08 enero 2007
Dorothy en la patagonia
Como si el frío del nazismo le hubiera hinchado el cuerpo, la Dorothy que asoma en los rasgos de judy garland tal y como aparece en Judgement on Nuremberg, dirigida por Stanley Kramer en 1961, es ella misma una baldosa amarillenta, pisada con saña dentro y fuera de las películas. Un poco más arriba, en el aire y los pasos que viajan a la altura de las cabezas, dos argumentos se turnan: primero el de sí el juicio a la complicidad del pueblo alemán no es muy distinto al que cabe someter a todos los que ven pasar el mal delante de los ojos sin atajarlo –para explicar esto, el guión esgrime, por ejemplo, razones de constituciones y juristas norteamericanos que no se alejan de algunas practicas nazis- y segundo, ya al final, uno más complejo que al aparecer adopta el aspecto de una serpiente que se mordiera la cola: el de elegir entre acatar la presión norteamericana, que ve más gobernable el país si se libera a los jueces juzgados, u optar por castigar su probada culpabilidad. El eje aquí es entender que los argumentos a favor de considerar el bien mayor –absolverles- es, de darse, justo el que la defensa esgrime a favor de los jueces nazis –su condicionado a ese bien mayor que era la obediencia a los ritos de la nación alemana. Entendidas las pruebas como la parte de ficción del mundo, y el pragmatismo que las interpreta como la realidad que opera con independencia del rumbo de las primeras, se mezclan también allende el dvd que uno recibe como regalo de reyes, y así un día antes de que el fiscal en la película –Richard Widmark- gane el caso, lo pierde en El País 6.1 el que fuera fiscal en los juicios de Nuremberg, Bernard Meltzer, que muere, quizá en el desdichado momento en que alguien entra en la sala y, como en las películas, le pide que se rinda en aras de ese bien común que es el olvido.
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