28 diciembre 2013

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Hace años en Cannes aún podían comprarse postales antiguas en una tienda pequeña, como quien trozos del muro de Berlín. Escritas entre 1906 y 1932, describen un mundo que ni en el peor de los sueños sus remitentes podían imaginar. No hay gran gloria en ellas, solo fragmentos de un verano, deseos de paz, de salud, de un feliz matrimonio o un pronto regreso. El mundo que habitaron murió mucho antes que ellos. Y sin embargo hoy, cuando los años mueren sin que la metáfora signifique nada más que eso, quien aún escriba postales hablará en ellas de cosas similares, como si unos pocos años de paz y prosperidad funcionaran como un seguro de vida. Como también la inmensa bibliografía sobre la segunda guerra mundial, la que describe la primera nunca es más cruel que cuando relata cómo quienes acaso llevaban las cartas o vendían los sellos se levantaron una mañana dispuestos a delatar o directamente asesinar a quienes, desde la casa de enfrente, las escribían o las recibían. Algo que aún no sabes que haces por última vez, algo que ya no volverás a ver, algo que jamás será como antes. Incluso en tiempo de guerra se ama, se escribe poesía, se compone música, se pintan cuadros, pese a todo la compasión y la generosidad se abren paso. Con suerte las sociedades salen de ellas más preparadas para no repetirlas. Inmersos en una trinchera financiera de la que tantos salen para morir de añoranza como dentro de ella de impotencia, y cuyos cadáveres son solo de otro tipo, quizá pintar, componer, escribir, amar sea lo único que nos quede mientras rezamos porque lo que entre en unos días sea solo un año. 

27 diciembre 2013

sin portal al que llegarse



Hay una pregunta que queda sin respuesta en El cojo de Irishman, de Martin McDonagh, en el Español estos días: qué fue de los padres de Billy. Y es porque las versiones sobre su desaparición –si se ahogaron para que el seguro de vida salvara a su hijo o si lo que intentaron fue matarle- se bifurcan a la misma velocidad a la que lo hace el destino de éste, atrapado también entre lo que finge –tisis- y lo que, incluso dentro de esa mentira, es tan real que ni él lo sabe hasta que es tarde. Basado en la peripecia que llevó a Robert Flaherty a rodar Hombres de Arán en las costas de esa isla irlandesa en 1934, también podría ser simultáneamente su secuela y la explicación mejor de johnypateenmike: en Flaherty las tres veces que un niño intenta sumarse a una de las expediciones pesqueras, su padre se lo impide. Que al menos hubiera una parte del pasado de Billy que no sangrara. 

22 diciembre 2013

Sin lugar donde quedarse


Hubo de ser Nikita Mikhailov quien, en Ojos negros, diera a Marcello Mastroianni la oportunidad en 1987 de experimentar plenamente –esto es, de vivir con melancolía- de dónde venían y hacía dónde iban las ensoñaciones que recreara para Fellini durante décadas. Qué más ensoñación que nombrar La dolce vita una que mostraba a un escritor atravesando amores sin pasado ni futuro, ni método claro para conservar, perder o entender ambas, y cuya urgencia casi ni presente concedía. Es ese limbo el que viene de revisitar Sorrentino. Su irrealidad es 50 años mayor, y no solo porque su protagonista también lo sea. Sino porque si en Fellini la alta burguesía jugaba a la transgresión como si niños, en Sorrentino juega a lo contrario: a fingir la normalidad del hábito, por extravagante que sea. En cierto sentido, esta es una película sobre niños fingiendo ser adultos. Y aquella era lo contrario.

Si la infancia como símbolo tenía un peso en Fellini que aquí no, es porque la mirada fugazmente ensimismada de Mastroianni sobre la niña que atiende el restaurante significaría hoy otra cosa. Y porque quién necesita niños reales, como los que trágicamente marcan el destino de Steiner, acaso el personaje más lúcido de aquella, cuando todo en la de Sorrentino respira infantilidad travestida de ropajes serios. O más bien dignos. Al menos en público. Pero donde hay niños, hay padres. Y ese es aún el eje dramático de ambos circos. Y si, acaso como metáfora del único amor que Mastroianni creía ver sin que estuviera realmente ahí –el que por su padre-, Fellini introdujo la fábula histriónica de dos niños que dicen ver a la virgen como quien juega con ella al escondite, Sorrentino implanta dos padres ofuscados por la incapacidad para madurar de sus propios vástagos, donde solo parece ofender el sentido de pertenencia, como si con ello sus hijos respectivos –el suicida, la striper- invadieran la única idea que realmente poseen.
Toni Servillo, que nació el mismo año que Fellini rodaba La dolce vita, atraviesa la magnífica La gran belleza de forma que la única paternidad que cabría pensar le afectara es la suya propia. Su dolce vita, cien veces más dolce que la de su molde –como aquel, escritor, romano, vividor, seductor, suspendido en el tiempo afectivo-, solo deja de jugar al escondite con su pasado cuando un hombre de su misma edad se le aproxima para decirle que es el esposo de la mujer que amara. Acaba de morir, no han tenido hijos, él no podía. Yo sí podía –responde Servillo antes de sumarse al llanto de su competidor, derrotados ambos.
Amarcordiana en la mezcla de suspensión temporal y puntual exhuberancia expresiva, Sorrentino honra también ese rasgo de Fellini –muchos de sus rostros parecen salidos, por extraños, de un supermercado del gesto. Y acaso su escena más hermosa sea la que más explícitamente toma prestada de aquella, en ese hombre que lleva siempre encima un maletín con las llaves de los palacios más hermosos de la ciudad, para recorrerlos de noche como quien viaja por su memoria en las horas más inofensivas. Como puesta ahí, entre bustos imperiales, para mostrar que el César de la vida social romana, que solo llora una segunda vez y es, perfectamente impostado, para mejor interpretar el debido duelo en un funeral, que rara vez deja de lucir su perfecta y lujosa libertad como si fuera un trabajo cansado, que nada le aporta o incluso le hastía, solo es el Marcello real, el de Mikhailov, en ese rellano en que el llanto por la mujer amada y no tenida compite, por primera vez, en igualdad de condiciones con el de quien, habiéndola tenido, la ha perdido como él. Rodeado de esa gran belleza que es la ruina, Servillo, como Mastroianni incapaz de retener a su padre ni un segundo que no incluya la frivolidad, nunca es más personaje felliniano que entonces: si dejara de pasear entre estatuas y seres a un paso de serlo, se convertiría en una. 

