30 marzo 2014

her tube



Escuchar voces en tu cabeza, o en una cabeza que es idéntica a la tuya, está en el núcleo mismo de la magnífica epopeya introspectiva que viene creando Spike Jonze, al principio vía Charlie Kaufman y ya solo, desde su debut en 1999. Literalmente en Cómo ser John Malkovich, desdoblado en un hermano gemelo en El ladrón de orquídeas (2002), encarnada tu voz en la de aquello que llevas dentro en Donde habitan los monstruos (2009), Her (2013) pudiera ser el corazón de todas ellas y al mismo tiempo, la que mejor y más emotivamente cuenta ese problema de depender de voces que vienen de dentro: cómo el hueco que su desaparición deja no puede ser llenado desde fuera.
Interactuar con las invenciones de tu mente no está lejos de la versión digital de la amistad que las redes sociales han implantado y ese, aunque no el más hondo, es uno de los senderos que recorre Her: la conversión de la amistad y el amor vía intermediario virtual, en la amistad y el amor mismos. Si el sexo virtual que Theodore Twombly/ Phoenix mantiene con el sistema operativo se convierte en real cuando éste es incapaz de tenerlo con un espécimen tan atractivo y tangible como Olivia Wilde, la plenitud que Twombly experimenta al sentirse comprendido, alentado y amado incondicionalmente es solo una posibilidad irreal si se considera que una inteligencia artificial no es capaz de tal cosa.
Por eso Her es, en su metáfora de la soledad y el consuelo modernos, una que viaja en dos sentidos, a cual más magnífico: el que va del amor y la necesidad absoluta que Twombly desarrolla hacia un programa informático, y, más pura, metafísicamente inimaginable, el que éste puede experimentar hacia algo tan alejado de la omnisciencia y la perfección como sea un ser humano. El logro magnífico de Jonze está en que la historia de amor llevada hasta su imposibilidad no sucede, como cabría esperar, porque uno esté hecho de circuitos y otro de carne y hueso, sino porque, de los dos, quien acaba alcanzando el amor más profundo e incontrolable es el que menos esperarías que lo haga.
La imposibilidad emocional que devasta a Twombly en el intento de entender porqué quien dice vivir para él es capaz de amar, simultáneamente, a 640 personas más es, acaso, la explicación menos dañina del fenómeno asombroso que sucede al otro lado del auricular que le une a la voz artificial: cómo amar a tantos seres humanos a la vez podría ser el placebo temporal que una inteligencia superior emplea para aprender a amar mientras llega el día –y llegará- de buscar un amante a la altura.
El derecho de la soledad humana a hallar su salvación donde se pueda supera la incredulidad primero, y el pudor social después, y eso, que podría tomar forma de sátira cruel sobre nuestra dependencia de wassup, es una más compasiva verdad: que basta la generalización de un hábito, patético o noble, para validar la pulsión menos confesable. Que aquello que necesitamos para tapar un agujero podría ser la voz, escrita o hablada, que viene del agujero mismo.
Si el propio trabajo de Twombly –escribir cartas de amor, aflicción, compasión o empatía en cualquiera de sus formas para gente que no sabe o quiere hacerlo- no le libra de distinguir el riesgo que entraña depender de algo que es solo un eficaz sistema de sustitución de la realidad es porque a ésta no le importa depender de eso, sino no tener de quién depender. Si nadie como uno mismo para entenderte, un sistema informático es una digna segunda mejor opción. De hecho, ni siquiera necesitas el amor de por medio para apreciar el espejismo: la otra relación de dependencia obvia que muestra Her –la de Amy/Adams- es mostrada como una de mera amistad, por más intensa, permanente e imprescindible que resulte la voz artificial que susurra desde el auricular.
En el libreto del montaje estrenado en Nueva York en 2012 de esa otra historia de una voz que imposiblemente debiera estar escuchando tu cabeza que es la epopeya del vagabundo Porgy por merecer el amor de Bess en la ópera homónima de los Gershwin, Richard Pacheco escribe que “lo que realmente conmueve a Bess del bruto Crown es lo mucho que la necesita, cómo la soledad de éste no es un ápice menor que la del bondadoso Porgy. Sin ella, ambos están perdidos. ¿Qué mujer podría resistir eso?”.
Que la película de Jonze sea Her y no She habla de esa propiedad del amor que más intensamente se experimenta cuanto más tuyo sientes algo. Y por eso la decepción, la única decepción del personaje interpretado por Phoenix, no tiene que ver con la ausencia de cuerpo de aquella de la que está enamorado, sino con que lo que tiene sea, de pronto, de muchos más. Cuando su sistema operativo se confiesa enamorada de centenares de hombres y mujeres, lo que se pregunta no es cómo algo privado de cuerpo puede lograr eso, sino porqué él mismo no es capaz de bastar a la mujer que ama.
Por eso, también, la voz no puede venir de unos altavoces sino de un auricular sin cables –que no venga de fuera, sino de dentro- que hacen que Phoenix y Adams parezcan estar hablando siempre consigo mismo, como algunos de quienes viven solos demasiado tiempo. Alguien que te ama tanto, que te conoce, comprende, perdona y alienta tanto que es casi tú. Cómo no amar a alguien que, incluso en la voz de Scarlett Johansson, mirada en el espejo se te parece tanto. 

