03 noviembre 2013

día de los vivos murientes


Según subes por la calle Alcalá desde Ventas, a la altura de Manuel Becerra, el primer semáforo, que da comienzo al tramo que desemboca en la bifurcación con Goya, permite ver venir a los vehículos ya desde lejos. Es ese el que elije una mujer rubia de unos 50 años para cruzarlo caminando tranquilamente, a pesar de que el semáforo advierte de que esa es una forma probable de morir a esa hora del día. En el desafío, va acompañada de otra mujer que sí se detiene en mitad de la calle cuando empiezo a hacer sonar el claxon de la moto. La mujer rubia no altera un ápice su paso, como si lo que le viniese encima no fuera una moto sino un viento. El logro, lo que puede salvarnos a ambos, es que la mente acepte cuanto antes lo imposible –que no va a levantar siquiera la vista hacia mí, que no lo hará aunque su vida dependa de ello. Al no poder frenar del todo a tiempo, la esquivo por poco en el hueco abierto entre ambas. La ira dura lo que una pregunta mejor en asomar: cuántos atropellos soportará la desdichada para que uno más no parezca importar. Peor aún: hasta qué punto estará acostumbrada a que, en el trabajo o en su casa, quien se la lleva por delante ni siquiera repare en ella. 

No hay comentarios: