28 octubre 2009

fumarse la viga

Quizá a fuer de ver en el ruido de Madrid una neblina que oscurece las posibilidades de vivir en paz en ella, Javier Marías ve en el humo –que también lo atufa todo- un ruido igual de atroz y que le acosa. La ley permite matarse fumando a quien lo quiera, y para eso se vende tabaco como se venden coches que permiten alcanzar 250 km/h o tenedores que uno puede emplear para sacarse los ojos. Pero penalmente perseguido si es contra otro que lo usas. El sustrato común a todos los textos de Marías contra el escaso sentido cívico que abunda aquí es el efecto que tienen sobre quienes pasaban por allí y escasa culpa tienen, aquí caben sus diatribas contra usos bobos del espacio público, decibelios reunidos o congregación de masas contra algo o alguien. Y su razón tiene en quererse a salvo de todas ellas. Como esperaría uno que contara entre las plagas la que, en un gesto unánime e impune a fuerza de ubicuo, es ejército de fumadores llenando de colillas –genuino residuo de esa libertad tan justa- calles, playas, montes y cualquier sitio al que lleguen.

Raramente acuñaría uno la idea de fundamentalista de la quietud o la sabiduría a quien quiera para su entorno lo que él. Y sin embargo cansinamente llama fundamentalista a quien aspira a un aire que no apeste, que no se pegue a su ropa o a sus pulmones con efectos inmunes al detergente. Esgrime Marías la libertad como el derecho a no privar a quien lo desee de ejercerla donde se le antoje. En ese sentido, la ley antitabaco es tan injusta como la que limita la velocidad en las carreteras, la que prohíbe hacer fuego o portar armas sin permiso. Todas ellas se basan, no en lo que uno pueda hacer contra sí mismo –estrellarse dentro de un coche, inmolarse o pegarse un tiro- sino en el riesgo que entraña para quienes, como Marías por Madrid, pasan por ahí en el momento menos adecuado.

La razón por la que existen los locales topless, billares, discotecas o casinos que Marías aduce como espacios de persecución debida si se hace con quienes fuman, es porque lo que uno pueda hacer en ellos es sólo perder dinero, tiempo o capacidad auditiva. Uno podría entrar mil veces y ser mil veces inocuo para quienes, fuera de esos locales, eligen no entrar. Que el tabaco mate o arruine el aspecto de quien fuma importa menos que salvaguardar a quien no fuma. Es lo que, como tantos otros, de ninguna forma está dispuesto a aceptar Marías: que la libertad que exige para él ha de ser siempre, prioritariamente, la de quien no porta algo con lo que dañar a otros, y sólo después, la de quien ha decidido que lo anterior le importa poco. Que no entren donde estoy –esgrime. Con lo que esto acaba siendo cuestión de dónde acaba el espacio que uno tiene derecho a contaminar del gusto propio, y ese es, fuera de su casa, el de la discreción, el de la invisibilidad de sus efectos. Exacto, como las calles que son de todos y no sólo de quienes las emplean para colapsarlas con manifestaciones –religiosas o no- o ensuciarlas de ruido o ideas idiotas.

la habitación de las columnas

No fabricaremos mejores refugios, más invulnerables, que las hemerotecas. Hechas de puertas y ventanas, sirven paradójicamente para vivir a salvo de miradas que puedan obligarnos a pensar antes de hablar. Con el dinero que asfalta el alcantarillado político y empresarial, se compran abogados –estos sí, edificios estancos a fuerza de laberínticos- o se decora lujosamente la memoria, hasta que el estercolero que creaste luce presentable. Publica hoy El País noticia de una entrevista a arzalluz en que éste llama a los recientemente detenidos miembros de batasuna “buenos patriotas vascos”, “dignos de admiración”. Y nadie mueve ya una ceja de tanto que, por activa o por pasiva, los archivos llevan décadas contando la voluntad del nacionalismo vasco por amparar a los que matan por ganar fuera de las urnas lo que éstas les niegan. Como las cárceles, tienen las hemerotecas el poder de preservar de la sociedad a quienes, repetida e impunemente, sostienen el terrorismo a base de secar su sangre con la bayeta del derecho a la autodeterminación. Es con esa sensación de libertad condicional vulnerada que uno lleva años fatigosamente leyendo a personajes de calaña diversa que con una mano usan la pólvora y con otra la polvareda.

