09 enero 2007

Dónde debería estar willy

Uno yerra al identificar la obra por la que conoce a Michael Frayn, y que le sirve para sugerir esta espléndida “Democracia” que viera en Buenos Aires hace un mes, y en el errar, la referencia mejora al corregir y cambiar “Cruel y Tierno” –que nunca dejó de ser de Martín Crimp- por la maravillosa “Copenhague”, que se viera en Madrid hace tres años y en este mismo teatro bonaerense de San Martín durante cuatro temporadas seguidas. Aquí el átomo de la cuestión es el alma y sus fidelidades, forzadas y buscadas, pero es, en ambos casos, el mismo encuentro entre dos hombres a los que el tiempo llevará de un lado a otro de la confianza, el respeto mutuo, la colaboración política.
¿Se atreverá a más democracia? –elucubra la voz, desde la sombra: un narrador que da instrucciones al actor que representa a la alemania del este, y al tiempo describe las vicisitudes de la alemania del oeste, como alguien que pide y a la vez narra las consecuencias de lo que solicitó. Estamos en 1969 Y la horca que es el muro para berlín es entonces respecto al alcance de la democracia, en palabras de Willy Brandt –canciller recién elegido- una cuerda que es necesario tensar cuanto más afianzada. Era eso o nada –se escucha después referido a cómo se fundó el país a partir de ciudadanos que lo fueron del reich. Y ese reciclaje de materiales dudosos es el mismo que alimenta cada paso de la fragmentada coalición de socialistas y liberales que iniciaba la construcción esos días la democracia de una sola ciudad y un solo país al tiempo que trataba de evitar en el proceso que su gobierno se atomizara por las presiones internas y externas. La democracia cristiana es aquí la menos externas de ellas, una que al menos permanece en el escenario mientras la obra transcurre. La voz soviética de la rda inquiere, duda y finalmente obliga cosas desde fuera, y su títere es el que fuera mano derecha de Brandt. Esa traición en lo personal se fragua al mismo tiempo que avanza la decepción en lo político, y que acabará sumándose al escándalo que arrancara a Brandt de la cancillería en 1974. Nunca sabe uno con qué voz hablará hasta que abre la boca –dice Brandt. Al final de la obra ese es también el lamento de quien admita su traición. Y uno parecido el de la voz exterior del narrador, la voz de la rda que al final de la obra tendrá en sí, extinta con el advenimiento de la democracia la función de autor, las mismas dudas del actor. Acaso el drama sea ese, el paso de observar la función desde afuera a sufrir los errores con que colaboró a ello desde su alter ego, dentro.

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