16 junio 2006

El evangelio según Sezuan

Bertolt Brecht escribió La buena persona de Sezuan en 1943. En ella, tres dioses –que finalmente juraran su veredicto canalla sobre una biblia- descienden a la tierra a fin de localizar una buena persona, una que cumpla los preceptos del altruismo en todos sus actos. La hallan en una prostituta de cuyos actos buenos abusarán desde ese momento casi todos los seres que la rodean de la misma forma que antes se sirvieran de sus actos menos buenos, pero al menos mejor pagados. No tiene su alma, expuesta desnuda a la suerte y la buena fe del mundo, mejor suerte o trato que antes su cuerpo, y es un hallazgo del montaje –estos días en el María Guerrero- que los dioses que la apartan de un camino y la arrojan a otro peor sean en la obra ora hablantes parcos, ora mimos, tal si privados del lenguaje y lo que éste hace con los hombres. La obra es un cristal que va girando sobre sí mismo, revelando facetas del mal en mitad de las caras del bien, y brillos del bien cuando los lados del mal. Es, pues, la narración del triunfo y el fracaso de ambos, personificados en la buena persona de Sezuan –un ser, ella misma, que ha de vestirse de otro mineral, uno más duro, para proteger su fragilidad de cristal bueno. Soy lo que ordenasteis –dice ella al final, vencida, ante los dioses- ser buena y a la vez vivir. Y es tal su desvarío, su zozobra entre el hacer un bien absoluto y ciego que sólo la reporta abusos, y un mal que aporta tanto como quita a quienes emplea, que en un momento de la obra, enfrentada a la única decisión –amar- en que no puede refugiarse en su otra y disfrazada personalidad, la buena persona suplicara no querer saber si el hombre que ama es bueno o si la ama, sólo querrá ir con él, con aquel a quien ama. Ninguna lección aparece más clara en la obra que, faltos los límites reconocibles del bien y el mal, la voluntad de poder equivocarse es de las pocas pruebas de que la libertad que uno posee puede ser ejercida. En esa suma de contabilidades falsas, las morales dobles son aquí triples o cuádruples sin esfuerzo. De un hombre se le dice recto como un cuchillo. El amor es, por demasiado caro, imposible. El dinero se guarda detrás de los espejos –aunque esta última sea una imagen que uno cree, por terrible, no buscada.
Sobre los adoquines yace de espaldas una viejecita. Me he caído de hambre –dice. Se trata desde luego de una tramposa y ese es su truco: dejarse caer en la calle para engañar a los conmovidos transeúntes. Pero yo pienso que una persona que en pleno día se echa en medio de la porquería de la calle para arañar cuatro perras, esas cuatro perras se las tiene bien ganadas. Ha hecho algo a cambio. Nadie se echa por gusto sobre los adoquines mojados y fríos. La anciana preferiría también escribir artículos de modas o bailar valses de Chopin. Pero no puede. Así que hace lo que puede. Se le ocurre algo y lo pone en practica. Se echa sobre la porquería y reclama la paga. -escribió Alfred Polgar en uno de sus relatos, más o menos en los mismos tiempos en que Brecht acusaba los suyos contra el mundo.
Y por cierto, apenas habían asomado, anoche, la mitad de las máscaras superpuestas en Sezuan cuando, no muy lejos, en el Teatro de la Abadía, a la misma hora mostraban por última vez las suyas los payasos que Hernán Gené se inventó para el espléndido y agriamente divertido montaje de Entre Horacios y Curiacios, también de Brecht. Asi que dos obras suyas coinciden en cartel en la misma ciudad. Raro privilegio, del que sólo Shakespeare disfruta por aquí de cuando en cuando. Quizá por eso, como en Hamlet, vuelto a morir el bufón Yorick, nos queda el silencio de Sezuan, aunque sea el de dioses bufones que sólo llorar hacen.

No hay comentarios: