18 septiembre 2011

colores del negro

La historia de las retransmisiones de partidos de baloncesto norteamericano en nuestro país también es la de la milagrosa reencarnación de sus comentaristas de color –el que habla cuando el narrador le deja. Vicente Salaner y Antoni Daimiel sostienen entre ambos la mejor y más solvente explicación de ese deporte que nuestra televisión haya dado. Y si el tercero necesario para llenar los últimos 30 años –Esteban Gómez- no está a esa altura no poco ha de tener que ver con que su compañero de retransmisión –ramón trecet- fuera durante interminables años, amén de un comunicador violento y afiebrado, un absoluto maleducado junto al que más ganas debían de dar de callar que de hablar. Aunque no al servicio de la nba, la continuidad de inteligencia y empatía al servicio de la explicación tiene en Juan Manuel López Iturriaga su tercer hito, aunque también, desde la muerte de Andrés Montes, afronte algo que Salaner (con Pedro Barthe) y Daimiel (con el propio Montes) no sufrieron: por un lado, la mutación frecuente de su deporte en la misma mercancía de saldo que forma la programación mayoritaria de la cadena privada que le paga. Por otra, no menos insufrible, la tracción hacia terrenos chuscos de desplante, visceralidad y cripticismo que en la primera fase de competición ha supuesto tener que compartirla con aquel trecet, en mala e incomprensible hora redivivo. Cenaba hace unos meses Salaner en la mesa de al lado y al saludarle, nos invitó a probar un vino por él elaborado y bien rico que supo. Dado que la televisión es lo que quienes la ven sustentan, junto a las gracias, daban ganas de pedirle perdón.

17 septiembre 2011

Más tiempo por metro cuadrado


A la vuelta de un viaje prolongado hay cosas que súbitamente importan menos: los papeles que se han amontonado en el estudio como tiempo pasado que pudiera erguirse de nuevo y caminar han sobrevivido durante diez años a su propia parálisis. Y lo que no lograra una década de pisar en los escasos huecos que dejara esa alfombra lo ha logrado llevar apenas tres días aquí. Ahora hay más suelo y menos deudas. Con suerte, gradualmente, si uno se aleja lo suficiente, lo que te estuviera esperando ya no lo hace de la misma manera, y es todo lo que necesitas para lograr ese prodigio tan escaso: que lo que pensáramos necesitar lo necesitemos menos. Y su sombra, claro: que lo que no tuviste tiempo de necesitar, aparezca.
Si te descuidas, el tiempo es la expectativa que de él tenemos, y su uso, primordial, estrictamente, su aprovechamiento. Te morirás, luego mejor haces hoy cuanto puedas, lees cuanto puedas, guardas lo que pudiera servirte para escribir algo, algún día, cuando el resto de prioridades amontonadas cada día lo permitan. Nuestro tiempo es demasiado breve para no ser tan valioso, para no vivir obsesionados con su rentabilidad. ¿Pero y si todo fuera como nosotros? ¿y si el miedo a no haber vivido todo cuanto pudimos fuera el del mundo?. Es todo tan nuevo. Diez años bastan para hacer irreconocible el mundo en que uno pasó años en que ahora no se reconoce. Ignoramos la vida de la antigüedad mientras, acelerada su combustión, convertimos los años precedentes en vasijas idénticas.
De llegar a los ochenta años, uno habrá vivido una centésima parte de la historia de la civilización humana, una vigésimo quinta parte de la llamada historia moderna que ubica una esquina en el año de nacimiento de Jesucristo. Una gran parte de la historia del devenir humano habrá sucedido ante nuestros ojos, justo delante de nuestros miedos a no haber vivido a la velocidad del mundo. Quitas los periódicos del suelo y los días decisivos se amontonan aunque te pases el día sentado en un sofá mirando la pared. Incluso sin escribir una sola línea, la escritura de lo humano nos atraviesa y su explicación cambia, se renueva a cada instante. El mundo que explican los periódicos que uno guardara ya no existe, y paradójicamente, con ello existes más, ganas así tiempo y visibilidad para apreciarlo. Las vetas de la madera aparecida también son las del presente.

no habla de lo mismo, pero... era la idea:
http://enmientropia.blogspot.com/2011/09/el-peso-del-pensamiento.html

12 septiembre 2011

Encuentre las diez diferencias


La natural asunción publica de que uno es el mismo cada día, o se le parece mucho, es más ambigua, más temerosa a la hora de reconocer que, por la misma razón, lo que uno hace el sábado se ha de parecer bastante a lo que es capaz de hacer el martes. Para hablar de la misma canción no hace falta necesariamente un cantante, y si James Taylor proporciona el ejemplo, más hondamente también es admirable dado que la vida a la que sobrevivió el sábado no pocas veces estaba perdida el martes. Así, la entrevista en El País 29.7.09 en que declara que “en realidad solo debe haber escrito 15 canciones, pero revisitadas una y otra vez con sus correspondientes variaciones. Donde las que no son terapéuticas pueden ser encajadas en alguno de sus otros apartados: canción política, celebración rockera, folk a la manera tradicional, ritmos brasileños y afrocubanos, diferentes formulaciones del amor y su vertiente blues”. E incluso al ser advertido por el periodista de que así ni siquiera salen quince temas, Taylor tiene la cintura de añadir que no hay que olvidar las que ha escrito imitando a sus grandes ídolos –Cooder, Belafonte, Dylan, Beatles, Joni Mitchell, Carole King, Veloso…). Uno, que es aún más pobre, tiene solo un par de razones para llevar escuchándole desde hace una década larga.

11 septiembre 2011

para la falta de luz


Acaso a la misma altura a la que volaran los aviones que se estrellarían contra las torres gemelas minutos después, mi amigo Enrico pudo verlos pasar desde la ventanilla de su avión, en dirección contraria. Y viceversa: quizá alguno de los pasajeros de aquellos aviones advirtió lo injusto de que algo tan frágil e idéntico como dos aviones en vuelo sufrieran, a la vez, rabiosamente tan distintos destinos. Enrico, como el resto de pasajeros, no supo hasta aterrizar en Madrid que el suyo fue uno de los últimos aviones que pudo despegar de Nueva York ese día. En su maleta vino un regalo para mí –una chaqueta cortavientos para correr en invierno- que hasta hoy sigo usando. Es, una década después, una de las pocas cosas que no se ha deteriorado visiblemente desde entonces, por la que no entra más frío que en 2001.