18 agosto 2006

caronte y el recuerdo

Plutón tuvo una luna hasta ayer, ya no, y en su lugar surge un planeta de la misma masa y el mismo diámetro que aquella, incluso con su mismo nombre. Alemania tuvo un escritor que escribiera la cobardía y la ceguera voluntaria de quienes para poder ver en todo su esplendor la sangre afortunada que les corría dentro hubieron de negarse a ver la que pasaba fuera, empapando el mundo. Pero en tanto el valor de una idea, como el de una esfera inmensa, no reside tanto en lo que fuera durante su formación, sino en lo que dice, contribuye, añade o resta a su entorno, cabe esperar no oír a nadie clamar contra el nuevo planeta porque el nombre que damos a su presencia modifique lo que hasta ahora sabíamos de ella. Gunter Grass no es mejor ni peor escritor por haber militado en las ss, como tampoco han de ser menos dolientes, justas, necesarias las palabras con que llamara cómplices a millones de alemanes por el hecho de que él estuviera, al mismo tiempo, en ambos lados de la oración: en la denuncia y lo denunciado. Inflamarse de indignación por algo que a la vez le arde a uno dentro, oculto, a oscuras, sólo suena desgarrador, decepcionante si se juzga lo que tal discurso debió significar para él en el momento de exhibirlo. Pero eso no tiene nada que ver con la forma en que el mundo merece, necesita esa y mil denuncias más, siquiera vinieran siempre de manos con un pasado sucio. El propio Grass debía saber cuando publicó El tambor de hojalata que este es un mundo de alcances torpes y mezquinos, en el que el juicio acerca de las ideas –cualesfuera- ha de sobrevivir muchas veces a la mirada que lanzamos sobre quien las enuncia. Así el color de piel, la voz, el sexo, la vestimenta son tantas veces la idea que nos habla por mucho que a la vez traten de hacerlo los argumentos que de aquellas surge. Si el dicho bíblico hablara de piedras más fundadas, de ideas lanzadas con más precaución, con más razón en cada dedo, veríamos quizá en la denuncia un acto de justicia cuya validez cabe buscar en las ideas que porta, no en la mano que las lanza. La derrota de Grass no es, hoy, cincuenta años después, la de sus ideas –a salvo, felizmente-, pero pudo haberlo sido entonces. Ese es el riesgo: que ganaran aquellos a los que él denuncia, quienes –con nazismo o sin él, al jalear una cultura de crimen, saltarse un semáforo o admitirse con más derechos que un chino- ahorran juzgarse culpables en la idea de que todos los son, de que todos lo hacen, de que nadie es quién para acusar a otro. Mientras las ideas que él ayudó a mostrar, descarnadas, siguen despidiendo ese olor a la luz de los días, ni los supervivientes de su división le recuerdan.

17 agosto 2006

muros, 3

Todo civismo se basa en la visibilidad del otro, en la forma en que los derechos de uno le rodean aún cuando no los reclame a cada rato. Paseaba uno maravillado estos días de que los trenes, los coches, los tranvías, los peatones berlineses convivieran en quietud con el sinfín de bicicletas que, en marcha o aparcadas, recorta el espacio disponible de aceras y calzadas. Ni una ni otra poseen espacios rácanos y esa generosidad en el urbanismo ha de ayudar a que los derechos de unos y otros convivan sin apreturas, en la idea de que la abundancia contribuye a ser justo con el derecho del otro a que sus pasos lo sean de forma diferente a los de uno. Y quizá la costumbre de la visibilidad del otro a la hora de desplazarse influye en la forma en que se mueven las ideas que salen de nosotros una vez parados, en cómo son escuchadas, en cómo se las permite echar a andar aunque no sean las nuestras. Gobierna en Alemania una coalición de los dos grandes partidos políticos y uno sabe imposible esa idea en España, donde los coches y los peatones –entiéndase aquí derechas e izquierdas, alternables según el carril del poder, rápido o lento, por el que circulen- no sólo hacen lo imposible para que el otro se estrelle lo antes posible, sino que prohibirían la libre circulación de las ideas del otro si pudieran. Ya en Madrid, esperábamos en el aeropuerto la llegada de un taxi, apenas diez personas formaban la cola a esas horas de la noche y un tipo –maletín, aspecto de ejecutivo de alguna compañía- se fue directamente al principio de la cola. No la veía y siguió sin verla cuando, ya echado a un lado, se le recriminó por qué se colaba. Teniendo el atropello, quién necesita bicicletas.

16 agosto 2006

muros, 2

Una superficie de unos doscientos metros cuadrados en el centro de Berlín, sembrada de bloques de hormigón gris oscuro de planta cuadrada y sin inscripción alguna, de un metro de lado y altura creciente a medida que convergen hacia el interior, en perfectas hileras angostas que permiten ver el final de cada pasillo apenas iniciado. Un laberinto de entradas y salidas alineadas, nítidas, perfectas, que en la periferia del conjunto, en sus primeros bloques –alterada la longitud de uno de sus lados- semeja lápidas, cientos de ellas, que van creciendo en altura e igualando la dimensión de sus lados en su camino hacia el centro. Es un cementerio del que uno sale fácilmente vivo, y su simbolismo cambia a medida que se yergue: pasa de ilustrar a través de las tumbas imitadas el holocausto que honra, a representar una opresión –en su parte más alta los bloques miden tres metros de altura- que permite ver en todo momento la salida, las múltiples salidas disponibles en asequible línea recta. Pero algo se pierde entre tan generoso hilo de Ariadna, y lo que obedece seguramente a una medida de seguridad elemental en un sitio tan sombrío y estrecho, no deja, por ello, de privar a quien lo pasea de una sensación más acendrada de angustia y extravío que rememorar la muerte debe éticamente, en ciertas muertes, contar de la vida de quienes la sufrieron por la fuerza. Es, con todo, sobrecogedor en la lisura, en el anonimato de los bloques de una simetría de cosa, tan lejana de la irregular piel de las vidas humanas cuya ruina lamenta. No muy lejos, como parte del Museo Judío y diseñado por Daniel Libeskind, un segundo conjunto escultórico muy similar, compuesto por veinticinco pilares de dimensiones cercanas a las del primero, igualmente alineadas, si bien más altas y con ¿olivos? que crecen sobre ellos- proyecta hacia arriba la generosa interpretación del laberinto pero no tapia una sola de sus salidas. Como si encontradas, diera miedo ocultarlas de nuevo.

15 agosto 2006

muros, 1

Dejan a veces los triunfadores de las guerras figuras que representan, no la victoria o el sufrimiento que causó, sino más desdichadamente el rostro, siempre sombrío, de la dominación por la fuerza, más brutal, menos humana cuando más prolongada la guerra. Antes de ver confinada su imaginería al lado este de la ciudad, el ejército ruso -que entró en Berlín antes que nadie en 1945- dejó la estatua de un soldado ruso sobre un pedestal de unos ¿seis metros? de alto. Flanqueado por sendos cañones y tanques, cabe suponer parte del asedio a la ciudad, incluye una tumba, justo delante de la figura tan elevada como altiva. Sólo junto al pedestal, mirando a la estatua desde ahí, se aprecia cuán asequible, quizás irrenunciable, lo que va de la justicia a la venganza. Aun cuando reconocerlas claras sea a veces difícil, las guerras lo son, en términos generales, en defensa o en ataque propio, y así el gesto de la estatua no habla de atributos, ennoblecidos por la victoria nacida de la respuesta ante una agresión, como son el dolor, el sacrificio, la sangre que siempre exigen las ideas, la memoria por lo caído, por lo perdido y lo salvado. El gesto exhibe, en el pie avanzado, pero sobre todo en la mano izquierda que se adelanta como lo haría un dios cruel, todo el sojuzgamiento, toda la dominación supraterrenal que sobre un país devastado tiene ante sí quien lo derrota. En su rostro, tallado de un material cercano al de los tanques, hay el mismo totalitarismo, la misma opresión, la misma disposición sobre los vivos que las ruinas del mundo mostraban entonces como cementerio a cielo abierto para con los muertos. Dejó la propaganda rusa, como la china o la coreana, bustos de sus líderes como dioses bajados al mundo para ordenar las vidas, y a medida que esas imágenes se alejaban en el tiempo de las revoluciones que las engendraron, sus gestos, las posturas del cuerpo se volvieron más sociables, risueñas, redentoras por la vía de la alegría, ausente en la vida cotidiana de sus pueblos sojuzgados. En mitad de un parque de Berlín, en la avenida principal que atraviesa al mismo tiempo la ciudad y conduce al parlamento, no es el rostro de Stalin el que dicta el mundo desde lo alto de la estatua, sino el de un soldado anónimo, uno que quizá pretende que quien en ese gesto se adueña del destino del mundo no es un hombre sino una idea, y es justo lo contrario: hay carne en esa mano extendida ominosa, la carne fría de los hombres que ven en el derecho de las sociedades a vivir libres el de las estatuas a moverse.

brevedad del hombre holandés

Dada esa figura jurídica transfronteriza que considera el suelo en que se asienta la embajada de un país como parte de su geografía, un aeropuerto, con sus orígenes y destinos, múltiples y mezclados, sugiere la multipropiedad que no termina de ser más de unos que de otros porque nadie pasa en ellos el tiempo suficiente para sentir más pertenencia que la maleta y su idioma –y es una ironía previsible el que para tantos el idioma sea justo eso: una maleta en la que apenas cabe nada. Uno aterriza en Schipol, Ámsterdam, y es al tiempo y momentáneamente un hombre holandés, una niña de Méjico, una mujer de Madrid o Nueva York, y a la vez es la ausencia de todos ellos, la falta de suelo bajo los pies.

13 agosto 2006

tierra-tierra

hezbolá, como cualquier organización terrorista –y se aprecia a escala cuando una lo logra-, agrediría con los medios de que dispone un estado si los tuviera a su alcance, pero en las consecuencias de esa diferencia, es lo cuantitativo y no lo cualitativo lo que separa el daño de uno y otro modelo de agresión: para ambos, al igual que ocurre con cualquier país, organización, facción, grupo o individuo abocado a un conflicto, la sociedad civil –estructuras e individuos- son el camino más directo -por más fácilmente dañable- para afectar a la opinión internacional y acelerar su involucración. No son distintos para israel los ciudadanos libaneses de lo que suponen los civiles israelíes para hezbolá. Cambia el alcance de los medios a su disposición, pero sólo eso: apenas el daño por minuto, no la voluntad de respetar nada que el otro bando no vulnere ya. Y es un juego pueril, por injugable, por imposibilidad de reconocer las casillas de salida, el de señalar quien empezó, quién hizo qué primero. Junto a los misiles explotan los símiles.

ludwig van verbena

Quizá porque a medida que uno se aleja del centro de una idea se hace a la vez más audible los ecos, el alcance de otras, a veces antagónicas, en la plaza mayor de Madrid se escuchaba hace dos noches la periferia de la novena sinfonía de Beethoven y al mismo tiempo el final de tentáculos de todo orden –conversaciones, palmas, otras músicas, gritos, risas. Conlleva la música clásica una condición frágil en el mundo actual, pues el silencio que exige para darse lo hace vulnerable, invisible por momentos, en el instante en que alguien decide no respetar esa norma. Damos por sentado que la democracia nunca va a ser perniciosa –escribe Fareed Zakaria en su El futuro de la libertad. El derecho natural a convivir en un espacio público la opinión propia con la de miles de personas allí congregadas que sostuvieran la contraria es uno que los totalitarismos del siglo pasado y las periferias sordas de un sistema que ni los gritos escucha han hecho del derecho a proferir lo que sea donde sea uno sacrosanto, pero uno cree ver una diferencia entre ese derecho natural –que nace de la igualdad consagrada por la ley- y un no muy avanzado derecho cultural que condicionara las propias apetencias, no al parecer de mayoría alguna, sino a la propia indefensión de lo atendido. Un adagio es una criatura débil que lo es más al aire libre, y la misma concentración de miles de personas, como si rezaran en silencio por su salud, habla de un hábitat delicado y de su ardua preservación, de cómo ciertas formas de cultura –la contemplación de un cuadro es otra- no soportan esa forma de modernidad instalada entre nosotros que huye de los aspectos de absoluto y hace compatible, cohablable, cogritable, cualquier forma de expresión. Violenta el derecho al silencio –este es, acaso, el más cultural de los derechos y al serlo, el que más se siente como una agresión desde el derecho natural- como si su logro fuera, por fuerza, una imposición, un atentado inadmisible a la voluntad individual y sus derechos. No se lee porque exige el mismo silencio y el mundo es de los ruidos. Como pasara en las buhardillas de los totalitarismos, algunas especies de la biosfera cultural –en la densidad y vastedad de sus conocimientos y sensibilidades, las más valiosas- sobreviven en espacios pequeños, paradójicamente como hace dos noches, allí donde sus voces no pueden ser escuchadas por quienes saben que todo lo que se necesita a veces para acallar una voz no es prohibir hablar sino sólo gritar al lado.