21 diciembre 2013

el exilio doble



Como un profeta de sí mismo, Charlton Heston fue dos veces el mismo personaje –su Moisés de 1956 era, solo tres años más tarde, Juda Ben Hur. Como aquel, hermanado de niño con quien después sería su rival: el hijo del faraón en Los diez mandamientos, el tribuno Masala en Ben Hur. La segunda reencarnación llegaría en 1968, como el astronauta George Taylor de El planeta de los simios y, solo cinco años más tarde, el policía Robert Thorn en Cuando el destino nos alcance. Como en la primera doble hélice, el mismo hombre solo y a la vez su opuesto: no el primer y fundacional hombre sobre la tierra, sino su reverso: el último en habitar o descubrir el mundo tal y como es. En dos de ellas –Los diez mandamientos y Cuando el destino nos alcance- también estaba Edward G. Robinson. En la primera, como un judío que asciende en la pirámide social egipcia al delatar a otro judío. En la segunda, como un hombre que desciende –del todo- de esa misma pirámide, harto de ella. Incluso esto estaba al servicio de lo que Heston iba a descubrir en cada una de sus respectivas encarnaciones: que estamos hechos de materiales sospechosos. 

20 diciembre 2013

y todos para uno


Todo en el mundo creado por Tolkien respira singularidad, también en sentido literal. No hay protagonista que tenga reemplazo, copia. Sus héroes lo son tanto por sus peripecias como por la soledad que arrastran. Un anillo único, un portador que más se aísla cuanto más lo lleva. Un señor oscuro. Un mago blanco, uno gris, uno marrón. Nunca un segundo del mismo color. Un rey en la sombra. Un dragón. Un único superviviente de los cambiapieles. La montaña que encierra la historia en El hobbit es la montaña solitaria. Y de tanta excepcionalidad, de tanta idea que empieza y acaba en sí misma, hay ya seis películas. Y aún queda el material que el hijo de Tolkien desarrolló a partir de bosquejos dejados por su padre. Algún día saldrá Lobezno en una de ellas. 

19 diciembre 2013

apurar el cáliz


Con la naturalidad con la que el austríaco Cristopher Waltz ha enraizado en el cine de Tarantino, el alemán Michael Fassbender aparece estos días junto a Brad Pitt simultáneamente en El consejero (Scott) y 12 años de esclavitud (Mc Queen). Aunque la simbiosis más clara que viaja de esta última a la primera sea la que muestra su paisaje recreado en el XIX, y en las carreteras de Georgia y Lousiana hoy día, sus árboles tomados por el musgo español como si una telaraña verde quisiera enviarles al pasado. La historia que cuenta El consejero transcurre en el México de nuestros días, pero la mezcla mortal de azar e indiferencia, de horror y cotidianeidad que cuenta la peripecia de un hombre libre convertido en esclavo hace 170 años es la misma que el guión de Mc Carthy arroja sobre el abogado que ve su vida precipitarse al infierno por una suma de casualidades sin vuelta atrás.
Henchidas ambas de horror inimaginable, su capa mejor –la bondad del esclavista digno en una, la que pudiera emanar del discurso profundamente sabio del criminal peor en otra- solo sirven para conformar ambas virtudes –en realidad la misma: la sospecha de la verdad que se niegan a sí mismos- como un lujo mutuo del que se dispone pero que no se emplea. Si la esclavitud fue una forma de nazismo arraigado en el corazón del llamado país de las libertades siglo y medio antes de que hitler le diera su forma definitiva, el poder que el narcotráfico atesora hoy día –y que en la película da para que, junto a los cargamentos ocultos de droga, viaje un cadáver de un lado a otro del país solo por el humor de hacerlo- es también uno que hace de las personas, mercancía de mucho menos valor que la que viaja empaquetada. Lo que se supera en un siglo se reencarna en otro con otra forma, los campos de algodón se convierten en bidones atiborrados de cocaína, los barracones en que se hacinaban los esclavos negros se desplazan hacia abajo, en las tumbas que ocultan las víctimas de una esclavitud solo distinta en sus muertos –una que no les condena a encadenar su vida a su libertad, sino a la cercanía en que la riqueza es cosechada.
Como la peripecia de Solomon Northup en la Louisiana de 1842, que ni habiéndose probado la culpabilidad de sus captores, supuso pena alguna para ellos, la impunidad que atraviesa la historia cruzada de culpables, inocentes, medioresponsables y mediosalvables que cuenta El consejero es una que no distingue víctimas porque renuncia a considerarlas dotadas de derechos. De los cientos de miles de esclavos que pasaron sus vidas como objetos a los que se interponen entre las balas actuales como quien pasa entre conversaciones, el miedo y la barbarie empiezan en la desaparición de la propia voz. Northup es advertido de que simule no saber leer ni escribir. El consejero nunca siente más pánico que cuando se queda sin alguien a quien poder explicar su inocencia. Obligados a callar el lenguaje de las personas, los esclavos estadounidenses de raza negra cantaban a dios para que alguien les escuchara sin enviarles más castigos. Antes del reencuentro final con su familia, la liberación que más explícita, rabiosamente, invade el rostro del esclavo no es la que le sube al carruaje que le saca de los campos, sino la que le muestra cantando en un funeral que podría ser perfectamente mexicano, siglo y medio después. 

