
Un rey es también una tartamudez del sistema social, un espasmo medieval inserto en un cuerpo moderno, dotado de miembros democráticamente elegidos cada 4 años, que sin embargo conviven con un músculo inerte dentro de él. Atrofiados tanto en su movimiento natural –véase Inglaterra o Tailandia- como en el que vienen improvisando en las últimas décadas –Suecia, España-, su imagen nítida es esa: no superar la primera sílaba, repetirla, dejarla en herencia. Vestido de Sade, el mismo Geoffrey Rush que aquí enseña a hablar a Colin Firth, veía rodar las cabezas de los reyes y nobles franceses desde la ventana de su prisión, en Quills. No es hasta este Discurso del rey en que ayuda a hablar a Firth, que uno ha perdonado a Rush que, en aquella película, ayudara a hacer callar a Kate Winslet, que moría antes de tiempo, como siempre que lo hace. Uno tartamudea solo de pensarla.
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