20 octubre 2006
nueva eshpaña, 8
No como novedad, la influencia de lo norteamericano en México reparte sus huellas, pisa más costumbres de lo que sus zancadas hacen avanzar el lugar que emplean para tomar impulso. La exhibición de lo adinerado y el aspecto que adopta el reducido urbanismo de la prosperidad son, en sus formas, tan de aquí como de Marte al ser mirados desde seis calles más allá. Cancún sería Las Vegas si pudiera, como México D.F soñaría vestidos sus desequilibrios de fortuna con las baldosas del barrio lujoso de Polanco. El deseo de riqueza –que es el humano de prosperidad- lo es por encima del aspecto del modelo que se escoja, y en esto el espejo de lo norteamericano es aquí sólo el que caía más cerca, al tiempo de la frontera y los televisores. Y si su exceso en una esquina contrasta con su carencia en otra, en buena medida se antoja desproporcionado porque el modelo no puede evitar ser lo que el tamaño de sus neones, sus escaparates y sus coches puede permitirse cuando el espacio y los recursos disponibles lo son sin estrecheces. Algo que ni aquí, ni en ningún otro país del continente, exceptuando a Canada, sucede. De camino hacia el aeropuerto de México D.F., sobre una pequeña casa baja, una zapatilla converse gigante, de un azul aún no del todo desvaído, se levanta hacia el cielo simulando una zancada. Pero no hay una segunda zapatilla. Como ocurre con no poco de lo que deseamos.
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