18 diciembre 2013

lawrence o´toole



El primer rostro que ves encarnar al personaje de una ópera suele ser el que se apropia del carácter desde entonces. Si hay suerte elegirás bien la versión. Si no, el personaje cargará con facciones inmerecidas hasta que logres un sustituto digno. En teatro es igual, aunque la frecuencia con que las obras se repiten en, digamos, una década permite sobrevivir fácilmente a cualquier error de casting. En cine, salvo rarísimas oportunidades, solo tienes una oportunidad. Y aunque la lista de rostros dueños inefables del personaje que encarnaran es amplia, lo es más aún la de quienes, sin quedar mal dentro de él, serían intercambiables sin que la historia sufriera. Peter o´toole, que devastó su rostro con los años hasta ser irreconocible, quizá lo hizo al entender que sus facciones habían dejado de ser suyas mucho antes, cuando Lawrence de Arabia abandonó para siempre los rasgos de T.S. Lawrence para adquirir los suyos.
El año pasado, Michael Fassbender –él mismo un dueño automático de cuantos personajes aborda- interpretaba a un androide en Prometheus. En su peculiar aproximación a la conducta humana, su personaje escoge como modelo la indiferencia al dolor de Lawrence de Arabia. Solo que en esa escena aún no lo es. Con todo su fulgor intacto, a quien imita como si cada gesto fuera una instrucción, es a o´toole. En un mundo donde tantos van al cine hoy día a ver historias de robots, ver a uno admirando Lawrence de Arabia es un acto de inusual justicia. 

17 diciembre 2013

graduación moral


De las dos etiquetas del vodka Stolichnaya que uno conoce, una muestra cuatro monedas agrupadas a la derecha, dos arriba y dos abajo; y la otra, las cuatro ordenadas de izquierda a derecha. Es ésta última la que bebe sin cesar la protagonista encarnada por Cate Blanchett en Blue Jasmine. Contando la historia de una mujer que escoge mirar hacia otro lado mientras el dinero inunda su vida de placidez, acaso hubiera hecho una buena escena el verla mirar ambas etiquetas como símbolo de lo que hoy se amontona y mañana rueda por el suelo hasta desaparecer. 

16 diciembre 2013

y esa explicación que os debo


Mi tía N. -85 años- Deja un mensaje en el contestador de D. Que me han visto muy drogado. D. escribe en el acto. Llamo a mi tía. Emplea 10 minutos en jurar que no va a decirme quién se lo ha dicho. Entonces lo entiendo. Yo. No ella. Lo que ha dejado en el contestador es que me han visto muy delgado. Sugiere que D. se lave los oídos. Entonces lo dice: cuando llama se quita la dentadura. Lo que no dice: que estar delgado en una familia donde todos tienen sobrepeso es probablemente peor que estar drogado.
 

12 diciembre 2013

multiplicación de los panes


M. cumple 52 años enamorada del mismo hombre casado. Solo parece Blanche Du Bois cuando habla del albañil polaco gigantesco que apareciera en su casa tres horas después de lo previsto, borracho, acariciándola el pelo al despedirse. La obra de Stanley Kowalski, que Tennesse Williams no escribió: la de quien llega tarde y al que sin embargo dejan entrar sin que se sepa cómo o porqué. 

11 diciembre 2013

03 diciembre 2013

subtitular en polaco


Hay que tener coraje para desdeñar el cartel de Saul Bass. Y más para hacer algo que no quede muy por debajo. 

02 diciembre 2013

utilidad de la bañera


Quizá para compensar la decepción que surge, entre la bruma, al entrar en un Hamman y ver que sobre la enorme piedra circular solo hay hombres apenas cubiertos con la misma toalla que tú, la espera del neófito recompensa con un tiempo detenido en el que solo puedes mirar hacia el magnífico techo abovedado, y allí, sin tener forma de saber cuánto tiempo llevas tumbado, fabular sobre cuán ganaría la experiencia con un ligero cambio de personal. O esa otra visión, hace unos días, en la piscina, en la que dos hombres, el agua a medio pecho, departían como tribunos romanos mientras el resto nos afanábamos en ir y venir como si el harén nos sacara siempre los mismos metros de ventaja. Te tumbas en la bañera como si estuvieras en ambos a la vez. 

01 diciembre 2013

tigres blancos


Empezar las revistas por el final halla su recompensa al ver al final de The New Yorker el anuncio que anticipa el reestreno en Broadway de Cabaret mucho antes de que la página 10 traiga noticia del estreno, unos meses antes, de la adaptación musical de Rocky. A tiger is a tiger, not a lamb –cantaba Liza Minelli en 1972, cuatro años antes de que Sylvester Stallone hallara el molde exitoso de sí mismo, y diez antes de que The eye of the tiger saltara de la banda sonora de Rocky III a las discotecas de todo el mundo. Es Michelle Williams quien heredará lo que la fallecida Natasha Richardson cantara en este mismo montaje, coreografiado por Rob Marshall y dirigido por Sam Mendes, al ser estrenado en 1998. El tigre Sally Bowles resulta, así, uno blanco, que viene de ser esa otra cantante improbable, Marilyn Monroe. Para quien aún no esté enamorado de ella, una segunda oportunidad. Por ejemplo, al escucharla cantando Perfectly Marvelous. Como si delante de un espejo.

