29 abril 2012

Siembra y regadío de la luna




También perseguir un sueño crea una burbuja que al explotar devasta a sus dueños. Un aire sin aliento llena estos días sendas salas del teatro Español al tiempo que los pulmones de Phil y Josie Hogan en Una luna para los desdichados, y de George Milton y Lennie Small en De ratones y hombres. Es un viento de desolación que hincha cuerpos que no pueden retenerlo sin estallar, y tanto se diría que es el frío helado que recorre estos días la economía mundial, como el eco de la economía iceberg que en 1929 arrojó a la pobreza a millones de personas en Estados Unidos, entre ellos a John Steinbeck. Y veremos si los 10 años que median entre la escritura de la primera obra y la de la segunda no acaban siendo, en la encarnación actual de la gran depresión, los mismos años de precariedad idéntica que Eugene O´Neill y Steinbeck bien podrían haber escrito como actos de la misma obra, con década y media de distancia.

Hermanos posibles, padres posibles. Qué hijo más previsible que Lennie podría haber nacido de la simiente en decadencia, exhausta y autodestruida, de James Tyrone en el texto de O´Neill: sentimental alcohólico con un pie en la tumba y otro en una botella de bourbon, de cuya alma de ratón tembloroso en brazos de Josie habría sacado Lennie su alma de amante de las formas suaves, a las que, como James con el amor puro de Josie, no sabe mantener vivo. Y qué sino hija del amor tapiado de Josie hacia James es, en la obra de Steinbeck, la mujer de Curly y su anhelo de compañía, su soledad insoportable de objeto propiedad de un mediocre o un incapaz, perfecta Lady Macbeth de Mtensk sin la suerte o las recompensas de ésta.

El sueño de una tierra a la que deberle la vida con razón, que vertebra ambos textos, no está tan lejano del que hoy siembra pesadillas en los metros de casa comprada que tantos ya no pueden seguir pagando. Por eso no cuesta reconocer como personajes actuales a Phil y Josie Hogan, quienes alegran su miseria en el orgullo de insultar debidamente el enriquecimiento obsceno del magnate Stedman Harder, acaudalado en el petróleo como ellos en la siembra yerma. Y por eso el mismo personaje que Steinbeck duplicó, al crear a Candy como un anciano que anticipa, literalmente, el destino de los sueños de George, es también el de quienes, año tras año, eligen gobiernos probadamente corruptos o ineptos mientras fabulan con paisajes que son solo espejismo.

Si Lennie es una excepción es porque, dotado de tanta fuerza como carente de seso, su símil es, no una encarnación actual concreta, sino la naturaleza toda del sistema: ciega, irracional, infantil, su sueño es solo letanía que no entiende. No la necesita para querer, para tomar, para matar. Por eso, tanto en la obra de Steinbeck, como en la vida real, acaso el único que puede acabar con él es quien más le protegiera. En esa neblina, mientras el final de De ratones y hombres muestra a George despertando de su sueño para siempre, en Una luna para los desdichados, lo hacen todos al mismo tiempo –Phil, Josie, James.

Hay más compasión, más comprensión y compromiso interclasista en el texto de O´Neill y en ello, siendo paradójicamente un relato no poco autobiográfico, resuena como irreal a ojos actuales, y tampoco ayuda la aparición del rico Stedman Harder como un bobo pusilánime en el montaje de John Strasberg de estos días. Steinbeck construyó el suyo como una metáfora a salvo de grandes cambios, y ésta ha envejecido sin perder conexiones con el presente. Ambas obras viajan así hacia nosotros y al mismo tiempo entre ellas.

Y nosotros hacemos nuestra parte: somos el día de George, obligado a cargar cebada para seguir pagando sueños, y somos el tiro que uno descerraja sobre lo que más amara, cuando se ha vuelto ingobernable, cuando no puede ser protegido por más tiempo. Pero también somos la noche en que James Tyrone desvela el secreto de Josie Hogan justo el tiempo que lleva amanecer borracho para poder fingir no recordarlo.
Líricas, derrumbadas sobre sí mismas y sus mentiras contadas al espejo, las noches calladas de los Hogan en Connecticut tanto podrían haber sido los restos de las que se repitieran George y Lennie en los caminos polvorientos de California, una década antes. O las nuestras, solo a salvo de espectadores distintos cada noche.

