01 mayo 2011

ay, c


Junto con el cartel, la sugerencia: Paulino de resaca continua, y también Carmela. Y el capitán que viene del fondo, a ser el barman.

30 abril 2011

Duncan en tiempos de Macbeth


Dependiendo del país, incluso de la ciudad, los equipos de las grandes ligas profesionales oscilan entre la fidelidad a los accionistas que gritan –los que pagan su entrada- y la debida a quienes, como dueños, ven los partidos desde la cuenta de resultados. Ambas son legítimas, aunque no siempre las gradas se vacían a la misma velocidad que el valor del equipo, y cuanto más voraz el mercado en que se juega –el Nueva York baloncestístico es un ejemplo perfecto- y más fiascos se coleccionan, más cuesta reconocer en la plantilla tres caras familiares de una temporada a otra.
A miles de kilómetros de una publicación de éxito masivo como Sports Illustrated, que aquí no entendería nadie, ocurre en nuestro país, donde el periodismo deportivo forofo –valga la redundancia- anima similar y no menos frecuente cirugía, y el verbo que va sajando el bisturí es entonces “limpiar”, con suerte, el más pudoroso “renovar”. En Estados Unidos, donde la invención del deporte profesional es posterior a la guerra civil y por eso se disfruta sin necesidad de la segunda, el verbo elegido para asistir a la renovación de un equipo es el más noble “reconstruir”.
Que acaso en Nueva York, en permanente post-operatorio si de los Knicks se trata, por redundante sobre, pero que halla su mejor lugar en plazas como Los Ángeles, donde Phil Jackson se jubilará en junio tras once años como entrenador; San Antonio, donde Gregg Popovich cumple su decimosexta! temporada en el mismo puesto de trabajo; o Salt Lake City, donde Jerry Sloan dejó este año idéntico cargo tras veintitrés! años. Reconstruir implica haber construido, y es sencillo ver en la pervivencia de los dos primeros solo el natural reflejo de sus logros –cinco títulos el primero, cuatro el segundo. Pero Sloan jamás ganó alguno con sus Jazz. E incluso el caso de Popovich sería en nuestro país una rareza, pues tras ganar tres títulos en cinco años, y pasar los tres siguientes sin jugar las finales, aquí habría sido despedido antes de darle la cuarta oportunidad de no lograrlo.
Todo llega, sin embargo, y San Antonio, que acabó la temporada regular con el mejor balance del año, muy probablemente acaba de ser forzado por Memphis a reconstruir el equipo que durante los últimos trece años ha tenido en su interior, como núcleo para el resto, la forma magnífica de Tim Duncan. Imaginar los Spurs sin él es casi tan irreal como… haberles visto con él. Duncan nunca pareció de este tiempo: construido a partir del músculo de la inteligencia y el del talento inmenso al servicio de un bien mayor, su consistencia ha dominado una década a la que no es ajena la forma de construirla junto a David Robinson, como no lo es ilustrar al otro gran dueño de los últimos diez años –Bryant- a la sombra de O´Neal.
Ponderado durante una larga década como el jugador al que cualquiera que empezara a jugar baloncesto debía mirar, Duncan es, paradójicamente en tiempos de la mayor audiencia jamás disfrutada por la NBA, un embajador de otra liga, una que admite a poco más que un jugador por década: Mikan, Russell, Jabbar. La lista de dominadores al servicio de una idea que no llevara, por encima de cualquier otra, su apellido, es corta pero inmortal. Mientras Le Bron James pugna por hacer duradero lo que jamás ha existido antes que él, reconstruir otro Duncan llevará lustros.

24 abril 2011

Falstaff, autor de Enrique V


Como una falsa lápida, el epílogo que al final de la segunda parte de Enrique IV anuncia en vano a Falstaff en Enrique V, mejor pudiera leerse en la memoria del afecto a la que Hamlet habla al sostener el cráneo del bufón de su infancia, el amado Yorick, a su regreso de los años pasados en el exilio. Apenas dos después de que otro príncipe shakesperiano –este de Gales- desdeñara públicamente sus lazos con ese otro bufón, grosero y afiebrado que le alegrara los días: el citado Falstaff, al final del díptico sobre Enrique IV.
El símil es menos claro que el que en ambas –Enrique IV y Hamlet- ve a sus protagonistas juveniles -los príncipes, a punto de serlo ensangrentados- alentar sendas obras de teatro insertas en sus relatos respectivos: la que el príncipe de Gales anima en la taberna del jabalí, que adelanta la audiencia que después tendrá con su padre, en términos bien distintos. La que el príncipe de Dinamarca contrata para contar a su tío, en público, aunque solo para él, el relato transparente de su crimen oculto contra su hermano el rey, padre de Hamlet.
El teatro se sirve del teatro para ensayar o denunciar los crímenes. Pero también, como pugna el infeliz Malvolio en Cómo gustéis, o Falstaff en su periplo por los dos Enriques IV, ayuda a sobreactuar con farsa propia la que ya se les anuncia encima, desde más altas ventanas. Como el rumor que Shakespeare puso a introducir la trama al principio de la segunda parte, lo es también Falstaff: rumor y molde del carácter ligero hasta lo temerario del que luego será rey de Inglaterra tras haberlo sido de ese otro reino: la taberna.
Por ella pasan todos como personajes de Falstaff, que con sus mentiras crea las de sus cómplices, también las del príncipe heredero al que no trata menos de hijo que de personaje hecho a su imagen. Su caída en desgracia, coronado éste, también es la de un autor insultado como personaje justo cuando más cerca cree llegada la gloria. Shakespeare no ahorró ruina al que sería Enrique V, aunque la reservara para la obra que lleva su nombre. Y acaso empleó para ello al más insospechado de los espectros: el más obeso, el más terrenal, el más vividor de cuantos fantasmas puso Shakespeare al servicio de quienes los necesitan para asfaltar su caída.
Al renunciar a reconocerse en lo que fuera al serlo junto a Falstaff, Enrique V se impone fatalmente el destino de su padre, el conspirador Enrique IV. Así, el fraudulento y desparramado narrador de una historia que acabará no siendo la que él contaba, alcanza su triunfo al pie mismo de las escaleras en las que se le denigra: si él ya no es el emperador irrelevante, falsario, embebido de capricho y autodestrucción que creyó ser, entonces quizá el propio rey lo sea.

23 abril 2011

Si no lo cantas tú, quién lo hará


La historia de Gelsomina y Zampanó que cuenta La Strada también es, clásicamente Fellini, la de la realidad al volante de un mundo en cuya parte trasera viajan opciones irreales. El amor de Gelsomina, ora mudo a lo Chaplin, ora enmudecido a lo Harpo, tiene más que ver con hallar que con sentir. Privada de una simple pista de cuál sea su lugar en el mundo, decide que para amar pudiera bastar que alguien lo esté esperando, o más singular aún: que baste esa ecuación perversa –“si no le amas tú, quién lo hará”. Hasta que pasa un rato, se asiste a La Strada con una sensación de extrañeza, que viene de que los diálogos, recreados en estudio, parezcan a veces provenir de quienes los hablan y otras, de lo que piensan. Liberados, como la voz más reconocible de la historia –los acordes de Nino Rota, que recorren la película en dirección contraria: empiezan su intervención como fondo sonoro de la melancolía y van turnándose, volviéndose más clara voz al avanzar el relato, por el violín del funambulista, la trompeta de Gelsomina, la voz de la mujer que tiende la ropa. Cada vez más triste, cada vez más clara. Tanto que al final hasta Zampanó la entiende.

17 abril 2011

Prensa vendida a menos

Ahora que el nuevo periodismo se parece menos a vestir de blanco Tom Wolfe que a conseguir que miles de personas escriban gratis en Internet lo que arduamente lograrían cobrar si se imprimiera y distribuyera en kioscos, la venta de The Huffington Post a AOL que acaba de hacer millonaria a su editora, y súbitamente pobres a quienes hasta ahora solo lo eran voluntariamente, acerca a ese nuevo tipo de prensa –la que compensa hacer aunque no paguen- al mundo preciso que, antes de ser vendida, contribuía a contrarrestar. La pública exposición de tus ideas, el muro que tus palabras ayudan a derruir, sentirse parte de un proyecto que aspira a ganar gratis lo que otros persiguen invirtiendo millones… hay múltiples monedas que pagan cuando el dinero no, y es inmoral defender que quien acepta cobrar en cualquiera de ellas no gane también el derecho simultáneo de ser pagado en dinero cuando el dinero, al comprar su audiencia, esté comprando el trabajo de quienes la nutren. Felizmente, los ideales no comen, no pagan la luz, no necesitan vestirse. Prueba de ello es que al pagar 230 millones de euros, AOL no viene de recompensar el altruismo de las 6.000 personas que escriben gratis para The Huffington Post, sino la más rentable aspiración humana de no pagar un céntimo para poder leerlo.

16 abril 2011

Imperativos del atrezzo

1. Colgado en las paredes que Willy Decker planta estos días en el Real, el retrato de Marié Curié que Lotte muestra a Werther como el de su madre.
2. El libro de oraciones que Martijn Kuiper/Ricardo III eleva hacia el cielo en medio de la farsa que interpreta cuando vienen a buscarle al monasterio de XX para pedirle que acepte la corona. La portada, aún semilegible, de ese libro en el montaje del Español: Sevilla en fiestas.
3. Las gracias amargas que, en el Ay, Carmela, de Sanchis Sinisterra (anoche y hoy en Las Tablas espacio escénico) dedican Paulino y Carmela a quienes estamos al fondo de la sala, primero al teniente fascista italiano, después a sus compañeros caídos. Ambos, anoche, elenco y director de la obra de Gorki, estos días en La Abadía. Veraneantes, como la propia Carmela en este mundo.

