Mi sobrino diego –tres años- pregunta, delante de la tumba de mi padre, si acaso éste no podría salir un rato a que lo vieran y regresar después a donde esté. Como quiera que a la vez se le dice que mi padre está en el cielo –y aunque no- uno se pregunta qué orden, qué estructura del mundo sobrevive en su cabeza a sentidos de la existencia tan incompatibles –que la desaparición y el dolor que él ha visto admita visitas, una especie de eternidad a media pensión. Pero sobre todo, asumiendo que, aunque niño, su mente ha de llenar de supuestos –como hacemos los adultos- los huecos de lo que ignora o no comprende, qué mundo es el que, permitiendo su pregunta, ha de informar a otras áreas de su mente que tal vez se construyen a partir de esa premisa –que el cielo esté arriba y abajo, que un hombre pueda pasar de vivir a la vista de todos a hacerlo bajo una piedra de la que nunca sale. Quizá no de forma muy diferente se hacen las mentes adultas y algo que no entendemos pero que, aún así, aceptamos y con lo que convivimos, afecta después a la forma en que informamos partes de la conciencia que vivirían más felices, más tranquilas si lo que condicionara su desarrollo, su crecimiento, su capacidad de inventar fuera una idea en armonía con las razones del mundo y las que uno porta dentro. Diego espera en vano, quizá como ensayo del futuro sentir cómo las razones que se nos imponen sin que las entendamos, más deprisa o más despacio se nos mueren dentro –y aquí está el prodigio- sin que por ello dejemos de creer, de esperar a que salgan algún día, para verles la cara.
Para c.
3 comentarios:
Precioso... Ojala que Diego lea algún día lo que escribió su tío.
diego: sigue pidiendo a tu abuelo que salga a verte. Sigue esperando, porque es otra forma de creer y querer.
De creer verlo lo verás. Y si no es siempre, sólo será porque, ciertamente, el cielo está muy lejos. Sólo por eso.
gracias ulises
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