05 mayo 2006

El reino de la tierra. Y sus reyes

Yo saqué adelante la Ley de Prensa y muchas más cosas y hubo que pagar un precio por ello. El que esté en política sin saber que eso es así pues que se crea que está en el reino de los cielos (…) Se alimenta el guerracivilismo de forma irresponsable y peligrosa, desenterrando fantasmas del pasado, promoviendo desde la reivindicación de la memoria histórica un encarnizado ajuste de cuentas. Además se está jugando con cosas muy serias, las relaciones con la iglesia, la educación, la unidad de españa. (…) Somos muchos los que desde la experiencia (también en la izquierda, que contribuyó de forma decisiva a lograr el entendimiento y el imperio de lo razonable), los que pensamos que hay que salvar las cosas esenciales, los principios éticos, la concepción de la política como servicio público. –de una entrevista a manuel fraga, en El País 30.4.
Quizá al pintar el reino de los cielos como la utopía de lo práctico tiñe el anciano de irresponsable y peligroso el desentierro de quienes, en no pocos casos, eran enterrados en fosas comunes boca abajo, para negarles el cielo que como ateos se habían ganado al mismo tiempo que el disparo a bocajarro. Y cabe pensar que desde la desmemoria o el recuerdo, por insobornable, poco razonable –al fin y al cabo, para hablar de lo razonable el anciano lo nombra como imperio- se tilde de ajuste de cuentas lo que es sólo ajuste de muertos, contabilidad de lo desaparecido como forma de compensación moral a las familias. Algo no muy diferente, por cierto, en la escala de valores del anciano, a esas cosas muy serias como son la iglesia o la unidad de los vivos -en su desvalorización al parecer hechos fosa común en su cerebro. Alarma éste las cosas esenciales por salvar –esto es, por desenterrar- y un buen uso de esos principios éticos (que admiten las balas como parte del reino de la tierra pero apestan a quienes las reciben) sería llenar con ellos los agujeros que van abriendo las excavadoras para extraer la memoria histórica. Podría hacerse al revés –puede pensarse- pero para qué: el anciano ya tiene llena de muertos la cabeza.

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