03 abril 2011

Verter


Goethe vivió para adaptarse a sí mismo como superviviente de su sabiduría en su Fausto, 56 años después de volcarse en el joven Werther, que escogiera incubar un diablo antes que llamarlo a buscar. Goethe sentía lo que Werther en la primera parte de la obra, la más feliz, ensoñadora, plácidamente alejada de cualquier futuro. Para el relato de la caída en que consiste la segunda, escogió como modelo a otro –Karl Wilhelm Jerusalem- que calcaba el padecimiento amoroso, la incomodidad social y, literalmente, el suicidio con pistolas prestadas por el marido de la mujer que amara Goethe, y no Jerusalem. Pero también se reservó un triunfo discreto al poner en Albert (esposo de la Lotte novelada), no los rasgos de su marido real (Johann Christian Kestner), sino los del propio Goethe, acaso para ganar en Lotte Buff la Lotte que, en la vida real, perdiera.
Jules Massenet nació diez años después de que, a la muerte de Goethe, un Fausto nuevo, ampliado un año antes de fallecer, sustituyera al anterior. Cincuenta años más tarde, y junto a los libretistas Edouard Blau, Paul Millet y Georges Hartmann, su Werther renovó a aquel, que en 1892 llevaba ya muerto un siglo largo. Si aquella era la historia de un amor trágico, la que subió a un escenario contaba con dos: una que muere, otra que lamenta el suicidio del amor. Aunque en la novela su caída es tan prolongada que le da tiempo a ver su destino encarnado en el del joven criado que acaba acarreándose cercana suerte por amor a su señora, al desdichado Werther le mata lo mismo en manos de Goethe o Massenet, y si su amargura es aquí menor (la social, producto de su incomodidad entre los de su clase, ha desaparecido), en lo que atañe a los corazones de Albert y Lotte recorre el sentido contrario, cargados en Massenet de una pólvora que, en un caso –Lotte-, Goethe dejara para el final, como una bala disparada al tiempo contra el arma y contra el blanco, y en otro –Albert-, no pusiera en absoluto.
Así, en oposición a lo que escribiera Goethe, ningún drama es más hondo, más oculto, más callado en Massenet que el de Lotte, que da a Werther la mitad del tiempo de la narración para morir. Y en ello, pasa ese mismo tiempo mintiendo a su marido sobre sus verdaderos sentimientos. El conocimiento del amor de Lotte que Goethe confina, como un hallazgo contra su propia voluntad, a diez páginas del final, lo emplea Massenet para abrir el tercer acto. Aplicado a la extensión de la novela, es como si supiéramos de ese exilio que en ella es el silencio, antes incluso de que Werther haya mentado la posibilidad de huir de su presencia, antes del final del primer libro. Instalado en el ecuador de la ópera, justo después de que, al final del II acto, ella haya rechazado el amor, más prohibido que indeseado, de Werther, Lotte declarará amarle en sus cartas, recibidas sin que se nos informe de si acaso ella escribió alguna de igual intensidad, que alimentara las de él.
Más inmerecido, más alejado de una verdad más compleja, y no menos posible, es lo que Massenet hiciera con Albert, marido de Lotte y rival imposible de Werther, pues lo que le separa de ese amor no es solo lo que siente el uno hacia el otro –Albert hacia Lotte y viceversa- sino el que el propio Werther siente hacia Albert, su reconocimiento, el respeto, la admiración con que advierte a Albert merecedor del amor de Lotte. Así, donde Goethe hizo de Albert escudo, Massenet, al pintarle suspicaz, indiferente, celoso, le convierte en la primera de las pistolas que Werther empleará para matarse, una que, lo que dudosamente hubiera aprobado Goethe, acaso convierte a la razón de la estabilidad del amor de Lotte –Albert el bueno, el noble, el justo- en una segunda mano asesina, suya la que, al leer la carta de Werther en que le pide sus armas, henchido de celos ordena, más que sugiere, sea Lotte la que las descuelgue y entregue al criado de aquel. Como si ordenara a la bala ir a buscar el percutor. Si en la novela es ella la que calla, aquí también él. Paradoja de la versión cantada, a la creación de dos vidas que son, en sus sentimientos, más (Werther) o menos (Lotte) silenciadas, se añade una más. Goethe escribió sobre un suicidio. Massenet añadió ese rasgo del siglo XX que apenas asomaba aún –la importancia de los cómplices de asesinato. Cuando se estrenó en Viena en 1892, dentro de ese mismo país Adolf Hitler estaba a punto de cumplir tres años de vida.

31 marzo 2011

agotamiento de un viajante


La historia de La avería, de Friedrich Durrenmatt, es la de un comercial de tejidos a merced de un motor averiado que cae en manos de unos mecánicos… de hombres. Los anfitriones son un juez, un fiscal, un abogado defensor, un verdugo. Ancianos ya, reunidos para cenar y practicar un juego que consiste en recrear juicios pasados, en poder alterar el resultado, acaso en condenar a quien se salvara, o salvar a quien cayera. Todos retirados, todos dotados de un vigor que no les corresponde. El hombre que llega a la mansión acepta jugar a un juego al que no puede perder –no tiene nada que pueda ser juzgado, acusado, defendido, condenado. Es, como quienes le invitan a jugar, una máscara de algo peor que aflorará avanzada la noche.
Su frustración, la constancia de un esfuerzo al que nadie ha regalado nada, azuzará, alcohol mediante, el hambre de quienes juegan a condenarle por algo que no pudiera pesarle menos dentro, en la oscuridad, de lo que, por fuera, parece pesarle vivir librado de lo que hizo. O no. Porque el viajante de comercio ocupó la cama de su jefe antes de ocupar su puesto, a la muerte de éste. Su infarto le pone a salvo de la ley, pero no de la metáfora última de Durrenmatt –donde, si los cuatro elementos de la justicia conviven para alimentarse de lo mismo, para embriagarse en lo mismo, para escoger el mismo objetivo, la acusación y la defensa lograrán hacer al acusado simultáneamente culpable e inocente, al despertar en su interior el mismo cuadro que haya fuera –dentro de su pecho el que acusa, el que se defiende, el que lo juzga todo, el que ejecuta la sentencia.
No por mejores pruebas ganará el fiscal, sino porque suya es la mejor veta de cuantas pasan en torno al infeliz, al embriagado Traps –que la presunción masculina sea un delito, que al revelar en una confidencia de bar y testosterona lo que acaso acelerara el infarto de su jefe, estará creando un cómplice que no sabe que lo es. Ni siquiera se quiso de cómplice de sí mismo –le dirá, ya al final, cuando Durrenmatt se ha cuidado de que el único lazo que sienta el viajante sea el que le une a Pilet, el antiguo verdugo.
Traps hubiera querido muerto a aquel jefe que tan escasas virtudes tuviera para ocupar el puesto, pero eso no le convierte en asesino, como desear la vida no te convierte en padre. El juego al que juega Traps a diario –no poder parar, no poder permitirse descansar, vivir una vida averiada- es una prueba contra sí mismo, que acaso soporta porque muchos viajan con motores rotos, pero andan. No es la condena lo que le destruye, sino el juicio, uno más, que, como el resto, no cree merecer a todas horas, para el que ya no tiene fuerzas.

26 marzo 2011

De dioses y cisnes


A los quince años exactos del asesinato de los siete monjes cistercienses que recoge la película de Xavier Beauvois De dioses y hombres, como una segunda sombra exacta coincide en cines con Cisne Negro, de Darren Aronosky. En común, la epifanía que, al son del mismo cuarto acto de El lago de los cisnes, en la primera película conduce a la negrura a los mártires, y en la segunda, termina por enloquecer al pájaro presionado, tan cisne blanco desahuciado como fueran aquellos en un pueblo de la Argelia sangrante de finales de los noventa. Lo que cuenta Beauvois es el pulido del amor hasta hacer de él algo que no poco constituye un arte, pero más se encuentran en esa propiedad magnífica de la voluntad humana que es venir de la impotencia, la violencia, la fuerza que te atemoriza y te vacía, y destilarlo en un molde que rezuma belleza, armonía, equilibrio. En un escenario o un monasterio amenazado, a veces el sacrificio está en ser peor, y a veces está en ser tan mejor que no puedes lograrlo sin dejar de ser. En ambos casos, el proceso ha de exigir una letanía a la que no sea ajeno inventar una presencia invisible que está aquí para retarte, alentarte, para luchar por ti o contra ti. Si eso necesita o provoca lo extraordinario es porque una definición posible del milagro también es que lo que ganes en una batalla solo lo veas tú, mientras que lo pierdes lo vean todos menos tú. Como también cuenta el ballet de Tchaikovsky, al nombre de un dios –llámesele perfección coreográfica o dilución en el amor- pudiera llegarse por la imposibilidad de ser su bondad en ese prohibido cisne solo blanco, o por la renuncia a lo que de hombre te fuera dado –el sentido de alerta, la capacidad de protegerte, la conciencia de la propia fragilidad. La lucha de una bailarina por superar su humanidad es, transfigurada en un intercambio de hondura inextricable, también la de los monjes por renunciar a ella.

