Quizá para
compensar la decepción que surge, entre la bruma, al entrar en un Hamman y ver
que sobre la enorme piedra circular solo hay hombres apenas cubiertos con la
misma toalla que tú, la espera del neófito recompensa con un tiempo detenido en
el que solo puedes mirar hacia el magnífico techo abovedado, y allí, sin tener
forma de saber cuánto tiempo llevas tumbado, fabular sobre cuán ganaría la
experiencia con un ligero cambio de personal. O esa otra visión, hace unos
días, en la piscina, en la que dos hombres, el agua a medio pecho, departían
como tribunos romanos mientras el resto nos afanábamos en ir y venir como si el
harén nos sacara siempre los mismos metros de ventaja. Te tumbas en la bañera
como si estuvieras en ambos a la vez.
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