Si no fuera porque, en un mundo de hombres que balbucean la fuerza con la que aprietan –Lennie- o aflojan –Curly- o susurran la calidad última de las mentiras a la que contribuyen –Phil Hogan y James Tyrone-, ambos textos son extraña, esencialmente de quienes menos hablan de sí mismas, que es decir, de quienes mejor mienten la palabra dada o fomentada: la mujer de Curly en Steinbeck y Rosie Hogan en O´Neill. Ambas pierden, una para convertirse en ratón, otra en flor seca. Pero en un tiempo de miseria, donde la pelea por generar un dólar impregna a todos los personajes, que en ellas sea por sentirse amadas es el fruto real, el único que crece en la luna regada con pura desesperación.

28 abril 2012

an education




Cuanto más sufre Carey Mulligan, mejor es la película. Solo por eso estremece ver que la lentitud con que, respectivamente en An education, Drive y Shame, aprendía tan tarde, perdía cuando acababa de ganar y se desangraba, sirve para hacer llorar a otros, para que lo que se desmorona esté, por una vez, fuera de ella, mirándola, sin poder ganar, asistiendo al inesperado triunfo de su lentitud. 

de los archivos de google





25 abril 2012

sugerencia para página de inicio

de la web de un gobierno autonómico.

24 abril 2012

uno, grande y libre de ser anacrónico

No ayuda a abc el reducir frecuentemente a un solo tema diario su portada. Otra visión es, por supuesto, que, dada su interpretación del mundo, felizmente es solo uno. De incluir siete u ocho, como es norma, acaso su ranciedad a la hora de elegir prioridades por las que guiarse les evitaría revelar tan transparentemente su opción de informar, no de cómo sea el mundo, sino de cómo debería ser: católico, monárquico, conservador. Que, dado lo que el mundo da de sí hoy día, un medio escoja contar y recomendar el mundo de hace siglos es menos anacrónico que la ecuación hallada para fundarlo: que la sociedad que tenemos hoy sea producto, no de los crímenes de un país sojuzgado durante siglos por iglesia, reyes idiotas o gobiernos fascistas, sino del abandono de justo esas raíces.

De tener que fundarse el periodismo sobre el código deontológico de, un suponer, jose maría ansón, habríamos inventado de nuevo la homilía. Y con razón, pues qué necesidad de informar habría si con educar basta. Y para eso hay valores milenarios con guardianes claros. Por eso, en publicar en portada sin pudor “siempre con el rey”, como en los igualmente obvios “siempre con el papa” o “siempre con quienes se opongan al socialismo”, importa el “siempre”. Que es decir, justo aquello que el periodismo independiente, o menos grandilocuentemente, solo normalizado, se replantea cada día al afrontar los múltiples cambios en la forma de entender todo que se produce ante nuestros ojos en cualquier área.


Asombra la perseverancia en no ver, en no pensar, en no entender que la fidelidad a unas razones, sean las que sean, es sobre todo el juicio crítico de las razones y no el sagrado manto de la fidelidad. Que son aquellas las que construyen o derrumban ésta, y no al revés. 
En última instancia, la existencia de abc, como de su clon mediocre, la razón, es solo dilapidación de recursos en la dirección equivocada. Camuflar el análisis de la realidad en el principio primero de que dios es el primer lector que tiene un kiosco cada mañana no debería buscar en el periodismo lo que aspira a lograr en tierra de adoctrinamiento. No por rentabilidad del mensaje –que tan obviamente lo tiene. Sino porque éste brotaría más libre de corsés, y más digno hacia la profesión que dice practicar, si se publicara a sí mismo como el programa político de un partido que aspirara a dirigir el país.

No ocurrirá porque, como demuestra la política camuflándose día tras otro de información veraz e intención honesta, hay ambiciones que solo prosperan en el disfraz. Y es una suerte que quienes aspiran a una sociedad momificada lo hagan más o menos de acuerdo en trasvases del periodismo al púlpito y de éste al congreso, pero sin llegar a clamar en alto sus objetivos con una sola voz. Porque arrasarían con solo disponer de una estrategia de marketing más refinada. Su producto es mediocre, huele mal, envenena en dosis diarias. Pero basta ver qué televisión consume la gente en dosis enormes, qué periódicos se compran, qué libros se leen para comprobar que su producto real –hecho, entre otros, del ingrediente monárquico, católico, conservador- es la ignorancia, y sus suplementos: la mezquindad, el analfabetismo político, la falta de civismo, la flojera mental, el fanatismo. Cómo no apostar por ellas si son justo eso: el abc de lo español, su portada frecuente.

23 abril 2012

cosecha, hoy


notas a la muerte y taxidermia de marina abramovic

Entre las indudables cosas que ha de agradecérsele a Robert Wilson –maestro del recortable sobre fondo liso- está su capacidad para tratar por igual la obra de vivos y muertos. Y si Ibsen o Monteverdi podrían aspirar a una mayor consideración dado que no pueden defenderse, quizá trabajar con el relato y la presencia de Marina Abramovich pueda responder a lo anterior que la culpa es de quienes mueren antes de que Wilson pueda embalsamar sus textos con ellos dentro.

