A una década
en la que jugué al baloncesto casi cada día, ha seguido otra en la que casi habré
visto teatro en la misma proporción. Y han tenido que pasar cada uno de esos últimos
diez años para que vea, finalmente, jugar al baloncesto en un escenario. A la
tortura de que eso suceda estos días en la sala pequeña del Valle Inclán, donde
casi podrías alcanzar el balón si das un par de pasos, se suma una peor: lo
malos –o verosímiles dado el año en que se ambienta la ficción- que son Ernesto
Arias y Daniel Muriel en el empeño. Formado por jugadores sacados de las academias
militares rusas, el CSKA de Gomelski imperaba en Europa en los mismos años en
que estos militares españoles pugnaban en su delirio por seguir salvando a
Europa de la invasión comunista. Si hacen eso con un balón en las manos, qué no
harían con un país.
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