22 abril 2012
tiempos de una puerta
A veces la
puerta que deja pasar un secreto vergonzante permanece abierta para que, tras éste,
otras verdades calladas se hagan visibles. Artículos como el de Jesús Mosterín en
El País 18.4 hubieran sido impensables sin la torpeza práctica y la idiotez teórica
de un rey empeñado en matar a tiros seres mejores que él. Asomada la verdad
que, por un inmerecido respeto o un pacto que podría haber caducado, permanece
oculta a pesar de las pruebas obvias, la caducidad de la monarquía asoma estos
días en los periódicos con la transparente definición que ya tiene en los
diccionarios biográficos o las enciclopedias. Y acaso un resto de cortesía
debiera bastar para, con el mismo tono de voz avergonzado con que ese rey
pidiera perdón hace unos días, responder que se equivoca, que quienes nos hemos
equivocado somos nosotros. Equivocados respecto a sus merecimientos y su lugar
moral en la sociedad. Que lo que no volverá a ocurrir es él en el puesto que ocupa.
La vergüenza pública pudiera importar menos que un dato asomado por Mosterín y
que estremece: en 1956 el rey mató accidentalmente a su hermano Alfonso con un
revolver, jugando a matar. Qué clase de conciencia pasa de largo ante ese
aprendizaje obvio sin desarrollar aversión a apuntar a alguien con un arma. Qué
clase de opinión de la vida ajena subsiste a semejante atrocidad personal. Qué
explica un comportamiento tan obtuso que no reconoce en un elefante el mismo tipo
de especie en peligro de extinción que un rey representa, la misma protección
aislada, el mismo hábitat sobreprotegido. Cómo no entenderlo ni siquiera cuando
todo un país te apunta con el dedo.
1 comentario:
ainss. no comment.
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