30 noviembre 2013

salto hacia tu propio cuerpo


30/40 Livingstone, en La Abadía estos días, alberga razones de sobra para compensar la hora y media que pasas sentado mientras Sergi López y Jorge Picó no paran de moverse. Y es peculiar que una de ellas, no la menos evidente, sea contemplar al improbable López moverse dentro de su cuerpo y de su voz con asombrosa gracilidad y no menor gracia. Del primer instante de obra a cada uno de los gestos que acompañan las salidas a saludar, acabada la obra, no sé si he visto a mucha gente en un escenario sentirse más a gusto en su cuerpo. 

el primer mandamiento


Recordar cómo en los años setenta y ochenta –cuando uno veía televisión- las películas acababan abruptamente al cortar la emisión segundos después de que los títulos de crédito asomaran plantea la más interesante cuestión de qué se hacía con películas como Ben Hur al ser programadas, si lo que se amputaba al final –la música que llegaba en los créditos- se consentía al principio, en las asombrosas oberturas y entreactos que llegaran hasta Star Trek, en 1979, incluso en géneros tan alejados del cine histórico como la ciencia ficción. O si el prólogo que Cecil B. De Mille insertó en su segunda versión de Los diez mandamientos, en 1956, era suprimido o se le permitía el panegírico con el que afirma el valor moral, supremo, histórico de la ficción que viene después. Hoy, cuando no pocos en los cines consideran que la película comienza solo cuando alguien arranca a hablar, sería imposible escuchar las músicas extraordinarias de Bernard Herrmann, de Hugo Friedhofer, de Alfred Newman, de Miklos Rosza sin una imagen no fija que obligara a escucharlas. Y es fácil pensar que el declive del gran formato espectáculo, que concentrara sus mejores esfuerzos en el western, el cine bélico y el histórico, trajo el de la obertura como símbolo de cómo lo que se iba a presenciar merecía un preámbulo a la altura, como un tren que diera varias vueltas, cada vez más despacio, en torno a allí donde después parara, y permitiera mirarlo más atentamente.  Pero quizá solo ocurrió que el deslizamiento del cine en los ochenta hacia el mero entretenimiento puro, sin deudas con nada, hizo sencillamente innecesario un prólogo dado que, progresivamente generalizado, la propia película ya lo era: un interminable prólogo que no iba a ningún lado ni tenía que fingir por ello. 

26 noviembre 2013

la vida misma


M. que pinta este cuadro sin el payaso en él, pero con ella misma en el lugar de esa mujer que observa hacia dónde solo está ya el hueco. Y mejor así. 

21 noviembre 2013

en el corazón de las tinieblas


Internet lo ha cambiado todo. La gente no sabe lo que hace aunque lo hagan todo el rato –Mary Ellen Mark, fotógrafa, ayer en El País.


20 noviembre 2013

tierra que pague


Aún puede verse en cines esa historia de la caza simultánea del nazi eichmann y de quien escribiera sobre él que es Hanna Arendt, de Von Trotta, y en la sala de al lado proyectan El médico alemán, de Lucía Puenzo, historia opuesta que narra la mirada precisa, pero desdeñada, sobre la identidad real del nazi mengele y, en consecuencia, la huida de éste, que vivió en libertad hasta su muerte. No hace ni un mes desde que otro nazi –priebke- que viviese, como mengele, plácidamente en Bariloche, muriese sin que lugar alguno aceptara su cadáver, y es una lástima que la tierra que garantizó su acogida en vida –Argentina, Paraguay, Brasil- no purgue, en muerte de éstos, el castigo que una Corte Internacional debiera imponer, no a aquellos asesinos, sino a sus cómplices. Sus cenizas más merecen un vertedero y allí debieran acabar, pero una lápida que recoja la culpa de la tierra que les permitió vivir sin pagar sus crímenes contaría en cada cementerio de esos países algo más duradero, menos invisible, que una película cada cinco años. 

19 noviembre 2013

a tus zapatos


Una zapatería inserta en una calle estrecha de Toledo, demasiado pequeña para ocultar la escalera que asciende hacia el piso de arriba. Porque es justo eso lo que hay encima: un piso pequeño. En él vive alguien que para entrar y salir de su casa ha de pasar forzosamente por la zapatería, asi que si uno se quedara el tiempo suficiente delante del escaparate, quizá acabaría viendo cómo esa persona se llega hasta la puerta de la zapatería iluminada, abre, entra flanqueado por zapatos de mujer y sube la escalera hacia su cama, como una versión del salón que no pocas casas de hace treinta años guardaban como si fuera una vitrina, a la que uno se asomaba sin quedarse. Como esos zapatos tan bonitos que uno jamás se pondrá. 

