03 noviembre 2013

es. Punto


Se lee En los dominios de Amazon, relato de un infiltrado, de Jean-Baptiste Malet, simultáneamente como el de una compañía que prohíbe específica, exhaustivamente descrita, toda información sobre cualquier aspecto del trabajo en sus almacenes, y como el del público de esa compañía, sus clientes, que se prohibieran a sí mismos la más mínima pregunta sobre qué signifique el poder mundial dado a semejante distribuidor. También por eso el relato del infiltrado Malet es apenas el de un exhausto más, cuyo penar por un sistema perfectamente legal, y del que no puede decirse que engañe a quienes entran en él, apenas roza la descripción que le prometen los sindicados sin que al final sus contratos respectivos les autoricen a hacerlo.
Cuando, al final del libro, describe cómo, en mitad de la noche, sus compañeros y jefes se reúnen fugazmente para compartir un café, la frase “recuerdan su vida familiar” ya apenas choca respecto al más natural “describen su vida familiar” que uno esperaría. No se atraviesa sus apenas 100 páginas sin entender que en los almacenes de Amazon, como en tantos trabajos, incluso un contrato indefinido suena a un trabajo infinito, refugiada la explotación en bendiciones gubernamentales vía subvención al empleo, por precario que éste sea, o en esa otra letra pequeña que es la lista, no menos infinita, de quienes esperan para hacer lo mismo que tú si renunciaras a hacerlo. 
Agotados, embotados hasta que la disposición para resistir el trabajo pasa de ser la principal prioridad a la única, encadenar noches seleccionando o empaquetando lo que un cliente recibirá en su domicilio apenas unas horas después es menos una derrota de las clases menos favorecidas que el eslabón penúltimo de una elección social donde, a fuer de participar todos de ella en algún momento del día, consintiéramos la explotación perfectamente legalizada de quienes son ya tan inseparables del sistema que saberles tratados como un paquete más no escandaliza, como tampoco saber que el almacén en cuestión exista, reluzca, en Francia. Qué no hará Amazon en Tailandia o Nigeria.
Malet describe, y para esto no hace falta infiltrarse en lado alguno, cómo Amazon pondera especialmente venir de las Fuerzas Armadas, su disciplina un valor tan obvio en un lado del proceso como sea, en otro, haber trabajado en un Mac Donalds. Constata Malet cómo “Amazon es un formidable instrumento de difusión de textos hostiles a la democracia, a la libertad de expresión en sí misma”, describe cómo los veinte minutos de descanso de que disfrutan, dos veces al día en cada turno, son en realidad unos cinco, descontado el tiempo que supone ir y volver al lugar donde se trabaja, cómo la empresa se niega a instalar las máquinas de fichar a la entrada de la fábrica para, así, ahorrarse el tiempo que lleva al trabajador llegarse hasta aquella y volver cada día, dado que los tiempos de recorrido se descuentan del tiempo libre del trabajador antes y después de fichar, y que Amazon no paga ese recorrido, deja de pagar 200 horas diarias.
No menos gráfica es la relación entre la explotación de las fuerzas físicas, entre el sueño y la natural renuncia a nada que no sea la hibernación del juicio crítico –“la fatiga física impacta sobre el humor, la sensibilidad y las emociones. Aumenta considerablemente la tentación de los comportamientos regresivos. Cuando vuestra vida se reduce a trabajar largas noches, dormir, alimentarse, lavarse, conducir vuestro coche y pagar vuestras facturas, los momentos de relax parece como si fueran los últimos aspectos agradables de vuestra condición”. Quizá sin tanto agotamiento a sus espaldas, Malet hubiera apreciado el contraste entre un trabajo que, para abastecer de ocio a sus clientes, requiere forzosamente negar cualquier energía disponible para tener algo parecido al ocio en sus vidas.
Mientras la Unión Europea debate –es decir, deja de escuchar momentáneamente a los lobbies empresariales que financian a los partidos en todo el mundo- si seguir asistiendo tranquilamente a la impunidad con que las multinacionales ignoran sus obligaciones tributarias, refugiados en países-almacén de la evasión fiscal -solo la Hacienda francesa reclamó en 2012 198 millones de euros de impuestos atrasados, intereses y multas relacionadas con la declaración en el extranjero de su cifra de negocio realizada en ese país-, El País de hoy domingo incluye, retractilado en sus páginas centrales, no por nada las de economía, el folleto de otro de esos grandes centros de distribución de electrónica de consumo, en cuya portada aparecen varios empleados del mismo, o quizá directivos, dado que visten corbata, enseñando las pantorrillas, mientras su titular no lo oculta un ápice –Nos bajamos los pantalones. De qué sino de pantalones ajenos están hechos los envases de todo lo que consumimos. 

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