31 julio 2006

El salario y lo mínimo

La costumbre, la repetición más o menos exacta de las tareas que constituyen lo laboral tiene algo de epitafio en vida y, en según qué casos, no menos de desprestigio de la muerte. En lo primero, al grabar en la mirada el destino que nos espera cada día a la misma hora, con el mismo frío en los huesos, el mismo calor derritiendo los días o el mismo archivador viniendo a buscarnos desde la misma pared para hacernos de su misma materia. En lo segundo, al afrontar un riesgo de forma tan habitual que nuestras posibilidades de salir indemnes se nos antoje acumuladas a medida que se juega ese juego.
Workingman´s Death, de Michael Glawogger, ilustra estos días cinco ejemplos de esa costumbre de lo precario en la que la vida y sus contrarios fichan a la vez: cinco mineros ucranianos excavan la que, sin necesidad de mucha imaginación, semeja su propia tumba al horadar un túnel de cuarenta centímetros de alto apuntalado aquí y allá por lo que parecen termos de café. Matarifes nigerianos deguellan maquinalmente cientos de cabras y vacas que otros a continuación despellejan, fríen y lavan como si acarrear y convertir en cosas lo que un minuto antes estaba vivo fuera un mero podar el jardín de las delicias de El Bosco. Acarreadores de Azufre descienden la montaña Indonesa para extraer, entre sus vapores de infierno, 100 kilos de ese mineral que luego han de ascender montaña arriba mientras sortean expediciones turísticas que les ven penar con el dudoso exotismo de ir cargados como mulos a paso de marchista. Un barco petrolero enfila la costa y, como si fuera el avión y el edificio al tiempo, vara a toda máquina para que cientos de obreros metalúrgicos pakistaníes, no menos varados, lo desmembren a golpe de soplete. En unos altos hornos chinos, sus hormigas obreras anuncian la buena nueva del nacimiento del libre mercado, cuya vida prometida verán sus hijos o sus nietos.
El hierro que unos desguazan hace, un océano más allá, los cuchillos con que se desangra a los animales. Éstos son vendidos a cambio del carbón que alimenta en otro idioma los hornos gigantescos. El carbón que se exhuma fríe la carne en otro continente. Aquello que constituye la condena, el logro miserable y fugaz de quienes lo labran en una parte del mundo se revela, apenas, la combustión del infierno de quienes se afanan en otra parte. Es mejor que robar, mejor que estar muerto, mejor que pasar frío, mejor cobrar por ello una piedra que ninguna, mejor arruinar la propia espalda, los propios pulmones que hacer qué –se escucha en el documental. Una tercera costumbre, una tercera aceptación de lo fatal asoma: la de que penar es tan propio del hombre como nacer o esperar un tiempo mejor. Dios lo traerá –también se escucha. Es la repetición, la constancia de la precariedad una mecha, y basta enhebrar vidas suficientes para hacer de ellas bombas. Y si aún así la memoria es lo suficientemente benigna con uno para guardar los días con un halo mejor que lo infame de su destino diario, puede ocurrir que alguien venga de fuera a recordártelo: en la parte del documental que transcurre en Pakistán, un fotógrafo ambulante que recorre el almacén de trozos metálicos y humanos les pone un kalashnikov en las manos al fotografiarles. Después se le ve haciendo entrega de las imágenes, se las guardan, ellos, los que carecen de una vida digna, posando con un objeto en las manos que sirve para igualar el mundo, para acercar, por fin, a todos los hombres en lo mismo.

27 julio 2006

Puercos y el lenguaje como margarita

El mismo día en que el periódico recoge a Stephen Hawking advirtiendo la necesidad de seguir hablando para superar, por la mínima, ese 98% de herencia genética común que nos une a los primates, se hace público el contenido de una carta de 10 hojas escrita por el gran idiota iraní mahmud ahmadineyad a Angela Merkel en que se sugiere la colaboración de ambos países en la aniquilación de Israel. Para qué. Qué gana Irán proporcionando pruebas tan claras de su desvarío si probablemente basta el funcionamiento de una sola neurona para saber que Alemania es, de todos los países del mundo, el que con más horror acogerá la mera idea. Qué gana Irán hablando eso, qué clase de lenguaje, en apariencia común al nuestro, les aleja de aquel que pondera Hawking como instrumento de conocimiento, de entendimiento del otro. Un informe concluye que el 60% de los españoles no ha visto, oído o leído nada acerca del protocolo de Kioto. Otro, que el 28% de los adolescentes varones de madrid ignora que la homosexualidad no es una enfermedad, que el 32% ve correcto tratar despectivamente a un homosexual. Tantos pergeñando escritos cuando deberían estar leyendo, hasta que entendieran. Tantos primates -en su acepción clásica- rezando para no aprender nunca a escribir.

23 julio 2006

ruinas. 3

Exhiben los semáforos en Roma uno de sus discos –el rojo- de un tamaño mucho mayor que los otros dos, e incluso se antojan escasos los ángeles y santos desperdigados que necesita quien pasea sus calles, en las que la primera de sus ruinas se diría son los pasos de cebra, puente tambaleante que uno apenas atrevía cruzar estos días en compañía de varios, en la esperanza ligada tanto al tamaño del bulto como a las leyes de la probabilidad, y que tan similar imagina uno a la que ha de sentirse al caer junto a muchos al agua infestada de tiburones. Se vende –se perdona- como tipismos menores del carácter de una sociedad lo que es simple falta de respeto al otro, a las normas, al silencio, al derecho a no escuchar u observar la maleducación ajena. Uno sólo ha visto un muerto estos días, y de todos los milagros que por doquier honra Roma, ninguno es más creíble que el que cuenta, en solitario, al infeliz que vimos tapado por un manto plateado, en mitad de la calzada. Entonces sí, ninguna mirada lo esquivaba.

21 julio 2006

ruinas. 2

Bajo la Iglesia de la Inmaculada, en Vía Veneto, se anima la visita de la cripta de los capuchinos. La tétrica portada de National Geographic de este mes apenas amaga el espanto indecible que espera al que la recorra, y así la monja que caminaba ese raro purgatorio junto a nosotros lo hacía con un pañuelo tapando su boca, no sé si para evitar lo que entrara o lo que pudiera salir de ella. Arte funeral –reza el texto de las postales que se venden en la entrada. Esto es: cientos, quizá miles de esqueletos humanos –adultos y niños- rotos de forma que sus huesos sirven para una recreación de la decoración barroca que uno hallaría en una iglesia. Arabescos de todas las formas posibles serpentean los muros del pasillo que amaga la nave central a cuyo único extremo nacieran –murieran- las seis capillas, enrevesadas también de incontables cóxis, fémures, columnas vertebrales, metatarsos, cráneos o costillas, por cierto no sólo presuntos trozos voluntarios de los monjes capuchinos sino también los restos, ya rotos en vida, de los romanos pobres, enterrados donde ahora se levanta la iglesia.
El uso de la muerte, su promesa de adjetivos mejores, con que la iglesia se viene ganando la vida y la muerte de miles de millones de personas desde tiempo inmemorial es uno sobre cuya honestidad sólo cabe sospechar dada la falta de pruebas de post-vida, y si nadie ha vuelto de la tumba para contarlo, es ilustrativo el uso que de las pruebas de la muerte –los huesos- hacen sus prometedores. Yace Rafael al pie del muro circular interior que crece hasta convertirse en el inconcebible Pantheon, y allí ha de esperarse sin mucha prisa la resurrección, pero uno no imagina a uno solo de los desdichados de esta cripta descansando en paz, inquietos empleados al albur del dios pegamento para hacer de su muerte molduras de la tumba en esa dudosa reencarnación como yeso de un palacio simulado –las iglesias romanas son eso, palacios, conviene recordarlo.
Uno no ha estado en esos atroces cementerios al aire libre que son los centros de investigación, abiertos al público, que guardan, apilados a mayor gloria de la deshumanización en que murieron, los cráneos y otras partes del esqueleto humano pertenecientes a los millones de seres asesinados en masa en la Polonia ocupada por los nazis o la Camboya de Pol Pot, pero uno duda que el derecho a exhibir restos humanos con fines educativos sea el mismo que asiste, estupefacto, a su conversión en dioramas que los convierten en mero ornamento, donde lo que fueron personas son hoy, desmenuzadas al capricho de un decorador, imitación de guirnaldas y arabescos de escayola, apariencia de pintura, de formas coloridas, de muros engalanados, de belleza al servicio del poder. Cita a Homero Andrés Trapiello al escribir que incluso los asesinos tienen derecho a una mortaja de sombra y silencio.

20 julio 2006

bottom in wonderland

Llevábamos ya un rato en la reunión, ponderando las virtudes del proyecto, sus diferencias con otros de similar hechura, lo novedoso, la ruptura absoluta cuya presentación al público estábamos definiendo, cuando el cliente, sin cambiar demasiado la inflexión de voz, dijo que por supuesto todo es falso, que es más o menos igual que los demás proyectos de ese tipo al uso. Uno lleva muchos años trabajando en publicidad para esperar de ella una mejor cara que la que gesticula el mundo fuera de los anuncios, pero es triste la costumbre de la mentira, no en su ubicuidad –que uno no siente en su trabajo- sino en la normalidad con que se la acepta entre nosotros, entre las manifestaciones con que anunciamos un mundo mejor, uno más próspero, mejor engranado. Como si las molduras mintieran para evitarnos el trago de tener que mirar el espejo de continuo, es justo ésta la mentira que importa, ésta la que hace casi irrelevante sus neones: sólo la transmisión de la realidad mejora, se vuelve más mirable, pero no la realidad en sí, que es el mismo catálogo de depredación, impostura, sobrevaloración y disimulo que nos traemos desde siempre.
Michael Winterbottom dirigió wonderland –por una vez la inicial como minúscula es ajena-en 1999. Ese mundo de maravillas minúsculas es el de cómo la verdad exige no pocas veces que la vistamos de mentiras, aunque sea uno el emisor y a la vez el destinatario. Se miente uno como ensayo general, como si hubiéramos de probar a ser el primero de los clientes de nuestra propia mercancía. En la película las transacciones son intrafamiliares –el marido miente a su mujer, el hijo a su madre, el padre al hijo, la hija al padre, el hijo calla al alejarse, el marido calla por no oir, y casi todos a sí mismos. ¿Te puedo llamar? –pregunta una mujer al hombre del que insiste en pretender enamorarse a pesar de ver nítidamente cuán él sólo quería de ella sexo. El país de las maravillas, al que se llega una vez superados los espejos, allí donde el pudor es la primera de las baldosas amarillas, lo primero que se pisa. Como pisaba sus sueños aquel otro bottom, sin invierno delante pero con una noche peor de verano, detrás.

19 julio 2006

ruinas. 1

Llevaba unos minutos en una capilla en que se celebraba la misa en ese instante, admirando los frescos del techo y sin moverme un ápice, cuando un hombre que franqueaba la entrada se me acercó para susurrarme que la capilla no estaba abierta al turismo durante la misa. Dado que, como digo, mi actitud –ni menos serio, ni menos quieto que cualquiera- sólo se diferenciaba de la del resto en el objeto de mi atención, salí solicito. Y apenas la había abandonado, me di la vuelta y pasé justo delante del mismo hombre, me santigué y entré sin mirarle a los ojos, no sin dejar de percibir que él se hubiera dirigido a mí de haberle mirado. Debiera entonces haber vuelto la mirada al techo como la primera vez, pero preferí mirar hacia el altar, en la idea de que las normas absurdas de la iglesia –que escrutan y juzgan presencias e intuiciones con la misma ligereza y la misma falta de pruebas con que se niegan a juzgar lo que prefieren no ver delante de sus ojos- han de importar mucho menos que el amor propio y el respeto que merece un hombre al que pagan por desempeñar un trabajo. Salí al poco, le hubiera pedido disculpas, aunque al tiempo las escucharan los muros.

