25 febrero 2010

donde te dicen lo que cuesta

Trae El País noticia de la súbita muerte de Luza Peña, novelista y dramaturga colombiana, a quien uno tratara en el Teatro de la Abadía, hace unos años. Con las entradas que ella expendía adquiría uno una conciencia exigente de lo que iba a ver después, aún sin saber qué fuera lo que habías adquirido. Ningún trabajo obliga a renunciar al propio carácter, pero sí a atemperarlo, a encajarlo entre los moldes concretos que te toca. Como hace años, la taquilla del teatro es estrecha y ella lo llenaba con su vehemencia que tanto podía ser transparente desdén o reproche que no ocultaba su escasa disponibilidad de paciencia ese día. Imponía comprarle una entrada porque no parecía disimular que, a cambio, ella vendía algo que no debía ser menos preciado en su interior que lo que las dos salas de La Abadía acogían a cada momento. La obra empezaba en ella, en esa incomodidad o aspereza vital que no consideraba oportuno esconder como no pocas veces considera el dolor que sus motivos lo merecen. Un día se fue para poder, a fuerza de responderles, crear a esos otros espectadores –los que salían de dentro, hacia sus novelas y sus obras. Estos días acoge La Abadía un texto magnífico de Eduardo de Filippo sobre el poder del teatro de sobreponer su verdad fingida a la sospecha, al rechazo real. De La Abadía emana ese poder en sesiones diarias y en ese aura habita, como en este Filippo fugaz, ese privilegio de los centros de sabiduría –donde lo que no es suave ni amable ni complaciente ni seguro lo es en la sospecha de algo que se nos escapa, de algo que viene de un lugar donde se sabe más de lo que uno puede entender. Es ese aprendizaje, esa memoria la que venía y viene con las entradas que uno compra, ayer a Luza Peña, hoy a la espléndida Teresa Medina.