31 julio 2009

se curará mañana

Tiene una definición el inglés hablado en estados unidos -y cierta épica en el corazón de la misma- que para nombrar la madurez de un ejecutante –sea un cantante, un barbero o un jugador de baloncesto- dice de él “at the height of his powers”. Nadie que empiece a exhibirlos hace cuarenta años sigue desde hace mucho en esa cumbre, ni siquiera si te llamas James Taylor y has pasado buena parte de ese tiempo despeñándote para poder ascender desde el peor de los lados. Suena irreal haberle visto aquí mismo hace apenas dos días y si en ese descenso inexorable sigues mirando hacia arriba al escucharle es porque, como otros que han rediseñado la cuesta al ascenderla, hace mucho que Taylor se transformó en su propia cumbre a base de apilar canciones maravillosas, una sobre otra. Y si acaso sus 200 canciones escritas caben, como se le lee estos días, en apenas quince formatos con múltiples variaciones ha de ser porque lo que uno quepa sentir al escuchar música sea –desechada la vergüenza ajena- una combinación de quince sentimientos que vayan, con todas sus etapas intermedias, de la alegría exuberante –digamos México- a la más doliente –callemos Fire and rain. Cumple años –ni de lejos tantos- la voz maravillosa que las canta, pero sus canciones corretean por el escenario en pantalón corto, lo suficientemente ágiles para también cantarlas con los pies y lo suficientemente hondas como para sentir que te traspasan sin remedio. Quince o 200 sus capítulos, hay un infierno descrito en ellas, y maravilla que tanto dolor sobrevivido produzca una música con la capacidad de sanar, de reparar a quien la escucha. Uno ha perdido la cuenta de las veces que se ha puesto a Taylor como quien lo aplica a una hemorragia. Es en eso que la distancia sin cicatriz posible desde que el martes se le pudiera ver en la casa de campo, es, apenas tres días después, una herida de belleza para las 200 formas probadas de mantenerla abierta.

02 julio 2009

lo que el teatro ha unido, no lo separe el urbanismo

Se lee en el cuaderno pedagógico que edita el CDN al albur del Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, hasta hace nada en cartel: la lindeza de puñal que Valle Inclán dedicara a María Guerrero en 1921, hoy transformados en teatro una y estatua délfica el otro, separados por apenas doscientos metros, eso sí, dándose la espalda, como hace un siglo la espada.