12 julio 2006

algunos estupefactos


en la fotografía que nos hace llegar nuestro colaborador de madrid se puede apreciar un detalle del grupo poco numeroso de ciudadanos estupefactos que ayer tarde mostraban su... digamos, disconformidad, indignación, impotencia, etc. con las actuaciones al margen del estado de derecho y del respeto a los derechos humanos tan en boga en la política internacional de la era postdemocrática, fieles exponentes de lo cual son esos dos estados en los que las decisiones políticas (?) se deciden en el despacho del mismo lobby, muy cerca del oval, tan famoso.

11 julio 2006

eroica

Mientras Haydn asiste junto a Beethoven al primero de los ensayos, otra doble presencia, que es, como la primera, encuentro de antiguos regímenes y de sentidos desprevenidos, se revela a la vez en Eroica, la espléndida producción de la BBC de 2003, dirigida por Simon Cellar Jones, acerca del significado de la tercera sinfonía de Beethoven y el auge de Napoleón y su emergente absolutismo, vistos desde un salón de la nobleza austriaca de 1804. Pero la incomprensión, la violencia emocional con que en la película se juzga la primera audición de la obra es una cuya cualidad, cuya inevitabilidad en la magnitud de lo desconocido uno cree compartir doscientos años después a poco que escuche a Hadyn. Y ni siquiera el hecho de haberla escuchado lo suficiente para sentirla familiar le priva a uno de sobrecogerse al mismo tiempo que lo hacen algunos de los actores. Obvio que justo ese es el trabajo de un intérprete, no lo es menos que una de las pruebas de la grandeza en cualquier manifestación artística es justo esa: sobreponerse a nuestra imposibilidad de escuchar, de ver, de sentir por vez primera lo que ya escuchamos o vimos hace tiempo. Tal si poseyera la cualidad de invertir las condiciones de lo emitido y lo percibido, donde la expresión de la genialidad fuera tan magnánima para con nosotros como para consentir que nuestros sentidos sean tan previsibles, tan repetitivos, tan dueños de lo que ya vieron. Como si la sinfonía pensara de nosotros: los tengo muy vistos, pero y.

06 julio 2006

Libre y no

Hay varios falsos destinos visibles a lo largo del metraje de El taxista full. Uno de ellos es la vulnerabilidad de su protagonista –un hombre que roba taxis de noche, cuando sus dueños no los emplean, y los emplea para trabajar. Su precariedad, su desubicación que roza la ingratitud hacia quienes tratan de ayudarle apunta la atención hacia una cierta conmiseración hacia el débil, hacia el desviado. Y no, es de una justicia por inventar que habla la película-documental de Jo Sol. Enfrentado a su ingreso, dictado por un juez, en un psiquiátrico, la ausencia de esa idea de justicia por hallar es desde el protagonista una furia tranquila, domada, que explica él mismo al referir aquella, su idea, como un hallazgo propio, no uno tomado de la sociedad: una idea mía –recalca el taxista sin taxi. Y si el valor de hallarla es, en su convencimiento, más valiosa que la certeza de que con ella vulnera el principio de propiedad privada, es porque en un mundo en el que un hombre no puede, la mayoría de las veces, sino tomar lo que la sociedad quiera darle, inventar una salida adquiere una acepción ética, y de hecho la definición de lo honesto tiembla en su pedestal de barro al oírle decir que en el momento de tenerla, la idea le pareció no deshonesta, una idea razonable.

Al mostrar lo injusto de castigar una forma de impunidad que deja de ser delictiva en el momento en que se imaginan sus practicantes obligados, la película es militante a favor de combatir una impunidad mayor: La acción del falso taxista perjudica a un ciudadano –dicen las leyes, y tal es cierto, pero sólo si el culpable es uno con cara y manos concretas. Si el acusado es la sociedad toda y la víctima un hombre apenas, entonces su cara y sus manos dejan de ser reconocibles, dejan de tener los rasgos visibles, dañinos, imputables que tuviera como causador y no como causado. Me sentía un poco héroe –dice. Y es un heroísmo que sus palabras -tantas veces de una simpleza que no pueden evitar agredir lo complejo de su situación como símbolo- no terminan de ocultar, refugiado en un insistido sólo querer no ir a la cárcel, sólo querer trabajar.

Ya entrados en las consecuencias del aislamiento, Jo Sol explota sin falso pudor ese doble sólo y solo –el hombre es un hombre abandonado por su mujer y su hijo, con el que no se habla, y del que se dice despreciado por su incapacidad para ganarse la vida. Añadido a las trincheras cavadas en torno al significado del vocablo “ley”, esta es una obra acerca de las definiciones como problema, empezando por esa idea de justicia que ni el falso taxista entiende ni la sociedad permite imaginar. Una y otra vez, el taxista peatón no entiende las razones de quienes le acusan, la clasificación de delito con que se juzga su sólo querer trabajar, los argumentos que privilegian el momento de forzar una puerta pero no contemplan lo que se hace tras ella. La sociedad hace bien su trabajo de desorientación, y así, éste tampoco entiende los argumentos de quienes, al sugerir describir su delito con formas menos simples que las que él enarbola, tratan de mostrarle bajo un cristal que le muestre a la luz de la sociedad como un símbolo. La idea tropieza también dentro dado que el hombre, sin decirlo, no se ve como un símbolo, sino como algo mucho más valioso: una persona. No le favorece su negativa a todo lo que no sea la exposición de esa idea razonable que es ganarse la vida haciendo productivo algo que no lo es, pero es que lo simbólico es una creación que halla su utilidad inmerso en lo social, y el taxista falso es, como tantos desposeídos, su propia sociedad.

Dicho ya que a sus ojos tal forma de ganarse la vida no observa robar, sino sólo hacer uso de un medio robado, el punto de vista del realizador también sugiere cómo ambas cosas no son lo mismo. Pueden serlo desde la ley, pero esa es justo la única de las salidas que muestra la película que no miente, una que dice: hay más leyes, otras leyes, unas que deberían proteger a quienes, mayoritariamente, no delinquen a pesar de que la sociedad les impele a ello. Y en ese encuentro de definiciones ilegibles y de perseverancia en una cierta idea de justicia más allá de la ley surge lo que pronuncia el más lúcido de sus defensores, válido aún conviviendo con ese caparazón inevitable: él aún cree en la sociedad, ese es el problema.

En tanto que confundida con la más pueril de frecuente, la idea de lo normal es una de las más necesitadas de una revisión urgente. Luchar es para el taxista de a pie la primera condición de una normalidad que en realidad no sólo no existe sino que penaliza esa creencia: la de que pudiera bastar necesitar algo y obtenerlo para validar sus métodos con ello. En esa definición de lo normal, una de las escenas más duras de la película ilustra, en la narración del falso taxista, cómo la autoridad de un padre, su valor, pudiera estar ligada a ojos de su hijo a algo tan ajeno como la imposibilidad de hallar trabajo. Pues ese es un callejón sin salida: lo que juzga tu hijo por un lado es lo mismo, exactamente lo mismo, que hace la sociedad por el otro: reducirte a lo que tienes, y juzgar sólo eso, no a quienes te impiden tener más.

Hurta espacio lo razonable, lo protestable a tanta recreación pueril de un mundo de trayectos, tarifas y pasajeros sólo en apariencia más propietarios de su suerte, y tan verídica es la supervivencia de El taxista full que ya sólo se puede ver en un cine si se acepta como necesario robarle horas al sueño, a cualquier sueño.

05 julio 2006

1000 años y una lima

Murió slobodan milosevic antes de que el juicio por crímenes contra la humanidad terminara de fijar su apellido en las enciclopedias. Acaba de morir kenneth Lay, fundador de enron y principal responsable de su quiebra que el próximo 11 de septiembre hubiera sido presumiblemente condenado a pasar el resto de su vida en la cárcel por fraude y conspiración. Y el que quienes perdieron el juicio en vida mueran antes de perderlo también delante de un jurado suena a fuga en último momento. Ojalá se mueran –se piensa muchas veces de quienes arruinan la vida de miles o millones de seres- pero es justo lo opuesto: ojalá duren tanto que se les caiga la vida a trozos, hasta que adquieran el aspecto de lo que crearon. ¿Se le morirán a dios los acusados antes de saber qué hacer con ellos?

Pieza para ballet y guillotina

Como si en vano hubiera Francois Poulenc esquivado en 1953 el encargo de componer un ballet para ser estrenado en La Scala de Milán, la ópera resultante de ese regate –Diálogos de Carmelitas- serpenteó sus textos entre las manos primeras de Georges Bernanos, quien escribió un guión a partir de la novela de Gertrud Von le Fort Die Letze am Schafott. El baile no acaba ahí: Emmet Lavery había previamente adquirido los derechos de la historia y con ellos la obligación de ser citado como tal en toda representación, y si bien su nombre no aparece ni como figurante en el folleto que acompaña el montaje que se ha visto en Madrid hasta hace unos días, sí lo hace el de unos -inéditos en la versión de Wikipedia- Philippe Agostini y Raymond Bruckberger como coautores de un guión cinematográfico en que se basa el libreto. Rezuma fe la ópera de Poulenc y en ello pesa, al parecer, no sólo la que profesaba el compositor sino la sorprendente colaboración de Bruckberger, reverendo cuya aportación hubiera uno deseado ver en aquel ballet que no llegó a ser. Pero danzaba el alma a pies juntillas en la sobrecogedora escena final en que las doce Carmelitas son guillotinadas. Como si el ballet que Poulenc no quiso en el escenario se bailara desde las butacas, petrificadas de belleza.

02 julio 2006

de lo rentable

Para afrontar los gastos de la campaña, goring convocó a los grandes empresarios a un encuentro con hitler. Asistieron gustav krupp, cuatro directivos de la IG Farben: albert vogler, de la Vereinigte Deustche Stahlwerke, y otros industriales. hjalmar schacht recuerda: después de que hitler hiciera su discurso, el viejo krupp le contestó con el más unánime respaldo de aquellos industriales a los que representaba –era presidente de la Reichsverband-. Y agregó: el sacrificio pedido será mucho más fácil de soportar por la industria si tenemos en cuenta que la elección del 5 de marzo será seguramente la última de los próximos diez años, posiblemente de los próximos cien años. Seguidamente los asistentes aportaron tres millones de marcos.
-del libro Negocios son negocios, de Daniel Muchnik.

30 junio 2006

La linea que se cruza

Si te vas, me lo dices en cinco líneas. –oí ayer en la calle. Y uno pensó en ese momento que cada vez que él pronunciara o escribiera cinco líneas -ni una más, ni una menos- ella pensaría lo que no es.

28 junio 2006

La inercia, lo inerte

¿En qué medida la vida cultural tiene un compromiso con la realidad y en qué medida la realidad se compromete con la cultura? –pregunta hace seis años en un suplemento cultural Itziar de Francisco a José Luis Gómez. Esto responde: Deberíamos empezar a hablar de la inversión cultural en este país frente a la que se realiza en el extranjero. En Alemania, por ejemplo, la televisión emitió por la cadena estatal las 12 horas del último montaje de Fausto. Hablamos del país que al mismo tiempo fabrica los mejores coches. En comparación, la vida cultural española es muy inerte. Lo que se debe buscar es la rentabilidad social de la cultura que trae consigo un pueblo más despierto, pensante, con mejores ingenieros. Aquí vamos hacia atrás, no sólo en teatro.

A uno

De la selección de torpezas en que se dilapida el tiempo y las energías disponibles, a uno le parece siempre especialmente estéril la entregada al deporte que empieza a gastarse con una gratuidad incomprensible los días antes del evento y pulula por el aire los días siguientes. Uno no es quién para decir si los partidos de cualquier deporte duran mucho o poco, si quizá trece o catorce horas de partido bastarían. Pero está uno harto de que el tiempo que escasea para prestar atención a cosas importantes se derroche puerilmente no los noventa minutos semanales que dura un partido de fútbol –que poco daño ha de hacer-, sino los días interminables en que el mundo parece no tener más razón de ser que el oráculo previo y la ceremonia posterior a los dichosos noventa minutos. Las probabilidades de que la gente entregue su tiempo a pensares más provechosos son inciertas, pero cada vez que la selección o un club de fútbol español es eliminada de algún sitio, esas posibilidades existen, aunque sólo sea durante el tiempo breve en que uno intuye que el tamaño de la decepción que experimenta es demasiado grande para deberse a un partido perdido.