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La apuesta por la dramaturgia de Mortier trasciende la calidad del teatro a cuyo servicio se pone la música (Lady Macbeth de Mtsenk, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, o antes que él, cualquiera de las óperas de Janacek vistas en el Real son gran teatro que no va tras la música sino delante de ella) y se extiende al papel vivificador de la gran cultura para agitar la sociedad en que se produce, para crear debate y remover conciencias… no es poco entre quienes pagan los 280 euros que cuesta una entrada en el patio de butacas. Por eso es peculiar que la apuesta por Wilson lo sea por alguien que no tiene pudor en animar “ir al teatro como irías a un museo, como contemplarías un cuadro… donde simplemente disfrutar la escenografía, las disposiciones arquitectónicas, la música, los sentimientos que todo ello evoca, escuchar las imágenes”. Sí, cierto que los cuadros están subtitulados. No, nada en esto tiene que ver con dramaturgia, dentro o fuera del programa ético de Mortier. Un teatro y un museo son herramientas distintas.

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Obvio que Marina Abramovic pertenece a la categoría “museo” y no a “teatro”, su empeño en contarse como obra de arte tiene en Wilson el primero de sus creyentes. Pues a la narración como disección, Wilson suma… el disecado, la amputación de toda emoción. Su puesta en escena contiene la inmovilidad del objeto y el ensimismamiento de quien lo observara. Impostado, pensado para embalsamar las emociones, se asiste a sus montajes como a un guiñol. Doble en este caso, donde Marina Abramovic es la marioneta y quien, con su relato vital de por medio, la maneja.

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La vida como obra de arte es un invento antiguo. Sin salir de este escenario, el Werther de Goethe –que pudo verse el año pasado- cuenta la juventud de éste. Con ese pequeño matiz: Goethe le puso un nombre distinto a su pasado para, tomando distancia, inflamarle vida y no solo biografía. Tuvo también la suerte de que Jules Massenet añadiera su voz a aquella. Aquí hay menos intermediarios: Abramovic cuenta la historia de Abramovic. Si al menos Antony cantara más de los 10 minutos que sale a escena.

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La creación de Wilson, Abramovic y Antony… lo es en realidad de William Dafoe. Sin él no hay nada. Paradójicamente, es lo único que lo acerca a una ópera. Componer para un cantante es práctica habitual desde Monteverdi.

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Es precisamente una versión del Orfeo editada por Opus Arte donde pudiera residir la versión mejor de lo que Wilson vino a hacer –en ella las caras pálidas, habituales en Wilson, dotan a los intérpretes del mismo rictus de muerto que ya poseen los personajes en el Hades sin su ayuda. Otras sugerencias: Desde la casa de los muertos (Janacek), Hamlet (Thomas) o Salomé (Strauss).

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Es toda una ironía que coincida el ciclo operadhoy, y sus propuestas que bien poco tienen que ver con la ópera y sí con formas abiertas y limítrofes del teatro musical o el concierto escenificado, con que un teatro de ópera programe con estruendo estético y presupuestario lo que tendría un más natural encaje en la sala verde de los teatros del Canal, donde empequeñecida hasta adaptar los medios a la idea, al menos serviría para atraer la atención que merecería la estupenda Geschichte, de Oscar Strasnoy, hace unos días, o Sandglasses, de Juste Janulyté, hace unas horas.

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La impostura de que sean otros los que hablen de tu vida estando tú en escena, habiéndolo escrito tú. Dentro sin estar. Fuera, pero apareciendo y desapareciendo de escena como un espectro que sirviera de interruptor a los cromos helados de Wilson.

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Muestra sobre los límites de la narrativa escénica, donde ni la música, ni la historia, ni las ficciones de que carece sirven para transportar nada sino un avanzar ambiguo, sirve, eso sí, para plantear una pregunta valiosa: ¿puede la ópera ser teatro donde la música esté en la historia más que en las voces?. Es una provocación, como querría Mortier. Solo que empieza y acaba en la idea de ópera, no perméa un ápice a la sociedad a la que se asoma. Ni una sola de sus respuestas está a la altura de la pregunta.

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El inmenso Dafoe, narrador expresionista y también su peor versión: puro duende verde de Spiderman.