23 marzo 2011

Zinc


También los años transcurridos entre Un tranvía llamado deseo (1947) y Gata sobre tejado de zinc caliente (1955) son un tren que, además de transportar a Tennesse Williams, podría haber llevado a Stella Du Bois, tras abandonar a Stanley Kowalski, a esa mansión de los Pollitt, acaso tan similar a la casa familiar Belle Reeve, que su hermana Blanche perdiera a base de cambiar sus paredes por ataúdes para los miembros familiares que iban falleciendo sin muerte que poder pagarse. Stella es la mujer que subiría al tren en Nueva Orleans en 1947, y Maggie, la que descendería de él en Mississippi, ocho años más tarde, para encontrarse casada con Brick Pollitt, la antítesis de aquel Kowalski brutal hasta lo incendiario. Su parálisis ante la indiferencia de su marido nuevo sería, así, una impotencia doble –la que huyera de la agresividad descontrolada del obrero polaco, que renegaba de su origen cuanto más alcohol tuviera dentro para darle la razón, a la que hallara, en Brick, hecha del mismo alcoholismo y similar negación de la realidad, donde poco importara ya que en este caso el tabú fuera una homosexualidad reprimida.
La hermana que vencer en Nueva Orleans es en Mississippi hermano, y aquella Blanche es este Gooper, hermano de Brick aunque más rival de ella que de él. Y de hecho, el espectro de una relación homosexual que en La gata… mantiene arrasado a Brick, es el mismo que, cuando Maggie era Stella, amargara para los restos a su hermana Blanche en Un tranvía... encarnado en su fugaz esposo. El mismo pecado, la misma muerte para el que se fuera, la misma locura para los que se quedaran. El hijo que Stella esperara de Kowalski no es menos fantasmal que el que Maggie se inventa a última hora para que Brick conserve el control de los campos de algodón de su padre. También su orfandad es similar, allí a merced de la brutalidad de propietario de su marido, aquí multiplicada en el desprecio y la sed insatisfecha con que su marido la contempla, y también en la sospecha turbia, malévola de ignorancia trabajada, con que su suegra la recrimina su infertilidad, y que es un espejo de la que vuelca hacia su consorte, enfermo terminal de cáncer al que escoge escrupulosamente mentir y perdonar la sarta de desprecio con que aquel, creyéndose a salvo de la enfermedad, la inunda.
Similar a la fragilidad ilusa, tan perseveradamente volcada en el espejo, con que Stella y Blanche du Bois se creyeran tan a salvo la una de la otra, siendo en realidad la misma huida (en Blanche de una pulsión prohibida, en Stella de un apellido y un lugar social), Brick y su padre comparten -y acaso su impensable lazo viene de ahí- una unión de hierro que naciera de un sentimiento que ambos callan mientras pueden, y que no es la orientación sexual o el cáncer que corroe a ambos, respectivamente, sino el desprecio con que ambos viven su matrimonio. Las razones por las que Brick ignora a su mujer son distintas de las que su padre carga, violenta, asqueadamente, contra su madre, pero se convertirán en la misma en el perdón final –Brick a Maggie, porque acaso ese hijo que espera sea la prueba de lo que finalmente él sea, aunque no quiera; y su padre a su madre, porque el diagnóstico que asomará, ya sin mentiras, es el de su muerte cercana, y eso vuelve inservible lo que tuviera contra la persona con la que ha pasado su vida entera.
El patetismo de Blanche du Bois muere con ella, o acaso aguanta, latente, hasta el momento en que, una década después, su hermana Stella, reencarnada en Maggie la gata, llegara al sanatorio mental a compartir su destino de desolación y abandono. Hasta allí se acercaran, quizá, mucho después, Stanley Kowalski y Brick Pollitt, ya envejecidos, carcomidos por el alcohol su grito y su silencio respectivo, para traer una carta del único hombre que pudo haberlas amado a ambas, a las tres: el puro, el bueno, el traicionado Mitch. Atado a querer y cuidar a mujeres que ya solo podían ser su madre.
Es en ese sanatorio donde hoy murió Maggie.

18 marzo 2011

dai


Rachelle alberga apenas 23 de los 150 años que cumple hoy Italia desde su unificación. Es tan joven que, entre la ficción y la realidad opaca de la que habla Lucía Magi en El País 12.3, ella sería la ficción. Luminosa, clara, directa, es todo lo que la invención parece haber arrebatado a la vida en su país. Si la ficción respira y se mueve, la realidad italiana es un fósil ya desde ese término adscrito –opaca- que viene a ser apenas el hueso de lo que nos conformamos con pensar de ella. Italia no es opaca, como no lo es España, Libia, Estados Unidos o China. El esfuerzo por ocultar lo que no se desea reluzca en su brillo exacto suele fijar, acaso como no lo haría la transparencia de lo anterior, lo que se declara falso. Las muestras de su desarrollo cívico, su primer ministro, la penumbra que acoge a Saviano, la iglesia que acoge en su estómago… son exactamente lo que parecen, cuentan de sus clientes, patrocinadores, la verdad precisa. Raquelle dice no tener nada en contra de la iglesia, cómo berlusconi no es su país. Y así, lentamente, ficción y realidad se encuentran en la gestación: el brillo voluntario de la invención crea su sombra exacta: el país opaco, hecho de las miradas precisas.

15 marzo 2011

La velocidad de paso del Apocalipsis


1. Cuatro metros es lo que ha desplazado su territorio el terremoto que acaba de devastar Japón, y asombroso como sea poder medir la velocidad del apocalípsis en metros por catástrofe, estremece más pensar cuánto desplaza el reloj en paralelo, los metros de tiempo que un tsunami pueda quitarle a una población, hasta dejarla una década atrás. Las olas se adentran diez kms. en el interior del país y las posibilidades de disfrutar de la prosperidad alcanzada retroceden diez años. Incluso sin la aportación del jinete nuclear, es una devastación que se lleva por delante todos los tiempos de un país –su presente en el acto, su futuro a los pocos días, más dramáticamente su pasado, que al irse y llevarse todo el esfuerzo puesto en pie por millones de seres humanos durante sus vidas, también, en este caso, trae de vuelta la imagen del país que hubo de reinventarse tras las hecatombes nucleares de 1945. Como demuestra la vasija del reactor de la central de Fukushima, no sirven los refugios construidos desde entonces, o solo protegen del pasado. Los que deberían protegernos de futuros como este no pueden ser construidos, pues a diferencia de las catedrales que atravesaban siglos desde su inicio hasta su finalización, el plano de lo que deberíamos diseñar para vivir a salvo es uno que ni siquiera resiste, ya no años de ejecución, sino siquiera ser transportado un piso más abajo, donde las prioridades serán indefectiblemente otras. La devastación también empieza en la forma de ver venir la ola.


2. Aunque un desastre parezca unificar el aprendizaje, solo redirige automáticamente la empatía. Y no es poco, por supuesto. Solo que, inservible a partir de determinado umbral sísmico, como el que informan los satélites, nuestra atención al desastre también es un sistema de alarma que necesita rozar los máximos medibles para afrontar los daños cuando son ya inevitables. Las lecciones de Chernobyl y Bhopal en la década de los ochenta, como las de Indonesia hace siete años, o Haití a principios del año pasado han visto su irrealidad transformada en ficción entre nosotros, en algo que, de puro improbable, pueda perfectamente guardarse en el cajón de lo impensable, lo irrecordable, lo inaprendible. Ocurre también con las hambrunas, con las crisis cíclicas que arrasan el mundo a partir de la estafa inmobiliaria, con la usura en los mercados de materias primas, con las elecciones ganadas por ideas ineptas, incapaces de gestionar la complejidad, la necesidad de explicar el sacrificio, de priorizar la educación, de separar el rumbo de un país del que para sus súbditos deseen las religiones, las empresas, las clases enriquecidas. A distancia, esperando turno para cualquiera de sus derrotas posibles, sin transformaciones en nuestra forma de habitar el mundo, nos levantaremos cada mañana como supervivientes de permiso.


3. Como si en vez de estar separados por océanos y divididos en placas tectónicas viviéramos en planetas distintos con solo hablar otra lengua o habitar unos cientos de kilómetros más allá, lo que ocurre en el mundo no tiene relación con lo que cada uno debería hacer para prevenir su repetición. Se llama conciencia de especie, y no podemos tenerla sin antes desarrollar la de sociedad, que tanto nos haría falta. Soñarla no es mucho más endeble que aspirar a ella, y la prueba es que preparar una sociedad para un seísmo, que más allá de un límite deviene forzosamente catastrófico, se parece mucho al suicidio pactado con que asistimos al advenimiento del cambio climático, cuyas consecuencias son despreciadas porque quienes podrían empezar a minimizar sus causas –responsables de gobiernos y empresas- solo funcionan con actos a corto plazo, y solo si les garantiza la paz de sus accionistas o electores. Y también porque quienes podríamos exigir medidas contra la amenaza –todos los que no dirigimos gobiernos o empresas- estamos ocupados en prosperidades o subsistencias tan precarias como el tiempo de que disponemos para asistir a ellas sin que la ola de lo urgente se lo lleve diariamente por delante. Tampoco ayuda a hacernos más sensatos el que el cambio climático sean varios cambios climáticos que, como todo lo que nos socava, sucede a cámara lenta, no solo por etapas sin programa reconocible, sino a un ritmo que avanza lento pero inexorable en todo el planeta, como documentan los estudios que salpican frecuentemente las páginas de esos periódicos que son papel mojado antes de que un tsunami venga a terminar el trabajo.