26 junio 2006

Herzog, la épica y las pieles del oso

En tanto que la épica nunca ha distinguido, a la hora de producirse, si la causa que la llama es o no pueril, o cuán pudiera vivir sólo en la cabeza de un individuo, ajena al entendimiento del resto, la narración de la odisea de Fitzcarraldo y la mostrada en Grizzly man no es muy diferente. Ambos retratos –ficción el primero, documental el segundo- dirigidos por Werner Herzog con veintitrés años de diferencia, asoman el desvarío de sendos hombres tan solos, esté con ellos quien esté, revestidos de una épica que apenas comparten quienes les aman –más sospechosa, por inferida, la que muestra Grizzly man. La mirada de Herzog es más compasiva en la realidad que en la ficción, y no porque con Klaus Kinski en la piel de Fitzcarraldo, el perfil del loco sea, de por sí, más difícil de ocultar que el que asoma, transparente, en la propia voz del protagonista de Grizzly man -Timothy Treadwell. Quizá porque la locura de un papel inventado merece menos conmiseración que la que retrate una personalidad real -y fallecida en el ejercicio de su locura- Herzog es prudente, casi se diría caballeroso, en la opinión que ha de merecerle a cualquiera la peripecia de Treadwell. En la confluencia de desvalidos, de locos a causa de una razón noble pero impracticable, Treadwell y Fitzcarraldo afrontan la indiferencia hasta que la transforman en una idea más manejable, aunque para ello tengan que renunciar a ver lo que el mundo –humano o no- hace de quienes ignoran sus leyes más elementales. Y así, donde Treadwell emplea el afecto como arma –os amo –dice una y otra vez a los animales, como quien echara mano de la cartuchera-, Fitzcarraldo apunta un gramófono como un cañón con el que disparara su amor por la ópera a los jíbaros que les acechan. En ambos casos, amansar la idea de la fiera antes que la fiera en sí.
Como si ofreciera las mismas posibilidades a los dos juglares de lo insensato, en ambas obras el testimonio que indica la locura se muestra al poco de empezar: en Fitzcarraldo, Kinski trepa hasta el campanario de una iglesia para gritar que mientras no haya un teatro de ópera –hablamos de un pueblo de Perú de mediados de siglo- la iglesia permanecerá cerrada. En el caso de Treadwell, el campanario es aquí sólo su altura, representada por un piloto que, sin tapujos, declara cómo toda la epopeya, todo el dramatismo y la justicia extraviada de aquel, es sólo estupidez, falta de sesos. Es dudoso que Herzog escogiera, a partir de ese instante –como digo temprano- mostrar sólo las imágenes, filmadas por el propio Treadwell, que corroboran una y otra vez la veracidad del diagnóstico del aviador. Más creíble es pensar que el que se afirmara en público como tonto sin remedio aparente lo haría cada vez que se asomara a ese plató que se inventó en Alaska, junto a todo oso que se pusiera a tiro de su amor. Este es, simple como suena, el trasfondo de la épica según Treadwell: compartir el único sitio y los únicos seres que aceptarían su amor sin hacer preguntas ni exigir nada. En último extremo, es Grizzly man una reflexión acerca de la función del afecto, de los límites de éste como idea autosuficiente, y de las exigencias hacia uno mismo y lo que se recibe a cambio con que ha de ser esparcido. Así, cuando Treadwell dice tener problemas para relacionarse con mujeres, lo que viene a decir es que -como su discurso muestra lógico- lo que ha de tener es serios problemas para hablar con alguien de cualquier cosa. La construcción del personaje Treadwell-amigo-defensor-salvador de los osos es una que se construye sobre los escombros de la persona Treadwell. Incapaz de entender, y convivir, el pelaje real del mundo , ve en la naturaleza el refugio de toda la bondad, de todo el bien del mundo. Es su discurso, envuelto en todo el amor que se quiera, el de un enajenado que, en su rechazo del mundo de los hombres, una y otra vez refugia su aislamiento en la proclama, orgullosa en tanto que robinsoniana, de ser un estudioso de los osos, pero es sólo afecto, no hay análisis ni reflexión, únicamente amor, uno que, obvio, no cabe fuera de esa arcadia: el yo te amo, luego tú, por lógica, has de amarme. Veía en los osos gente disfrazada de oso. –dice el piloto. Quizá al habitar un mundo en el que amar juega un papel tan sujeto a prioridades más prosaicas cuando no abyectas, nos es inevitable pensar que el amor lo disculpa, lo justifica todo, y ese es el primero de los chantajes con que se observa la peripecia de Treadwell –que es, en realidad, apenas la capacidad de querer más que el uso adecuado del amor como recurso- El segundo filtro que distorsiona nuestra mirada es aquí la soledad del protagonista –no entres en cámara –dirá a una de sus acompañantes- ha de dar la impresión de que estoy solo. O ese forense místico que asoma para hurgar en autopsias metafísicas, y al que uno imagina también más solo de lo aconsejable, o quizás malacostumbrado al contacto con ideas inertes. Y finalmente tenemos acaso el más irrenunciable de los tres sobornos: la indefensión de los animales, su vulnerabilidad, que es en la postura antes mencionada de Treadwell una aún más escorada hacia la beatitud: ese “no hay odio en la naturaleza, sólo amor, o ya me habrían comido”. Hacia dentro del propio protagonista, el problema, el abismo del error, tiene un aspecto algo diferente: uno que confunde la acepción de lo justo, lo que debe ser, con lo que es capaz de entender. Siente Treadwell y eso es suficiente a sus ojos para fundar la renuncia o la incapacidad de pensar. Este es un problema extendido que en su caso, añadida la soledad y el objeto de su afecto, no le permite ver siempre claro lo que siente o piensa.
Es este velo el que la mirada de Herzog amaga revelar al final, cuando dice que él sólo ve indiferencia donde Treadwell amor, armonía y un orden mejor. Cómo al observar a un oso, a sus ojos somos una opción más a la hora de buscar comida. Y que ese sea un sentimiento igual de primordial, igual de básico que el amor con que la mirada del guerrero amable –así se nombra Treadwell- recubrió su periplo en Alaska durante trece años muestra cómo la evolución premia no las herramientas más útiles sino sólo las mejor empleadas.

20 junio 2006

Los heroes

Indefensa, va y viene la memoria por las páginas del periódico, hoy. En la página de la izquierda, va en las primerizas palabras de contrición que el lehendakari ibarretxe pone a los pies de tanto exiliado, atemorizado o asesinado al “lamentar la soledad en la que en muchas ocasiones habéis tenido que sobrellevar el dolor por la pérdida de seres queridos, y os pedimos perdón por esa lejanía que, a veces, habéis sentido de los poderes públicos”. En la página de la derecha, la memoria viene lo suficiente para, en boca de un concejal de herri batasuna, negar su implicación en un crimen de eta –no fue así -dice- pero no se queda lo suficiente como para aportar una verdad mejor –no lo recuerdo, pero no fue así. La heroicidad o la cobardía son algo más que la decisión de pasar página o de quedarse en ella sin quedarse. Y así, va y viene la memoria atravesando de silencio cómplice a quienes sólo ahora vacían sus bolsillos y la exhiben, como diciendo: siempre la tuvimos, siempre la reconocimos cerca, siempre sentimos su peso con nosotros. Y sin embargo no hay heroísmo en exhumarla cuando se considera llegado el tiempo de llenar los bolsillos de materia más nueva, más aprovechable. Sólo como amenaza diaria, como presencia constante, inexpulsable, admite la memoria tratar de héroes a sus usuarios. De esa pasta están hechos quienes llevan años sufriendo la convivencia de su memoria atemorizada, silenciada, amenazada o asesinada con esa forma de memoria criminal que es la mirada indiferente de lehendakaris y concejales que sólo saben que la libertad no es así, pero tampoco recuerdan cómo es. Engendra la lucha por la memoria luchadores, aunque esa memoria sólo esté hecha, desde los asesinos o los cómplices, de olvido, de no querer recordar, o leer, lo que sólo con mucho esfuerzo puede no verse delante o dentro de los ojos. Junto a la ausencia de memoria de su cómplice el concejal de HB, estos días asoma durante su juicio el silencio de los asesinos que desmemorian la sangre pero recuerdan “alabar a todos los luchadores vascos”. Y en esa lucha, que es para prohibir la memoria, viva o muerta, de todo lo que no quieren, reside todo el heroísmo de los que ven en la tierra que pisan una razón para matar o callar muertes. Pues sólo un héroe –esto es, un medio humano a la manera pagana- podría entablar esa lucha y aspirar a ganarla en nombre de una piedra, un árbol, una oveja

17 junio 2006

hoy, antes, mañana

Hace cerca de dos millones de años, la vida era una gran aventura. Había que salir a buscar comida y existían grandes posibilidades de que uno mismo se convirtiera en almuerzo de las espantosas bestias que infestaban un mundo tan antiguo como peligroso. Un grupo de arcaicos antepasados con los que no podemos sino sentirnos acongojadamente identificados, pese a que eran más peludos, bajos, prognatos y definitivamente primitivos que nosotros, decidió salir de África y asentarse en un rincón perdido del Cáucaso para desarrollar allí su emocionante vida pleistocénica. –de un artículo acerca de las victorias involuntarias de la evolución, en EPS, 4.6.

Ahora se vive una situación de violencia de baja intensidad, de muerte lenta. Ya no hay grandes titulares de pueblos que se queman y violaciones masivas. Pero la gente, confinada, tiene miedo de moverse, de volver a sus pueblos de origen. No pueden salir a cultivar, ni a por leña, ni a nada. Están prácticamente encerrados en sus pueblos. Eso es menos llamativo que lo que ocurría al principio del conflicto, pero igualmente dañino. –de un artículo acerca de la guerra en Sudán, África, en EPS, 4.6.

16 junio 2006

El evangelio según Sezuan

Bertolt Brecht escribió La buena persona de Sezuan en 1943. En ella, tres dioses –que finalmente juraran su veredicto canalla sobre una biblia- descienden a la tierra a fin de localizar una buena persona, una que cumpla los preceptos del altruismo en todos sus actos. La hallan en una prostituta de cuyos actos buenos abusarán desde ese momento casi todos los seres que la rodean de la misma forma que antes se sirvieran de sus actos menos buenos, pero al menos mejor pagados. No tiene su alma, expuesta desnuda a la suerte y la buena fe del mundo, mejor suerte o trato que antes su cuerpo, y es un hallazgo del montaje –estos días en el María Guerrero- que los dioses que la apartan de un camino y la arrojan a otro peor sean en la obra ora hablantes parcos, ora mimos, tal si privados del lenguaje y lo que éste hace con los hombres. La obra es un cristal que va girando sobre sí mismo, revelando facetas del mal en mitad de las caras del bien, y brillos del bien cuando los lados del mal. Es, pues, la narración del triunfo y el fracaso de ambos, personificados en la buena persona de Sezuan –un ser, ella misma, que ha de vestirse de otro mineral, uno más duro, para proteger su fragilidad de cristal bueno. Soy lo que ordenasteis –dice ella al final, vencida, ante los dioses- ser buena y a la vez vivir. Y es tal su desvarío, su zozobra entre el hacer un bien absoluto y ciego que sólo la reporta abusos, y un mal que aporta tanto como quita a quienes emplea, que en un momento de la obra, enfrentada a la única decisión –amar- en que no puede refugiarse en su otra y disfrazada personalidad, la buena persona suplicara no querer saber si el hombre que ama es bueno o si la ama, sólo querrá ir con él, con aquel a quien ama. Ninguna lección aparece más clara en la obra que, faltos los límites reconocibles del bien y el mal, la voluntad de poder equivocarse es de las pocas pruebas de que la libertad que uno posee puede ser ejercida. En esa suma de contabilidades falsas, las morales dobles son aquí triples o cuádruples sin esfuerzo. De un hombre se le dice recto como un cuchillo. El amor es, por demasiado caro, imposible. El dinero se guarda detrás de los espejos –aunque esta última sea una imagen que uno cree, por terrible, no buscada.
Sobre los adoquines yace de espaldas una viejecita. Me he caído de hambre –dice. Se trata desde luego de una tramposa y ese es su truco: dejarse caer en la calle para engañar a los conmovidos transeúntes. Pero yo pienso que una persona que en pleno día se echa en medio de la porquería de la calle para arañar cuatro perras, esas cuatro perras se las tiene bien ganadas. Ha hecho algo a cambio. Nadie se echa por gusto sobre los adoquines mojados y fríos. La anciana preferiría también escribir artículos de modas o bailar valses de Chopin. Pero no puede. Así que hace lo que puede. Se le ocurre algo y lo pone en practica. Se echa sobre la porquería y reclama la paga. -escribió Alfred Polgar en uno de sus relatos, más o menos en los mismos tiempos en que Brecht acusaba los suyos contra el mundo.
Y por cierto, apenas habían asomado, anoche, la mitad de las máscaras superpuestas en Sezuan cuando, no muy lejos, en el Teatro de la Abadía, a la misma hora mostraban por última vez las suyas los payasos que Hernán Gené se inventó para el espléndido y agriamente divertido montaje de Entre Horacios y Curiacios, también de Brecht. Asi que dos obras suyas coinciden en cartel en la misma ciudad. Raro privilegio, del que sólo Shakespeare disfruta por aquí de cuando en cuando. Quizá por eso, como en Hamlet, vuelto a morir el bufón Yorick, nos queda el silencio de Sezuan, aunque sea el de dioses bufones que sólo llorar hacen.

