Como
si una profecía con prisa, el mismo día en que se lee en El País de la venta de
Alfaguara, Taurus, Aguilar, Suma de letras, Punto de lectura, Altea, Fontanar y
Objetiva a Penguin Random House, justo detrás se imprime noticia de la CEOE
clamando contra la reciente reforma de la Ley de Propiedad Intelectual que
obliga a los agregadores de noticias en internet a pagar por la información
elaborada y financiada por los medios de comunicación a los que se roba. Las
objeciones de la patronal incluyen la amenaza de “disuadir a los emprendedores de crear nuevos negocios en Internet,
frenando el desarrollo de nuevos modelos de negocio digitales”. De existir
un Greenpeace de la propiedad intelectual, no daría abasto a denunciar la pesca
de arrastre con que se esquilma desde un barco pirata inmenso –la permisividad
del gobierno- que esconde lanchas –las operadoras de telefonía- donde a su vez
embarcan submarinistas –las asociaciones de usuarios de Internet. Desglosado el
acto de robar en tantos cómplices como hay, que quien debiera defender a las
empresas obviamente saqueadas –los medios de comunicación- se ponga de parte
del corsario se explica en ese acto clásico de la piratería naval –navegar bajo
una bandera distinta de la que realmente cuenta lo que eres. Y qué sino el botín
de los derechos robados justifica la existencia de una patronal que aglutine a
quienes ya, a título individual, viven de tomar por asalto el derecho de un
trabajador a un sueldo digno. De la misma forma que un presidente de un
Tribunal Constitucional debiera inhibirse de casi toda toma de decisiones por
el mero hecho de ser socio de un partido político, nada que incluya el término “derechos”
debiera estar al alcance de los comunicados de la CEOE. La venta de las
editoriales del grupo Santillana es otro galeón que cede sus tesoros, pero al
menos, es su dueño el que decide robarse a sí mismo semejante Potosí. En ambos
casos, uno es más pobre hoy. Y Santillana, dos veces pobre.
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