4. Como si la rotura fibrilar fuera consecuencia natural de desplazarnos, aceptamos que el progreso –es decir, el consumo por minuto al que no estamos dispuestos a renunciar- conlleve automáticamente el envenenamiento del aire que respiramos, de los alimentos que ingerimos, de cuanto la tierra produce para todos los seres vivos, no para servirnos de despensa o tierra quemable. Estudios constantes confirman el papel de las partículas tóxicas emitidas por los coches en enfermedades coronarias y pulmonares. Las emisiones de CO2 incrementan en un 20% el riesgo de inundaciones en países del norte de Europa. Los ocho años más cálidos registrados en el planeta desde 1880 han transcurrido en los últimos once. Los daños en la economía mundial asociados a los efectos del calentamiento global podrían alcanzar el 20% del total anual. Los cables secretos de Wikileaks revelan simultáneamente la impotencia y el objetivo de no alcanzar acuerdo alguno en las cumbres planteadas para fijar medidas paliativas. El calentamiento marino, el deshielo del Ártico, la desaparición de especies no son rumores, ensoñaciones ecologistas, algo que pueda ser leído como columnas de opinión. Los adjetivos son aquí variables estadísticas, datos que se repiten en varios estudios separados por años, constancias documentadas en partículas por metro cuadrado, en millones de personas desplazadas por la desertificación de sus hábitats, en litros de agua que los océanos hasta ahora no contenían en estadio líquido… el tipo de conocimiento por el que no se pasa indemne, cuya verosimilitud no puede ser juzgada como lo es la posibilidad de que un político sea o no imputado por corrupción, o que una facción criminal aparente tomar caminos civilizados de representación democrática. A fuerza de depender de una justicia que es tantas veces sospechosa de patrocinio o presión torticera, cuando se nos presenta una verdad que no nos necesita para ser verificada, no la reconocemos. Preferimos no hacerlo, ubicarla, en cambio, junto al resto de triunfos o fracasos posibles, a la espera de demostración.


5. Por eso imaginar la imposibilidad de leer el periódico el día en que el mundo amanezca bajo los escombros, al paso de un océano, se parece tanto a leer en esas mismas páginas ayer, hoy, mañana, sobre esas replicas previas que, como avisos parciales, devastan el mundo por trozos y con el suficiente tiempo entre desastres para permitirnos olvidar que es parte de una misma amenaza de la que somos epicentro idéntico al que surge de los desplazamientos de las placas tectónicas. Solo en nuestro país, un nuevo partido político que se presume el primero de tonalidad ecologista que hayamos podido tener ha de debatirse estos días entre la necesidad obvia de predicar entre la población una ralentización general y urgente de nuestros hábitos energéticos y consumistas, y la certeza de cuán breve sería el lapso transcurrido desde que intente contarlo hasta que, desde los dos grandes partidos, se les acuse de retrógrados, fascistas poblacionales, negacionistas del desarrollo y la prosperidad, y lo más paradójico, de estar ciegos al rumbo del mundo y sus carencias y necesidades. ¿Cuántos de los que lean como necesarios sus planteamientos les negarán su voto solo por desconfianza en su capacidad de gestión de la complejidad, tantas veces antagónica, de un país?, ¿tantos como a la hora de votar jamás han ponderado eso como la razón de su elección?, ¿es que hay alguien que, al término de una legislatura, esté satisfecho con la gestión de gobierno alguno, ahora o hace un siglo?.


6. Pura moneda electoral, el desplazamiento de lo que queremos hacer a lo que deberíamos es una profecía sin mesías posible, pero también puro músculo evolutivo, que a través de miles de años nos diseñó para subsistir al entorno, para vencerlo y no para entenderlo o adaptarnos a él. Como hemos demostrado en cada una de las guerras libradas por el hombre desde el principio de nuestra presencia, entre pugnar por adaptarnos y llegar a un acuerdo, o intentar vencer, jamás escogeremos lo primero. Aunque eso signifique perder. Y hacerlo varias veces, primero por partes, algún día, del todo. No a mucho tardar, con desastre nuclear o sin él, Japón desaparecerá de los periódicos, y en su lugar acaso El País volverá a ampliar el número de páginas destinadas a contar el deporte del domingo –el fútbol, para entendernos. Y así, lenta, plácidamente, continuaremos pensando que lo que nos dan es lo que deberíamos tener. Ningún municipio, gobierno u organismo mundial sugerirá cambios en nuestro patrón de desarrollo y consumo si no es bajo pedido. Y solo un iluso pensaría que ese momento sucede cada cuatro años delante de una urna. Raramente una revolución se funda en la necesidad de rentabilizar mejor una práctica existente, pero esta solo lo será si empieza ahí: en hábitos que hagan deficitario invertir en destrucción ambiental. Una forma de entenderlo claramente es pensar qué tipo de industria fomenta uno con su comportamiento diario, y extenderlo a escala. Eléctricas, petroleras, armamentísticas, de alimentos genéticamente modificados, tabaqueras, plásticas… La lista es inmensa y está aquí, no para darnos lo que sus consejos de administración deciden, sino para que no nos falte lo que pedimos. La orden de producir parte de nosotros, no de ellos. Sin demanda, no habrá oferta. El clima está ahí fuera, el cambio eres tú.



imágenes tomadas de elpais.com

14 marzo 2011

Sinfonía para Cogburn y Ross



La música que escuchara Mattie Ross en 1929, cuando Charles Portis decidió ponerla a narrar la historia que le sucediera de adolescente, cuando se embarcó junto al sheriff Rooster Cogburn y el vaquero Laboeuf para vengar la muerte de su padre a manos de un pistolero llamado Tom Chaney, raramente podía parecerse a la que, entre la épica y la ternura, Elmer Bernstein iba a escribir en 1969 para acompañar su periplo, que era a la vez el del ocaso del western como género dorado, también en el sonido con que el cine escogiera narrarlo, y que era, inequívocamente, el de la culminación de una epopeya de la que John Wayne no era menos padre fundador que Lincoln o Jefferson, un siglo antes. Hay nostalgia en la música de Bernstein, escuchada hoy, y acaso la hubiera también a finales de los sesenta, cuando Henry Hathaway, como Wayne, o Ford, ya solo podían aspirar a capturar a Tom Chaney, y no al género al que dieran su nombre, que se perdía en el horizonte. Todos ellos llevaban años muertos, y Hathaway solo esperaría un año más, cuando Joel y Ethan Coen dirigieron su primera película, Sangre fácil, en 1984. Bernstein falleció en 2004 y solo Portis vive hoy para ver la prodigiosa reencarnación de sus personajes en manos de los Coen, que viaja hacia atrás para superar ampliamente el tiempo en que Hathaway rodó la primera versión, y contar su historia tal y como Portis la escribió: con una nostalgia hecha de pérdida, y donde la memoria y la gratitud no son suficientes para llegar a tiempo de contemplarla una vez más. Como si en el viaje hacia delante los Coen hubieran pasado de nuevo por su propia memoria, su Valor de ley contiene la sangre y la facilidad, escasísima piedad y la única concesión a la bondad en el rostro de Matt Damon. La música de Carter Burwell es sombría, cuenta el viaje por un paisaje que es, junto a su épica, el abandono que acompaña la soledad, ese envejecimiento del ánimo que es el desaliento. Es una música hecha para contar a Cogburn y Chaney. La de Bernstein suena, en sus mejores momentos, al latido emocionado de la adolescente por la que pasaba la historia en tiempo real en la versión de Hathaway. Burwell ha escrito para la Mattie Ross adulta que viaja en ese tren que, acaso mientras la lleva de un extremo del país al otro, lo hace a la velocidad necesaria para que el anciano Cogburn muera a tiempo de que su reencuentro, como el del oeste que fue y el que sería desde entonces, sea ya imposible.