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Se escoge el color de la pared, se elije el cuadro que resulta ser una persona sosteniendo un marco, se elige un guía carismático, se busca a alguien que canta. Se equivoca en la elección de quien sostiene el marco. Miranda July habría sacado mejor material de las obsesiones, elevaciones y caídas que aquí Dafoe repite varias veces, como si por insistencia adquiriera el valor que su enumeración no tiene. Tod Browning lleva años muerto. Lástima.  

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Pretencioso hasta el ridículo, anodino e irrelevante, sostenido sobre el preciosismo y el énfasis tanto como sobre las espaldas de Dafoe y Antony, y las apariciones de Abramovic como si Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses –patetismo incluido-, es arte por estilización del hueco, del espacio vacío. De lo que queda tras quitar al arte la ficción: la vida a secas.

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Obsesivamente queriendo ser epatante, ser arte a cada instante, el estupor como resumen cansino. Y sí, cuenta cosas interesantes. Otra cosa es que ninguna de ellas sea las que querrían Mortier, Wilson o Abramovic.

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Enésimamente, cómo Wilson es la elección perfecta para contar la historia de quien se limita a narrar -¿o es enumerar?- su vida: él siempre está al servicio de sí mismo. Sus montajes tratan de Wilson. Y esto es lo más Wilson que Wilson habrá hecho nunca: Antony es la voz más reconocible posible, Dafoe es uno de los rostros más personales del cine, Abramovic es Abramovic: su simulacro, su alegoría, su resumen, su testigo. Todo junto sin salir de un solo nombre.

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Hipótesis sobre lo mucho que mejora la función en el segundo acto: lo contado ha dejado, a esas alturas, de necesitar a Abramovic. Es más libre. Puede permitirse fabular. 

22 abril 2012

el hombre de la mano en el pincho

hoy, para ser precisos. para ser hambrientos.

tiempos de una puerta

A veces la puerta que deja pasar un secreto vergonzante permanece abierta para que, tras éste, otras verdades calladas se hagan visibles. Artículos como el de Jesús Mosterín en El País 18.4 hubieran sido impensables sin la torpeza práctica y la idiotez teórica de un rey empeñado en matar a tiros seres mejores que él. Asomada la verdad que, por un inmerecido respeto o un pacto que podría haber caducado, permanece oculta a pesar de las pruebas obvias, la caducidad de la monarquía asoma estos días en los periódicos con la transparente definición que ya tiene en los diccionarios biográficos o las enciclopedias. Y acaso un resto de cortesía debiera bastar para, con el mismo tono de voz avergonzado con que ese rey pidiera perdón hace unos días, responder que se equivoca, que quienes nos hemos equivocado somos nosotros. Equivocados respecto a sus merecimientos y su lugar moral en la sociedad. Que lo que no volverá a ocurrir es él en el puesto que ocupa. La vergüenza pública pudiera importar menos que un dato asomado por Mosterín y que estremece: en 1956 el rey mató accidentalmente a su hermano Alfonso con un revolver, jugando a matar. Qué clase de conciencia pasa de largo ante ese aprendizaje obvio sin desarrollar aversión a apuntar a alguien con un arma. Qué clase de opinión de la vida ajena subsiste a semejante atrocidad personal. Qué explica un comportamiento tan obtuso que no reconoce en un elefante el mismo tipo de especie en peligro de extinción que un rey representa, la misma protección aislada, el mismo hábitat sobreprotegido. Cómo no entenderlo ni siquiera cuando todo un país te apunta con el dedo. 

Iguales ante la ley de Mendel

Una estimación actualizada en 2002 calculó en 106.000 millones de personas las que hayan vivido en nuestro planeta hasta entonces. ¿Qué posibilidad existe de que, dada esa cifra y la de rasgos faciales combinables, nuestro rostro haya existido ya con sus facciones milimétricamente idénticas?, ¿qué posibilidad de que coexista contigo? ¿de qué te cruces con él por la calle?. Apenas catorce años separan a los nacidos como Jack Tramiel y gerardo díaz ferrán. Y si hay alguien con tu cara, ¿qué eres tú, materia o antimateria?. No todos tienen la certeza que ha de albergar el expresidente de la ceoe. 

21 abril 2012

negra justicia

Ese juego del que escribe para que firme otro –a la muerte de su nombre oficial, seguir publicando textos inéditos de éste, anunciar que te hallas en posesión de obras no dadas a la imprenta. E ir escribiéndolas de camino a ella. Acaso, en función de la simpatía o no que inspirara el personaje, revertir entonces su imagen, empeorarla, mancharla a conveniencia, ya a salvo de ese reverso injusto: lo que el muerto tuviera que decir de lo que escribas.

