29 mayo 2006

Glyndebourne, 20h

Unidas en torno a la avaricia y su herencia por revocar, las dos obras que forman el programa operístico representado en Glyndebourne el 1 de julio de 2004 –El caballero avaro, de Rachmaninov, y Gianni Schicchi, de Puccini- acaban y comienzan, respectivamente, con un difunto cuyos muchos bienes sólo le han de ser arrebatados a su muerte. Y si bien en la obra de Rachmaninov puede hablarse de cierta justicia al ser el propio hijo del avaro el que, despreciado en vida de éste, aspira –y finalmente logra- a la herencia en lo que, a la luz de la enfermiza y diabólica avaricia del barón, su padre, se nos aparece bien merecido, en la obra de Puccini –aunque negra, una comedia- la reivindicación de los herederos acaba en un fiasco no menos merecido dado que sus deseos –sin que se nos informe de la usura del finado- consisten en tratar de trampear el testamento sin que sus apetencias suenen más justas que las naturales en quien prefiere tener bienes a no tenerlos. La diferencia entre los dos tipos de avaricia se entiende mejor al advertir que en la obra de Rachmaninov el hijo agraviado renuncia –al punto de ver la idea como un agravio imperdonable- a matar a su padre a fin de obtener la herencia, y en la obra de Puccini la familia entera no duda en resucitar –esta es la farsa- a su finado pariente para poder, entonces sí, verlo muerto en las condiciones apetecidas. Hay honor y justicia en el drama, tanto como sátira –burla vuelta contra los burladores- y decepción en la comedia, y es un último parentesco el que, en ambas obras, sea un judío el que, al transformar la avaricia respectiva en honor y picaresca, explique, en esa divergencia, la distancia con que Rachmaninov y Puccini parten de un mismo pecado capital: la avaricia tal y como aparece en el relato de Pushkin en que se basa uno, y las consecuencias de la misma tal y como se describen en la Comedia de Dante en que se basa el otro.

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