05 marzo 2011

el síndrome de Audi



Durante años, al menos en los últimos veinte, esperar el lanzamiento de un nuevo modelo de Audi no debía ser menos anhelado por quienes disponían del dinero para adquirirlo, de lo que lo era en las agencias de publicidad, donde cada uno de sus anuncios era recibido como una señal de que otro mundo era posible, y no específicamente el que Audi vendía a cambio de cada una de sus obras maestras de treinta segundos de duración. Lo que Audi ofrecía, a través de su agencia barcelonesa Tandem DDB Needham, era más valioso: una pregunta para cada uno de quienes pugnaban sus días en crear ideas para clientes infinitamente menos agraciados, con presupuestos que no pagarían uno solo de los aros del logo de Audi, acaso en un entorno laboral menos propicio a la sutileza. A fuerza de insistir, para quienes trabajábamos en los departamentos creativos, Audi pasó de ser una marca de coches de lujo a una forma de contar las cosas, en la que lo contundente no desdeñaba lo poético, y la inteligencia afinadísima, la legibilidad. Uno fracasó cada uno de sus días tratando de aplicar esa ambición a cuantos clientes pasaran por mis manos. Y cada uno de esos días, Audi seguía ahí para proporcionar, como un salvavidas, la pregunta: ¿es necesario tener el mejor producto posible para hacer el mejor anuncio posible? Y mientras la propia naturaleza de este trabajo sugería la respuesta, Audi amparaba otras: sí, puede contarse tecnología con objetos sin brillo, rodados para semejar tristes. Puede contarse con hilanderas. Con puertas de garaje. Puede contarse sin mostrar un solo segundo de coche en movimiento. Y puede contarse con Stendhal. La gran cultura, incluso la cultura básica, frecuentemente tiene en las agencias estatus de elitismo, en la correctísima asunción de que no cabe esperar del público del anuncio más sensibilidad, o solo más conocimiento, del que tiene quien juzga la idea en los despachos de la agencia o del anunciante. Y que son mero logro del abandono de cualquier intento de reivindicar una cultura humanista, de la sustitución de la literatura por la autoayuda, del empobrecimiento del lenguaje, de la sustitución de la idea por el eslogan, de la boba primacía de la imagen en una sociedad solo funcionalmente alfabeta. La publicidad no está aquí para educar a nadie, ni para hacer a la sociedad mejor mientras se palpa la cartera, pero como demuestran esas otras ramas de la publicidad engañosa que son la política y la economía, nunca sabremos cuán debe una idea a la forma de presentarse en público, cuán carga el marketing con pesos torvos que acaso no estaba destinada a cargar. Solo por eso, por sacar de esas alforjas lo que nadie espera ya de un anuncio, Audi dignifica este negocio y lo que éste podría hacer por la sociedad a la que vino a vender cosas que uno abandonará algún día.

04 marzo 2011

cebos


Eres un delfín. Un día, mientras nadas en las aguas tropicales de México, a la altura de Isla Mujeres, ves esto: 400 figuras humanas sospechosamente inmóviles, cubiertas casi enteramente de musgo, coral, moluscos varios. Aunque no lo entiendes, recelas. Te alejas, sin saber de qué somos el cebo. A qué causa sirve el sacrificio.

bosques vascos de Birnam


Al igual que en Macbeth todos entienden mejor que él las profecías sangrientas que le auguran el trono, fuera de los escenarios tampoco abunda ese don de la política que es comprender por igual el ansía de poder y la sangre con que tus dedos salen a buscarlo. Justo tras venir de matar a Duncan, Macbeth se dirige a sus manos como si se las pudiera hacer responsables de actos que él ignorara o de las que pudiera ser eximido.
Los partidos que en las últimas décadas se han turnado la defensa del asesinato en el país vasco, o han vivido al amparo legal de quien mataba, en ello se declaran alternativamente Macbeth o las profecías –es decir, o son el elegido para defender lo que el destino pone en ellos, o son, no el depositario, sino el mensaje. No la mano que lo empuña, sino las razones que otros –los asesinos- interpretan como lo hacen. En la obviedad de que son ambas cosas –la razón y la mano criminal, por acción o inacción- se trasciende la prueba definitiva de sus actos –que, como Banquo en Macbeth, el que mejor lo entiende es el que acaba asesinado. El símil viaja hacia atrás en el tiempo, aunque no salga del teatro, pero también hacia delante, donde la denuncia clásica y torva de pueblo sojuzgado y oprimido encuentra su versión real en lo que estos días sacude las cleptocracias árabes. Y en el que las amenazas con que los tiranos purgan sus últimos días en el trono, tanto suenan a las que los portavoces de los independentistas vascos truenan a modo condescendiente en esos, tan sabidos, no necesitar condenar el asesinato porque quienes lo piden “solo pretenden generar dudas”, “tapar el inmovilismo del gobierno”, “desviar la atención del problema real”, o “imponer actos intrascendentes” con que portavoces de asesinos y lehendakaris cómplices vienen sembrando los periódicos desde hace décadas.
Llega un momento en la vida de casi todo régimen represivo en el que los dirigentes –y las fuerzas militares que durante mucho tiempo les han mantenido en el poder- deben tomar una decisión que normalmente no tiene vuelta atrás: cambiar o empezar a disparar –escribe David E. Singer en The New York Times. Sean mercenarios o cuerpos regulares, quienes empuñan armas en eta son un ejército. ¿Por qué no considerar a quienes, desde las ruedas de prensa, los mítines y manifestaciones, les dirigen como lo que son: consejos militares que tratan la constitución como lo haría un golpe de estado?

02 marzo 2011

El ángel exterminador, 2


Una forma de imaginar cómo vencer el miedo es pensarse convertido en aquello que lo produce: hacerte asesino si te asusta la muerte. Aspirar a la política si el terror es el qué dirán. Correr durante cincuenta años si te preocupan tus rodillas.
Así, el miedo puede convertirte en un predador que actúa como cree que necesita hacerlo para no ser devorado. Pero también puede hacer de ti uno que lo es por falta precisamente de ese miedo. Las agallas de los primeros –empleados, súbditos, operadores de apoyo- consisten en tomar decisiones éticamente erróneas a sabiendas; las de los segundos –dueños, políticos, líderes-, en hacerlo con la arrogancia que da la impunidad. Los primeros habitan aguas laborales profundas, no se les ve, la protección consiste en su penumbra. Los segundos nadan cerca de la superficie, y la luz que les baña en vez de delatarles funciona como foco a cuyo haz exhibirse.
Uno nada en las aguas que puede y no en las que quiere, y como la mayoría, uno emplea las formas de autoridad que tiene a su alcance, que es decir la influencia que el trabajo o la posición familiar permiten tras años de práctica y desgaste. Y sin echar de menos un poder más absoluto –que debería conllevar similar responsabilidad-, uno desearía ese rasgo del predador avanzado que es su invulnerabilidad, dado el terreno adecuado. Poder surcar la vida libre de amenazas. Aunque el precio sea, como ocurre fuera del agua, por un instante haberte convertido en ella.

27 febrero 2011

en el país de los mudos


Un rey es también una tartamudez del sistema social, un espasmo medieval inserto en un cuerpo moderno, dotado de miembros democráticamente elegidos cada 4 años, que sin embargo conviven con un músculo inerte dentro de él. Atrofiados tanto en su movimiento natural –véase Inglaterra o Tailandia- como en el que vienen improvisando en las últimas décadas –Suecia, España-, su imagen nítida es esa: no superar la primera sílaba, repetirla, dejarla en herencia. Vestido de Sade, el mismo Geoffrey Rush que aquí enseña a hablar a Colin Firth, veía rodar las cabezas de los reyes y nobles franceses desde la ventana de su prisión, en Quills. No es hasta este Discurso del rey en que ayuda a hablar a Firth, que uno ha perdonado a Rush que, en aquella película, ayudara a hacer callar a Kate Winslet, que moría antes de tiempo, como siempre que lo hace. Uno tartamudea solo de pensarla.

26 febrero 2011

No contigo

En Horche, cerca de Guadalajara, una casa de tallado de madera permite elegir los modelos de entre siete álbumes llenos de vírgenes, ángeles, cristos, apóstoles, columnas... La exposición ocupa dos plantas, llenas de bienintencionadas copias de todo aquello que haya pasado por sus manos de restauradores. La que yo intento comprar es un maniquí de tamaño natural, con brazos articulados y nulo relieve femenino de clavícula hacia abajo, púdicamente tintada de morado. Uno se acerca por la cabeza, que de espaldas ya sugiere, en ese entorno, un ángel caído o rasurado, y de frente es un rostro dulce y calmo, como tan resignado a solo tener brazos, rareza entre tallas acabadas, policromadas, tal familias enteras al ofrecerse en varios tamaños. Es mucho lo que uno hubiera pagado por ella, aunque de estar a la venta acaso se negara, acostumbrada a la veneración de cuantos pasan por la catedral de Guadalajara a contemplarla. Más carente de cuerpo que desnuda, la virgen recién restaurada, fugaz, milagrosamente expuesta, pierde así la ocasión de que alguien la quiera como es.

24 febrero 2011

la vuelta al mundo en 80 sofás


Con suerte uno aprende de los errores, y tanto llega a asimilarlos que los utiliza de zapatos. La madre de C., al decidir tenerla hace sesenta años, al mismo tiempo expulsó de casa a su marido y a su hija. Al primero, por traicionar el acuerdo de no paternidad al que llegaran; a la segunda, porque ella –C.- solo era para su madre una razón para mejor retener a su marido. Ido uno, sobraba la otra. C. fue criada por sus tías. Mientras su padre dilapidaba una fortuna, ella con el tiempo amasó otra, hasta que la crisis bursátil de 2008 se la llevó por delante. Expulsada, de niña, de una casa con padres, y de la prosperidad cincuenta años más tarde, C. decidió no llevar la contraria y ha seguido saliendo de cuantos sitios alcanza. Inglaterra, Italia, Francia, Estados Unidos, Irlanda. Cumple ahora tres años viajando por el mundo, alojándose en casa de quien, como yo estos días, la acoge, trabajando en granjas, o cuidando casas y animales cuando sus dueños no están. No viaja por necesidad sino por placer, por esa puerta al placer que es el hartazgo de una vida que, como en casi todas partes, consiste en acuerdos laborales mefistofélicos sin pago demorado. Para poder seguir viajando por Europa sin tener que salir cada poco, lo hace ahora de vuelta a Carolina del Norte, donde pasara cuarenta años, para obtener allí la nacionalidad española. Son estos sus últimos días de un viaje de 3 años, y los duerme en el sofá del salón. Mis cosas saben que regreso –dice, para hacer notar que todo se le viene rompiendo en los últimos días. Como si fuera ese el viaje más puro: salir, incluso, de las cosas que te acompañan.

unión mercenaria

Como ocurre fuera de los periódicos, también en ellos tu presente puede penosamente salir vivo para caer… en el futuro que te espera, cargado de intereses a pagar. Y así, la postura europea que apenas sobrevive a los intereses bastardos respecto al juicio sobre la revolución en los países árabes que les achaca el editorial de El País 23.2 (http://www.elpais.com/articulo/opinion/Europa/revolucion/elpepiopi/20110223elpepiopi_1/Tes), solo tarda unas líneas en merecer lo que ya se ganara antes, y así, al símil transparente que equipara a los mercenarios a sueldo de gadafi con el mero ejercicio de la política, se suma lo que el segundo editorial cuenta acerca del 23-f: “la lógica del golpista consiste en lanzar primero la flecha y dibujar luego la diana allí donde caiga.”