28 marzo 2014

27 marzo 2014

campo atrás



A una década en la que jugué al baloncesto casi cada día, ha seguido otra en la que casi habré visto teatro en la misma proporción. Y han tenido que pasar cada uno de esos últimos diez años para que vea, finalmente, jugar al baloncesto en un escenario. A la tortura de que eso suceda estos días en la sala pequeña del Valle Inclán, donde casi podrías alcanzar el balón si das un par de pasos, se suma una peor: lo malos –o verosímiles dado el año en que se ambienta la ficción- que son Ernesto Arias y Daniel Muriel en el empeño. Formado por jugadores sacados de las academias militares rusas, el CSKA de Gomelski imperaba en Europa en los mismos años en que estos militares españoles pugnaban en su delirio por seguir salvando a Europa de la invasión comunista. Si hacen eso con un balón en las manos, qué no harían con un país. 

26 marzo 2014

Continuidad de las calles



Horas después de ver en el Matadero Continuidad de los parques, de Jaime Pujol, puedes correr en el Retiro y ver los mismos pinos y castaños de indias que aparecen de fondo en el montaje de Peris-Mencheta. Tratando aquella de lo que crees ver y de lo que pides a quienes, alrededor, han de decidir si te siguen o no la corriente, correr por la mañana bajo esas copas es un acto similar: a una hora en la que grupos nutridos de personas mayores abarcan el ancho del paseo de coches, haciendo ejercicio en torno a un monitor situado en el centro, lo que éste indica como movimiento de cierta arte marcial, es reproducido por los alumnos como pasos de baile, en un gigantesco karaoke gestual en el que, si uno se acercara lo bastante, podría quizá reconocer al hombre que, en la obra, toma el banco de un parque por un taxi, al que viene para practicar con su primo cómo abordar a una mujer, al que llaman por teléfono para preguntar por el desconocido que queda justo a su lado en ese instante. Cuántos de quienes corren, observando todo esto, no son sino actores. Cuántos de quienes son observados no son sino personajes a la espera de que alguien vea en ellos algo más, un movimiento que no es lo que hacen, una vida que no es la que les espera cuando el círculo se disuelve. 

