Sucede que los oriundos de la isla de San Borondón tienen amigos que ocasionalmente les visitan. Sucede también que la mayoría de ellos al descubrir la isla se ilusionan con su republicana sencillez y se apuntan a ella cargados de melancolía y esperanza, a partes contradictorias y yuxtapuestas.
Sucede así que poco a poco la isla de San Borondón va ganando adeptos que la cortejan, ocasionando que crezca en ella, vegetal y líquida, la estridente conciencia de su pequeñez.
Así que aprovechándose de las potentes legañas y naturales inercias que unen a los visitantes con sus propias existencias cotidianas, San Borondón los desplaza y los rebota por todo el ancho mundo en calidad de emisarios, constituyéndose cada uno de ellos en una especie de consulado portátil e inalámbrico que ensalza, contagia y comunica lo visto y conjeturado en el viaje.
Circunstancia que ocasiona con frecuencia que diferentes emisarios coincidan en un mismo punto sin saberlo y manden mensajes telepáticos como bips amorosos y nostálgicos, confundiendo a los ignorantes con sus calladas ondas.
O que, desplegando su tendencia a enfocar el juego de los equívocos como una metodología de la espera, sorprendan a los otros corresponsales con mensajes misteriosos que sólo un cabal ciudadano de San Borondón puede descifrar.
La alegría transitiva que se genera en estos momentos es fuente de energía renovable y gratuita, y, de forma análoga a como dijo Cavalieri para los sólidos, si dos cuerpos tienen la misma altura de miras y al provocarles mediante acertijos se obtienen caras con igual sonrisa, entonces tienen el mismo sueño.
3 comentarios:
No cabemos de gozo -sugerencia para ser impresa en un zeppelin que, del tamaño de una mosca, sobrevuele, vigilante, el reducido contorno de San Borondón. :)
...no sé si a este paso San Borondón tendrá que plantearse invadir algún otro territorio para permitir que entre gente de tanta altura de miras...
bueno, la mosca viene justo de esos territorios. se le puede preguntar.
Publicar un comentario