23 febrero 2011

Antes del vestidor


A las hemerotecas se pasa, a menudo, tras hacerlo por un vestidor donde, una vez muerto, de todas partes brota quien remendar la fama del finado, cambiando su traje por uno mejor, o no menos frecuente, tornando en andrajos la fama que el ilustre se llevara a la tumba. También en vida puede uno, sabiéndose próximo el final, cualquier final, no solo el biológico, hacer algo para adecentar la propia imagen. El reto varía según el papel que uno crea ocupará en los libros de historia, grandes o pequeños, públicos o íntimos. Y si lo irremediable no lo es tan claro a ojos de algunos, ha de ser también, junto al poder concedido al ego, porque en el apogeo de la libertad o del poder, uno escoge trajes que luego no hay quién se quite, ni a las buenas ni inducido. No hay medios para hacer acompañar a según qué sastre de un fiscal, y así, junto al traje de dictador cuyas costuras ya revientan, del saqueo por llegar en los palacios presidenciales de Libia alguien se apresta a llevarse la esencia misma del empecinado: su coraza, azul con charreteras, de soberbia, crimen y patetismo de fantoche.

Salto y castigo


Lo que la novela decimonónica es a la narrativa, el baloncesto lo es al deporte: un concentrado de comportamientos inusuales, cuya intensidad y emoción nace, como en la novela, simultáneamente de personajes que podrían ser uno y quienes nos rodean, pero también de seres cuyas fatigas nos son inexplicables. El ciclismo y la maratón exigen energías sobrehumanas, y si el símil los esquiva es porque el esfuerzo individual solo compite, rivales aparte, con las propias fuerzas, mientras el que exige mezclar el esfuerzo propio con el ajeno, que representan tus compañeros, aúna ese rasgo, que no es menos novelesco que real –el sacrificio de nuestras mejores energías a las necesidades concretas y cambiantes del entorno, ya sea laboral, afectivo, o sentimental. Raskolnikov, Ahab, o Josef K. cargan sobre sus hombros un peso que les excede, como si para acarrearlo durante 500 páginas hubieran de medir… dos metros ocho centímetros, que es lo que eleva Blake Griffin cada vez que su trabajo le obliga a poner el codo a tres metros del suelo. Intenta moverte a esa velocidad, con esa precisión, con la coordinación que requiere la mezcla, frente a esa defensa. Es imposible. Aún midiendo 1.75, te mueves como… Ken Follet.

22 febrero 2011

el ángel exterminador, 1


El mismo día que un empresario anuncia que se pegaría un tiro antes de dejar en la estacada a los inversores que acaban de saberse acogidos a un concurso público de acreedores, se publica la fotografía inédita de himmler tras ingerir la cápsula de cianuro al saberse capturado en mayo de 1945. La propiedad del mundo a que aspiraron para sí los nazis arduamente iba a soportar ser propiedad de quienes debieran haber sido sus súbditos. Y acaso parte de esa muerte pretendía escapar del descubrimiento público del tipo de abono con que sembraran sus ideas. Que no es decir que el pueblo a cuya mayor gloria trabajaran les hubiera dado la espalda por sus crímenes, pues los pueblos no paran en esas nimiedades y sí en su contabilidad que es la derrota.
Duele perder, y no que tus razones sean las que son. Por eso quienes hoy lamentan la suerte de sus ahorros, caídos junto al visionario que les embaucara con anuncios de crecepelo y una credibilidad tullida, han de maldecir la ruina súbita pero no, en justicia, el proyecto que lo amparaba. Pues fiar a la primera –que es su reverso, la fortuna súbita- hace imposible haber fiado nada al segundo, que es decir haber aspirado a entenderlo. Al revés es imposible, nadie que se haya asomado en los últimos cuatro años a algunas de las cientos de miles de páginas que los periódicos han llenado hablando de economía, puede haber contemplado el proyecto sin un sesgo de patetismo y asombro.
El populismo político que Alemania compró como inversión en la década de 1930 devastó un continente, y el populismo financiero, que viene de arrasar las economías mundiales, sigue teniendo compradores entre nosotros, que solo se explican en la concepción de la lectura del mundo como un horóscopo que no necesita ser aprendido, sino apenas interpretado. Por eso cuando ruíz mateos amenaza con suicidarse, por primera vez no está hablando de tipos de interés hipotéticos, sino, por primera y póstuma vez, de resultados demostrables: justo eso –pegarse un tiro- es lo que vienen de hacer sus inversores.

21 febrero 2011

3 días en la vida de la audiencia


El primer obstáculo insalvable en el conflicto entre Fernando González Urbaneja y paolo vasile es el del sector del que ambos dicen hablar, que para el primero es el periodismo, y para el segundo, la industria del entretenimiento. Y así, tan extraño se hace oír hablar al presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid de la cualificación periodística de telecinco, como a su presidente de la función social de la revista de variedades televisiva que regenta. Y acaso la mejor forma de expresar lo que telecinco hace por el periodismo sería ubicarla en el sector fiscal que le corresponde, y que ninguna inteligencia mediana ubicaría en el mismo que ocupan El País, La Vanguardia o la cadena Ser. Renunciado a ese blindaje, se expone Urbaneja a ser respondido en los términos exactos en que vasile habla de periodismo: su audiencia. Y, franqueada la traición al sentido común que es reducir el logro de un medio a quien lo observa, tendrá razón, por supuesto. Aunque una cosa sea la pluralidad y otra el valor de lo que ésta cuenta en cada caso. Stalin, Mao, Hitler son parte fundamental de la pluralidad ideológica que alumbró el siglo XX. Y parte no escasa de su explicación moral se basa en que éste último saliese de ese formato de la audiencia que son las urnas. Suena a guerra entre formas de entender el periodismo, y no lo son. Pero sí trincheras desde las que luchar por una forma de sociedad. Que más escuece cuanto más se advierte quién gana.

(http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Urbaneja/Vasile/enzarzan/elpepirtv/20110217elpepirtv_4/Tes)

20 febrero 2011

cómo están ustedes


Algunas de las más afamadas cosas que tenemos –la política, la deontología periodística, los estatutos de la ONU- consisten en un desfile de principios creados para ser expuestos en una vitrina, mientras para salir a la calle se usan otros, más funcionales. Nadie se extraña del cambio porque mientras los primeros, como los trajes de gala, sirven apenas para un momento dado, los segundos se ajustan sin problemas a esa exigencia de la vida moderna que es tener que salir a toda prisa con lo primero que encuentras en el guardarropa, sin que pese mucho si a lo que vas es a ganar o a ceder. Las vitrinas no se exhiben en público, como si lo que debieras ser se corrompiera por desuso, como una momia mal conservada. Por eso la irrealidad enfática que exhalan a veces los desfiles de moda tiene una ventaja –la risa, la apuesta desacomplejada por la farsa que no se cree nadie, pero se la aplaude y atiende a su importancia con valiosos minutos de informativos que el resto de farsas han de camuflar de verosimilitud, cuando no gravedad que tapa lo embalsamado con eslóganes como la pasarela Cibeles lo hace con telas. Quienes desfilan, quienes salen a saludar, quienes miran ensimismados. Todo es un gag.

16 febrero 2011

lo que nos dicen hacer es solo nuestro


En según qué países –para el caso, Yemen, pero también Italia- solo hay algo más extraño que ver manifestarse a parte de la población en contra de gobiernos que abarcan décadas: ver manifestarse a parte de la población a favor del gobierno. La ignorancia, o su guardaespaldas, el desdén, están detrás del apoyo que alguien de la calaña de Berlusconi se diría arrastraría incluso si las grabaciones le mostraran asesinando a alguien. No es inconcebible porque lo que se opta por no saber siquiera puede, así, aspirar a ser concebible en el equivalente social de estos buenos señores que aparecen en la imagen, alertando de su intención de sustentar al presidente ali abdalá saleh, hace unos días, en Saná. Decidimos venir por amor a la patria y al gobierno –se lee a un jeque de las tribus del norte en que se apoya el gobierno que le paga por estar ahí, diciendo eso. Y hasta ahí es normal todo. Y sin saber si en Yemen los jeques tienen el rostro de sus jardineros, camelleros, albañiles o chóferes, es dudoso que el que declara su amor al sueldo sea uno de los hombres de la imagen, cuyas dagas y gritos no pueden estar a sueldo de palabras tan graves –amor a la patria y al gobierno- porque esa es una moneda que el emperador paga solo a unos pocos. Asi que lo que gritan estos es solo lo que les piden gritar, como en Italia y tantos sitios, todo normal también. Salvo ese detalle –cuando las ideas que transportas no son tuyas, o tan escasamente que apenas llegas a entenderlas, sientes que vas con las manos vacías. Es entonces cuando aferras lo que tienes a mano –periódicos propios o dagas de matarife.