15 junio 2006

Causas, efectos, remates y cabeza

España deslumbra. España ha avasallado a Ucrania en su debut mundialista. Zapatero: “este es el mejor momento que tenemos ante el fenómeno del terrorismo”. –de arriba abajo, leído en elpais.es, ahora mismo.

14 junio 2006

ciencia fricción ?

Lo que sigue me lo he pillado en Interné. La localización es lo de menos.
Situaros: he decidido coger mi maquina del tiempo y contaros como van las cosas por el futuro:

Afortunadamente no se han cumplido las previsiones de tantos agoreros burbujistas y la vivienda en España ha seguido subiendo un 17% anual durante los últimos 50 años, de este modo nos hemos convertido en el país más rico del mundo, porque por ejemplo un ático en Torrelaguna cuesta más que el estado de California y el palacio imperial de Tokio juntos; claro que ya nadie vive en el Centro ni en ningún otro sitio de Madrid, porque esas casas son para invertir y no para vivir.
Yo por ejemplo aunque trabajo en Madrid me he comprado un piso de 40 metros la mar de apañao en una aldea del oeste de Cantabria, que con la autovía queda a un paso; para pagar la hipoteca nos hemos juntado con otras tres familias: un notario casado con una catedrática de universidad, un subinspector de hacienda casado con una abogada del estado y un magistrado del supremo (subcontratado a través de una ett)casado con una arquitecta.
De este modo destinamos cinco sueldos a la hipoteca y uno para vivir; estamos contentísimos con la compra porque aunque al principio nos está costando un poco, luego seguro que ni se nota, además desde que lo compramos hace un año ya ha subido un 17% y por si fuera poco la mujer del notario esta de buena que flipas.
Aunque profesionalmente no me va mal (soy director general adjunto de una multinacional, aunque también subcontratado a través de una ETT)la verdad es que la inflación que sufrimos al ser el país más rico del mundo hace que nos tengamos que apretar un poco el cinturón; de todos modos es cuestión de acostumbrarse, cuando tuvimos que empezar a comer chopped de lagartijas todos nos quejamos y ahora se le da vuelta y vuelta en la plancha y tan rico que queda.
De cualquier forma, aprovechando que han bajado la edad laboral a los 10 años, a ver si saco al rapaz del colegio y lo meto en la ETT, que un sueldo más seguro que ayuda para la hipoteca.
Este cuatrienio el gobierno está en manos de los constructores que, desde la restauración (hemos pasado de la imperfecta democracia liberal a la muy perfecta democracia ladrillil), se alternan pacíficamente en el poder, legislatura tras legislatura, con los promotores de APROIN. En principio es un sistema mucho más estable que la anterior democracia partidista, pues a las tensiones ideológicas y territoriales le ha sucedido la paz estable inmobiliaria. Al fin y al cabo ¿quien va a saber mejor que constructores y promotores qué es lo que le conviene al país, si el país son ellos? Aunque todo no es perfecto, pues últimamente las cosas entre promotores y constructores andan algo más tensas que de costumbre. Se vislumbra una futura alianza entre los APIs y la APVV (Asociación de Propietarios de Viviendas Vacías) que puede ponerle las cosas difíciles a los promotores y constructores. Espero que lleguen a un pacto y reine la paz.
Se han restaurado las cámaras de la propiedad con adscripción obligatoria de todos los ciudadanos. De hecho, para votar hay que presentar la documentación que acredite estar al día de pago en las cuotas de cámara.
Mi sueldo es de 2.000 tochos netos, el tocho es la moneda que sustituyó al euro cuando nos echaron de la UE a patadas (que fea y que mala es la envidia) y se cotiza a un céntimo de euro. En la caja fuerte del banco de España ya no se guardan lingotes sino ladrillos, que en este país han demostrado ser un valor mucho más seguro y rentable que el oro.
La policía inmobiliaria vela con dureza por que se cumpla la ley. Ayer mismo detuvieron a una pareja que vivía de alquiler (el alquiler es delito de lesa patria) y se hacían pasar por propietarios de la casa que habitaban. Se comenta que la policía inmobiliaria tiene ya casi localizados a los posibles propietarios-arrendadores. Como es lógico, la ley es mucho más dura con el arrendador (propietario rebelde) que con el inquilino (un pobre paria no propietario). En nuestra zona de Cantabria no se conocía semejante escándalo desde que fusilaron a los okupas. También están prohibidas las actividades económicas que no estén, directa o indirectamente, vinculadas a lo inmobiliario. Por ejemplo, la policía detuvo el otro día a un par de jóvenes que parecían respetables agentes de la propiedad inmobiliaria y que en la trastienda de su local tenían una plantación de arándanos.
La liga profesional de fútbol por fin se ha quitado la careta y Celta, Barça, Real Madrid, Athletic, Valencia, Sevilla, etc. han sido sustituidos por Vialmar, FCC, ACS, Sacyr, Vallehermoso, etc., que han montado una liga como dios manda, nada que ver con la paletada que había antes de identidades regionales y estilos futbolísticos diferenciados. La liga, ni que decirlo tengo, la gana un año un equipo de promotores y al año siguiente un equipo de constructores y así sucesivamente.
Se ha aprobado una normativa medioambiental muy dura que impide que los espacios estén sin entropizar: es obligatorio que estén ocupados por viviendas, industrias, comercio o infraestructuras del tipo que sea. Por ejemplo, en Madrid ya van por el XIV Cinturón, que pasa a unos 220 kilómetros del nudo Eisenhover. Casi hemos conseguido que no haya nada que no esté cubierto con cemento. Los jardines de los adosados se han cementado y todos los parques por decreto se han convertido en plazas duras. Las zonas no aptas para la urbanización, aunque no se construya en ellas, al menos, se cubren de cemento. Incluso se está debatiendo una ley que va a provocar el cierre de los museos de ciencias naturales y los jardines botánicos. Como el 90% del suelo esta ya urbanizado se está planteando empezar a construir ciudades en el fondo del mar (no se puede vivir en el fondo del mar, así que serian ciudades solamente para invertir). Y como ya no podemos hacer más AVEs en superficie (por ejemplo de Laredo a Madrid hay tres -como había polémica se han hecho todos los trazados propuestos y a tomar por culo), se están empezando a estudiar los AVEs submarinos que van a conectar las ciudades del fondo del mar. Hay gente muy maligna que dice que esas ciudades submarinas son un sinsentido, pero a mi me parece criticar por criticar, pues esas ciudades submarinas para invertir están hechas con todo detalle, incluso tienen sus polideportivos, colegios y hospitales. No se han equipado por dentro, pues nadie va usarlos, pero sus paredes de hormigón son preciosas.
Tras las guerras atómicas provocadas por los propietarios de VPO de Andalucía(que lideraron el movimiento abolicionista y consiguieron su objetivo de descalificar las viviendas protegidas; de hecho, ahora el periodo máximo de calificación de la Vivienda Protegida se han fijado en dos horas), la población ha quedado reducida a 5 millones de españoles y 50 millones de ecuatorianos trabajando de paletas; se han seguido construyendo 800.000 viviendas anuales (la construcción supone ya el 98% del PIB) y ahora tocamos a unas 20 viviendas por habitante (casi todas vacías porque como dije son viviendas para invertir, no para vivir).
Esto es lo que en el mundo se conoce y admira como "el milagro español" y es objeto de numerosos estudios y tesis doctorales en el campo de la psiquiatría. Cada año nos visitan miles de estudiosos de la mente humana de todo el mundo. No me extrañaría que muchos de esos científicos se quedasen, porque la verdad es que como en España no se vive en ningún sitio.
Y eso es todo lo que os puedo contar de lo que os espera; voy a ver si cazo unas lagartijas para cenar.
Y, si non e vero e ben trovato.

fosas asépticas

Se riegan las hierbas que crecen fuera de los muros de las villas lujosas cuyos lindes uno recorre, son hierbas que hacen más agradable las aceras que aprecian los coches, los gatos y raras mariposas. El riego es igual de automático que el mecanismo que, dentro de la cabeza de muchos, chorrea sin parar la idea de que sequía es cuando del grifo deja de salir agua y todo lo anterior y posterior a eso es sólo un problema que queda lejos, a una distancia de miles de baldosas de las aceras propias. Uno cree que la actitud individual ante un tema está indefectiblemente ligada al resto de posturas con que se observa el mundo, asi que uno ve con alivio su falta de tiempo para imaginar qué otros recursos, qué otras posibilidades se dilapidan diariamente con idéntica fluidez, dónde ha de estar ese desague al que nutren directamente todas las tuberías y los pasillos que en el mundo son, si los pies hechos de ese barro pudieron, alguna vez, ser otra cosa.

11 junio 2006

Del tamaño de la rata

Daba la presencia de Juan Mayorga y Alberto San Juan, el día de la función a la que asistí, un raro sentido de vigilancia y complicidad que viniera a validar el dolor que Martín Crimp escribiera en su Cruel y Tierno que estos días se representa en Madrid. Como autor del texto y víctima de la pederastia, respectivamente, en su espléndida Hamelin, vista el año pasado- los primeros contemplaban la obra desde asientos de primera fila, que en esta ocasión eran, de hecho, parte del escenario pues los actores iban sentándose y levantándose de ellos a medida que la obra exigía sus presencias y sus ausencias, y si no fuera porque ambos entraran a la vez que uno al teatro, su papel habría añadido más tensión aún a la obra de Crimp, que de por sí anda sobrada de ello. Es el Cruel del título un compendio de pederastia, crimen y desprecio, que es Tierno también en la medida en que una de las víctimas del Crimen –una niña y el hijo que el criminal tiene con ella- describe su necesidad de éste, de su afecto, de su atención. En ambas obras –aquella Hamelin y ésta Cruel y Tierno- el papel del estado, que es el de la gestión, con no poco de autoprotección, de las víctimas y sus verdugos, teje con hilo de marionetista los actos de unos y otros. Es un estado que crea y ampara a ambos bandos, a los que antes o después habrá de denunciar y castigar como si a una semilla se le acusara de engendrar árboles. Una cierta burguesía acomodada y el telón del acero de los tanques –los militares- son, respectivamente, las creaciones del estado que en Hamelin y en Cruel y Tierno generan actos pederastas y cuya impunidad se ve, en ambos casos, favorecida por la actitud de las víctimas para las que el afecto recibido no es sino una salida al horror respectivo de la pobreza en un caso y la destrucción a bombazos de su poblado en el otro. Las culpas, las responsabilidades, como las salvaciones, se dividen así en partes simétricas: lo que engendra los monstruos engendra también el dolor previo a ellos y la justicia encargada de corregir su mezcla de causas y efectos, como también sus víctimas necesitan por igual que se las quiera y se las defienda de ese querer. En el montaje de Cruel y Tierno que puede verse ahora la víctima es una adolescente interpretada por una joven. Puro realismo. En Hamelin no era así, y la solución hallada lo es en la dirección inicialmente opuesta a la que la verosimilitud aconsejaría: Alberto San Juan interpretaba el papel de adolescente, y uno se estremece al recordar su versión del dolor extraviado, de aquel no entender cómo el hecho de que te quieran puede ser algo tan bueno y tan malo al tiempo. Y si a uno le parece espléndida la elección de encarnar en adulto una voz más cercana a la infancia que a otra cosa es porque esa ambigüedad del juicio acerca de los afectos que nos rodean, emanen de uno o vengan del exterior, es una de criterios y extravíos adultos, una de la que uno jamás se verá libre. Como si ello –el hombre-niño San Juan- reflejara la similar cuota de incertidumbre, de desmanejo del mundo, propia de cualquiera de nuestras edades. El estado aparece con los márgenes perfectamente definidos en la obra de Crimp, pero adquiere la forma difusa, conscientemente creadora y olvidadiza, de los padres de la víctima-San Juan en Hamelin, para los que el crimen es sólo una consecuencia no grave de un beneficio mayor. Cruel es en Crimp el flautista de Hamelin, Tierno la rata, también en Hamelin.

pieza para baritono y envejecimiento

Acaso el Falstaff que Verdi y Arrigo Boito crearan en 1893 un siglo más anciano que el Don Giovanni de Mozart y Lorenzo Da Ponte, fuera no el amo redivivo, olvidadas ya sus artes de seductor hasta no reconocerse como parodia de aquel apetito encarnado, cuanto el extraviado en tales lídes Leporello, criado de aquel, como un Sancho que, de tanto leer las proezas de su señor, se creyera éste, y vinieran los alegres molinos de Windsor a hacer su ego harina.