12 noviembre 2013

el que no vote


Coinciden en la mesa el número 120 de la revista de Amnistía Internacional y La Vanguardia de hace dos domingos. La primera imprime noticia de sendas sentencias de la Corte Suprema estadounidense: una que anula un artículo de la Ley de defensa del matrimonio de 1996 que obligaba al gobierno federal a negar prestaciones y el reconocimiento y protección de los hijos a las parejas del mismo sexo, y otra que invalida la consulta popular que en 2008 prohibió constitucionalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo en California. El periódico exhuma la candidatura probable de rick perry, presidente de Texas –llamarle gobernador sería menospreciarle en ese estado- que muy probablemente concurrirá de nuevo a las primarias de su partido, llegado el día. Históricamente ligados a la posibilidad de secesión si les parece, y empleada ésta como arma ideológica a medida de la política liberada de escrúpulos, la secesión de un estado dentro de un país parece en Texas realmente más un destino que una posibilidad, independizada la estupidez pura que orgullosamente parece representar perry de los requisitos que debiera exigírsele a alguien que ostenta semejantes responsabilidades ejecutivas. Y que permite afirmar, en la misma línea que oferta impuestos más bajos que en otros estados, la desregulación laboral y ambiental que parece necesitar el país una vez que el socialismo intervencionista de Obama devuelva el país a sus ciudadanos. Esto, que suena –porque lo es- a idiotez enésima del peor populismo que escoge ignorar que justo la desregulación financiera se ha llevado por delante millones de empleos en esta crisis, es lo que, desde hace siete años –seis de gobierno de Obama y uno más de campaña previa- pregonan los gobernadores del partido republicano allí donde les dejan, y a estas alturas, lo que millones de desdichados votantes tienen por verdad obvia. “Texas y Misisipi lidera la nación en porcentaje de trabajadores que ingresan un salario por hora igual o por debajo del salario mínimo” –cita Marc Bassets en La vanguardia 3.11. También la traducción de perry de este concepto –“para que América sea más fuerte, los estados deben ser libres para innovar, aportar nuevas ideas sobre políticas fiscales y sobre la regulación”. Ni siquiera imaginar a la Corte Suprema tardando menos de esos 5 o 17 años en anular las tropelías que miserables como perry insertan en la sociedad es un consuelo. Qué más intervencionista que un juez que ni siquiera vive en este estado. 

11 noviembre 2013

en la marmita equivocada


Un día, hace ya años, las centrales de medios empezaron a presentarse a concursos de creatividad en los que competían con agencias. Éstas llevaban décadas gestionando los medios por su cuenta –si querían- asi que las centrales no hicieron sino presentarse allí donde las agencias las habían invitado. El sintagma aprendido durante la crisis actual –demasiado grande para caer- no es sino la consecuencia última de la pulsión empresarial por concentrar en un solo eslabón todo lo que antes estaba repartido a lo largo de la cadena que forma cada proceso desde la creación del producto o servicio hasta su uso final. El ejemplo publicitario es irrelevante hasta que se considera lo que pudiera haber aportado a sectores más valiosos: una de las cosas que se perdieron en el proceso de redescubrimiento del marketing –esto es, al sembrar los departamentos de marketing de perfectos mediocres que no necesitaban haber estudiado marketing- fue la selección del público objetivo, o mejor, su cambio frecuente por todo el público posible como objetivo. La obligación de hacer anuncios para todo el mundo sustituyó las referencias concretas del público al que antes se dirigía para manejar referencias necesariamente más vagas, y ser comprensible para todo el mundo logró lo que todo test acaba mostrando: que entre pensar o no pensar, el público acaba considerando más cómodo no pensar.
Una de sus lecciones acaba de ser retomada a todo lujo por El País, en forma de revista de moda y tendencias masculinas, cuyo formato clásico –fotografía cuidada y textos breves- está ya en esa cualidad fotográfica de las razones que esgrime su director, Javier Moreno, en la presentación –“no teníamos una revista así, nos vemos con fuerzas para emprender algo así”. Eso: poco texto y pueril. Como en su revista gemela femenina que se entrega los sábados, un medio que se gana la vida pidiendo a sus lectores leer textos largos, de apretada letra y temática variada tratada por especialistas, decide recompensarles con álbumes de fotos lujosamente impresos y donde la banalidad reluce en una de cada tres páginas. ¿Para quién es en realidad esa revista? ¿para quién escoge leer cada día El País y no una de las variadas revista de tendencias que quitan lectores a los diarios como los libros de autoayuda o el best seller se lo quitan a la lectura adecuada? ¿cuáles son las explicaciones que el director del periódico hurta al “no está seguro de necesitarlas”?. Yo las agradecería. Porque el periódico que compro cada día desde hace dos décadas publica ya dos revistas semanales –tres, con la guía del ocio- que tiro a la basura sin abrirlas, mientras trato de no preguntarme cuánto ganarían las secciones de ciencia, de cultura, de pensamiento, de internacional si se invirtiera en ellas la cuarta pared de tan generoso esfuerzo editorial volcado semanalmente en ponderar adecuadamente “la textura de un tejido, la calidad de la piel de un zapato, el tacto de una bolsa de viaje fabricada de forma artesanal, el corte de una chaqueta”. De todas las formas posibles de rentabilizar hoy un periódico impreso, convertirlo en semanal sea quizá una de las más factibles. Y acaso para cuando eso llegue, el público natural de El País sea ya el que Internet está creando –uno que lee más fotos y menos texto. Acelerar el proceso suena, si no suicida, sí patético. 

09 noviembre 2013

bajar a oler las mismas flores


No se ha cumplido un mes desde que Capitalismo, el circo teatral de Andrés Lima, se bajara del Price, y La veritá, el circo teatralizado de Danielle Finzi Pasca, cierra estos días el esplendoroso festival de teatro internacional que viene de ofertar el Centro Dramático Nacional. Especializado el mundo en ofertar a cualquiera justo aquello que no debería hacer, aquello que no extrae de uno lo mejor que podría dar, reluce el teatro donde debiera el circo, y éste donde debiera el teatro. Esa rareza: como si, por un momento, la calidad de la propuesta no necesitara un único lugar donde existir.  

vivir en 1998


Camino de una semana ya sin teléfono móvil, aspiración a lo que Max Aub dejara dicho de Buñuel: “es un hombre más complicado de lo que creen los que le tienen por complicado, y más sencillo de los que creen que es una persona sencilla. Le molesta la gente, por eso se ha vuelto sordo. Decidió un buen día que ya estaba bien de tantas molestias, que lo mejor era enconcharse y no oír. Así se libro también del teléfono. Ya les dije que era un hombre inteligente”.