14 febrero 2011

san valientín

Miss you 2011 –para una camiseta.

01 febrero 2011

Gólgota picnic

Los griegos no eludieron lo que de teatral tenía la relación diaria, íntima e institucional, con divinidades a las que se pretendía tan presentes como el mármol de sus columnas. Y a los que en la vida real se consultaba mediante algo tan escenográfico como las vísceras de las aves, y que en los oráculos de Eurípides tenía un dios hecho de poleas al que se hacía salir a escena cuando las soluciones humanas habían llegado donde sus límites les permitían. Los dioses escribían lo que los hombres representaban a su pesar. Cuando Antígona desentierra a Polinices, ya no es sólo para negar a Creonte, sino la voluntad ciega y torva de los dioses que decidieran la ruina alterna e inexplicable de todo lo que conoció –madre, padre, padrastro, hermano prohibido, hermanos permitidos.
El catolicismo que hibernó en monasterios medievales junto a los restos malhadados de lo mejor que dieron de sí los imperios griego y romano, salió de ellos para adueñarse del mundo, y cuando lo hizo, en su voz estaban ya las que, siglos antes, hablaran por boca de Edipo, Medea, Ayax, o Hécuba de cuanta desdicha, extorsión y ruina como divertimento ansiarán los dioses que se reencarnarían, no en el dios cristiano, pero sí en los tiranos que harían de su iglesia un sayo ni un ápice mejor. En la estela moribunda o Lazariana en vano de ese poder nos hemos criado todos lo que pagan su entrada en el María Guerrero estos días para ver Gólgota picnic.
Como creador, uno no tiene elección –escribe Rodrigo García en el programa de mano. Es de teatro que habla, pero es lo mismo si aplicado a la religión. Carece de elección un dios y también quien paga sus tributos –con la domesticación o con la vida. Ocurría en Grecia, fue preservado durante el imperio papal, y subsiste hoy, por más que solo hayamos salido de un dios para caer en otros peores. El tiempo tampoco ha podido con ese símil obvio entre el deux et machina griego y lo que el catolicismo hizo, con poleas parecidas, del dios que fabricara, y así el dios que Rodrigo García ha repartido entre los personajes es también aquella fe troceada y falsa que solo aparece ante nosotros cuando la necesitamos. La procacidad, el lenguaje obsceno, la maniobra sanguinolenta con que los cinco actores se las apañan para hacer salir del teatro a no pocos antes de tiempo es una provocación camuflada en otra: la de quien devuelve a dios -específicamente a sus representantes- una pequeña parte del papel idiota que el hombre juega en su obra desde que se adueñaron del mundo. Y, más sibilinamente, el nuevo reparto de papeles que el personaje sugiere, entre imprecaciones por tanta falta de sentido, para ese dios que, en los lienzos del Barroco, es quien más ayuda necesitara, y fuera de ellos, resulta un títere violento, cuyas maniobras acaso simboliza la embarrada lucha que cierra la obra, justo antes del concierto para piano. La pantalla proyecta una caída interminable, un vértigo más. Y así, con la sangre que mana de tanta sensibilidad herida, se hacen transfusiones vivificadoras los demás.
Aunque para miedo, el que, hablando esto de García en realidad de las siete últimas palabras posibles del hombre, alguien lleve a escena el ritual que el propio Haydn escribía en 1801, al narrar las circunstancias fundamentalmente teatrales con que sus Últimas siete palabras de cristo en la cruz, fueron escuchadas en la catedral de Cádiz, donde se le encargara quince años atrás: cubiertas de negro paredes, ventanas y columnas, con solo una gran lámpara iluminando débilmente la iglesia, el obispo subía al altar a pronunciar cada una de esas siete palabras, intercaladas con los respectivos fragmentos musicales.

30 enero 2011

nessum dorma

Hecho del mismo espejo con que el comunismo en vano edificó un muro real para apuntalar uno ideológico, las corruptocracias árabes podrían estar viendo caer los ladrillos de una dictadura que sólo habrá servido para proteger el crecimiento y fortaleza de otra. Irak fue el evangelio según sadam hussein y pronto podría ser el de muqtada al sáder, Libano acaba de darse en lotería a hezbolá, Irán tiene a dios fabricando uranio enriquecido.
Allí donde las religiones pusieron a sus dioses a durar –en las sombras, confundibles con el polvo desplazado por el aire- la teocracia israelí, sostenida por un colonialismo regional a sueldo de las instrucciones sobre asentamientos del dios de moisés, ha venido a juntarse con la oscuridad que se avecina sobre las dictaduras de lo malo conocido –Egipto, Túnez, y eso de momento- a los que solo un suspiro separa de caer, como en el precursor local –Irán-, en manos de clérigos peores, más radicalizados cuanto mayor la espera que su dios les impusiera, y ejecutaran sus respectivos dictadores hasta ayer mismo.
Y como suele ocurrir entre ideas que, tratando de huir unas de otras, se reencuentran al chocar sus espaldas, para mejor enfrentarse a Israel, más y más países se preparan para ser Israel –mayorías laicas o solo empobrecidas, gobernadas por el fervor fundamentalista de una minoría que pone a su dios a pedir votos o tierras, pero después confía a obtusos y fanatizados la moral que de día es forzosamente capitalista, y de joche medieval.
“mubarak parece confiar en dios y en unos omnipresentes servicios de seguridad” –señala la embajadora estadounidense en Egipto. Mientras, esperando, confundida entre las miles de razones que salen a la calle estos días a pedir otra cosa -que a falta de alternativas mejor organizadas, muy probablemente se apresta a ser una república islámica-, el ilegalizado partido de los hermanos musulmanes, calca lo que, con el tiempo, llevara a hamas al poder en la franja palestina de Gaza: la infiltración asistencial entre las capas más desfavorecidas –que es decir, 4 de cada 10 egipcios.
Si tan solo quienes se preparan ya para creer los discursos en nombre de un dios liberador, cayeran en la cuenta de que es el mismo sospechoso dios en que mubarak confía para… impedir su advenimiento.

25 enero 2011

cuando tu vida es tuya, hasta que no la quieres

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Senado/frances/da/marcha/debate/eutanasia/elpepusoc/20110125elpepusoc_1/Tes

24 enero 2011

ele


Hay ciertas posibilidades de que, al haber optado por otros modelos de crecimiento, Finlandia, Noruega o Suecia disfruten de mejores niveles educativos que allí donde “urbanismo” significa solo edificar. Y en cualquier caso, no por creer que de un campo de patatas pueda brotar, adecuadamente regado, una economía, quien venda esa idea y quien la compre han de estar de acuerdo en ese juicio, que para existir requiere de un logro gigantesco: que millones de personas logren pensar al unísono que la riqueza consista en decidir cuánto necesitamos que valga algo –una casa, una parcela, un erial. Si, al igual que el lenguaje, el valor de lo que nos rodea –de las patatas a la economía- tuviera una gramática y un diccionario cuyo sentido no dependiera de su cotización en bolsa, o al menos no oscilara tan ridículamente gratuita, la oferta y la demanda de lo que es importante, necesario, fundamental, se ajustarían automáticamente, como lo hacen las miradas entre la gacela y el león. ¿Necesita saber leer o escribir quien pone -o quita- la primera piedra del bienestar que un país sea capaz de generar? Si la respuesta es no, ¿qué dice eso de su capacidad para manejar otros grados de la expresión común como sean la verdad, la mentira, el juicio correcto, la complejidad? ¿y de las decisiones construidas, sucesivamente, sobre esa desimportancia?. Si las faltas fueran solo de ortografía, todo sería más sencillo.

20 enero 2011

astilla de pobre árbol

También el conflicto vasco se explica en la decisión de un padre de escoger su lamento. Es detenido hace dos días el hijo del portavoz del brazo político de la organización asesina y lo que el padre clama, brazo en alto, al ver detenido a su vástago no es “¡mi hijo!”, sino “¡esta es la respuesta a la tregua, esta es!”. No solo porque el hijo milite ya en las juventudes nazis se funden uno y otro en lo mismo, y es el orden de esa fusión el que no es lo que parece, pues no es el padre el que impregna hasta fundirse la sordidez del hijo, sino al revés, y viene la obvia carencia del colegio suficiente que refulge en el hijo, a reencarnarse en el grito clásicamente obtuso del padre, para el que la tregua declarada por eta anula automáticamente cuanto delito persista en quienes, como su hijo, continúan la guerra por otros medios. Como los transparentemente medio hombre, medio jabalíes que son sus compañeros de juegos, lo único en que son inocentes padre e hijo es en que la sociedad en que vivimos no contemple la escolarización obligatoria, de por vida si es necesario, para quienes ven pasar los cursos sin el más elemental aprovechamiento o comprensión lógica del mundo. Convertidos portavoces políticos en alimañas no peores que las que mojan su derecho al voto en sangre ajena, y a la espera de que alguien pronuncie que “tregua” o “alto el fuego” significa apenas “rendición”, el patio de la cárcel espera a quienes no debieran haber salido, con veinte años o con cincuenta, del de un colegio.