10 junio 2006

09 junio 2006

Mncars 1. Esperando a Gordon Matta-Clark.

Aunque la casa y la ventana –sobremanera El Guernica y Los fusilamientos del 2 de mayo- vivan aquí ambas, no deja de admirarse cómo estos días se tira la primera desde la segunda en la exposición que permite mirar a Picasso al lado de algunos de los cuadros que él miró para pintar los suyos. Si bien a uno le admira más, siente más logrado el objetivo de la muestra en la parte que alberga El museo del Prado, es en el Mncars donde el duelo –como paredes acribilladas de llanto- que enfrenta ambas obras sobrecoge el alma, pues siendo el dolor que subyace cada una de las dos obras distinta en tiempo y formas, a la vez es cruelmente similar y de un desgarramiento que no exige haber nacido en este país para sentirlo dentro, aferrado a uno, y casi parece una broma, un juego de funcionarios armados e indolentes, la pictóricamente espléndida Ejecución del emperador Maximiliano, pintada por Manet en 1869, y expuesta entre El Guernica y Los fusilamientos del 2 de mayo como se colgaría un cartel que indicara que tanto dolor es una broma, que matar no duele de este lado ni tensa los músculos de quienes la empuñan desde el otro. Anclado el primero por su fragilidad en las paredes del Mncars, las mismas paredes que acogen a Goya permiten, por demás, algo que el espacio habitualmente habilitado en El Prado para exposiciones temporales no hubiera permitido: un recorrido, medido en metros generosos, que media entre una y otra obra, y que, sin la marea de gente interpuesta, uno puede imaginar como el espacio de un duelo entre gigantismos, en el que el mayor de esos enormismos fuera precisamente el duelo que emana de ambas, duelo como enfrentamiento de violencias y duelo como dolor inmune al tiempo. Sendas barreras impiden acercarse a ambas obras y entre las razones ha de estar el vigilar cierta distancia respecto al dolor que guardan. Y es justo eso: lo que al guardar preservan del olvido, como sendas gorgonas a las que se hiciera harto difícil mantener la mirada, dispuestas de tal forma, frente a frente, que sólo un dolor semejante pueda aplacar, contener, al otro. Hay una luz en el centro de cada uno de los cuadros –una bombilla en El Guernica, un fanal en Los fusilamientos- y se hace indeciblemente hermoso imaginarse, a solas y a oscuras, en el pasillo que las une, sintiendo su resplandor, tenue o teñido de rojo. Cómo la luz que muestra el horror es la misma que se necesita para preservarlo, antes y después, de la oscuridad.

06 junio 2006

Versiones del día y la noche

Escuchaba hace unos días a un pianista extraer de sus dedos a Bach, a Satié, a Chopin, a Debussy. Y cómo ante el aprecio general, esbozaba tras el concierto una mueca que venía a decir que existe un Bach, un Satié, un Chopin, un Debussy que sólo él es capaz de escuchar. Hace unas horas, practicaba uno a solas un cierto baloncesto que dejó se serlo cuando una criatura de 2,03 centímetros, 23 años y que viene de jugar en segunda división se acercó a sugerir jugar a un deporte que, obvio, es en él uno y en mí otro. Ponderaba uno su situación –la suya- cuando respondió que estaba sin equipo, y cómo había de emplear los meses de verano para ganar en éste y aquel aspecto de su juego para optar a jugar en éste y no en aquel puesto. Las formas del fracaso ajeno que uno, a ciegas, siente en la boca saber a laurel hasta que pregunta. O cómo el progreso depende, muchas veces, de respuestas que uno no puede permitirse escuchar fuera

05 junio 2006

kimsooja y la sostenibilidad

Al principio, justo antes de entrar al Palacio de Cristal, gana ella, mi rival en el pleito que mantenemos por condenar o salvar al espectador-oveja: te dejo, que voy a entrar a ver un espectáculo. –dice una señora justo detrás de mí. Y al respecto, la instalación de la coreana Kimsooja es un cristal de aumento, si no de quienes la visitan, sí del lugar que la alberga. También en esto gana ella: se entra con la cabeza gacha y ya apenas se levanta. La instalación es una lámina, compuesta de espejos ensamblados, que cubre el suelo por completo, reflejando el armazón invertido del Palacio de Cristal. El efecto obtenido –del que, por esas cosas raras del arte contemporáneo, nada se dice en el texto que contiene el folleto- es una rara sensación de vértigo, que, de no poder levantar la cabeza y apreciar allí el edificio, en su sitio, acorde a Newton, sería inquietante, como lo es apreciar justo bajo los pies una vasta piscina hecha de forja y vidrio, donde el crujir que acecha en según qué planchas del suelo no es menos sospechoso que el hecho imposible de que nada caiga a ella, ni una brizna de árbol. Como si el equilibrio imposible que mantenemos sin caer sostuviera a la vez a todo lo que, alineado en línea recta con nosotros, avanza sobre un pie, cabe pensar que más aferrado a los propios trozos que a la invisible cuerda. Más o menos tímidos, varios hacíamos maniobras de funambulista al caminar sobre el punto más alto de la cúpula. Es hermoso el palacio de debajo, tanto o más que el erigido justo sobre la simetría exacta del final de sus columnas, y así, uno sale de caminar en el vacío sin haber logrado caer en la belleza, tan fácil que pareciera. Ella vuelve a ganar, como se ve. Y si, a la salida, parece tan opaco el suelo, tan ocultos los pozos del buen vértigo, es sólo porque el Parque del Retiro es un lugar de asombro y nadie en su sano juicio iría mirando al suelo.

Madrid-Berlin-Madrid

Protestaba ayer una manifestación la intervención prevista en el Parque de Berlín –una que prevé la tala masiva para hacer un aparcamiento y no sé qué polideportivo de pago- y era el shakesperiano bosque de Darfour que descendía López de Hoyos para plantarse junto a los plátanos y pinos al cuidado de la oruga Macbeth. Al poco desembocamos delante del portal de la casa en que viviera Gabriel Celaya. Sí a los poetas, no al hormigón –se gritaba entonces, tras la lectura de sendos poemas que cantaran, respectivos, la necesidad de la resistencia y la necesidad del árbol, concreto y de facciones amadas, que uno escoge para vivir. Ámparo es el nombre de su viuda. Algo que debió haber dado juego, dado el tema. Un día de sol no muy distinto pasó uno, hace ya años, en La Pedriza, entre sus pinares y con un libro de Gabriel Celaya en la mochila que no pude regalar a la mujer que no apareció ese día. Manifiéstate –debí insistir. Pero nada.

incierta fragua

Compraba ayer, en la feria del libro, tres obras del polaco Slawomir Mrozek, cuando advertí un hombre a mi izquierda que hacía lo mismo, más aún, que lo hacía un 60% más que yo, pues se llevaba cinco. Ese hombre era el gran Forges, y debí haberle pedido que me firmara mis tres libros. Aquello de Borges, entre otros, de que el libro lo escriben los lectores. Consiento el plagio si me lo dedicas –haberle dicho.

01 junio 2006

de un cuaderno

Yo, para todo viaje
-siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera-,
voy ligero de equipaje.
"En tren"
Página 0 del último libro de I. Gibson.

31 mayo 2006

de repente, el ultimo jiron

Gélido como un año sin su poema correspondiente, el montaje de la obra de Tennessee Williams, De repente, el último verano, en la sala Francisco Nieva del teatro Valle Inclán, en Madrid. Casi ausente en el resto de explicaciones, en el resto de los porqués, como icebergs, del resto de los personajes, hay al menos carne –un deseo material, humano, real y doliente- en el egoísmo de Jorge Holly, que trata de que la versión de la muerte de Sebastián coincida con la que quiere escuchar su madre, es un deseo del que penden 50.000 dólares de la época, aunque eso suponga que la testigo y narradora de la muerte, su propia hermana, añada al hecho de estar a punto de ser lobotomizada en un sanatorio, el sufrimiento de tener que mentir acerca de lo que vio. Hay tanta distancia respecto a los propios sentimientos que incluso la protagonista y testigo del crimen –la infeliz y torturada Catalina Holly- declara haber escrito un diario, pero uno en tercera persona, como si la dicha y el horror que describe de sí misma le ocurrieran a otro. La misma distancia hay en la visión de la madre del finado, que describe a un hijo que no es como ella cuenta, y cuyo dolor sólo es la renuncia a admitir que su muerte, tal y como narra Catalina Holly, ocurrió al ser despedazado, devorado por otros hombres, a los que su madre niega el mismo mundo que su hijo. -¿Cómo pretende que crea que mi hijo fue, día tras día, a una playa pública? –dice en un momento de la obra Violeta Venable, su madre. Distancia, también, en los principios del doctor llamado para ingresar a la testigo del asesinato, doctor que se debate entre su tibia alarma ética ante la posibilidad de aceptar una locura que no lo es, y ver con ello financiado, gracias al soborno de la riqueza de Violeta Venable, sus arriesgados experimentos en cirugía de la locura. Hay escasa carne en el montaje, carne oculta por razones burguesas, de clase o posición social en el trance de saltar o retroceder una casilla según sus actos sean unos u otros. Por eso, cuando finalmente Catalina Holly narra el ansiado relato de la muerte de Sebastián, la carne que cuenta le faltaba a éste cuando descubrió su cuerpo, es la que, al mismo tiempo que se nos imagina siendo devorada, desprendida a jirones de su cuerpo, vuelve para cubrirles a todos de algo que les faltara, como si el cuerpo del infeliz les fuese repartido en trozos para volverles reales.

30 mayo 2006

publi justa

comunidad indígena colombiana,stop/provincia de Tierradentro,stop/comercializa bebida a base de hojas de coca,stop/vendida en poblados cercanos,stop/próximamente en todo el país,stop/sabor dulce y efectos muy energizantes,stop/proyecta colocarse en estantes junto a gatorade y redbull,stop/receta y primeros ensayos ocultos en las Calderas de Inzá,stop/simbiosis mundo indígena y mestizo,stop/firmado Coca-Sek,stop.

29 mayo 2006

Glyndebourne, 20h

Unidas en torno a la avaricia y su herencia por revocar, las dos obras que forman el programa operístico representado en Glyndebourne el 1 de julio de 2004 –El caballero avaro, de Rachmaninov, y Gianni Schicchi, de Puccini- acaban y comienzan, respectivamente, con un difunto cuyos muchos bienes sólo le han de ser arrebatados a su muerte. Y si bien en la obra de Rachmaninov puede hablarse de cierta justicia al ser el propio hijo del avaro el que, despreciado en vida de éste, aspira –y finalmente logra- a la herencia en lo que, a la luz de la enfermiza y diabólica avaricia del barón, su padre, se nos aparece bien merecido, en la obra de Puccini –aunque negra, una comedia- la reivindicación de los herederos acaba en un fiasco no menos merecido dado que sus deseos –sin que se nos informe de la usura del finado- consisten en tratar de trampear el testamento sin que sus apetencias suenen más justas que las naturales en quien prefiere tener bienes a no tenerlos. La diferencia entre los dos tipos de avaricia se entiende mejor al advertir que en la obra de Rachmaninov el hijo agraviado renuncia –al punto de ver la idea como un agravio imperdonable- a matar a su padre a fin de obtener la herencia, y en la obra de Puccini la familia entera no duda en resucitar –esta es la farsa- a su finado pariente para poder, entonces sí, verlo muerto en las condiciones apetecidas. Hay honor y justicia en el drama, tanto como sátira –burla vuelta contra los burladores- y decepción en la comedia, y es un último parentesco el que, en ambas obras, sea un judío el que, al transformar la avaricia respectiva en honor y picaresca, explique, en esa divergencia, la distancia con que Rachmaninov y Puccini parten de un mismo pecado capital: la avaricia tal y como aparece en el relato de Pushkin en que se basa uno, y las consecuencias de la misma tal y como se describen en la Comedia de Dante en que se basa el otro.

