Una de las formas de ver la obra de Gordon Matta-Clark es la del esfuerzo por separar lo inservible de lo que es sólo inservivible. La muestra, estos días en el mncars, abre con planos, fotografías, videos y registros de propiedad de los trozos urbanos que adquirió a principios de los 70: espacios vagamente útiles, teñidos de una funcionalidad cuando menos bajo sospecha, como una franja de unos quince centímetros de ancho que discurre junto a la fachada de una casa, o un pasillo entre dos edificios de apenas un metro de ancho y unos veinte de largo. Dos ideas comunican el resultado de su intervención sobre ellos –ninguna- con el gruyere en que, casi en paralelo, devendrá su transformación en agujereador o seccionador estricto de casas, edificios y naves. El primero de los pasillos que unen ambas etapas es sólo una relación juguetona entre el tamaño de los lugares que capturaron su atención al principio –más propicios para la intervención de un insecto- y su condición de termita al ensanchar el escenario de su atención. El segundo de los usos en común hilvana la condición de los primeros espacios inservivibles –su uso fugaz, por decir algo generoso- y los espacios inmediatamente posteriores –en los que lo fugaz es la intervención de Matta-Clark, dado que apenas ha terminado de actuar sobre el espacio, las excavadoras lo derruyen. En su esfuerzo, formas servibles con independencia de que alguien pase o no por delante o bajo su piel a fotografiarlas, o a poco que uno termine de visitarlas por dentro antes de que un plan urbanístico lo derruya por fuera. Tiene mucho de esto la visión que los totalitarismos del siglo XX hicieron de millones de seres juzgados inservibles y tratados, en consecuencia, como objetos apilables, emparedables, hechos yeso, en tanto que cosa vida inservivible. Bertolt Brecht retrató la forma en que la mera voluntad de un hombre podía socavar el cuerpo social de una nación bajo la forma de una idea bella, de un hueco mejor para la existencia que incluía adueñarse de las vidas como quien lo hace de las cosas. Como la obra de Matta Clark cuarenta años después –y con todas sus diferencias abismales en el tamaño y consecuencias de esa defensa- ambas cuentan la necesidad de atemperar la idea de lo inservible, la calle que empleara uno para soñarse topo es la misma de la que, como animales, fueron expulsados los hombres que narró el otro. Las construcciones casi en ruinas/ parecen todavía proyectos sin acabar,/grandiosos; sus bellas medidas/ pueden ya imaginarse/ pero aún necesitan de nuestra comprensión. –escribió Brecht en 1932.
Con perdón por lo posible absurdo, para c.
1 comentario:
La mezcla con Brecht y los totalitarismos me ha despistado, pero no lo suficiente para darme cuenta de algo que necesita ser aqui apuntalado: las intervenciones de Matta Clark NO son fugaces, son transitoriamente permanentes. (Hay diferencias estructurales, créeme...)
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