07 noviembre 2013

03 noviembre 2013

es. Punto


Se lee En los dominios de Amazon, relato de un infiltrado, de Jean-Baptiste Malet, simultáneamente como el de una compañía que prohíbe específica, exhaustivamente descrita, toda información sobre cualquier aspecto del trabajo en sus almacenes, y como el del público de esa compañía, sus clientes, que se prohibieran a sí mismos la más mínima pregunta sobre qué signifique el poder mundial dado a semejante distribuidor. También por eso el relato del infiltrado Malet es apenas el de un exhausto más, cuyo penar por un sistema perfectamente legal, y del que no puede decirse que engañe a quienes entran en él, apenas roza la descripción que le prometen los sindicados sin que al final sus contratos respectivos les autoricen a hacerlo.
Cuando, al final del libro, describe cómo, en mitad de la noche, sus compañeros y jefes se reúnen fugazmente para compartir un café, la frase “recuerdan su vida familiar” ya apenas choca respecto al más natural “describen su vida familiar” que uno esperaría. No se atraviesa sus apenas 100 páginas sin entender que en los almacenes de Amazon, como en tantos trabajos, incluso un contrato indefinido suena a un trabajo infinito, refugiada la explotación en bendiciones gubernamentales vía subvención al empleo, por precario que éste sea, o en esa otra letra pequeña que es la lista, no menos infinita, de quienes esperan para hacer lo mismo que tú si renunciaras a hacerlo. 
Agotados, embotados hasta que la disposición para resistir el trabajo pasa de ser la principal prioridad a la única, encadenar noches seleccionando o empaquetando lo que un cliente recibirá en su domicilio apenas unas horas después es menos una derrota de las clases menos favorecidas que el eslabón penúltimo de una elección social donde, a fuer de participar todos de ella en algún momento del día, consintiéramos la explotación perfectamente legalizada de quienes son ya tan inseparables del sistema que saberles tratados como un paquete más no escandaliza, como tampoco saber que el almacén en cuestión exista, reluzca, en Francia. Qué no hará Amazon en Tailandia o Nigeria.
Malet describe, y para esto no hace falta infiltrarse en lado alguno, cómo Amazon pondera especialmente venir de las Fuerzas Armadas, su disciplina un valor tan obvio en un lado del proceso como sea, en otro, haber trabajado en un Mac Donalds. Constata Malet cómo “Amazon es un formidable instrumento de difusión de textos hostiles a la democracia, a la libertad de expresión en sí misma”, describe cómo los veinte minutos de descanso de que disfrutan, dos veces al día en cada turno, son en realidad unos cinco, descontado el tiempo que supone ir y volver al lugar donde se trabaja, cómo la empresa se niega a instalar las máquinas de fichar a la entrada de la fábrica para, así, ahorrarse el tiempo que lleva al trabajador llegarse hasta aquella y volver cada día, dado que los tiempos de recorrido se descuentan del tiempo libre del trabajador antes y después de fichar, y que Amazon no paga ese recorrido, deja de pagar 200 horas diarias.
No menos gráfica es la relación entre la explotación de las fuerzas físicas, entre el sueño y la natural renuncia a nada que no sea la hibernación del juicio crítico –“la fatiga física impacta sobre el humor, la sensibilidad y las emociones. Aumenta considerablemente la tentación de los comportamientos regresivos. Cuando vuestra vida se reduce a trabajar largas noches, dormir, alimentarse, lavarse, conducir vuestro coche y pagar vuestras facturas, los momentos de relax parece como si fueran los últimos aspectos agradables de vuestra condición”. Quizá sin tanto agotamiento a sus espaldas, Malet hubiera apreciado el contraste entre un trabajo que, para abastecer de ocio a sus clientes, requiere forzosamente negar cualquier energía disponible para tener algo parecido al ocio en sus vidas.
Mientras la Unión Europea debate –es decir, deja de escuchar momentáneamente a los lobbies empresariales que financian a los partidos en todo el mundo- si seguir asistiendo tranquilamente a la impunidad con que las multinacionales ignoran sus obligaciones tributarias, refugiados en países-almacén de la evasión fiscal -solo la Hacienda francesa reclamó en 2012 198 millones de euros de impuestos atrasados, intereses y multas relacionadas con la declaración en el extranjero de su cifra de negocio realizada en ese país-, El País de hoy domingo incluye, retractilado en sus páginas centrales, no por nada las de economía, el folleto de otro de esos grandes centros de distribución de electrónica de consumo, en cuya portada aparecen varios empleados del mismo, o quizá directivos, dado que visten corbata, enseñando las pantorrillas, mientras su titular no lo oculta un ápice –Nos bajamos los pantalones. De qué sino de pantalones ajenos están hechos los envases de todo lo que consumimos. 

día de los vivos murientes


Según subes por la calle Alcalá desde Ventas, a la altura de Manuel Becerra, el primer semáforo, que da comienzo al tramo que desemboca en la bifurcación con Goya, permite ver venir a los vehículos ya desde lejos. Es ese el que elije una mujer rubia de unos 50 años para cruzarlo caminando tranquilamente, a pesar de que el semáforo advierte de que esa es una forma probable de morir a esa hora del día. En el desafío, va acompañada de otra mujer que sí se detiene en mitad de la calle cuando empiezo a hacer sonar el claxon de la moto. La mujer rubia no altera un ápice su paso, como si lo que le viniese encima no fuera una moto sino un viento. El logro, lo que puede salvarnos a ambos, es que la mente acepte cuanto antes lo imposible –que no va a levantar siquiera la vista hacia mí, que no lo hará aunque su vida dependa de ello. Al no poder frenar del todo a tiempo, la esquivo por poco en el hueco abierto entre ambas. La ira dura lo que una pregunta mejor en asomar: cuántos atropellos soportará la desdichada para que uno más no parezca importar. Peor aún: hasta qué punto estará acostumbrada a que, en el trabajo o en su casa, quien se la lleva por delante ni siquiera repare en ella. 