24 marzo 2014

Grand hotel Anderson


Hace unos meses escuché un chiste acerca de la diferencia entre un concierto de rock y una obra de teatro escrita por un autor novel: en el primer caso, el público se sabe de memoria los nombres de quienes están en el escenario, y en el segundo, es al revés. Wes Anderson no es un primerizo y sin embargo es difícil recordar los nombres de tantos como se suceden en sus películas sin que los recién llegados –Fiennes, Murray Abraham en Grand Hotel Budapest- suponga que la lista se acorta por el otro extremo. Si improbablemente ha de existir un cineasta más reconocible en cada una de sus películas, en sus carteles están a punto de no caber todos los actores que, en papeles grandes o minúsculos, acaban asomando en su cine como si, además de la expresividad de su humor, quienes lo encarnan pudieran turnarse los papeles sin que el conjunto lo note, sea cual sea la mezcla, sea Owen Wilson o Jason Swartzman tirando del tren allí o viajando en tercera aquí. Y en ello hay una sensación de que su cine, construido sobre la expresividad de un teatro antiguo y digno, que diseña sus personajes y su narración como si títeres o recortables, fundado sobre la necesidad de la inocencia, sobre cierta infancia a perpetuidad, o no envejecerá o, como otras infancias, lo hará muy mal. Uno escribe entender que el cine de Anderson sea de los que amas u odias. Para los huéspedes de lo primero, el gozo es renovado y total.

21 marzo 2014

Loving Vincent



Coming soon

20 marzo 2014

interlineado


Como si una profecía con prisa, el mismo día en que se lee en El País de la venta de Alfaguara, Taurus, Aguilar, Suma de letras, Punto de lectura, Altea, Fontanar y Objetiva a Penguin Random House, justo detrás se imprime noticia de la CEOE clamando contra la reciente reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que obliga a los agregadores de noticias en internet a pagar por la información elaborada y financiada por los medios de comunicación a los que se roba. Las objeciones de la patronal incluyen la amenaza de “disuadir a los emprendedores de crear nuevos negocios en Internet, frenando el desarrollo de nuevos modelos de negocio digitales”. De existir un Greenpeace de la propiedad intelectual, no daría abasto a denunciar la pesca de arrastre con que se esquilma desde un barco pirata inmenso –la permisividad del gobierno- que esconde lanchas –las operadoras de telefonía- donde a su vez embarcan submarinistas –las asociaciones de usuarios de Internet. Desglosado el acto de robar en tantos cómplices como hay, que quien debiera defender a las empresas obviamente saqueadas –los medios de comunicación- se ponga de parte del corsario se explica en ese acto clásico de la piratería naval –navegar bajo una bandera distinta de la que realmente cuenta lo que eres. Y qué sino el botín de los derechos robados justifica la existencia de una patronal que aglutine a quienes ya, a título individual, viven de tomar por asalto el derecho de un trabajador a un sueldo digno. De la misma forma que un presidente de un Tribunal Constitucional debiera inhibirse de casi toda toma de decisiones por el mero hecho de ser socio de un partido político, nada que incluya el término “derechos” debiera estar al alcance de los comunicados de la CEOE. La venta de las editoriales del grupo Santillana es otro galeón que cede sus tesoros, pero al menos, es su dueño el que decide robarse a sí mismo semejante Potosí. En ambos casos, uno es más pobre hoy. Y Santillana, dos veces pobre. 

19 marzo 2014

el arte de la referencia



Dos máquinas de segar recuerdos se cruzan en el jardín en que transcurre El arte de la entrevista, de Mayorga, estos días en el María Guerrero: una es la tentación de fabular qué sugiere una entrevista, una cámara, una pregunta; otra, qué ganas con ello, seas una anciana sometida a una entrevista escolar, o un preparador físico que llega para atenderla. Solo que en realidad ambos son otras cosa: la posible invención de un pasado mejor –que, en su apuesta por reencontrarse con su exmarido, afecta a la madre tanto como a la abuela- es solo la necesidad humana primordial de generar interés en alguien, más si es alguien que ya lo sabe todo de ti. Y en cuanto a la segunda, es solo la imposibilidad de no amar, el miedo a dominar eso. Por eso lo que buscan todos es lo mismo: el entrenador, ayudar a quien te agrede; la anciana, decir la verdad a quien no la necesita; la madre, amar a quien no lo merece; la hija, que quien no puede quererla la quiera. Es casi un acto de coherencia que, el día que uno va a verla, llena la platea de adolescentes y señoras mayores, las referencias a la letra de Thunderoad, de Springsteen, parezcan buscar un público que no está por ningún lado. 