Glyndebourne, 21.20h

No es una ópera –dice el director Vladimir Jurowski en la entrevista que acompaña a la grabación de El caballero avaro. Se refiere a que el propio Rachmaninov volcó literalmente, palabra por palabra, el texto de Pushkin, y que, como tal, ausente en la voluntad de éste la idea de ser interpretada y sí leída, la obra carece de peso teatral –en un sentido esto supone una extraña abdicación de la responsabilidad dramática, escribe en el cuaderno adjunto Dennis Marks. Y que, como cuentan el director y la responsable del montaje Annabel Arden, haya que buscar en buena medida fuera del escenario –en la orquesta- la expresión de la avaricia y sus tormentos hacia uno mismo y hacia los demás, explica esa maravillosa idea escénica de una funambulista que, personificando esa avaricia y sus consecuencias, planee –literalmente- sobre toda la obra. La grabación del montaje permite, con sus planos cortos, ensanchar la definición de semejante personaje etéreo que sale de dentro del avaro para, con gestos de rabia, dolor, miedo y deseo de muerte, transformarse en un carácter tan real como el que, desde fuera, sólo termina de ver el avaro cuando la avaricia se transforma, al final de la obra, en el rostro de lo que viene a matarle. La humanización del sentimiento, de uno tan poco sensible al dolor ajeno, como es la avaricia, adquiere así, tornados sus gestos en los de quien los padeciera y no en quien los originara, el sentido contrario al que plantea el escenario: enfermizo, obsesivo, cruel de pedernal, el barón avaro se convierte en la perdición del alma que, flotando por encima de él, asiste asqueada y temerosa a los desmanes de la carne incapaz de elevarse, por el peso de la avaricia, por encima de sus desvaríos.

28 mayo 2006

van un aleman y un español

Al tiempo que competían por ver cuál de ellas permanecía al alcance del público más de diez días –la respuesta es ninguna de ellas- han coincidido dos obras en cartel –El hombre de teatro, de Thomas Bernhard, y la película de Albert Serra Honor de Caballería- que versan sobre un tema antiguo: de las relaciones de dependencia ambigua entre la sabiduría, o el mero conocimiento, y quienes lo ignoran por completo. Aquí caben las relaciones que Bruscón –el protagonista de la obsesiva obra de Bernhard- entabla –sostiene a su pesar- con aquellos que abisman su ignorancia desde este lado del telón –su familia, que le es tan inservible como tal que como componentes de la compañía teatral con que representa la obra de la que es autor- y con quienes, del otro lado del telón, asisten como espectadores ignorantes cuando no idiotas –textualmente. Trata El hombre de teatro del raro maridaje que ha de ser vivir sin lograr que los demás entiendan apenas un ápice de lo que uno lleva dentro y se empeña en transmitir, de la convivencia dentro de quien asiste impotente a ese empeño estéril, pero a la vez no puede evitar depender emocional, anímicamente, de ese público sordo y ciego. No ahorra Bruscón mordaces cuando no corrosivos comentarios que denigran sin solución a quienes le rodean allí donde va, ya sea su familia en esa doble condición de incompetencia o el público al que dedica idéntica opinión. Pero no puede evitar depender esquizofrénicamente de los afectos de su hija y del esmero de la cocinera de la pensión en que se aloja. Y finalmente se derrumba cuando el público ha de abandonar la sala a causa de un incendio. En la bellísima historia del silencio como lenguaje que es Honor de Caballería, es El Quixote el que halla en el abotargado y pétreo Sancho el aula para su sabiduría –en la película lo es más que su locura- , que por mor del guión persevera en más repeticiones que ideas, pero es, con todo, el proceso de enseñanza que desde un hombre que sabe trata de ser transmitida hacia quien lo desconoce. Obvio que ambos –Bruscón y El Quixote- tienen, desde su creación como personajes cuasi locos, afectada su credibilidad en aquello que traten de propagar, pero aquí importa más la distancia entre saberse en posesión de algo que los demás ignoran y la necesidad paralela de saberse necesitado por aquellos a los que, en mayor o menor grado, se desdeña. Pasa El Quixote buena parte de la película aleccionando a su obtuso discípulo acerca de esto u aquello, pero es una enseñanza teñida de afecto, de cariño, de necesidad física de ser escuchado. Como Bruscón ante una sala vacía, El Quixote cae en una ira, que tiene mucho de abandono, al ver marchar a Sancho. Acaso la historia de esa dependencia, que tiene de ida la superioridad y de vuelta el afecto, sea la que ha de sobrevenir llegado a un extremo de la opinión acerca del mundo: se ha de estar muy solo al llegar a donde Bruscón, por méritos propios, y El Quixote, por ajenos, sienten haber llegado.
El público es idiota –dice Bruscón. Mira a dios –dice El Quixote. Y aquello que no responde es todo lo que tienes.

los mejores

Viendo estos últimos viernes por la noche, demasiado de noche, en la 2, “El laberinto español”, encuentro el siguiente texto de Max Aub:
“Estos que ves ahora deshechos, maltrechos, furiosos, aplanados, sin afeitar, sin lavar, cochinos, sucios, cansados, mordiéndose, hechos un asco, destrozados, son, sin embargo, no lo olvides, hijo, no lo olvides nunca pase lo que pase, son lo mejor de España, los únicos que de verdad, se han alzado, sin nada, contra el fascismo, contra los militares, contra los poderosos, por la sola justicia; cada uno a su modo, a su manera, como han podido, sin que les importara su comodidad, su familia, su dinero. Estos que ves, españoles rotos, derrotados, hacinados, heridos, soñolientos, medio muertos, esperanzados todavía, son, no lo olvides, lo mejor del mundo. No es hermoso. Pero es lo mejor del mundo. No lo olvides nunca, hijo, no lo olvides." (Campo de Almendras)
Los que sobrevivieron, mantuvieron intacta su lucha, hasta hoy.

25 mayo 2006

cristal de mayo

Los otros mundos, hechos de los colores del cristal con que no se mira

Judicial, legislativo, ejecutivo, y el poder comprar y vender.

Montesquieu, Charles-Louis de Secondat, barón de la Bréde y de. (1689-1755) Filósofo y escritor francés. Estudio derecho en Burdeos y en Paris (1705-13); a la muerte de su padre se convirtió en propietario de los extensos viñedos de La Bréde (1713) y, a la de su tío (1716), en presidente del Parlamento de Guyenne (cargo que vendió en 1726). –De la enciclopedia Salvat, edición 2003.

23 mayo 2006

aportación al debate nuclear


Central nuclear Trojan (Oregon USA) Domingo 21 Mayo

19 mayo 2006

sara y jevo

De la solapa del libro Sarajevo diario de un éxodo: Dzevad Karahasan nació en 1953 en Duvno, Bosnia y Herzegovina. Como una vacuna contra nacionalismos y otros animales sagrados, el nacer en tres sitios diferentes.

el apocalipsis segun Biedma

Leí hace años, en una entrevista a Gil de Biedma, cómo éste afirmaba el destino del hombre como la mitad de su vida dedicada a acaparar, a proveerse, a lograr, y la otra mitad de su vida a deshacerse de ellos. No recuerdo si se refería a desvestirse de conquistas o de deseos, ha de ser menos cruel si sólo las primeras, y cabe pensar que, alcanzada determinada edad, los deseos sean, en cualquier caso, menos que los logros, pero a uno se le antoja que, en este mundo cada vez más cruel y más injusto, más y más vidas puedan llegar a la edad estoica de irse alejando de la voracidad de las cosas sin tener entre los dientes más que sueños. Sueños de otras vidas, de otra sociedad, de otras recompensas, de otros sentimientos hacia uno mismo y hacia los demás. Que llegado el día de empezar a alejarse de lo que nos quita la vida a cambio, uno haya tenido que deshacerse de sus sueños para no hundirse con ellos, y a uno, a esas alturas, sólo le queden las conquistas. Cómo desprenderse de ellas sin ver vacías todas las estanterías. Quizá sólo se refería a suprimir los versos malos.

16 mayo 2006

otra vez la calle

Jueves, la enseñanza, domingo, la vivienda, una, dos, todas las veces que hagan falta contra la inmoralidad de este sistema.

15 mayo 2006

ruletas rusas o mejicanas

Lo que te destruye aunque no quiera, porque no tiene forma de no hacerlo.
Lo que te salva aunque no quiera, porque no tiene forma de no hacerlo

14 mayo 2006

sencillamente grande

Abro El País Semanal y la primera frase que encuentro o me encuentra es de Carlos Totorika, alcalde de Ermua, y dice sencillamente que su imagen de la libertad es un día de playa “ toalla con toalla con un abertzale. Sin miedo, sin odio”.
Al lado, una foto suya en la calle, a pleno sol, sin gafas de lejos, las lleva en la mano (…). Bakea.

11 mayo 2006

wagner bros presentan

La grabación de la ópera Tannhauser, dirigida para televisión por Chloé Perlemuter en 2003 con la Orquesta de la Ópera de Zurich en el foso y Franz Welser Most de director. Hay dioses y hombres en el argumento que creara Richard Wagner en 1845: la historia del descenso de un mortal desde las alturas y bajuras de un olimpo carnal –Venus- y del malparado paso entre los hombres, incluido un truncado amor terreno, que espera a quien da ese incierto paso –Tannhäuser o Heinrich von Ofterdingen. No es precisamente una comedia, y quizá como gesto de simpatía hacia las circunstancias tan poco comprensibles que conforman al protagonista –al que desdeñan y castigan todos: desde los hombres, a la mujer que le ama, pasando por el papa- la grabación –esto es, la ópera desde que empieza hasta su final- alterna planos del escenario y la orquesta con lo que ocurre fuera de ellos –en los camerinos, junto al telón, esperando para entrar, incluso mostrando a los intérpretes, ya en el escenario oculto por el telón aún, en la espera a que termine la obertura- el resultado es una narración en la que los dioses son menos dioses, y los hombres –cabizbajos, la mirada perdida, preguntándose en el camerino dónde han puesto algo que no hallan-, más hombres todavía. La música no se interrumpe mientras el realizador insiste en revelar que los olimpos son sólo tramoya no muy lejos. Tannhäuser es, así, uno más en medio de los palos que recibe: un actor más, como todos.

le rose et le hache

huelga, habiendo horas hábiles, hallar -honda herejía- heterónimos horarios. Hágase hecho: habemus horas hoy: horas humildes, histriónicas, heridas, hermosas. heroico herbolario.
horrendo hallazgo hacer hielo habiendo helio.
huyan hachas hambrientas, hibernen hebillas herrumbrosas, hurañas, hacinadas.
hiervan herraduras, hienas, hierros, herméticas hernias, herodes, habitaciones huérfanas, himnos hipnóticos, hinchados. horcas harapientas.

habitemos, henchidos, huertas hereditarias, hojas, hogueras herboladas, hemerotecas hojaldradas.

hallémonos hombres holandeses.

honestos,

habitables.

honrada hiedra.

hallémonos hormigas horizontales.

horno hospitalario.

huellas hechas huesped.

hijos humorísticos.

hurguemos.