01 noviembre 2013

31 octubre 2013

donde mejor canta cualquiera


Hay cosas que se escriben para poder olvidarlas, y otras que para poder recordarlas con un detalle que no solo el papel merece. Que alguna de estas últimas sean imposibles de explicar a quien no las haya presenciado se volverá contra uno mismo llegado el día, pero no hoy, apenas veinticuatro horas después de que Alejandro Jodorowsky llene el Price con su bautismo coral de sanación y fraternidad. Para quienes han visto aplaudir de pie durante una hora a un intérprete o a un grupo de ellos, Jodorowsky es un baremo insalvable. Desde que manda levantarse al público a los quince minutos de empezada la función, es dudoso que quienes se sentarían de motu propio fueran más que los que hubieran permanecido de pie aunque el chileno no se encargara de que así sea durante la mayor parte de las dos horas largas de función.
El aspecto de bar que muestra el recinto entero –grupos de dos y tres personas, formadas necesariamente por extraños, contándose literalmente la vida unos a otros- no debe engañar. La mirada sonriente y plácida, o severa y solidaria, del desconocido que te escucha decirle cosas que, tan cruda, tan asépticamente, no dirías a muchos de tus mejores afectos, es, cuando le toca su turno de contarse, el mismo discurso despojado, crudo, sin escondites de quien describe su existencia de la única forma que acaso pueda hacerse si se aspira a decir la verdad: como si no fueras tú quien lo cuentas, o más exactamente, como si quien lo escucha –yo- no fuese sino un extraño al que solo un juego permite semejante proximidad. Y ni siquiera saber que lo que cuentas no será usado porque la otra persona no sabría cómo ni para qué ni contra quién evita el estremecimiento producto de jugar con otras dos personas –en otro ejercicio- a reconocerles como tus padres y decirles todo lo que no te gusta de ellos. Porque la mirada que te cruzas al bajar del escenario, donde, como todo el teatro, acabas de exhibirte tanto que ni importa que lo estés haciendo desde donde el propio Jodorowsky pasea, micrófono en mano, ya no es una que te acerca a un desconocido, sino una que significa “sabes algo que muy pocos saben”, como la otra persona ha de pensar de ti.
Que aligerar un peso que llevas dentro salga mejor si es un extraño quien te escucha podría explicarse en que, aunque Jodorowsky no lo diga, si vienes de contar eso a quien jamás has visto antes, quizá tampoco sea tan terrible como para que compense ocultarlo. Si no es lo mismo que un psicólogo es porque éste, al final de la sesión, no hace lo propio y te usa de testigo de lo más inconfesable que lleve dentro. Jodorowsky, cuya mejor obra literaria es aquella que recrea, fabulando a partir de hechos reales, la propia historia familiar y personal, escribió en La danza de la realidad, que tanto pensó, soñó e imaginó una amistad con la fiera pacífica que viera en una carta de tarot de niño, que la realidad le puso, poco después, en contacto con un león real. Habiendo su obra recorrido el camino inverso –la fabulación a partir de la realidad-, que ésta pueda venir a compensar o completar aquella habla de ese trato que hemos venido a respetar al Price: si sabiendo que la vida es un juego de azar, la responsabilidad nos abruma, quizá seguir jugando sea, de adultos, una forma posible de revertir el proceso o de ralentizarlo. 
Y no es un juego fácil: tres mujeres sentadas en la fila de delante abandonaron el teatro nada más empezado el juego, y tres de las personas sentadas a mi izquierda permanecieron sentadas sin jugar mientras el resto nos sacudíamos el orden establecido a gritos, a estertores, a abrazos. Tiene algo de ceremonia evangélica todo esto, y quizá uno tomaría a chanza el discurso reparador y lleno de amor y empatía que emana Jodorowsky si no sintiera alrededor, allí donde uno mira, la pura alegría pintada en el rostro de quienes vienen de pasar dos horas narrando o escuchando cosas en las que raramente faltara la tragedia, la humillación, la impotencia sin las cuales no se pasa por este mundo. Cuando, finalmente, anuncia el ejercicio más difícil, pide imaginarnos sin nombre, sin familia, sin país, sin nada de lo que tenemos. Improbablemente sabrá Jodorowsky que, nada más salir del Price, está el barrio de Lavapiés y su nutrida amalgama de seres que viven entre nosotros sin nombre, sin familia, sin país, sin nada de lo que tenemos. Y que, insospechadamente, se diría sonríen más que cualquiera de nosotros. 

