Hay varios falsos destinos visibles a lo largo del metraje de El taxista full. Uno de ellos es la vulnerabilidad de su protagonista –un hombre que roba taxis de noche, cuando sus dueños no los emplean, y los emplea para trabajar. Su precariedad, su desubicación que roza la ingratitud hacia quienes tratan de ayudarle apunta la atención hacia una cierta conmiseración hacia el débil, hacia el desviado. Y no, es de una justicia por inventar que habla la película-documental de Jo Sol. Enfrentado a su ingreso, dictado por un juez, en un psiquiátrico, la ausencia de esa idea de justicia por hallar es desde el protagonista una furia tranquila, domada, que explica él mismo al referir aquella, su idea, como un hallazgo propio, no uno tomado de la sociedad: una idea mía –recalca el taxista sin taxi. Y si el valor de hallarla es, en su convencimiento, más valiosa que la certeza de que con ella vulnera el principio de propiedad privada, es porque en un mundo en el que un hombre no puede, la mayoría de las veces, sino tomar lo que la sociedad quiera darle, inventar una salida adquiere una acepción ética, y de hecho la definición de lo honesto tiembla en su pedestal de barro al oírle decir que en el momento de tenerla, la idea le pareció no deshonesta, una idea razonable.
Al mostrar lo injusto de castigar una forma de impunidad que deja de ser delictiva en el momento en que se imaginan sus practicantes obligados, la película es militante a favor de combatir una impunidad mayor: La acción del falso taxista perjudica a un ciudadano –dicen las leyes, y tal es cierto, pero sólo si el culpable es uno con cara y manos concretas. Si el acusado es la sociedad toda y la víctima un hombre apenas, entonces su cara y sus manos dejan de ser reconocibles, dejan de tener los rasgos visibles, dañinos, imputables que tuviera como causador y no como causado. Me sentía un poco héroe –dice. Y es un heroísmo que sus palabras -tantas veces de una simpleza que no pueden evitar agredir lo complejo de su situación como símbolo- no terminan de ocultar, refugiado en un insistido sólo querer no ir a la cárcel, sólo querer trabajar.
Ya entrados en las consecuencias del aislamiento, Jo Sol explota sin falso pudor ese doble sólo y solo –el hombre es un hombre abandonado por su mujer y su hijo, con el que no se habla, y del que se dice despreciado por su incapacidad para ganarse la vida. Añadido a las trincheras cavadas en torno al significado del vocablo “ley”, esta es una obra acerca de las definiciones como problema, empezando por esa idea de justicia que ni el falso taxista entiende ni la sociedad permite imaginar. Una y otra vez, el taxista peatón no entiende las razones de quienes le acusan, la clasificación de delito con que se juzga su sólo querer trabajar, los argumentos que privilegian el momento de forzar una puerta pero no contemplan lo que se hace tras ella. La sociedad hace bien su trabajo de desorientación, y así, éste tampoco entiende los argumentos de quienes, al sugerir describir su delito con formas menos simples que las que él enarbola, tratan de mostrarle bajo un cristal que le muestre a la luz de la sociedad como un símbolo. La idea tropieza también dentro dado que el hombre, sin decirlo, no se ve como un símbolo, sino como algo mucho más valioso: una persona. No le favorece su negativa a todo lo que no sea la exposición de esa idea razonable que es ganarse la vida haciendo productivo algo que no lo es, pero es que lo simbólico es una creación que halla su utilidad inmerso en lo social, y el taxista falso es, como tantos desposeídos, su propia sociedad.
Dicho ya que a sus ojos tal forma de ganarse la vida no observa robar, sino sólo hacer uso de un medio robado, el punto de vista del realizador también sugiere cómo ambas cosas no son lo mismo. Pueden serlo desde la ley, pero esa es justo la única de las salidas que muestra la película que no miente, una que dice: hay más leyes, otras leyes, unas que deberían proteger a quienes, mayoritariamente, no delinquen a pesar de que la sociedad les impele a ello. Y en ese encuentro de definiciones ilegibles y de perseverancia en una cierta idea de justicia más allá de la ley surge lo que pronuncia el más lúcido de sus defensores, válido aún conviviendo con ese caparazón inevitable: él aún cree en la sociedad, ese es el problema.
En tanto que confundida con la más pueril de frecuente, la idea de lo normal es una de las más necesitadas de una revisión urgente. Luchar es para el taxista de a pie la primera condición de una normalidad que en realidad no sólo no existe sino que penaliza esa creencia: la de que pudiera bastar necesitar algo y obtenerlo para validar sus métodos con ello. En esa definición de lo normal, una de las escenas más duras de la película ilustra, en la narración del falso taxista, cómo la autoridad de un padre, su valor, pudiera estar ligada a ojos de su hijo a algo tan ajeno como la imposibilidad de hallar trabajo. Pues ese es un callejón sin salida: lo que juzga tu hijo por un lado es lo mismo, exactamente lo mismo, que hace la sociedad por el otro: reducirte a lo que tienes, y juzgar sólo eso, no a quienes te impiden tener más.
Hurta espacio lo razonable, lo protestable a tanta recreación pueril de un mundo de trayectos, tarifas y pasajeros sólo en apariencia más propietarios de su suerte, y tan verídica es la supervivencia de El taxista full que ya sólo se puede ver en un cine si se acepta como necesario robarle horas al sueño, a cualquier sueño.
2 comentarios:
Un gran Marc Sempere a aquest "documental",sense llevar-li mérit a Marc Rovira.Vos desitge un gran futur.Grácies amics.
Me parece una muy buena pelicula que se basa en la cruda realidad con un gran toque de humor.Enhorabuena "Marcs" and compay.
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