20 octubre 2006

Otoño en Madrid

Si no recuerdo mal, deconstruyó hace años Dan Jemmet textos de Shakespeare en un montaje divertidísimo que pudo verse en La Abadía, y su The match girl que durante cuatro injustos - por escasos- días ha pasado por el Círculo de Bellas Artes avanza –cree uno- en esa idea de fragmentación que sólo lo era en lo textual hace años, y que estos días, además, ha podido verse, simbólico y múltiple, en lo escénico. Tres músicos –la banda The Tiger Lillies, ampliada con un trío de cuerda ubicado en el otro extremo del escenario- ejercen de foso orquestal que ocupara permanentemente la parte izquierda, desde ella –contrabajo, batería, acordeón y la voz expresionista -ora a lo Tom Waits, ora a lo Jimmy Sommerville- de Martyn Jacques- seducen la historia universal de La Cerillera, escrita por Hans Christian Andersen. Mientras, en la parte central y derecha del escenario, intercambiando miradas con el cantante, un hombre –alto y espigado como una cerilla inmune al frío- y la cerillera avanzan y retroceden, permutan y sufren sus lugares y ropajes a lo largo de cinco escenarios progresivamente reducidos. Un telón grande se desplaza para permitir mostrar el segundo, éste hace lo propio con el tercero, y así hasta el último en que la cerillera apenas cabe sino prieta contra sí, como si el escenario añadiera frío a medida que reduce su espacio. Martyn Jacques desgrana todas las palabras que no hay en los protagonistas y lo hace como un narrador cuya mirada y gestos recriminara al hombre que permite morir a la joven, como una forma de omnisciencia narrativa que, para ser creíble, dejara, al tiempo que habla, sin voz a los actores. Quizá por eso la voz del cantante tiene -en la función, que no en el disco- dos voces muy distintas: falsete para la falsa compasión del hombre, desgarrada para el invierno que apaga sueños y cerillas. Maravillosa de principio a frío.

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