20 febrero 2011

cómo están ustedes


Algunas de las más afamadas cosas que tenemos –la política, la deontología periodística, los estatutos de la ONU- consisten en un desfile de principios creados para ser expuestos en una vitrina, mientras para salir a la calle se usan otros, más funcionales. Nadie se extraña del cambio porque mientras los primeros, como los trajes de gala, sirven apenas para un momento dado, los segundos se ajustan sin problemas a esa exigencia de la vida moderna que es tener que salir a toda prisa con lo primero que encuentras en el guardarropa, sin que pese mucho si a lo que vas es a ganar o a ceder. Las vitrinas no se exhiben en público, como si lo que debieras ser se corrompiera por desuso, como una momia mal conservada. Por eso la irrealidad enfática que exhalan a veces los desfiles de moda tiene una ventaja –la risa, la apuesta desacomplejada por la farsa que no se cree nadie, pero se la aplaude y atiende a su importancia con valiosos minutos de informativos que el resto de farsas han de camuflar de verosimilitud, cuando no gravedad que tapa lo embalsamado con eslóganes como la pasarela Cibeles lo hace con telas. Quienes desfilan, quienes salen a saludar, quienes miran ensimismados. Todo es un gag.

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