18 abril 2012

Pity it´s only 10 days

Shakespeare llevaba 12 años muerto, y Romeo y Julieta 34, cuando John Ford estrenó ´Tis Pity she´s a whore, la historia del amor incestuoso de dos hermanos que primero engendra un hijo, y la tragedia de ambos, al poco. Pero antes de descender del amor hermanado de Montescos y Capuletos, el de estos Hippolita y Giovanni lo hicieron del cosanguineo que uniera a Edipo y Yocasta, dos mil años antes, y del que, aún más lejano en el tiempo, viera a las dos hijas de Lot tramar coyunda con su padre tal como recoge el Antiguo testamento. Habiendo tratado la literatura griega y protocristiana el incesto como algo entre padres e hijos, preservó la inocencia de uno de los lados –el hijo en Edipo, el padre en el relato bíblico. Si el teatro isabelino mantenía aún deudas de incesto o traición supracarnal hacia uno de los dos lados, lo resolvió Marlowe al versionar un Fausto enfrentado a su Padre donde la culpa hallaba, por fin, su hábitat normalizado: la desobediencia. La tragedia de Ford guardaba otra que en 1637 no podía ser derrotada: la afrenta a la sangre recae en Hippolita. Es ella la puta. El deshonor es suyo en mucha mayor medida que de su hermano. Cuando la criada descubre el enredo, lo hace para alabar/esperar la hombría de su hermano. Arrolladoramente servidos por la visita anual de Cheek by Jowl, ambos se aman estos días en el Matadero, hasta el 21 de abril. 

17 abril 2012

el equilibrio, por fin

“Qué tristeza ver cómo la Maestranza aplaudía al segundo novillo en el arrastre, un manso violento y correoso; o cómo se ovaciona a los picadores que marran desastrosamente en su labor; o cómo se obliga a desmonterarse a un banderillero por un par a toro pasado; o ese pañuelo que sacó la presidenta para conceder la oreja a Gonzalo Caballero tras una faena valentona que no merecía más que una salida al tercio; o la bronca que recibió la misma señora cuando los tendidos encendidos de rabia le mentaron a su familia porque no había concedido la segunda oreja a Fernando Adrián” –escribe Antonio Lorca en El País 14.4, lamentando que “Si había alguna duda, ayer quedó aclarado el entuerto: la Maestranza vivió una tarde de auténtica vergüenza ajena. ¿Cómo es posible que hayan acabado con cualquier vestigio de afición? Es que no se encuentra un aficionado ni con lupa… Dónde hemos llegado degenerando, degenerando”. Y la caída que describe suena, a cualquier oído no embrutecido, justo al ascenso de la normalidad, de esa sensatez que es la conversión del espectador en la brutalidad obscena por la que ha pagado. El arte, como querría Lorca y no advierte, conquista por fin la plaza. Y es un espejo.

16 abril 2012

menos sinfonía, más juguetes

Es toda una decisión la de elegir el programa de los conciertos familiares de los sábados por la mañana en el Teatro Real. Si el Concierto para clarinete y orquesta de Mozart aspiraría –en vano- a calmar a los niños que pueblan el auditorio, las dos piezas de Sherezade, de Rimski-Kórsakov –más rotundas, por momentos llenas de un caudal de sonido muy superior- logran que el parloteo o la desesperación aburrida de su público sea, durante esos instantes, inaudible. Mozart y parte de su audiencia han venido esta mañana a cosas distintas. Solo los padres están aquí por el mismo motivo, sin gran éxito. Qué parte de la música que escuchan los adolescentes no tendrá como objetivo devolver el favor: mantener callados, acaso tirados por el suelo, a sus progenitores. 

15 abril 2012

El último cartucho

Una de las virtudes de la reforma laboral es que está hecha para que crear riqueza sea menos obvio que crear beneficios. Y tiene sentido, pues si a algo se parece un gobierno o un partido político es a una empresa y no a una sociedad. También la democracia fue creada como reforma laboral con la que poder despedir a quienes estorbaran el crecimiento sano y el avance de una sociedad normalizada. La consecuencia fue que monarquías de toda Europa fueron enviadas al paro y ya es un logro que, en el proceso, no pasaran antes por los tribunales en los que responder del expolio y el abuso que supone su mera existencia. Su último cartucho en nuestro país ha sido, paradójicamente, la integración en los modos de… una empresa. Así, el rey sirve hoy para poner sus muchos contactos al servicio de la empresa nacional. Y bien está que al sueldo generoso acompañe un empleo. Pero la conversión de lo que nació como diana en pólvora económica trae consigo, en cuanto sus miembros se descuidan, un déficit de puntería. Por eso el rey empresario se rompe la cadera al ir a ejercer de rey real –el que viaja para matar animales como un juego- y por eso, también, uno de sus nietos se dispara en un pie sin permiso ni edad para llevar armas. Como esa otra arma impune –la iglesia- su reino no es de este mundo. Qué hacen aquí. 

