11 julio 2006
eroica
Mientras Haydn asiste junto a Beethoven al primero de los ensayos, otra doble presencia, que es, como la primera, encuentro de antiguos regímenes y de sentidos desprevenidos, se revela a la vez en Eroica, la espléndida producción de la BBC de 2003, dirigida por Simon Cellar Jones, acerca del significado de la tercera sinfonía de Beethoven y el auge de Napoleón y su emergente absolutismo, vistos desde un salón de la nobleza austriaca de 1804. Pero la incomprensión, la violencia emocional con que en la película se juzga la primera audición de la obra es una cuya cualidad, cuya inevitabilidad en la magnitud de lo desconocido uno cree compartir doscientos años después a poco que escuche a Hadyn. Y ni siquiera el hecho de haberla escuchado lo suficiente para sentirla familiar le priva a uno de sobrecogerse al mismo tiempo que lo hacen algunos de los actores. Obvio que justo ese es el trabajo de un intérprete, no lo es menos que una de las pruebas de la grandeza en cualquier manifestación artística es justo esa: sobreponerse a nuestra imposibilidad de escuchar, de ver, de sentir por vez primera lo que ya escuchamos o vimos hace tiempo. Tal si poseyera la cualidad de invertir las condiciones de lo emitido y lo percibido, donde la expresión de la genialidad fuera tan magnánima para con nosotros como para consentir que nuestros sentidos sean tan previsibles, tan repetitivos, tan dueños de lo que ya vieron. Como si la sinfonía pensara de nosotros: los tengo muy vistos, pero y.
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