas hasta la violencia, sea de tu propiedad, es el triunfo que sucede incluso cuando no hay partido. No es lo que los jugadores pugnan en el campo, si hay un espectáculo que merezca la pena observar en un estadio es la transformación del público en causa y ejército simultáneo. Uno no entiende cómo los jugadores no dejan de jugar y les observan.

No hay comentarios: