24 febrero 2011

la vuelta al mundo en 80 sofás


Con suerte uno aprende de los errores, y tanto llega a asimilarlos que los utiliza de zapatos. La madre de C., al decidir tenerla hace sesenta años, al mismo tiempo expulsó de casa a su marido y a su hija. Al primero, por traicionar el acuerdo de no paternidad al que llegaran; a la segunda, porque ella –C.- solo era para su madre una razón para mejor retener a su marido. Ido uno, sobraba la otra. C. fue criada por sus tías. Mientras su padre dilapidaba una fortuna, ella con el tiempo amasó otra, hasta que la crisis bursátil de 2008 se la llevó por delante. Expulsada, de niña, de una casa con padres, y de la prosperidad cincuenta años más tarde, C. decidió no llevar la contraria y ha seguido saliendo de cuantos sitios alcanza. Inglaterra, Italia, Francia, Estados Unidos, Irlanda. Cumple ahora tres años viajando por el mundo, alojándose en casa de quien, como yo estos días, la acoge, trabajando en granjas, o cuidando casas y animales cuando sus dueños no están. No viaja por necesidad sino por placer, por esa puerta al placer que es el hartazgo de una vida que, como en casi todas partes, consiste en acuerdos laborales mefistofélicos sin pago demorado. Para poder seguir viajando por Europa sin tener que salir cada poco, lo hace ahora de vuelta a Carolina del Norte, donde pasara cuarenta años, para obtener allí la nacionalidad española. Son estos sus últimos días de un viaje de 3 años, y los duerme en el sofá del salón. Mis cosas saben que regreso –dice, para hacer notar que todo se le viene rompiendo en los últimos días. Como si fuera ese el viaje más puro: salir, incluso, de las cosas que te acompañan.

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