14 abril 2012

100 aniversario del futuro

No es que la economía necesite metáforas hoy día para hacer entender su rumbo exacto, pero cómo resistirse a lo que el hundimiento del Titanic, hace hoy 100 años, dice de la confianza construida con materiales sospechosos. Con más precisión, lo que de la parsimonia social hoy día dice el orden que acompañó las dos horas largas que tardó en hundirse el barco. Cómo de haber sucedido todo mucho más deprisa, la cierta moral que permitiera a los desdichados advertir su muerte como inevitable, y permitir se salvaran otros sin luchar por ese derecho, se hubiera transformado en instinto de supervivencia, violento, arrebatado. Cómo, hoy, los cinco millones de parados, la degradación de las condiciones laborales y la lectura diaria del desfalco de bancos y las arcas públicas no producen una estampida revolucionaria porque el agua solo ahora, cinco años después del comienzo de la crisis mundial, nos llega al cuello. Es justo el tiempo que necesitan los pilotos y los constructores del barco para echarle la culpa al iceberg. Era imposible verla, la deuda cristalizó de arriba abajo –habrá dicho alguno de ellos hoy. 

07 abril 2012

el sendero de las páginas que se bifurcan

En el prólogo a sus Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades, hablando de la extrañeza y el consuelo que los libros, en la niñez, vienen a curar mientras paradójicamente la alimentan, Harold Bloom dice que “un niño a solas con sus libros es, para mí, la verdadera imagen de una felicidad potencial, de algo que siempre está a punto de ser. Un niño, solitario y con talento, utilizará una historia o un poema maravillosos para crearse un compañero. Ese amigo invisible no es una fantasmagoría malsana, sino una mente que aprende a ejercitar todas sus facultades. Quizá es también un momento misterioso en que nace un nuevo poeta, un nuevo narrador”. Y al hacerlo está eligiendo dos destinos posibles, ambos azarosos: que amar la literatura adecuada genere soledad o la alimente, y, como una sombra de esta, que leer con fervor y consciencia cree un escritor al tiempo que un lector. 

06 abril 2012

vacíos del siglo XX

En una iglesia vaciada de todo lo que no sean las molduras y frescos del techo, se exhibe estos días en Valladolid el trabajo de Michael Somoroff sobre la obra del fotógrafo alemán August Sander. Es decir, el vaciado de todo sujeto que aparece en sus imágenes, tomadas en Alemania durante el periodo de la República de Weimar. Fallecido en 1964, Sander habría visto el homenaje de Somoroff con extrañeza: en 1936 los nazis se incautaron de su primer libro –Faces of our time- y las placas, destruidas. Los sujetos que Somoroff borrara en 2011 fueron ya suprimidos hace hoy 75 años. Albañiles, procuradores, terratenientes… encerrados entre dos guerras mundiales, hasta tres muertes les esperaban. 

03 abril 2012

casa Mingo

Reconciliar el periodismo con lo que abc ha hecho de él, es decir la imposibilidad de aparentar un juicio crítico con tener por código deontológico los dogmas más incompatibles con ese juicio, hallo en Mingote un cruzado involuntario, donde ni él ni el medio para el que trabajó sesenta años debían, por pudor obvio, reconocerse en su respectivo papel. Solo distinto surrealismo esperaba al Mingote que venía de La Codorniz y recaló en abc para dignificarlo durante el tiempo que llevaba detenerse en sus dibujos, a pesar de que no costaba verle como un humanista moderado al que se tolerara en honor del rango que suponía su firma. Es un chiste pensar que abc pueda estar en una lista en la que también se hallan The New Yorker y The Economist. Pero es un chiste de Mingote. Y eso basta.

luz de gas

Puramente teatral, la segunda vez en un mes que uno entra a ver Follies en el Español la obra ha cambiado considerablemente. Los números son los mismos, también los actores, incluso el asiento desde el que asisto a ello es el mismo, pero el actor que encarna al empresario teatral Weismann es otro Mario Gas distinto al que era hasta ayer mismo. El de hace 30 días, de hace ocho años, era el director de este teatro fingiendo, durante tres horas, ser un hombre que se despide de la grandeza que creara. Paradójicamente, la noticia de su cese, que es decir el comienzo urgente de su olvido, ha logrado, en tiempo real y en directo, cada día a las ocho, lo contrario: echar a Gas le ha convertido en Weismann. Lo que era una versión es súbitamente un montaje con material original.

