29 mayo 2006

Glyndebourne, 21.20h

No es una ópera –dice el director Vladimir Jurowski en la entrevista que acompaña a la grabación de El caballero avaro. Se refiere a que el propio Rachmaninov volcó literalmente, palabra por palabra, el texto de Pushkin, y que, como tal, ausente en la voluntad de éste la idea de ser interpretada y sí leída, la obra carece de peso teatral –en un sentido esto supone una extraña abdicación de la responsabilidad dramática, escribe en el cuaderno adjunto Dennis Marks. Y que, como cuentan el director y la responsable del montaje Annabel Arden, haya que buscar en buena medida fuera del escenario –en la orquesta- la expresión de la avaricia y sus tormentos hacia uno mismo y hacia los demás, explica esa maravillosa idea escénica de una funambulista que, personificando esa avaricia y sus consecuencias, planee –literalmente- sobre toda la obra. La grabación del montaje permite, con sus planos cortos, ensanchar la definición de semejante personaje etéreo que sale de dentro del avaro para, con gestos de rabia, dolor, miedo y deseo de muerte, transformarse en un carácter tan real como el que, desde fuera, sólo termina de ver el avaro cuando la avaricia se transforma, al final de la obra, en el rostro de lo que viene a matarle. La humanización del sentimiento, de uno tan poco sensible al dolor ajeno, como es la avaricia, adquiere así, tornados sus gestos en los de quien los padeciera y no en quien los originara, el sentido contrario al que plantea el escenario: enfermizo, obsesivo, cruel de pedernal, el barón avaro se convierte en la perdición del alma que, flotando por encima de él, asiste asqueada y temerosa a los desmanes de la carne incapaz de elevarse, por el peso de la avaricia, por encima de sus desvaríos.

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