11 septiembre 2011

para la falta de luz


Acaso a la misma altura a la que volaran los aviones que se estrellarían contra las torres gemelas minutos después, mi amigo Enrico pudo verlos pasar desde la ventanilla de su avión, en dirección contraria. Y viceversa: quizá alguno de los pasajeros de aquellos aviones advirtió lo injusto de que algo tan frágil e idéntico como dos aviones en vuelo sufrieran, a la vez, rabiosamente tan distintos destinos. Enrico, como el resto de pasajeros, no supo hasta aterrizar en Madrid que el suyo fue uno de los últimos aviones que pudo despegar de Nueva York ese día. En su maleta vino un regalo para mí –una chaqueta cortavientos para correr en invierno- que hasta hoy sigo usando. Es, una década después, una de las pocas cosas que no se ha deteriorado visiblemente desde entonces, por la que no entra más frío que en 2001.

1 comentario:

A.Pérez dijo...

Permanencia frente a fragilidad, supongo.