17 septiembre 2011

Más tiempo por metro cuadrado


A la vuelta de un viaje prolongado hay cosas que súbitamente importan menos: los papeles que se han amontonado en el estudio como tiempo pasado que pudiera erguirse de nuevo y caminar han sobrevivido durante diez años a su propia parálisis. Y lo que no lograra una década de pisar en los escasos huecos que dejara esa alfombra lo ha logrado llevar apenas tres días aquí. Ahora hay más suelo y menos deudas. Con suerte, gradualmente, si uno se aleja lo suficiente, lo que te estuviera esperando ya no lo hace de la misma manera, y es todo lo que necesitas para lograr ese prodigio tan escaso: que lo que pensáramos necesitar lo necesitemos menos. Y su sombra, claro: que lo que no tuviste tiempo de necesitar, aparezca.
Si te descuidas, el tiempo es la expectativa que de él tenemos, y su uso, primordial, estrictamente, su aprovechamiento. Te morirás, luego mejor haces hoy cuanto puedas, lees cuanto puedas, guardas lo que pudiera servirte para escribir algo, algún día, cuando el resto de prioridades amontonadas cada día lo permitan. Nuestro tiempo es demasiado breve para no ser tan valioso, para no vivir obsesionados con su rentabilidad. ¿Pero y si todo fuera como nosotros? ¿y si el miedo a no haber vivido todo cuanto pudimos fuera el del mundo?. Es todo tan nuevo. Diez años bastan para hacer irreconocible el mundo en que uno pasó años en que ahora no se reconoce. Ignoramos la vida de la antigüedad mientras, acelerada su combustión, convertimos los años precedentes en vasijas idénticas.
De llegar a los ochenta años, uno habrá vivido una centésima parte de la historia de la civilización humana, una vigésimo quinta parte de la llamada historia moderna que ubica una esquina en el año de nacimiento de Jesucristo. Una gran parte de la historia del devenir humano habrá sucedido ante nuestros ojos, justo delante de nuestros miedos a no haber vivido a la velocidad del mundo. Quitas los periódicos del suelo y los días decisivos se amontonan aunque te pases el día sentado en un sofá mirando la pared. Incluso sin escribir una sola línea, la escritura de lo humano nos atraviesa y su explicación cambia, se renueva a cada instante. El mundo que explican los periódicos que uno guardara ya no existe, y paradójicamente, con ello existes más, ganas así tiempo y visibilidad para apreciarlo. Las vetas de la madera aparecida también son las del presente.

no habla de lo mismo, pero... era la idea:
http://enmientropia.blogspot.com/2011/09/el-peso-del-pensamiento.html

2 comentarios:

Diego dijo...

Siempre he dicho que las expectativas son el primer paso al fracaso y a las decepciones. Y sólo son culpa de uno. Lo que no evita que las tengamos. Con el tiempo, las que más. Quizá porque sabemos que se acaba, y no sabemos cuándo.

A.Pérez dijo...

pero por suerte el paso del tiempo hace que seamos más conscientes del proceso. eso es con lo que deberíamos quedarnos, y sobre todo, aprender de ello. no se deben confundir las expectativas, con esa energía que nos ilusiona y nos mueve hacia nuevos rumbos.