19 septiembre 2006

nubes, y 5

Se pisa San Borondón casi sin darte cuenta de que has arribado a una isla. Al punto de que una vez en ella uno sólo podría gritar ¡tierra! para referirse a lo que hay más allá de ella, en todas direcciones salvo, se diría, bajo los pies. De ser un país habría de tener a todos sus ciudadanos de embajadores en otra parte. Y esa pudiera ser la pista: permitir que los mentecatos que por doquier reclaman fundar estados, capitales, suburbios mitológicos o ranchos con himno y moneda propia lo hagan hasta que los terrenos que se arrebatan, y al hacerlo prohíben, unos a otros lo sean del tamaño de una isla en que no quepan, y salir entonces, tener que viajar y vivir por fuerza fuera de tu orgullo, de tus dominios. Y ver a las libélulas entrar y salir sin pasaporte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo bueno de los espacios pequeños es que está justificado dejar fuera todo aquello que es innecesario, no nos podemos permitir nada más que aquello que le es propio, las libélulas, por ejemplo.