18 marzo 2014

más ciencia ficción

el mismo día que se lee sobre parte del argumento que vertebrará la nueva entrega de la saga Star wars, desde NY llega otra secuela enésima, con menos ciencia y mucha más ficción:

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/03/18/actualidad/1395171380_015201.html

14 marzo 2014

Lepage antes de Lepage



Las pistolas de la marca del armero parisino Lepage estaban, en época de Pushkin, consideradas las más indicadas para los duelos. Dado su elevadísimo precio, amortizarlas podría haber sido la razón que llevara a Pushkin a batirse tantas veces como pudo. Duele dar la razón, siquiera fugazmente, a los fabricantes de armamento, pero quizá con armas más baratas, ahora tendríamos más libros suyos. 

11 marzo 2014

la tercera fase -el paleolítico

http://elpais.com/elpais/2014/02/21/opinion/1392988034_229568.html

10 marzo 2014

para un diccionario de símbolos


La casa que hoy es embajada de Ucrania en el parque de Conde de Orgaz fue, hace años, la casa familiar de un compañero de colegio que al menos una vez nos invitó a ella. Su valla está hoy sembrada de velas dejadas en memoria de los muertos recientes. Uno pasa corriendo cada mañana delante de ella y hoy, desde la casa contigua, salía un pastor alemán a la calle a exigirte parar, como poco. Más ruso podría ser que, de todas las frases pronunciadas por su dueña intentando aferrar al perro, ni una sola sea de disculpas. 

09 marzo 2014

música allí donde miras o ya no


Hay pocas óperas más incómodas para representar ante un público que paga 250 eur. por butaca que Ascenso y caída de la ciudad de Magahonny, y uno sospecha que, de haber podido, Gerard Mortier habría inaugurado su tiempo al frente del Teatro Real, en septiembre de 2010, con cualquier otro texto de Brecht… que no necesitara a Kurt Weill, solo por dejar claro que a la ópera que él entendía como tal se iba a cualquier cosa menos a cerrar los ojos y limitarse a mecerse por las melodías de Puccini o Rossini. Pedir a un público que iría a ver Tosca o La Traviata, alternadas, cada fin de semana, una actitud crítica, reflexiva, hacia la mera idea del papel social de la ópera, tiene las mismas posibilidades de éxito que pedir a quienes van al Teatro de la Zarzuela que asistan callados a las representaciones. Y sin embargo lo que contaban las enormes pancartas al final de Magahonny –pancartas que podrían encontrarse en cualquier manifestación contra este gobierno o contra los abusos del gran dinero- es que, de existir tal dilema, es problema del público y no de aquello que la ópera vino a hacer por él. Su pérdida no lo es para quienes piensan que dedicó su vida a luchar por algo que perfectamente podría reducirse a Mozart, Verdi, Puccini o Wagner, sino para quienes vivirán dentro de 100 años. Desafortunadamente, no viven aún para llorarle.


Como en la mayoría de producciones ligadas al director anterior del CNTC, Eduardo Vasco, hay mucha música en la versión de Lluis Pasqual de El caballero de Olmedo, estos días en el Pavón. Pero uno no cree haber visto nada tan poderosamente traído desde tan lejos como el tango que Pasqual ha hecho de los primeros versos del III acto, y que David Verdaguer canta como si Lope de Vega lo hubiera puesto ahí, esperando que alguien lograra resistirse a hacer de toda su obra un tango inmenso, que cantara incluso don Alonso en su agonía. Y qué sino un bandoneón parece pedir ese verso -la gala de Medina, la flor de Olmedo.

