07 marzo 2014

e ratas


El riesgo de inflación o deflación que tiene a las economías nacionales entre tenazas siempre, y que por estos lares genera comunicados puntuales del BCE que llaman a prevenir una u otra se basta, en su urgencia macroeconómica, para ignorar que el salario medio pierde poder adquisitivo a la misma velocidad a la que el sueldo de quienes dirigen las empresas se propulsa sin pausa hacia la estratosfera. La inflación o deflación hincha o sangra la economía y fuera de tan anchos hospitales nadie clama que el salario es un precio más, que la hora de trabajo –empleada, sí, para pedir productividad- es un tomate, una noche de hotel, un kilovatio. La deflación salarial corroe un país a corto plazo como la inflación insosteniblemente ganada lo hace a medio plazo. Los precios caen desde el mismo lugar desde el que lo hacen los salarios, pero son aquellos los que alarman, porque la mano de obra es hoy el ingrediente de lo producido y no su razón de ser. La deflación salarial alimenta, por el otro lado de la cuerda, la aberrante inflación que engorda el sueldo de los directivos. Pero si aquella sirve para justificar despidos, ésta es solo el bonus acordado por recortar hebras al otro lado de la soga. Los costes laborales –se lee en El País 3.3- caerán un 0,6% en la eurozona los siguientes dos años. Que las cosas necesiten costar siempre más mientras los sueldos necesitan costar siempre menos cuenta lo que Soylent Green (1973) mostraba al final: que eres solo un producto esperando su oportunidad. 

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