18 octubre 2009

Ascenso y caída en la memoria de Manuel Gas

Entre los símiles que sugiere ese engranaje prodigioso que es lo teatral, el de la orquesta no asoma el primero porque, cuando no representada por una grabación, no pocas veces está ahí, en el mismo teatro, contando sus propias tramas como segunda voz que se dijera discreta, casi anónimamente de tanto venir siempre del mismo sitio oculto que antaño el apuntador. Estar sin estar es una figura común en los requisitos que responden quienes componen para cine y ese segundo plano es inmune incluso a esa forma lujosa e imposiblemente plena que es el teatro lírico, donde la música tiene tanto peso que los teatros en que se representa se permiten poner a la venta –y vender- asientos desde los que no se puede ver el escenario. No es doblemente mejor el teatro por venir de dos sitios simultáneamente, pero sí doblemente escaso y acaso en ello proporcionalmente valioso, o por lo menos atesorable en la memoria. Anoche, al acabar la espléndida Clementina, de Boccherini, en el Español, Jordi Boixaderas anunció la súbita muerte de Manuel Gas como hasta hace nada subían a ese mismo escenario Joan Crosas y Teresa Vallicrosa para cantar en la maravillosa Sweeney Todd lo que Gas y sus siete músicos permitían desde sus escondites. Parte no escasa de la mejor música que uno ha escuchado en tiempos recientes en teatro viene dirigida por él, y acaso “mejor” refiere “más profunda, diversamente teatral”. En esa lista hay clásicos de Sondheim, redundantemente espléndidos -A little night music y Sweeney Todd-, la extraordinaria versión que de la ópera de Weill y Brecht –Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny- se pudo ver hace tres temporadas, sendas zarzuelas de Sorozabal –Adios a la bohemia y Black el payaso- o el cabareteramente vital montaje a mayor gloria de Vázquez Montalbán como letrista, que tenía este mismo mes al propio Gas, por fin, en escena sólo ligeramente detrás de su teclado. Salvo la primera -en el Albéniz- las restantes han sucedido dentro de los bien pertrechados muros antiguos o recientes del teatro Español, y eso que ganamos todos. Acaso la memoria sólo hace su trabajo –preservar- si se la obliga, la muerte tiene así un rol de instrucción que necesitamos para albergar en nuestro interior ese otro acto teatral –la acústica, el eco de lo que merece quedarse dentro, a mejorarnos.

14 octubre 2009

El cuadro va bien

Cuenta M. –japonesa ella- de su periplo como traductora en una feria de arte amateur que trae estos días a Madrid obra y autores, a los que pasaban revista el lunes cinco críticos de arte con sus respectivos intérpretes. A 3 minutos por autor iban pasando los críticos como quien juega partidas simultáneas de ajedrez, y ahí iba M. traduciendo al autor las impresiones. Hasta aquí todo normal. Las instrucciones de la rareza han llegado antes, en un aparte, cuando un encargado de la exposición, el promotor digamos, le pide a M. que ni se le ocurra traducir nada que no sean halagos desaforados. Cómo verían el percal que incluso el propio crítico le pedirá lo mismo. Ahora imagínese la siguiente destilación doble: por un lado, M. no es experta en arte, ni mucho menos, asi que el escenario es el peor posible. Y por otro tenemos al crítico pasando por los expositores con el objetivo doble de mostrar la mejor mala cara posible, y diluir su opinión en circunloquios y lenguaje abstruso, tan propio del formato. Entonces M., cuya cara no debía ser la de mentir porque era antes, forzosamente, la de inventar qué decir del cuadro sin ese lenguaje de hormigón a su disposición, había de enmascarar a un tiempo al crítico y a su propio conocimiento del tema. Es de por sí una situación tan rica en imposibles que casi escuece ensuciarla para traer a colación cómo recuerda las alcantarillas de la traducción imposible, de tan obvia, que anega estos días a la empresa de rajoy y cercanías. Es en honor del tan parapetado promotor de todo que se hace. La loa es a su normalidad.

08 octubre 2009

a fuego lento la cocina

Si algo cuenta la pared concreta del paredón global, los albañiles que llegan a mi casa a las 9h, bajan a tomar café a las 10h30, se marchan a comer a las 13h30, regresan a las 15h y vuelven a marcharse a las 17h30.

05 octubre 2009

la voluntad anfibia

Es fácil saber cuando uno corre o huye, no siempre tan claro reconocer cuando sucede lo contrario, quizá porque entonces lo que haces es andar sin sentir por qué, hacia dónde, si lo harás a tiempo. Ayer andaba uno las cuestas y praderas del parque natural de Peñalara y en un momento dado miraba mis pies como si fueran de otro, de tan poco que me necesitaran para seguir o detenerse. En la ciudad uno camina con su ritmo –dice mi amigo Bernard- al que faltara añadir que más que con la suma de esos pasos, lo hace uno con la resta de ellos: la paz de menos, la serenidad que sentimos ahorcada con la suma de sus cordones. No da un domingo en el campo más que para sacarnos de la jaula de rodillas para abajo y ojos para arriba. Pero es con las manos que hacemos el mundo. Es su rostro de puño lo que llama a las sienes como al carcelero.

02 octubre 2009

Ahora. Nunca.

Una de las razones por las que esta ciudad no merece albergar los juegos es porque en ella el deporte y la salud son áreas de negocio diferentes, en las que los objetivos y logros de una poco o nada tienen que ver con lo que se persigue en otra, como demuestra el férreo empeño en la no aplicación de la ley antitabaco, las emanaciones tóxicas que desprende el gobierno regional en buena parte de sus actos, o la trincherización de sus calles cuando la solución para lograr una ciudad más habitable sería tan simple como castigar sus causas –el tráfico- y no tratar de sobornarlas por ¿5 años más?. Madrid alberga no menos cuestas para aspirar a recorrerla en bicicleta como posibilidades de que cualquier otra solución sea sino coche para hoy, hambre para mañana. Aquí se obvia o desprecia el ejercicio como práctica diaria y se vive del deporte de masas. Los juegos se los merece el real madrid, o la selección de baloncesto, o Nadal. ¿Pero un país en el que los ratios de obesidad, tabaquismo y alcoholismo prematuro, drogadicción juvenil y estupidización televisiva son disciplinas olímpicamente alentadas? Que se los den a Chicago, al menos de allí ha salido el mejor y más inesperado saltador de vallas y estupidez que el mundo ha visto recientemente.