Compuesto casi cincuenta años después de que Wagner estrenara en Dresde El holandés errante, el primer movimiento de la novena sinfonía de Bruckner parece ilustrar el enésimo advenimiento de aquel marino condenado a vagar por la eternidad hasta que el amor le redima, pero también es el mar que ve a Isolda prisionera de Tristán, rumbo a Cornualles. Esa cualidad wagneriana de corriente sonora sin fin, en el que las tubas parecen sonar desde la silla de Neptuno viene, también, en este marzo primaveral de 2014, de veinte años atrás, del tiempo en que Sergiu Celibidache condujera, sentado, las nueve sinfonías de Bruckner con la Sinfónica de Munich en esta misma sala del Auditorio Nacional. A salvo en el segundo anfiteatro, un hombre sentado a mi derecha abría la gabardina, que no se había quitado. Asomaba entonces una grabadora no precisamente discreta, que cada una de esas noches se llevaba a casa, simultáneamente, a Celibidache y a su opuesto exacto, dada la proverbial exigencia de éste para validar una toma de sonido que pudiera llegar a escucharse en soporte alguno. Como éste, el holandés errante que penara también por un exceso de exigencia se une, finalmente a Bruckner, en ese otro empeño generalizado de quienes tratarán de llegar a componer una novena sinfonía: dejarla incompleta.

Ir a ver, hasta hace unos días en el Teatro de la Zarzuela, el trabajo de Graham Vick para la zarzuela Curro Vargas, de Ruperto Chapí, es un empeño loable aunque inútil, dado el libreto al que presta su espléndido esfuerzo. Que quien no se consuela es porque no sabe dónde mirar podría explicar a ambos lados: a Vick, que probablemente tenga la suerte de no haber leído el libreto, y al espectador impotente, que mejor puede buscar su obra en su Falstaff de 1999 en the Royal Opera House, o en su Tamerlano, visto aquí en 2008. Ambos editados por Opus Arte. 

07 marzo 2014

El viaje al ningún lugar de siempre


Un tercer ejército recorría los caminos de España tras la guerra civil y éste cambiaba de bando cada tarde a las 19h, con suerte dos veces al día. Las compañías de repertorio, que alternaban las formas de la comedia según la población mientras las formas de la miseria se representaban todas a la vez, palidecieron mientras el repertorio social pasaba, en cincuenta años, de la corrala cultural a uno más profesionalizado que, lentamente, se permitía desbordar los límites del mero entretenimiento. Cuando Fernán Gómez escribió El viaje a ninguna parte en 1985, él había conocido ambos modelos. La compañía de cómicos Iniesta-Galván, cuyo declive él empleara para contar el fin de un modelo teatral que perdurara mayoritariamente desde el siglo XV se había muerto de precariedad. Lo itinerante fue sustituido por formas de ocio que llegaban para quedarse. El ocaso de lo ambulante creó el auge de la televisión. Lo que unos llevaban de pueblo en pueblo, lo llevó y asentó de forma gratuita la tv. La demanda de un formato de ocio, al que solo los toros y el cinematógrafo hacían sombra, fue sobrealimentada, hasta el hartazgo actual, por la programación de un medio que pronto copió el modelo que fagocitara: los mil canales actuales son el molde actualizado de aquel repertorio, en el que una misma cara podía ser, como hoy, la de un romano, un señorito de provincias, un campesino chino o un revolucionario francés con solo desenrollar una tela diferente.
Si el destino de las compañías ambulantes tenía los días contados, Fernán Gómez creó una imagen de poderosa fuerza, y crueldad a la altura, que al tiempo abriera una ventana a su supervivencia y la cerrara de golpe, en esa oportunidad que se le presenta a Arturo Galván –el más señero actor de la compañía, el más maduro, el más sabio acaso- para cumplir un pequeño, y rentabilísimo, papel en una película. El ocaso de su modo de vida no estaba en los modos que las comedias exigían, sino en los cambios que las nuevas audiencias imponían, y Gómez, quizá porque bien conoció el capricho que ignoraba las causas sensatas, o al menos previsibles, para elegir, no pocas veces, las irrelevantes, eligió para su patriarca de ficción el más cruel de los fracasos justo cuando su única esperanza parece materializarse: Arturo Galván es incapaz de realizar sus tomas porque su dicción exagerada, teatral en el peor modo posible, formada en décadas de profesión, es patéticamente inútil, zafia, grotesca, en el entorno nuevo –el cine- que podría venir a salvarle. No así, no por esto –merecría haber dicho Galván.
Pero ninguna puñalada es más extraña al corazón de esta compañía de cómicos que la que viene de escuchar cómo el gobierno subvenciona una representación teatral para que ésta sea gratis, creando así un competidor inabordable. El viaje que escribió Fernán Gómez existía, pero el frío que helaba sus mañanas al raso era el de un mundo nuevo al adelantarles. Es el mismo que, hasta hace unos pocos años, devolvió a la idea aniquilada parte de su mérito, al convertir a los montajes pagados por el Centro Dramático Nacional en obras ambulantes que partían de Madrid o Barcelona para llegar, con suerte, también hasta algunas de las poblaciones de las que fueran expulsadas para siempre los Iniesta-Galván cuarenta años atrás. Como un viaje interior, que honrara también la peripecia de aquellos cómicos por lograr, como fuera, la cara que un personaje requiriera, Miguel Rellán se asoma estos días, como el patriarca Arturo Galván, al Valle Inclán casi tres décadas después de ser, en la película dirigida por Fernán Gómez, el doctor Arencibia. 