La paradoja que envuelve la anterior es que Follies no necesita de la ayuda de la política municipal madrileña, y su propia conversión en show de variedades, para hablar majestuosamente de la nostalgia inserta en lo que, aún perdido, sigue aquí, resplandeciente. Las escaleras que suben y bajan todos incluye una ironía que Stephen Sondheim apreciaría en lo que vale. No es que esté precisamente oculta, por supuesto. Para empezar, porque este montaje vale su peso en oro desde el principio al final, a cualquiera de sus finales, creados por Sondheim o traídos de los periódicos estos días.

Follies empieza por el final y trata de un final que aúna varios, más mezquinos, menos camuflables con plumajes o guiones sabidos de memoria. La vida misma. O su previo, porque, de hecho, tras la cortina que es telón, es el propio Gas el que recorre el escenario vacío, linterna en mano, antes de que las proyecciones de las coristas iluminen la tela como fantasmas que ya no dejarán de repartirse la obra hasta el final.

El de un género que se fue para no volver es, en sí mismo, el espectro de buena salud relativa que Gas representa en este teatro tanto como Weismann en el suyo. Solo Vicky Peña es, por sí misma, al menos cuatro chicas Gas –esta gloriosa Phyllis Rogers, la mujer que sostenía con un monólogo de casi una hora el primer acto de Homebody Kabul, la maravillosa Miss Lovett de Sweeney Todd en 1998 y la maravillosa Miss Lovett de Sweeney Todd… en 2008. Follies habla de ella, en este mismo escenario, durante década y media.

También de los celos. Entre Buddy y Ben. Entre Phyllis y Sally. Entre cada uno de ellos consigo mismo, entre el que pudieron ser y que finalmente fueron. Cómo no pensar que también de los celos que un político mediocre pueda sentir hacia alguien como Gas, que sí puede contar su prestigio razonado en obras contantes y sonantes. Por no faltar en este juego de espejos que vienen de la partitura y de los periódicos, incluso la crueldad y el desprecio que Benjamin/Hipólito escupe hacia su mujer Phyllis/Peña es también la del político con poder que ya no ejerce en público, pero sí en privado, acaso con la misma impunidad con que, en la política, la gestión de lo público se rige por la apetencia de lo meramente privado. Tan vigente en los Estados Unidos de Nixon de 1971 como lo sea hoy día en la España de álvarez cascos, camps o matas.

Si la lista que Wisemann enumera para contar su caída –Follies, teatro, teatro de repertorio, cine, cine porno, finalmente derribo y construcción de un parking- suena al recorrido moral de un partido político, la adaptación de Roser Batalla y Roger Peña salva brillantemente lo que la canción “I´m still here” cuenta en el original sobre la caza de brujas a la que sobrevivió, y en boca de Massiel es explícitamente su propio periplo, como trasunto de esa otro exorcismo que fue el tránsito a la democracia en España.

Un teatro, salvo que sea el de Brook, Strehler, Brecht o este de Wisemann, es el de los autores y no el de su gestor. Y un musical es el lugar perfecto para debatir los límites de lo anterior –en él confluyen los encargados de la letra, los que de la música, los que de ambas. La prueba de lo primero es que Follies solo es de Sondheim y de James Goldman. La prueba de lo segundo, es que, sin haber compuesto una letra o subido a cantar una sola vez, Gas está detrás –y aquí delante- de logradísimos montajes de Sondheim en nuestro país –antes de Follies, Golfus de Roma, A little night music, Sweeney Todd. Solo el Into the Woods, de Dagoll Dagom entra en esa lista.

Si la gloria de Wisemann sucede entre las dos guerras mundiales, la de Gas luce entre la enorme dificultad, y el logro de igual tamaño, de abordar cada una de esas obras… inexplicablemente de camino hacia la siguiente. Y al contrario que Wisemann, el teatro no es suyo. No necesitaría el riesgo. Si Follies habla de esa metáfora perfecta de lo teatral –esto no volverá, es irrepetible porque se crea y muere en cada representación-, el papel de Gas, aquello por lo que será recordado, acaso irrepetible, ha sido meterse en guerras de las que ha salido asombrosa, magníficamente vencedor sin necesidad de librarlas. ¿Qué tal la medalla Wisemann al mérito en combate?