27 octubre 2013

Huir de casa


Planteamiento/
La obra es Bienvenido a casa, una creación colectiva uruguaya, doliente y metateatral como tantas del ciclo Una mirada al mundo, que asombra por cuánto puede ser intensamente vivida y tan pobremente explicada a alguien. A juego con esa impotencia del tono teatral, algo sucede en la información impresa en el folleto general del ciclo: al citar las dos partes de que consta la obra, no aclaran que tienen lugar en días distintos. Asi que uno se encuentra volviendo al teatro al día siguiente. Improvisar eso puede entrar en conflicto con algo que uno ya tuviera en la agenda para ese día y esa hora.  
Nudo/
El Valle Inclán es el teatro público de más reciente creación en Madrid, fue diseñado para poder hacer cosas imposibles de concebir en el Español o el María Guerrero, aunque uno solo lo sabe un par de veces al año. Esta es una de ellas. Estrechada la nave principal sin que se sepa por qué, la acción transcurre en una habitación de la que llegan sonidos extraños al otro lado de la pared, demasiado nítidos y frecuentes para que sea un accidente, demasiado inconexos para entenderlos como parte de la obra. La respuesta llega al día siguiente. Sentados en las mismas butacas de ayer, se nos pide que subamos al escenario y crucemos la puerta que está a la izquierda. Por ella accedemos a otro escenario más pequeño, donde la historia se invierte: y mientras la segunda parte de la obra tiene lugar, sonidos familiares llegan desde el escenario principal, al punto de que se diría que están repitiendo diálogos escuchados ayer, como si mas vinieran del pasado de los protagonistas que del escenario.
Desenlace/
Como uno tiene una obra que empieza, felizmente al lado de este teatro, veinte minutos antes de que acabe esta, advierto a uno de los actores que he de abandonar la sala antes de que acabe. Éste me dice que es imposible, que no puedo irme una vez allí. Es el personaje quien me responde y no el actor. Ese será el gran error. Sentado en primera fila, nervioso ante la proximidad física de la obra, y desubicado respecto a la configuración habitual del espacio, escojo lo que parece la única salida, desechada la puerta por la que entráramos y que es parte del escenario y de la obra. Me escurro por ella en la penumbra y salgo a un pasillo entre las bambalinas del primer escenario. Nervioso como estoy, no miro hacia el escenario que presumo semiapagado y con los actores lanzando las voces para que resuenen en la obra de la que vengo. Escojo el camino más discreto, por detrás de la iluminación lateral y finalmente salgo por uno de sus lados. Levanto los ojos entonces. Estoy en el escenario. Y delante de mí hay treinta filas de butacas llenas de gente sentada. Asisten a la primera parte de la obra, como yo lo hiciera ayer. Antes de poder entenderlo, salto al patio de butacas sin mirar a mi derecha, donde siete actores paralizados han de estar mirándome. Subo las escaleras, salgo de la sala, me acerco a un grupo de empleados del teatro. Les explico el desastre. Pido perdón. Dejo de temblar una vez sentado en el otro teatro, quince minutos después. 

26 octubre 2013

vida


Una conversación de mañana sobre una editorial que se ha de llamar El perro malo es, doce horas después, el nombre exacto del dolor que impide dormir a una mujer. Una obra de teatro, que dura apenas una hora, convoca a los espectadores a volver al día siguiente, como si el entreacto fuese algo que necesitan los personajes y no el público. Los sonidos que hace una casa de noche desaparecen si te levantas de la cama. Cuando te vuelves a acostar, llueve y el repiqueteo de las gotas en las ventanas del techo silencia todo lo demás. Al día siguiente, mientras desayuno, un halcón viene a posarse en la salida de humos de la caldera. Si abriera la ventana y estirara la mano, casi podría tocarle. Duermes y te pierdes cosas.

salir a conocer gente



25 octubre 2013

liderando la estadística


“La isla de kim jong-un es impresionante. Es como Ibiza, o Hawai, pero él es el único que vive en ella. Hemos cenado y comido juntos, hemos montado a caballo, hemos hecho esquí acuático, hemos viajado en su yate…Mide 70 metros, es un cruce entre un ferry y un barco de Disney. Sentado a su lado pensé que me gustaría que la gente de occidente viera que en Corea del Norte no se vive tan mal”. Todo allí es de siete estrellas. No puedes encontrar una mota de polvo en el suelo o en la pared. Su gente se desvive por hacerle feliz. Nunca he visto nada parecido. Kim Jong-un entra en una habitación y todos se levantan, sus hermanos, sus amigos, y aplauden. Lo hacen por respeto y no les importa hacerlo. Uno pensaría que este chaval es un idiota pero no lo es. Es mucho más grande que Obama.” –declara Dennis Rodman a The Sun.
Quizá porque en su vida anterior, como jugador de baloncesto, se ganaba la vida brillantemente recogiendo aquello que otros tiraban, el excelso reboteador Rodman luce estos días como campaña permanente a favor de alguien –kim Jong-un- que también se ganaría mejor la vida limpiando pabellones o vendiendo palomitas en su interior de lo que sirve a su país como líder de Corea del Norte. Hasta aquí nada anormal: un infeliz sin grandes luces en el puesto más explícita y peligrosamente equivocado, y otro que, habiendo dejado el trabajo en el que descollaba, se siente extraviado y a merced de sus impulsos sin que, en esta parte de su vida, haya un arbitro que le impida cometer más de seis en el mismo día. Tampoco extraña que la estupidez política parezca encontrarse cómoda con su equivalente en deporte. Lo prodigioso es la capacidad de Rodman –que jugó en equipos repartidos por todo el país y cuyo trabajo le permitió viajar miles de veces dentro y fuera de los límites de Estados Unidos- de blindar su inteligencia a cualquier noción de realidad que le vacunara contra el ridículo. Y no. De noche ha de sentirse confortado sabiendo que, trece años después de dejar la nba, su vida sigue dependiendo de la habilidad de elevarse y caer cuantas veces sea necesario, en el menor tiempo posible.  

24 octubre 2013

two on the road


Wild at heart, estos días en la Filmoteca, gustaría menos a Stanley Donen de lo que David Lynch ha de apreciar Two on the road. Programar ambas seguidas no ha de ser menos sugerente, una vez vistas sus versiones de la mezcla de amor y desguace de la que no puedes separarte, que hacerlo con sus respectivos retratos del amor que buscas para mejor perderlo –Respectivamente On the town y The Straight story.