13 septiembre 2006

Que tu hueso derecho no lo vea

Quizá parte de la atracción que ejerce sobre no poca gente cualquier excavación está en la posibilidad, ligada a lo poco o nada que nos sentimos influidos, acreedores o deudores de todo pasado que no sea inmediato, de que al desenterrar salga a la luz el dolor o la dicha que lo permearon hasta fundirse, por olvido, con la tierra en que quedaron. Asoman estos días las fosas comunes en que se convirtieron tantos durante la guerra civil y aunque sólo quienes buscan aún un trozo suyo se asoman a sus bordes, llegan voces que claman contra el mal de Pandora, como si perfectamente supieran qué hay enterrado y dónde, qué no debe asomar nunca, qué terrible dogma hubieron de enterrar a oscuras. La Ley de Memoria Histórica, apenas tramitada, es ya un osario, un resto de justicia y dignidad que no puede moverse, al que sólo se le permitiera la expresión que cabe concederle a un fémur. A veces parece que elijan esqueleto y dicen “ese es mi padre” –relata un investigador en El País 11.9. Y uno se pregunta cómo habiendo tantos que con tanta generosidad, con tan poca posibilidad de exhumar verdades mayores o mejores, aceptan ligarse a un montón de huesos abrazados, hay quien ve en esa mirada revanchismo, deseo torvo de justicia y memoria ya podrida, transformada por la tierra y el tiempo en esa tumba ajena y escondite para ladrones que es la historia. –del programa de mano (derecha).

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