e ratas


El riesgo de inflación o deflación que tiene a las economías nacionales entre tenazas siempre, y que por estos lares genera comunicados puntuales del BCE que llaman a prevenir una u otra se basta, en su urgencia macroeconómica, para ignorar que el salario medio pierde poder adquisitivo a la misma velocidad a la que el sueldo de quienes dirigen las empresas se propulsa sin pausa hacia la estratosfera. La inflación o deflación hincha o sangra la economía y fuera de tan anchos hospitales nadie clama que el salario es un precio más, que la hora de trabajo –empleada, sí, para pedir productividad- es un tomate, una noche de hotel, un kilovatio. La deflación salarial corroe un país a corto plazo como la inflación insosteniblemente ganada lo hace a medio plazo. Los precios caen desde el mismo lugar desde el que lo hacen los salarios, pero son aquellos los que alarman, porque la mano de obra es hoy el ingrediente de lo producido y no su razón de ser. La deflación salarial alimenta, por el otro lado de la cuerda, la aberrante inflación que engorda el sueldo de los directivos. Pero si aquella sirve para justificar despidos, ésta es solo el bonus acordado por recortar hebras al otro lado de la soga. Los costes laborales –se lee en El País 3.3- caerán un 0,6% en la eurozona los siguientes dos años. Que las cosas necesiten costar siempre más mientras los sueldos necesitan costar siempre menos cuenta lo que Soylent Green (1973) mostraba al final: que eres solo un producto esperando su oportunidad. 

