20 julio 2006

bottom in wonderland

Llevábamos ya un rato en la reunión, ponderando las virtudes del proyecto, sus diferencias con otros de similar hechura, lo novedoso, la ruptura absoluta cuya presentación al público estábamos definiendo, cuando el cliente, sin cambiar demasiado la inflexión de voz, dijo que por supuesto todo es falso, que es más o menos igual que los demás proyectos de ese tipo al uso. Uno lleva muchos años trabajando en publicidad para esperar de ella una mejor cara que la que gesticula el mundo fuera de los anuncios, pero es triste la costumbre de la mentira, no en su ubicuidad –que uno no siente en su trabajo- sino en la normalidad con que se la acepta entre nosotros, entre las manifestaciones con que anunciamos un mundo mejor, uno más próspero, mejor engranado. Como si las molduras mintieran para evitarnos el trago de tener que mirar el espejo de continuo, es justo ésta la mentira que importa, ésta la que hace casi irrelevante sus neones: sólo la transmisión de la realidad mejora, se vuelve más mirable, pero no la realidad en sí, que es el mismo catálogo de depredación, impostura, sobrevaloración y disimulo que nos traemos desde siempre.
Michael Winterbottom dirigió wonderland –por una vez la inicial como minúscula es ajena-en 1999. Ese mundo de maravillas minúsculas es el de cómo la verdad exige no pocas veces que la vistamos de mentiras, aunque sea uno el emisor y a la vez el destinatario. Se miente uno como ensayo general, como si hubiéramos de probar a ser el primero de los clientes de nuestra propia mercancía. En la película las transacciones son intrafamiliares –el marido miente a su mujer, el hijo a su madre, el padre al hijo, la hija al padre, el hijo calla al alejarse, el marido calla por no oir, y casi todos a sí mismos. ¿Te puedo llamar? –pregunta una mujer al hombre del que insiste en pretender enamorarse a pesar de ver nítidamente cuán él sólo quería de ella sexo. El país de las maravillas, al que se llega una vez superados los espejos, allí donde el pudor es la primera de las baldosas amarillas, lo primero que se pisa. Como pisaba sus sueños aquel otro bottom, sin invierno delante pero con una noche peor de verano, detrás.

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