05 junio 2006

kimsooja y la sostenibilidad

Al principio, justo antes de entrar al Palacio de Cristal, gana ella, mi rival en el pleito que mantenemos por condenar o salvar al espectador-oveja: te dejo, que voy a entrar a ver un espectáculo. –dice una señora justo detrás de mí. Y al respecto, la instalación de la coreana Kimsooja es un cristal de aumento, si no de quienes la visitan, sí del lugar que la alberga. También en esto gana ella: se entra con la cabeza gacha y ya apenas se levanta. La instalación es una lámina, compuesta de espejos ensamblados, que cubre el suelo por completo, reflejando el armazón invertido del Palacio de Cristal. El efecto obtenido –del que, por esas cosas raras del arte contemporáneo, nada se dice en el texto que contiene el folleto- es una rara sensación de vértigo, que, de no poder levantar la cabeza y apreciar allí el edificio, en su sitio, acorde a Newton, sería inquietante, como lo es apreciar justo bajo los pies una vasta piscina hecha de forja y vidrio, donde el crujir que acecha en según qué planchas del suelo no es menos sospechoso que el hecho imposible de que nada caiga a ella, ni una brizna de árbol. Como si el equilibrio imposible que mantenemos sin caer sostuviera a la vez a todo lo que, alineado en línea recta con nosotros, avanza sobre un pie, cabe pensar que más aferrado a los propios trozos que a la invisible cuerda. Más o menos tímidos, varios hacíamos maniobras de funambulista al caminar sobre el punto más alto de la cúpula. Es hermoso el palacio de debajo, tanto o más que el erigido justo sobre la simetría exacta del final de sus columnas, y así, uno sale de caminar en el vacío sin haber logrado caer en la belleza, tan fácil que pareciera. Ella vuelve a ganar, como se ve. Y si, a la salida, parece tan opaco el suelo, tan ocultos los pozos del buen vértigo, es sólo porque el Parque del Retiro es un lugar de asombro y nadie en su sano juicio iría mirando al suelo.

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