03 mayo 2006

refundicion del estado

Anoche paseaba alrededor de Las Cortes y en una de las vueltas leí la leyenda que figura a los pies de uno de los leones que vigilan la escalera –fundido a partir de los cañones arrebatados al enemigo en la guerra de África de 1860-, entonces imaginé cuán mejor hubiera sido todo si el zoológico de hierro fundido no se hubiera quedado en dos leones, sino que hubiera abarcado toda fauna conocida: desde seres unicelulares –hechos, un suponer, de la punta de las balas- a los mastodontes de las llanuras de ese continente –elefantes, rinocerontes, jirafas, hipopótamos, hubieran masticado, al construirse, miles de gatillos, de percutores, de cámaras y recamaras, de los tubos que los disparan. La fila de animales –dos de cada especie y así incluso los machetes se hubieran extinguido- descendería en hilera hacia el Paseo del Prado y extendería su cabeza al tocar ese espacio del Parque del Retiro que albergó, si no me equivoco, un zoo. Tuviéramos esa cabalgata desde hace 142 años y al levantarse los militares en armas en 1936,en tierras africanas, sólo hubieran hallado tenedores con los que intentar deponer la República. Es un sueño, claro, pero cómo no imaginar qué pasaría si las leyendas, tantas veces puestas por nosotros al pie de los caballos o de los leones, echaran a andar, de forma que no tuviéramos que refugiarnos en el arca, como siempre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

...después propongo que se le haga un busto (a tamaño natural) a cada uno de los que donó sus balas y se disponga una avenida (por ejemplo la de la paz) para que no se nos olvide que no todos estamos huecos por dentro... Hermosa leyenda...

Anónimo dijo...

bueno, yo pensaba que tales donantes no existen, que a quien tiene balas hay que quitárselas precisamente porque las tiene, porque quien las lleva encima cree que la defensa consiste en dispararlas, no en cambiarlas por palabras. Esa estatua la imagino más bien en Ladrón de Guevara.