Dos
máquinas de segar recuerdos se cruzan en el jardín en que transcurre El arte de
la entrevista, de Mayorga, estos días en el María Guerrero: una es la tentación
de fabular qué sugiere una entrevista, una cámara, una pregunta; otra, qué
ganas con ello, seas una anciana sometida a una entrevista escolar, o un
preparador físico que llega para atenderla. Solo que en realidad ambos son
otras cosa: la posible invención de un pasado mejor –que, en su apuesta por
reencontrarse con su exmarido, afecta a la madre tanto como a la abuela- es
solo la necesidad humana primordial de generar interés en alguien, más si es
alguien que ya lo sabe todo de ti. Y en cuanto a la segunda, es solo la imposibilidad
de no amar, el miedo a dominar eso. Por eso lo que buscan todos es lo mismo: el
entrenador, ayudar a quien te agrede; la anciana, decir la verdad a quien no la
necesita; la madre, amar a quien no lo merece; la hija, que quien no puede
quererla la quiera. Es casi un acto de coherencia que, el día que uno va a
verla, llena la platea de adolescentes y señoras mayores, las referencias a la letra
de Thunderoad, de Springsteen, parezcan buscar un público que no está por ningún
lado.
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