08 mayo 2006

Una cuestión de tamaño

(Lo siento Jose, también puede tratarse de una terapia para mi complejo)
Hacemos grande un miserable insecto y lo convertimos en un monstruo despiadado, horrible y peligroso; encontramos un fruto de tamaño extraordinario y lo preconcebimos como poco sabroso o demasiado maduro. Buscamos la cajita más pequeña posible para guardar ese secreto, reducimos la extensión de un país a un rincón minúsculo e inhabitado y lo humanizamos como hermoso y acogedor. Todo lo que supera la norma es tendente a la sospecha, a la falta de garantía o a la precaución, todo lo que reduce las dimensiones de lo esperable resulta cercano, como poco, simpático. Hay excepciones, pero son todas del ámbito de lo económico.

ley de la memoria histerica, II

La ONU, en una resolución de 1946, declaró ilegítimo el franquismo. España es única en Europa ninguna democracia ha nacido de una dictadura sin romper jurídicamente con ella. –se lee ayer en El País. Queremos que se reconozca jurídicamente que el franquismo fue un régimen ilegítimo –dice Dolores Cabra, de la asociación Guerra y Exilio. Lo que hay que reivindicar es la transición. Yo no creo que la República sea el único antecedente democrático, explica manuel atencia, diputado del pp responsable para estos asuntos, que critica al gobierno por “remover el pasado”. La ley de la Memoria Histórica sugiere en el pp justo eso: que la memoria es una ley, y ha de regirse por un articulado férreo, y lo que es más importante, ajeno en el sentido de que toda ley tiene más individuos sujetos a ella que los que participan en su redacción. Pero sucede que la memoria individual –y más la que involucra el dolor, y específicamente la ilegitimidad de sus causas- es una ley natural en la que nadie puede presentar apelaciones o mandar sobreseer dado el tiempo transcurrido desde el crimen. Los actos de la dictadura franquista no son jurídicamente nulos, y por tanto los fusilamientos decididos en los tribunales militares del bando sublevado son legales de pleno derecho, como también, por añadidura, el levantamiento militar y la suspensión de un régimen democrático salido de las urnas –quizá si el sr. atencia exhumara los términos exactos con que se pretende expresar la opinión de su grupo político se entendería todo mejor. Removieran los libros que no leen y el pasado no les olería insoportable al meter en él excavadoras.

los ojos como platos

El líder de Batasuna, Arnaldo Otegi, ha afirmado en una entrevista publicada hoy por el diario Avui: “Hemos dado a entender que el sufrimiento de los otros nos era igual y que el fin lo justificaba todo. Ha sido un error evidente”.
Otegi reconoce que también ha sido una equivocación transmitir la impresión de que la izquierda radical vasca desea imponer su ideario político: “[Ahora] Navarra piensa que los queremos anexionar”. “Hemos aprendido que nadie tiene la razón absoluta, que hay gente que ve las cosas de manera diferente a la nuestra”, concluye Otegi. -ahora mismo, en elpais.es

27 pasos por centimetro

Leo que alguien pudiera sentirse, por un tiempo, incapaz de proyectar su pensamiento hacia delante, por lo que duelan los deseos, tanto como de ir hacia atrás, por lo que duelan los recuerdos. ¿A dónde va uno si no puede moverse? ¿cuán ancha la acera del aquí y ahora?

05 mayo 2006

El reino de la tierra. Y sus reyes

Yo saqué adelante la Ley de Prensa y muchas más cosas y hubo que pagar un precio por ello. El que esté en política sin saber que eso es así pues que se crea que está en el reino de los cielos (…) Se alimenta el guerracivilismo de forma irresponsable y peligrosa, desenterrando fantasmas del pasado, promoviendo desde la reivindicación de la memoria histórica un encarnizado ajuste de cuentas. Además se está jugando con cosas muy serias, las relaciones con la iglesia, la educación, la unidad de españa. (…) Somos muchos los que desde la experiencia (también en la izquierda, que contribuyó de forma decisiva a lograr el entendimiento y el imperio de lo razonable), los que pensamos que hay que salvar las cosas esenciales, los principios éticos, la concepción de la política como servicio público. –de una entrevista a manuel fraga, en El País 30.4.
Quizá al pintar el reino de los cielos como la utopía de lo práctico tiñe el anciano de irresponsable y peligroso el desentierro de quienes, en no pocos casos, eran enterrados en fosas comunes boca abajo, para negarles el cielo que como ateos se habían ganado al mismo tiempo que el disparo a bocajarro. Y cabe pensar que desde la desmemoria o el recuerdo, por insobornable, poco razonable –al fin y al cabo, para hablar de lo razonable el anciano lo nombra como imperio- se tilde de ajuste de cuentas lo que es sólo ajuste de muertos, contabilidad de lo desaparecido como forma de compensación moral a las familias. Algo no muy diferente, por cierto, en la escala de valores del anciano, a esas cosas muy serias como son la iglesia o la unidad de los vivos -en su desvalorización al parecer hechos fosa común en su cerebro. Alarma éste las cosas esenciales por salvar –esto es, por desenterrar- y un buen uso de esos principios éticos (que admiten las balas como parte del reino de la tierra pero apestan a quienes las reciben) sería llenar con ellos los agujeros que van abriendo las excavadoras para extraer la memoria histórica. Podría hacerse al revés –puede pensarse- pero para qué: el anciano ya tiene llena de muertos la cabeza.

La ciudad juarez y los perros

Escribe Alfonso Armada en abc cultural 4.3 acerca de los asesinatos impunes de Ciudad Juárez que recogiera Sergio González Rodríguez en su Huesos en el desierto y cómo el abogado asesinado Dante Almaraz compartía la teoría del primero que vinculaba los repetidos asesinatos de mujeres con personajes de clase media alta, con rancho, relaciones con el narcotráfico y el poder: sacrificadas como diversión. Y justo al lado, en la página de la derecha, refiere el propio Sergio González Rodríguez de su inclusión como personaje real en la novela 2666 de Roberto Bolaños y la correspondiente de Javier Marías Negra espalda del tiempo. Y del mensaje que escribiera a éste último tras leerla: tendré que acostumbrarme a ya no tener una vida propia, por completo real, a ser en el futuro una suerte de fantasma, una nota al pie de página de su obra. Las vidas que son ficción en manos de otros, a veces para dotar a las primeras de inmortalidad, a veces sólo prematuramente mortales, al tiempo huesos y desierto.

04 mayo 2006

Natural eficacia

...sin rastro de la gripe aviar en San Borondón.

what it hurts

Casi dos décadas separan, respectivamente, las películas Fahrenheit 451 de 1984 y ésta de V de Vendetta. Las dos primeras se basan en libros, la última en un cómic. Los lazos de las dos primeras son evidentes al tratar de sociedades en los que los libros, y el pensamiento libre que conllevan, están proscritos, y en el que la televisión piensa por todos. El actor que en Fahrenheit 451 interpreta al jefe de bomberos quemalibros es, en 1984, el jefe de la policía del pensamiento –uno que, como señuelo, vende libros y otros objetos prohibidos para descubrir mentes delincuentes- y uno juraría que uno de los actores que, en la película de Truffaut interpreta el papel de aprendiz de bombero es, en 1984, uno de los infelices hombres-nada que compartirá un destino cruel que no comprende porque a esas alturas sólo entiende lo que le ordenan entender. Los lazos que unen la versión que Michael Radford volcara al cine a partir de la novela de Orwell con esta reciente V de Vendetta son menos profundos sólo en apariencia: la V que en 1984 domina visiblemente el logotipo del partido único es, en la última de las películas citadas, el emblema que el liberador –un hombre del que, por cierto, sólo sabemos que es distinto porque atesora miles de libros y nadie más aparece en la película sosteniendo uno sólo- graba aquí y allá como símbolo de su resistencia a la sociedad domesticada por el miedo y la demagogia más pueril y en el eco que encuentra, criminal. La cúpula dominante hace la guerra contra sus propios súbditos –se escucha en 1984, pero es justo el argumento de fondo del sistema de gestión del miedo como forma de gobierno que anuncia V de Vendetta. Con todo, el principal, y más notorio de los nexos de una y otra película es el efecto de los 22 años de diferencia en el alma del actor que protagoniza ambas películas: John Hurt es, en 1984, el desdichado hombre que ama y piensa, libre y sólo, hasta que es detenido y transformado en un esclavo más de la mente grupal –fofa y domesticada- que pregona la televisión: un hermano más del Gran Hermano de nadie. Buscada o no, más que una ironía sugiere una profunda tristeza que emana de verle, veinte años después de aquella perdida –Richard Burton le nombrara en 1984 como el último de los seres humanos- erigido en líder supremo del partido totalitarista que hoy, en 2006, pregona y decide el miedo, el no pensar, de millones de personas. El rostro paranoico del Gran Hermano que John Hurt tuviera que ver en los televisores todo el rato es en V de Vendetta el suyo, dentro de los mismos televisores, pregonando mentiras similares, prohibiendo el pensar y el sentir de quienes, sólo veinte años antes, eran él. Si duele pensarlo como metáfora es porque tan verosímil es, tras los mismos rasgos, un símbolo de lo que nos defiende, y al hacerlo preserva, como uno que nos prohíbe libres y con ello nos niega. Lo que es mentira será verdad, y después de nuevo mentira –dice el propio Hurt en 1984, antes de convertirse él mismo en ambas.

03 mayo 2006

refundicion del estado

Anoche paseaba alrededor de Las Cortes y en una de las vueltas leí la leyenda que figura a los pies de uno de los leones que vigilan la escalera –fundido a partir de los cañones arrebatados al enemigo en la guerra de África de 1860-, entonces imaginé cuán mejor hubiera sido todo si el zoológico de hierro fundido no se hubiera quedado en dos leones, sino que hubiera abarcado toda fauna conocida: desde seres unicelulares –hechos, un suponer, de la punta de las balas- a los mastodontes de las llanuras de ese continente –elefantes, rinocerontes, jirafas, hipopótamos, hubieran masticado, al construirse, miles de gatillos, de percutores, de cámaras y recamaras, de los tubos que los disparan. La fila de animales –dos de cada especie y así incluso los machetes se hubieran extinguido- descendería en hilera hacia el Paseo del Prado y extendería su cabeza al tocar ese espacio del Parque del Retiro que albergó, si no me equivoco, un zoo. Tuviéramos esa cabalgata desde hace 142 años y al levantarse los militares en armas en 1936,en tierras africanas, sólo hubieran hallado tenedores con los que intentar deponer la República. Es un sueño, claro, pero cómo no imaginar qué pasaría si las leyendas, tantas veces puestas por nosotros al pie de los caballos o de los leones, echaran a andar, de forma que no tuviéramos que refugiarnos en el arca, como siempre.

02 mayo 2006

informe 20060428

Sucede que los oriundos de la isla de San Borondón tienen amigos que ocasionalmente les visitan. Sucede también que la mayoría de ellos al descubrir la isla se ilusionan con su republicana sencillez y se apuntan a ella cargados de melancolía y esperanza, a partes contradictorias y yuxtapuestas.
Sucede así que poco a poco la isla de San Borondón va ganando adeptos que la cortejan, ocasionando que crezca en ella, vegetal y líquida, la estridente conciencia de su pequeñez.
Así que aprovechándose de las potentes legañas y naturales inercias que unen a los visitantes con sus propias existencias cotidianas, San Borondón los desplaza y los rebota por todo el ancho mundo en calidad de emisarios, constituyéndose cada uno de ellos en una especie de consulado portátil e inalámbrico que ensalza, contagia y comunica lo visto y conjeturado en el viaje.
Circunstancia que ocasiona con frecuencia que diferentes emisarios coincidan en un mismo punto sin saberlo y manden mensajes telepáticos como bips amorosos y nostálgicos, confundiendo a los ignorantes con sus calladas ondas.
O que, desplegando su tendencia a enfocar el juego de los equívocos como una metodología de la espera, sorprendan a los otros corresponsales con mensajes misteriosos que sólo un cabal ciudadano de San Borondón puede descifrar.
La alegría transitiva que se genera en estos momentos es fuente de energía renovable y gratuita, y, de forma análoga a como dijo Cavalieri para los sólidos, si dos cuerpos tienen la misma altura de miras y al provocarles mediante acertijos se obtienen caras con igual sonrisa, entonces tienen el mismo sueño.

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Hace unos días me dijo que no tenía televisor, que hacía cinco años que había decidido dejar de tragar los macarrones a duras penas mientras en las noticias le mostraban lo peor de nuestras miserias, las más prosaicas de las mentiras, y los demás programas se resumían todos en violencia, sexo gratuito y la certeza de vivir en un país inculto y cotilla. Pues puedo asegurarte que en estos cinco años no ha cambiado nada, siguen viéndose las mismas imágenes y seguimos con las mismas mentiras: delincuencia, hambre, desastres, incultura..., le dije. Seguimos igual todos. Sí, me dijo, y tuve la seguridad de que no interpretaba correctamente mi intención. Así que vas a tener que buscar otra estrategia, añadí.