Las chicas Weismann no volverán –advierte Gas en cada representación. El exorcismo suena a burla, naturalmente. Clásicamente Sondheim, lo es la propia naturaleza de la obra: burla a la convención, a lo previsible, a lo fácil. Ecuación: mientras los musicales de éxito masivo llenan sus versiones-franquicia con caras famosas que no superan los treinta años, Follies exige… que ninguno de sus protagonistas baje de los cincuenta años. Es una gloria ver al propio Gas, a Josep Ruiz, a Massiel, a Asunción Balaguer, a Mamen García, a Lorenzo Valverde ser aplaudidos, el teatro en pie, cuando lo que se aplaude es una historia hecha de pasado y de un vigor que lo trasciende. Que es, por supuesto, la del musical en sí. También a eso se asiste como a algo en lo que resulta difícil creer que volverá… aunque lo haga cada día hasta el 8 de abril.

Embalada en un final que encadena cuatro números magníficos, la segunda parte de Follies tiene algo de resumen, de grandes éxitos –aunque hable de grandes fracasos reconducidos finalmente. Recuerda a ese otro Follies que, bajo la forma de un homenaje al Weismann real, se estrenó en Broadway en 2010 con el título de Sondheim on Sondheim, con el propio autor como hilo narrativo de su obra. Así, como si saliera a saludar rodeado, no del multitudinario elenco de estos días, sino del que saldría de juntar todo cuanto haya subido a este escenario en sus ocho años de director del Español, Gas se asoma a su final sin final (mañana hay sesión) logrando hacer mentir al propio Weismann. Al caer el telón, no es una grúa lo que viene a hacer un parking en su espacio, sino más gente a sentarse en las butacas. El teatro se cae, como quería Wisemann. Pero queda, como merece Gas. 

02 abril 2012

this fall

Extrañamente como sea suceder en la historia de una candidatura que aspira –y logra- la victoria, Los idus de marzo habla de la caída. No hay en ella personaje que no acabe la película más abajo de lo que la empezara. Entre quienes la terminan bajo tierra y los que desearían que les tragase, la política es mostrada como excavación que, para avanzar, requiere emplear las partes más sólidas de ti para demoler las barreras que van surgiendo. También de cómo cuanto más hondo, más sombrío. Lo curioso es el material de partida: tanto el gobernador Morris/Clooney como Meyers/Gosling son seres dignos, se mueven por ética, por principios aunque eso suponga ponérselo más cuesta arriba. La deriva de uno y otro hacia el lado oscuro sucede, respectivamente, por deseo sexual y por un atisbo mínimo de vanidad. Ninguno de ambos pecados son en sí gran cosa en el ámbito privado en que suceden. Y si ambas confluyen en desastres es porque la presión exacerba sus consecuencias. Sin saber si el espléndido cartel aspira a contar eso, cada uno de los idealismos que representan el gobernador y su jefe de campaña tiene algo de la inocencia y la venganza del otro. Ambos son César y el puñal. 

multa de uno contra sí mismo

Inexplicable, injustificada y desproporcionada –resume El País 30.3 la reacción de Telefónica a los 152 millones de multa que el Tribunal Europeo de Justicia viene de corroborar, tras cinco años de recurso, por frenar la competencia en el mercado de banda ancha, que es decir “intentar apartar a sus competidores mediante la imposición de unos precios mayoristas demasiado elevados como para que operaran sin incurrir en pérdidas”. Como resultado, los consumidores españoles pagaron un 20% más que el promedio comunitario durante los años que van de 2001 a 2006. Y justo en esa misma página, noticia de cómo el presidente de la compañía multada por operar en función exclusivamente de sus accionistas cobró el año pasado 10,2 millones de euros, sumados sueldo, acciones y pensión. Cómo pudiera bastar un tribunal dentro de cada consejo de administración para evitar males mayores, y tan bien pagados.

01 abril 2012

símbolos al peso

Escribe Pablo de Llano en El País 30.3 que este siglo es el del volumen como sentimiento de culpa. Lo hace sobre el telón de fondo de una exposición que celebra en México 177 de las obras de Fernando Botero. Y tanto podría aplicarse a esa muestra permanente que, desde la política, ha terminado de sustituir, por ensanchamiento del discurso, el sentido de estado por el de partido, y éste por el de concurso de televisión. Inflar la realidad modifica los rasgos y al alejarlos, aleja también la comprensión rigurosa de lo que afrontamos. No se aprecia más a Botero de lo que se ama a Egon Schiele, pero la carne convertida en campo abierto dice de nuestra atención en otras áreas algo que tiene que ver con la pereza y el ensimismamiento que tanto relaja al abandonarnos a la mirada perdida, a la que, en demasiados aspectos de la vida pública, nos basta la idea y aburre el detalle.