El primer
rostro que ves encarnar al personaje de una ópera suele ser el que se apropia
del carácter desde entonces. Si hay suerte elegirás bien la versión. Si no, el
personaje cargará con facciones inmerecidas hasta que logres un sustituto
digno. En teatro es igual, aunque la frecuencia con que las obras se repiten
en, digamos, una década permite sobrevivir fácilmente a cualquier error de
casting. En cine, salvo rarísimas oportunidades, solo tienes una oportunidad. Y
aunque la lista de rostros dueños inefables del personaje que encarnaran es amplia,
lo es más aún la de quienes, sin quedar mal dentro de él, serían
intercambiables sin que la historia sufriera. Peter o´toole, que devastó su
rostro con los años hasta ser irreconocible, quizá lo hizo al entender que sus
facciones habían dejado de ser suyas mucho antes, cuando Lawrence de Arabia abandonó
para siempre los rasgos de T.S. Lawrence para adquirir los suyos.
El año
pasado, Michael Fassbender –él mismo un dueño automático de cuantos personajes
aborda- interpretaba a un androide en Prometheus. En su peculiar aproximación a
la conducta humana, su personaje escoge como modelo la indiferencia al dolor de
Lawrence de Arabia. Solo que en esa escena aún no lo es. Con todo su fulgor
intacto, a quien imita como si cada gesto fuera una instrucción, es a o´toole. En
un mundo donde tantos van al cine hoy día a ver historias de robots, ver a uno
admirando Lawrence de Arabia es un acto de inusual justicia.
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