23 julio 2006

ruinas. 3

Exhiben los semáforos en Roma uno de sus discos –el rojo- de un tamaño mucho mayor que los otros dos, e incluso se antojan escasos los ángeles y santos desperdigados que necesita quien pasea sus calles, en las que la primera de sus ruinas se diría son los pasos de cebra, puente tambaleante que uno apenas atrevía cruzar estos días en compañía de varios, en la esperanza ligada tanto al tamaño del bulto como a las leyes de la probabilidad, y que tan similar imagina uno a la que ha de sentirse al caer junto a muchos al agua infestada de tiburones. Se vende –se perdona- como tipismos menores del carácter de una sociedad lo que es simple falta de respeto al otro, a las normas, al silencio, al derecho a no escuchar u observar la maleducación ajena. Uno sólo ha visto un muerto estos días, y de todos los milagros que por doquier honra Roma, ninguno es más creíble que el que cuenta, en solitario, al infeliz que vimos tapado por un manto plateado, en mitad de la calzada. Entonces sí, ninguna mirada lo esquivaba.

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