19 enero 2011

vida inteligente


De alguna forma consiguen leer la placa que dejara la expedición norteamericana en julio de 1969, y tan sigilosamente como llegaran, se marchan. Es pronto, –dice uno- aún podrían ser capaces de llegar hasta aquí.

17 enero 2011

game over


Las televisiones que posees son un programa electoral transparente, y aún así te votan. Lo hacen incluso aunque las causas contra ti prescriban o se agoten en parapetos que el parlamento a tu servicio proporciona. Más te votan cuanto más te pareces al argentino menem o más obscenamente a nerón. Te votan a pesar de los jueces, a pesar de Nanni Moretti, de lo que Fini revela finalmente, a pesar de presumir de lo que se te acusa. Pero eres primer ministro y sabes que en tus orgías prostibularias hay menores de edad, y cuando el parlamento está a punto de legitimar la mirada de la fiscalía sobre la probada corrupción de menores, te lamentas de que las normas hayan cambiado en mitad de la partida. Y sólo entonces tienes razón, por vez primera. Y última.

16 enero 2011

causa con vistas


Para hoy El País donde diariamente deberían hacerlo las lanzaderas del ave en Valdeluz, Guadalajara, y asoman Paula y Pavel como anfitriones de un relato que, buscando poner cara a lo incompleto, a la diferencia entre la vida prevista y la que la crisis ha traído, deja asomar esa cualidad rara en las ciudades: lo que una causa digna, merecedora del esfuerzo, puede hacer por unir personas que en principio solo comparten vecindario, tienda, parque. Comprando hace años una casa, Paula y Pavel adquirieron sin saberlo una causa, y no viven menos en ésta que en aquella. Lo cual, conociendo a ambos, es una suerte para quienes les visitan en su casa, y especialmente valiosa, para quienes transitan por las avenidas, escasamente transitadas, de la causa. Esta no es una ciudad fantasma –dice Pavel. Y tiene razón, pues un fantasma requiere de una vida previa, y allí la vida previa son ellos, tan vivos que, además de habitar su casa en Valdeluz, viven en la memoria de este edificio en que vivieron, donde uno les echa de menos cada día. Los fantasmas no pueden estar en dos sitios a la vez, y el suyo vive aquí. Recuerdos de su parte.

http://www.elpais.com/articulo/portada/vivo/solo/elpepusoceps/20110116elpepspor_9/Tes

13 enero 2011

Nuevas dudas


La energía oscura y la nueva pregunta que sugiere: no hacia dónde vamos, sino por qué.

12 enero 2011

el mártir y su cripta


"Golpe bajo a la libertad, muestra de estolidez y una vileza" –alerta francisco rico en El País 11.1.11. "dejemos de lado que no pocos argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico y son simple fruto del desconocimiento". ¿Pruebas de esa fragilidad científica? “como cuando hace años el aceite de oliva se consideraba malo para el colesterol y se excluía de la sana dieta mediterránea en la que hoy tanto se ponderan sus virtudes”. El símil, la comparación como prueba de laboratorio, pues. También podía haber añadido esa otra prueba irrefutable de la variabilidad médica que es la trepanación, juzgada durante siglos como una práctica médica aprobada, y hoy en desuso. “Concedamos que la prohibición de fumar en muchos lugares públicos es una medida juiciosa” –dice. Sólo que uno no entiende que, privada de pruebas científicas rigurosas, la prohibición de fumar atienda a razones de salud pública… que deban, pues, basarse en el sentido común, que sin pruebas… ¿ha de ser, quizá, no fumar donde haya niños? No porque el humo sea nocivo en absoluto –que “careciendo los argumentos contra el tabaco de rigor científico”, la preocupación sobra- sino ¿por estética o higiene?. ¿En qué otros lugares públicos conviene no fumar? ¿hospitales quizá? Aunque sin argumentos rigurosos en contra, podría verse como una exageración que hiciese cundir la alarma sin base alguna. ¿En aviones? No, la prohibición podría aumentar el nerviosismo propio del despegue.
“A los fumadores en ejercicio se les veta la entrada en multitud de sitios, mientras a nadie se le fuerza a ir a los bares o restaurantes que aquellos elijan”, rigurosísima comparación, que en su primera parte es tan exacta como decir que a un amante del cine que quiera entrar desnudo en un colegio se le veta la entrada por amar al cine. Y en su segunda parte, es directamente falaz al ignorar que basta que alguien encienda un cigarrillo en cualquier sitio –y no es una posibilidad, sino una condición de cualquier lugar público-, para que “los bares o restaurantes que cualquiera elija” se convierta en el acto en un bar o restaurante de fumadores. La posible incongruencia gramatical de la ley es otra prueba rigurosa de que el tabaco no puede ser tan nocivo como dicen, vaga sintaxis acorde a esos “vagos peligros” de los que “no hay por qué proteger a los no fumadores”.
Por vileza entiende el docto “el espíritu persecutorio, busca de culpabilidades, de aliento a la intolerancia y la discordia, y de cerrazón sectaria a la realidad de la vida y de los hombres”. Aunque preclaramente demostrada, en los primeros párrafos de su diatriba, la inocuidad del tabaco, ante la impotencia de la ciencia y su carencia de rigor científico, uno esperaría de un literato la acusación, más obvia, de invención, de falsedad, y no la que carga contra la incitación a denunciar lo que, ya queda dicho, no puede denunciarse por no haber delito. Cabe también la extravagancia de aceptar lo que una ley conlleva –un código y el castigo de su incumplimiento. Si el sr. rico lo ve por un instante como una gramática, a lo mejor entiende algo. Si no, da igual. La ley, como hasta ahora los fumadores, está por encima de cualquier lamento. Llamar “espíritu persecutorio” a la única forma de lograr que la ley sea acatada, es una ruindad que deliberadamente ignora que la denuncia ciudadana es la única forma de lograr que una ley así se cumpla. “Busca de culpabilidades” no tiene connotación negativa alguna, hasta que se le añade “sin culpa”. Decir “de aliento a la intolerancia y la discordia, y la cerrazón sectaria a la realidad de la vida y de los hombres” es hablar a un espejo sin querer verlo. Alega finalmente la necedad de no permitir fumar en espacios habilitados en hospitales y centros sanitarios, donde más falta hace. Y pues se trata de esto, sugiero dejar fumar también en autobuses en medio del atasco, en ascensores en los que uno suba o baje rumiando algún desengaño, en el vagón de metro si uno llega tarde, en las guarderías para paliar la desazón de ver llorar a un niño. Para ilustrar su sensatez, la distancia crítica con la que habla, un poco antes de afirmar que nunca ha fumado, adecuadamente recuerda que a los enfermos mentales y discapacitados les está permitido fumar. Como muestra la imagen.

06 enero 2011

refuerzos

http://www.elpais.com/articulo/Pantallas/Resistencia/elpepirtv/20110106elpepirtv_6/Tes#%3Fctn%3DvotosC%26aP%3Dmodulo%253DEVN%2526params%253Did%25253D20110106elpepirtv_6.Tes%252526fp%25253D20110106%252526to%25253Dnoticia%252526te%25253D%252526a%25253D5%252526ov%25253D27

04 enero 2011

Orgullo y prejuicio


La publicación del estudio El ministerio y el pasado (Blessing, varios) desvela que de 1951 a 1955 el ministerio de exteriores de la República Federal de Alemania ocultó a ex criminales nazis, bajo el gobierno de Konrad Adenauer, quien repartió por embajadas de países árabes o latinoamericanos a miembros del NSDAP. Francia borra la última de las calles que llevaran el nombre del mariscal Pétain, deshonrosa memoria de la Francia vencida, que pasó de colaborar con el nazismo a velar por sus intereses como regente autorizado. En nuestro país se reabre la basílica del valle de los caídos con la asistencia de 1.600 personas. A la pregunta de por qué acuden a ese lugar en vez de ir a una misa de barrio, una señora responde que “porque este sitio es especial, representa unos valores, y a mí me gusta estar con gente que comparte mis mismos valores, que piensan como yo”.

02 enero 2011

Naipes


Quizá porque el acto de comprar un paquete de tabaco era, de por sí, inclinar la apuesta, multiplicar por 20 las posibilidades de que le gustara, el niño extrajo de una baraja un naipe, y de la parte de atrás de una pizarra del colegio, el corcho para fabricar el cigarro. En la escalera de casa, entre el segundo y el tercero, enrolló como pudo el cigarrillo lleno de corcho (y sin añadir celo dudo que aquello aceptara plegarse), lo encendió y probó a fumar. Si sobrevivió a aquel intento para sentir, de por vida, repulsión por el tabaco, y no –lo que hubiera sido más natural- por los naipes, las pizarras o el celo, acaso es porque si la realidad supera la ficción, no quiere decir que sea mejor que ésta. E insospechado a partir de hoy, ni siquiera más longeva. Feliz reparto nuevo de cartas.