Recuerda la fotografía
de un árbol quemado,
cercano hasta la estría,
un glaciar tomado desde el cielo
con esa luz que hace del hielo
un mundo de ceniza que brillara.
Forman valles los poros abrasados,
y el agua que se abisma, abajo,
que se piensa de la dureza del glaciar,
dentro del pino, mientras arde,
es la misma que le quema al hielo
las entrañas. Tiemblan las raíces
que quisieran estar en otro sitio
y su gesto es un hollín idéntico
que, observado de cerca o a distancia,
y como ocurre con lo que vemos destruirse
delante o dentro de los ojos,
o incendia la mirada o la congela, a salvo.
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