05 marzo 2014

Un país en la tercera fase



Hace solo unos días podía leerse en el periódico, por la mañana, noticia del aniversario del intento de golpe de estado y, por la noche, asistir a El encuentro, de Luis Felipe Blasco Vilches, sobre la reunión secreta que mantuvieron Suárez y Carrillo para tratar la legalización del partido comunista, previa a las elecciones democráticas de 1975. Cuatro décadas después, las brumas son el humo que Eduardo Velasco y José Manuel Seda fuman sin cesar en la sala pequeña del Español, y así el encuentro Pinteriano de sus posturas: si Suárez pide centrarse en el futuro y Carrillo en el pasado, ambos hablan en realidad de un mismo tiempo, hecho de ambos y simultáneamente de su negación mutua. La transición real, hecha de varias transiciones, sucedió antes: la del pasado del partido comunista para convertirse en un trozo del puzzle democrático que se gestaba. La que desde la extrema derecha debía desembocar en una página del diccionario que sangrara menos.
Contado en la obra como un ejercicio de suspicacia y encriptación de mensajes, es una transición que ocurría dentro del lenguaje ante la imposibilidad de ocurrir a la luz del mundo real. Nada lo explica mejor que la transición de la palabra “rey” hacia un lugar ideológicamente más limpio, o solo más útil a una sociedad que, en ese momento, dependía más del olvido de las nociones obvias que del bautizo chantajeado de otras nuevas. Usada en la obra al mismo tiempo como un obús y la trinchera, la palabra “concesión” no solo no significa lo mismo, sino que cada uno de los dos lados ve su pronunciación ajena como una bala apuntada contra la generosidad propia. En el texto de Blasco Vilches, como seguramente en la realidad, es un milagro que ambos salieran vivos del abismo que separaba el olvido que uno pedía al otro. Porque, despojados del presente que se niegan mutuamente, quienes acaban sentados en las butacas enfrentadas son también hitler y stalin; el pasado respectivo del que se acusan y el futuro que Carrillo no deja de ver.
Es una imagen clásica la de una gangrena que se trata médicamente como el empeño en cerrar la herida, de forma que la mano que ha de firmar no sangre mientras lo hace. Si la guerra es una guerra para Carrillo, el advenimiento de la democracia es otra para Suárez. Si una se gana venciendo, la otra se gana perdiendo, rindiéndose. Si Paracuellos es un crimen de guerra desde un lado, la legalización del PCE es otro. Usted no sabe lo que es una guerra –dirá Carrillo. Y lo que Suárez no dice es que aquel no parece saber qué sea la paz. Esperar, reconstruir, moderar, aplacar… solo fumar parece ser la misma idea para ambos. Finalmente, confiar exige la más complicada de las transiciones –una que entienda perfectamente lo que está en juego y a la vez logre olvidar lo que eso significa. Que en la obra Suárez acabe imponiendo a Carrillo la lectura de un discurso escrito por el primero, pero que parece escrito por éste, resuelve de un plumazo lo que sus esfuerzos por negociar no: que siendo capaz de hablar como tú, de pensar como tú, de pedir lo que tú, qué podría importar que no confíes en mí, si puedo fingir ser tú.
La apropiación obscena e impune del discurso ajeno, siquiera contradictorio, hoy ya perfeccionada, y que tiene en la aspiración centrista el hijo más logrado de lo que tocara cumplir a Suárez aquellos días, no oculta la figura que, llegada de fuera de la historia, se esclerotizara a la sombra de la necedad de ambos lados desde entonces: si el rey hubiera abdicado para propiciar la república a finales de los noventa, su papel en la transición sería el que los libros dicen que es –un engranaje engrasado por el dictador que acabó por volverse contra la maquinaria. No lo hizo y, como estos Suárez y Carrillo, exhumados, es hoy un espectro más, peleado como ellos por no ser su pasado y solo su futuro. La lección que aquellos pugnan por aplicar en la obra es, cuarenta años después, la que aquel rey necesitaba ver aplicada en 1975 tanto como olvidada hoy: no se es un instrumento de un cambio sin entender qué acaba siendo la maquinaría contigo dentro. 

el evangelio según los idiotas



O cómo el mundo sería un lugar más sensato si rick perry, enrique rouco varela y alberto ruiz gallardón, entre tantos, hubieran sufrido leyes menos severas sobre el aborto de las que hoy mismo imponen.

02 marzo 2014

aviso a la población

Plantado el árbol hace tiempo, si algún hijo que aún no conozco está esperando el día adecuado, es su oportunidad.