26 septiembre 2009

hágase el cambio

Ningún gobierno creó por si sólo este modelo productivo que tenemos de la misma forma que nadie inventa el amor, el desdén, la compasión o las acelgas. Ningún gobierno va a cambiar eso en 1, 2 o 10 legislaturas por la misma razón: lo que te encuentras hecho e implantado por décadas de uso automático requiere, para su modificación, de otra generación que quiera –qué comunidad de vecinos ha logrado nunca la unanimidad- y sepa –se ponga de acuerdo consigo misma y con quien le deja en herencia todo- proponer otro mejor. Y al contrario que el método para elegir gobierno, la coalición de quienes buscan cambiarlo todo no se logra aliándose con quienes cambiarían algo o con el apoyo puntual de quienes cambiarían algo el lunes para reimplantarlo el jueves.
Sencillamente el problema de gestionar la transformación de una economía repleta de bares, fútbol, televisiones tomadas por las moscas, políticos cucaracha, aulas como carreras de ignorantes y apartamentización del concejal primero, del paisaje después, es el de tratar de dar un uso mejor, más sabio, eficiente, productivo, a sus usuarios, es decir a los que llenan bares y estadios, a quienes sacan sus hijos al colegio como quien la basura de noche, a quienes llenan índices de audiencia, votan a quienes serían quemados incluso en Mahagonny y compran vistas a un mañana que no pueden pagar.
Ese cascabel no sirve para la economía porque no es de su talla, y porque las transformaciones sociales no llegan a la cabeza si antes han de pasar por los testículos. Y más fiable es esperar el progreso por la presión social, o cuando mostrarse como idiota en público es más visible –y señalable- en su excepcionalidad que comportarse como si la productividad de tus actos no dependiera de lo que te pagan por hacer 8 horas al día. Es un problema de escala, y mejorar el atroz diagnóstico que el FMI alerta sobre las bases de nuestra economía, el que los informes PISA entristecen sobre las perspectivas de nuestra educación, o lo que televisiones, periódicos y audiencias del fútbol dicen de la inteligencia dejada actuar libre, pasa por entender que la suma mayoritaria de individuos se comporta como un país que vive perfectamente cómodo con lo que tiene.

10 septiembre 2009

Donde digo lo que Diego no dijo

En una reunión con los constructores de viviendas más importantes de España, la entonces ministra de Vivienda y ahora responsable de Defensa, Carme Chacón, dio un mensaje muy claro: que los promotores iban por el buen camino. "Nuestro sector inmobiliario es de los mejores del mundo. Vivimos un aterrizaje o ajuste suave", aseguró entre aplausos. Corría octubre de 2007 y ya eran perceptibles los síntomas de que el castillo de naipes construido ladrillo a ladrillo se empezaba a desmoronar. –escriben L. Doncel y R. Muñoz en El País, 6.9. Unas páginas más adelante, Rafael Méndez escribe: Noviembre de 2007. El número dos del PSOE, José Blanco, descarta que su partido vaya a gravar con un céntimo de euro cada litro de gasolina para combatir el calentamiento global: "El cambio climático no se combate con nuevos impuestos". Así enterró el borrador del programa electoral de medio ambiente de los socialistas. Consejo de Ministros del pasado 12 de junio. Nota oficial de La Moncloa: "El Consejo de Ministros también ha aprobado una subida del impuesto sobre hidrocarburos en 2,9 céntimos por litro para la tributación de la gasolina con y sin plomo y el gasóleo para automoción. [...] La imposición sobre los carburantes tiene un alto componente medioambiental, puesto que contribuye a racionalizar el consumo fomentando la eficiencia energética y reduciendo las emisiones de CO2, por lo que una eventual moderación del consumo, aunque tenga un coste recaudatorio a corto plazo, se consideraría positiva desde el punto de vista de los compromisos para la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático”.

07 septiembre 2009

últimas plazas

Uno vive en una estadística hasta que pasa a otra, a veces sin dejar el espacio que tienes alquilado en la anterior. Así, uno existe en la estadísticas de escritores que no publican, en la de lectores que tampoco mucho leen, en la de quienes no saben no pensar en la misma mujer, en la de quienes hubieran querido otra nariz, otros ojos, otro plan de pensiones. También en la estadística de quienes viven sanos y prósperos se halla uno, en la de quienes demasiadas veces desdeñan lo que tienen para pensar mejor en lo que quieren, en la de quienes no entienden a tantos. Un día llegará probablemente en que uno pase a la estadística de quienes padecen cáncer y se empieza a morir más deprisa sin saberlo. Somos ya infinitos en esa lista, en la anterior, en todas. El trasvase de una a otra es permanente, uno ocupa una silla perdida entre millones de sillas, y como ocurre en toda aglomeración, de alguna forma el estar entre tantos hace que uno esté menos en cada una de ellas. Así, acaso uno y su dolor y su alegría incompartible, imposiblemente propio e inenarrable, sólo está ahí para guardar el sitio a otro.