06 junio 2006
Versiones del día y la noche
Escuchaba hace unos días a un pianista extraer de sus dedos a Bach, a Satié, a Chopin, a Debussy. Y cómo ante el aprecio general, esbozaba tras el concierto una mueca que venía a decir que existe un Bach, un Satié, un Chopin, un Debussy que sólo él es capaz de escuchar. Hace unas horas, practicaba uno a solas un cierto baloncesto que dejó se serlo cuando una criatura de 2,03 centímetros, 23 años y que viene de jugar en segunda división se acercó a sugerir jugar a un deporte que, obvio, es en él uno y en mí otro. Ponderaba uno su situación –la suya- cuando respondió que estaba sin equipo, y cómo había de emplear los meses de verano para ganar en éste y aquel aspecto de su juego para optar a jugar en éste y no en aquel puesto. Las formas del fracaso ajeno que uno, a ciegas, siente en la boca saber a laurel hasta que pregunta. O cómo el progreso depende, muchas veces, de respuestas que uno no puede permitirse escuchar fuera
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